El problema es que Israel se considera legítimo propietario de todo el territorio, porque así se lo prometió su dios hace más de 3.000 años. No hay nada que hacer frente al fanatismo que supone ese enunciado y un título de propiedad concedido nada menos que por dios (el suyo).
Todos sabemos que actualmente hay guerra en la llamada franja de Gaza. También sabemos que una guerra es la lucha armada entre los ejércitos de dos países: de un lado está el superpoderoso ejército de Israel, armado y financiado por los EE.UU. y del otro… NADA, tan solo los calificados como terroristas de Hamás. Es la única fuerza que se opone al todopoderoso ejército israelí. Cierto que los judíos también fueron terroristas y hasta la que fue primera ministra Golda Meir (nacida en Kiev), cofundadora del país, confesaba haber cometido atentados iguales o más sangrientos que los ahora atribuidos a Hamás, pero ya se sabe que el perdedor no tiene oportunidades de defensa.
Frases solemnes aparte, existe entre los españoles un fuerte prejuicio anti-árabe, cimentado quizás en el conocimiento que tenemos de nuestros vecinos del sur, lo que nos hace extender esa calificación a todos los que practican la misma religión. Se cierra los ojos al hecho de que los palestinos no son iguales, son gente emprendedora y activa, pero mejor ignorarlo, porque eso nos permite mirar para otro lado mientras ocurre lo que está pasando en Gaza: el exterminio de un pueblo frente a la casi indiferencia del resto del mundo, al que no interesa meterse en líos a causa de unos pocos de los que casi no se sabe nada y que además carecen de la protección de EE.UU., el gran padrino.
Hace unos años, un anciano palestino portaba una pancarta que decía “Os lleváis mi agua, quemáis mis olivos, destruís mi casa, me quitáis el trabajo, me robáis la tierra, encarceláis a mi padre, matáis a mi madre, bombardeáis mi país, nos matáis a todos de hambre, nos humilláis a todos… pero la culpa es mía: os lancé un cohete como respuesta”. Casi nadie intenta entender lo que es malvivir en unos pocos kilómetros cuadrados, con restricción en la importación de materiales de construcción y de todo, con prohibición de pescar fuera de la línea de costa; a casi nadie se le permite estudiar en el extranjero. Son (eran) prisioneros; ahora cadáveres o al menos eso es lo que tienen pensado para ellos.
Es una larga historia cuya fase actual comienza cuando tras la II Guerra Mundial, una iniciativa del RU y EE.UU. con el apoyo de la ONU decidió crear el estado de Israel en lo que era el protectorado de Palestina, expulsando de su residencia a muchos palestinos −Nakba (catástrofe en árabe)− que ni entendían qué era lo que habían hecho para merecer aquel maltrato. Desde entonces, ha habido varias guerras entre judíos y países árabes que siempre han terminado con la apropiación de más terreno por parte de Israel, con el respaldo de EE.UU. Por supuesto que a costa de los palestinos, que han sido relegados a escasos terrenos y que son humillados y atacados a diario por los colonos y ejército israelí. Nunca se cumplen los acuerdos a que se llegan en las conferencias internacionales.
Cualquiera podría escribir un libro acerca del genocidio cometido con los palestinos, tanta es la documentación existente, pero bastaría con que todos supieran de qué va el problema de Gaza. Es solo mostrar un mínimo interés y no aceptar sin reparos lo que cierta prensa nos dice. Y de camino enterarse de que la amenaza mundial es ese país que posee armamento nuclear y que es como un perro rabioso, que además se sabe respaldado en todo por el autor de los mayores daños a la humanidad, por el único país que ha utilizado la bomba atómica en guerra. Todos los países tienen un freno que les impide hacer su santa voluntad. Todos menos Israel, porque a ese país le ampara nada menos que los EE.UU., ¿pueden imaginar lo que es no tener ningún límite?
Razón llevas.
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