24 junio 2025

No somos lo mismo

Existe cierta costumbre en España de mencionar aquello de que “todos somos iguales” cuando resulta ser una mentira llamativa. No hay más que recordar aquel incidente, con la infanta Cristina de protagonista, en la que ella, ante un problema con Hacienda –creo– proclamó con todo desparpajo que ella no era igual al resto de los españoles. Bueno, no hizo más que poner en práctica lo que seguramente le había imbuido el golfo de su padre que, como se sabe, disfrutaba de inmunidad absoluta en su función de rey. Por sorprendente que parezca, la Constitución Española declara sin empacho que el rey disfruta de inmunidad haga lo que haga. Para hacernos una idea, podría matar a alguien que le cayera mal y ni siquiera podría ser juzgado. De ahí la cantidad de tropelías que el llamado Juan Carlos I ha llevado a cabo: desde engañar infinidad de veces a su esposa a robar a manos llenas hasta el punto de que él, que no tenía ni un duro cuando llegó al trono, se ha ido con una fortuna que ya quisiéramos; menos mal que tiene que disfrutarla en Abu Dabi, un lugar en el que yo no viviría aunque me ofrecieran tanto dinero como quisiera. No me extraña que fuese un lugar ideal para un baboso como él.

Aunque parezca mentira tras todo este prolegómeno, no es de esta igualdad de la que quiero tratar, sino de la supuesta homogeneidad entre hombres y mujeres, ahora tan en boga. Como se dice ahora, no debería meterme en este jardín, porque diga lo que diga sufriré severas críticas; bien es cierto que no me importa en absoluto.

Para evitar malos entendidos, comienzo declarando solemnemente que no considero inferior o superior a ninguna de esas dos partes, simplemente creo que son diferentes y que el esfuerzo en equipararlos está llamado al fracaso dentro de unos años, una vez que se haya conseguido establecer con justicia el valor de palabras como igualdad, xenofobia, racismo, etc. En su empeño en luchar con lo que la naturaleza impone, hemos abandonado la idea de la diferencia de roles y todos, hombres y mujeres, nos empeñamos en igualarlos o, mejor dicho, hacer de la mujer una especie de hombre, pero sin pene y eso, claro está, no acaba de funcionar.

Buena parte de la culpa la tienen esos hombres que ven en la mujer una especie de juguete que solo sirve para gozar, aunque sea forzándola. La mujer se defiende cometiendo un atropello con ayuda de parte de los hombres y así resulta que llegamos al extremo de anteponer la palabra de la mujer a la presunción de inocencia de cualquier acusado. Gracias a esto, usted puede ser acusado de la noche a la mañana de comportamiento violento por su esposa o pareja, con la segura consecuencia de que esa noche duerme en un calabozo, sin más investigación. 

Por descontado, hay mujeres capacitadas para desempeñar el papel reservado a los hombres y la inversa, pero no es esa la normalidad. Hemos llegado al disparate de permitir que haya mujeres-soldados que naturalmente no pueden llevar a cabo el rol que de siempre han interpretado los hombres y nadie se extraña de que en la primera y segunda guerras mundiales, la de Corea o Vietnam fueran los hombres los que se enfrentaban a muerte, dejando a las mujeres las tareas auxiliares. Estamos soportando una guerra en Ucrania y todo el mundo ve natural que quienes se juegan la vida o puedan ser alistados son los hombres, mientras las mujeres permanecen en casa procurando no ser víctimas de un ataque enemigo, ¿entiende esto? Todos vemos normales a las mujeres trabajando como enfermeras en los hospitales mientras en esos mismos centros son los hombres los que se ocupas de tareas donde se exige más fuerza que habilidad, tareas encomendadas a los celadores. 

Siempre fueron mujeres las que se ocuparon de los miembros de la familia ya ancianos o impedidos mientras los hombres tenían la obligación ineludible de aportar los medios económicos para el sostenimiento de la familia. Ya nada es así, y son los y las inmigrantes (en especial ellas) quienes acompañan y se ocupan de cuidar a quienes no pueden valerse por sí mismos. 

De verdad que no lo entiendo: la mujer considera humillante desempeñar un papel femenino porque eso no le permite desarrollar su presunta capacidad, pero todo el mundo ve natural trabajar en un entorno donde siempre hay un jefe que nos impone su punto de vista y nos da órdenes, por norma. ¿Eso sí es agradable?

Como era de temer, la primera víctima de todas estas ocurrencias ha sido el lenguaje. Desde la creación o inicios del español, el plural no es exactamente masculino, porque en esa forma ha englobado siempre lo femenino. Ahora es obligado decir, por ejemplo, “los ciudadanos y las ciudadanas”, una duplicación precisa para no ofender a las féminas, aunque eso suponga destrozar una lengua que ha llevado muchos siglos desarrollar y reglamentar. ¿Qué más da?

Leo en El País que “El 84,6% de las futbolistas profesionales en España han sufrido dolor menstrual entrenando o jugando”. ¿Han probado a jugar al ajedrez o el tenis de mesa? Igual resulta que el fútbol no es muy apropiado para la naturaleza femenina.

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