08 enero 2025

Ortografía y ganas

Parece que fue ayer (y desde luego no lo es) cuando yo estaba en clase de ingreso en bachillerato (aquel bachillerato empezaba a los once años) y el profesor, el bueno de don Alberto, se esforzaba en que aprendiéramos las reglas básicas de ortografía. Hoy no me acuerdo de ni una de ellas, ni falta que me hace, porque creo que no pongo ninguna falta; leyendo se aprende cómo han de escribirse las palabras y eso es algo que no me canso de decir, pero es que lo de leer es contemplado por muchos como una tortura superior a lo soportable. En el mejor de los casos, lo consideran algo a realizar en dosis homeopáticas. ¿Cuántos españoles han leído el Quijote?

Para mí, que estoy siempre con un libro desde que tenía unos nueve o diez años, me parece inconcebible y no sé cómo explicar que leyendo se viaja más que con Iberia, se aprenden infinidad de cosas sin siquiera proponérselo y casi se elimina ese espanto llamado aburrimiento (y de regalo, se aprende ortografía). Quizás el problema radique en que vivimos unos tiempos en que la cultura en general y la ortografía en particular no goza de excesivo prestigio y por lo tanto una gran mayoría vive feliz sin saber escribir, más preocupado por lo que ven en TikTok o Instagram que por mejorar sus conocimientos. Cosas de los tiempos.

Son pocos los que desean de verdad conocer las reglas de la lengua en la que hablan si para eso han de hacer un esfuerzo mínimo y lo cierto es que conocer la ortografía es muy fácil, pero no nos cae encima como el don de lenguas a los apóstoles. Sería mejor que no contaran con el espíritu santo para ahorrarse un esfuerzo.

Hoy mismo he visto algo que a mí me impacta y por descontado que a la gran mayoría les da igual: en el telediario de mediodía del canal 24H de TVE estaban con el relato de un incendio en Alicante y para referirse a los daños producidos, han dicho y puesto en subtítulos que casi 300 hectáreas había resultado ya calzinadas. Apostaría que no se trata de una errata o lapsus calami, sino que sencillamente resulta imposible contratar trabajadores que no escriban esas burradas con que diariamente nos obsequian en la televisión. Incluso en la oficial TVE, en la que deberían sentir vergüenza por ello. 

Precisamente en ingreso de bachiller nos enseñaban un truco de ortografía que, o ya no se enseña o la mala memoria ha borrado, a la vista de la cantidad de veces que veo esa falta. Se trata de la frase “Ahí hay un hombre que dice ¡ay!”. ¿Cómo pueden existir tantos que no sepan diferenciar los distintos casos de un sonido similar?, ¿cómo puede seguir habiendo quienes no ponen signo de comienzo o ponen un punto después de cerrar interrogación o exclamación?, ¿cómo puede haber una mayoría convencida de que el "si" condicional se escribe igual que el "sí" afirmativo y que no es preciso diferenciarlos? Nadie está obligado a poseer una ortografía perfecta, pero ¿cómo puede ser que abunden quienes escriben ‘haber’ por ‘a ver’, ‘sino’ por ‘si no’, ‘a parte’ por ‘aparte’, etc. cuando es tan fácil saber cómo hay que escribirlo? Acabo de ver una frase bromista en Internet que ilustra bastante ese error tan habitual: Los que escriben ‘haber’ en vez de ‘a ver’ deberían ‘hirviendo’ cómo solucionan ese problema.  

No vayan a pensar que son solo las personas con poca formación, aunque sean mayoría. No recuerdo si fue en la televisión o en la vida real, un ingeniero se negaba a aprender y practicar la buena ortografía y los disparates que soltaba eran de antología, no le importaba producir escalofríos. También conocí a un psicólogo, que además era profesor o catedrático en la universidad complutense y con unos honorarios y una consulta más que lujosos, que decía sin sonrojarse cónyugue en vez de cónyuge. No me lo podía creer y dejé que lo dijera varias veces mal –asistí a varias sesiones− para convencerme de que el individuo era realmente un cenutrio. Viendo su actuación profesional debería haberlo imaginado.

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