28 abril 2025

Adiós a muchas cosas (y II)

Esta entrada no es más que una continuación de otra titulada “Adiós a muchas cosas” y que corté para no aburrir al que, en un momento de locura, decidiera leerme.
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Sé que no todo el mundo hacía lo mismo, pero yo tenía la buena costumbre de hacerme los trajes a la medida en un sastre, lo que es una manera infalible de conseguir que la prenda nos cayera bien y estuviera bien hecha. Todavía recuerdo la pena que me invadía cuando tras una de las pruebas del traje ya completo y cosido solo con hilvanes, el artesano empezaba a arrancar y deshacer lo que ya tenía casi la apariencia final.

Cosas de la vida. Tuve que cambiar un par de veces por jubilación o desaparición del taller, pero me parecía maravilloso eso de poder escoger cada detalle y pedir que se cumplieran. Claro que hablo de cuando a la oficina se acudía vestido con corbata. Ahora mi hijo va a la suya vestido como si fuera de camping o a coger espárragos. Y afirma que los demás van más o menos igual.
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¿Se acuerdan de un artilugio llamado bidé? Se trata de un invento francés del siglo XVII −creo−, un rasgo de ingenio poco frecuente en ellos. Según parece es normal en los países latinos (europeos, claro) y en el cono sur de América. Desde que yo era niño –y ya ha llovido desde entonces− estaba en todos los cuartos de baño donde vivía y por lo tanto es para mí algo tan normal como el propio inodoro. Según se afirma, el nombre proviene del francés bidet que significa algo así como caballito, en referencia a la posición que se adopta para su uso.

Sin embargo, los americanos del norte siempre lo consideraron la imagen del pecado y en ocasiones manifiestan su rechazo hacia él, junto a algunos europeos “de los del norte”. Es la única explicación que le encuentro a su desaparición en algunas casas de gente española muy moderna y actualmente se halla en proceso de retirada de hoteles, al menos los de 4* que yo frecuento, hasta el punto de que cuando hago una reserva tengo que exigir que en el cuarto de baño de la habitación disponga del sanitario. Al menos de momento parece que mantienen algunos para maniáticos tradicionales como yo.

Solo me queda decir sobre este asunto, que yo de jovencito no era muy partidario de su utilización  y que en la actualidad considero que quien no hace uso del bidé es probablemente un poco guarro.
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Puede usarse o no, puede poseerse uno o no, pero creo que todo el mundo sabe lo que es un PC o, si lo prefiere, un personal computer. Hasta hace poco, toda persona de bien contaba con uno a través del cual conectaba con el mundo. Ahora no; ahora todos parecen preferir eso del smartphone con lo que se pretende sustituir, parece, al mencionado PC. No tengo nada contra esos curiosos aparatitos, pero que ni en el mejor de los casos puede sustituir a un ordenador. Suelo ver por las mañanas algún diario para conocer las noticias (¿qué me importarán a mí?) y el otro día veía una colección de fotos, todas ellas con su pie de foto de tres o cuatro líneas. De momento no entendía por qué en los comentarios abundaban las protestas porque −decían− los textos aparecían encima de las fotos, hasta que me di cuenta de que se trataba del típico empeño por leer un diario en el smartphone. ¿De verdad se puede? En realidad ya veo que no y de ahí las protestas, pero quizás sea deformación profesional, pues no consigo visionar nada en el móvil porque el pequeño tamaño de las pantallas creo que impide semejante posibilidad, por más que se empeñen. Claro que un PC no es cómodo en el autobús o el metro, pero es que ¿a quién se le ocurre ver nada en esos transportes?

Como el personal suele ser terco, me temo que no hay nada que hacer y de ahí la enorme caída de ventas de los PC, en especial los de torre, aunque los portátiles siguen teniendo salida porque las empresas suministran uno a cada nuevo siervo que incluyen entre su personal. Lo cierto es que los ordenadores de sobremesa se extinguen. Y no me extraña, dado el empeño de Microsoft por sacar nuevas versiones de su sistema operativo que incluso llegan a exigir cierto componente en el hardware para funcionar. Hay que renovar el parque…


13 abril 2025

Una pesadilla llamada Trump

 Creo que fue en noviembre pasado cuando ya publiqué una entrada celebrando que Donald Trump había ganado las elecciones de EE.UU. Presagiaba catástrofes con la llegada de este empresario, pero no me podía imaginar que iba a atreverse a trastocar y cambiar las reglas por las que se rigen los países y en especial las de quienes se creían que trataban con un aliado de la Unión Europea, como hacía pensar una relación de más de 80 años; al fin y al cabo los americanos de EE.UU. no son más que una especie de europeos asilvestrados.

Lo reconozco: me cuesta escribir sobre este personaje y por eso he tenido esta entrada varios días sin tocar tras escribir el primer párrafo. Es desagradable que quien no merecería ni una segunda mirada acapare las portadas de los periódicos día tras día. Hay pocos insultos que queden por dirigirle y eso también recorta las posibilidades de hablar sobre él. ¿Se imaginan a Eisenhower o Carter o Kennedy cometiendo las fechorías que este lleva a cabo o haciendo los gestos de baile con que nos obsequia y que son frecuentemente imitados al menos por ese otro violento ególatra llamado Milei?

Todos sabíamos que el nuevo advenimiento de este iluminado nos traería dificultades  y seguramente muchos gobiernos ya se habían preparado, pero no creo que nadie se imaginara que presenciaríamos esa guerra de aranceles que más parece la chulería de un matón de patio de colegio que acciones políticas. Ni siquiera Reagan se hubiera atrevido a hacer lo que este hace, pero es que Trump es un ególatra infantiloide, irresponsable y falto de toda ética o principios al que lógicamente le importan muy poco las normas que los países se han dado desde hace mucho tiempo y en especial desde la 2ª G.M. 

Piensen en cualquier presidente de EE.UU. del pasado: ¿se lo imaginan diciendo que tras la imposición de los nuevos aranceles todos los dirigentes de otros países le “besan el culo”? Lo que además de muy mal gusto provoca en la mayoría un escalofrío de asco. Como la disposición que ha firmado para aumentar la presión de las conducciones de agua “porque así podrá cuidar mejor su hermoso cabello”, ¿no sienten esos escalofríos? 

Debe gruñir de satisfacción como un cerdo en un charco cuando piensa que tan solo unas palabras suyas, seguidas por esa inmensa cantidad de aduladores que lo rodean, han cambiado el funcionamiento del planeta sin que pueda vislumbrarse una solución o una marcha atrás, porque, por desgracia, el número de sus seguidores es elevado; hablamos de todos los ignorantes de los EE.UU. y países donde esperpentos como él han conseguido el poder. El único consuelo es que solo quedan cuatro años para que al menos no tengamos que verlo; eso si no consigue torcer la ley que prohíbe un tercer mandato a los presidentes, algo que vistas sus maneras napoleónicas no sería de extrañar.

Todavía recuerdo que en una visita que hice a Los Ángeles y mientras recorría los estudios Universal, el guía nos dijo con reverencia señalando un edificio, que allí era donde se cambiaba de ropa el ya desaparecido actor y presidente Reagan. ¿Qué dirán en años venideros a los que visiten Mar-A-Lago o la Trump Tower?