23 septiembre 2025

Lo que sorprende a los extranjeros

He estado viendo algunos blogs o grabaciones en YouTube de extranjeros que actualmente viven en España. Al principio me hacía algo de gracia lo que se decía, pero poco a poco fue apoderándose de mí la necesidad de calificarlos de estúpidos y cierto rechazo hacia los que relataban lo que les había sorprendido durante su estancia. ¿Qué esperaban? 

La mayoría de ellos, en especial los que se autoconsideran latinos, gracias a una ocurrencia de Napoleón III y el desprecio de USA, tiene intención de quedarse aquí si les gusta lo que ven y viven, y si las cosas le van bien. Así estamos…

También hay estadounidenses, sorprendidos de que aquí haya coches, aviones y otros artilugios semejantes; ya se sabe, vienen de un país que se valora “el mejor del mundo” para todo. Si supieran de todas las diferencias sufrirían un colapso.

Hay que entender lo que comentan: que si la gastronomía, que si los −malos− horarios, que cómo nos gusta estar en la calle o los bares, que si trabajamos para vivir (y no al contrario). Muchos se sorprenden de los transportes públicos, que en sus países, por una razón o por otra, casi no existen, pero lo que me fastidia es cuando insisten en exceso en esto de las diferencias. Cada vez que viajo a una parte de España que no es en la que resido habitualmente, encuentro numerosas diferencias y no corro a enumerarlas en Internet, porque entiendo que esas diferencias son lógicas. Fuera de Europa, los beneficios sociales no son preocupación de los gobiernos… o simplemente no hay dinero para implementarlos. Hablo de la sanidad, transporte y enseñanza.

Cada vez que viajo a otro país, encuentro otras costumbres, otros entornos, pero no me sorprendo porque eso es lo más lógico. Si el mundo fuera homogéneo, ¿para qué viajar? Así que me limito a aceptarlo más o menos bien y no hago aspavientos, como aquellos británicos indignados porque aquí no todo el mundo hablara inglés.

Hay algo que es natural que les sorprenda y es la mayor seguridad en la calle. He visitado algunos países de Sudamérica y las Antillas y me quedé helado de que hasta en una ciudad de la categoría de Buenos Aires, fuera peligroso coger un taxi. Hay que tomar una serie de precauciones para asegurarse de que el conductor del vehículo no resulte ser un bandido y caminar por una calle no concurrida es una aventura temeraria. Me monté en uno de esos autobuses turísticos de dos pisos que abundan en todas las ciudades y me dejé olvidadas la gorra y la funda de piel de la cámara. Por más que recorrí todos los lugares que me fueron indicando, fue imposible recuperarlas. Espero que el actual poseedor –que no propietario− las disfrute con poca salud, ya que no consideró conveniente entregarlas en objetos perdidos.

Prácticamente toda Europa vivió una guerra terrible (España la suya propia) tras la que hubo que reconstruir todo lo destrozado y aún más y puede que eso nos hiciera más sensatos. Es algo que no sucede en los países de origen de los que aquí llegan, sumidos la mayoría de las veces en una inestabilidad e inseguridad perpetua. Quizás sea eso lo que nos ha hecho más laboriosos y más tranquilos, aunque haya quienes se empeñen en acabar con todo lo conseguido.


09 septiembre 2025

Aislamiento (y II)

Hace ya más de un siglo, al menos en cierta región española, las personas convivían con los animales en su casa, no de manera total, pero sí en lo que solía denominarse ‘hogar’. Visto desde hoy, no debía resultar muy higiénico ni confortable, pero era la solución para darse calor y compañía.

Parecía que esos tiempos habían pasado y que era algo ya superado, pero los avances han hecho que de una u otra manera volvamos a las andadas. Me refiero, claro está, a la tenencia de perros –y excepcionalmente bichos más raros y exóticos− en el pequeño piso en el que nos vemos obligados a situar nuestra residencia, día tras día.

Ahora, multitud de personas viven acompañados de su animalito y, lo que es peor, obliga a los demás a soportar los inconvenientes de esa convivencia, una convivencia casi íntima en esas viviendas de 60m2 o menos. En España hay actualmente más perros que niños y lo peor es que los niños crecen y se hacen personas adultas (casi siempre), pero los perros, no. Gracias a eso y pese al empeño que dicen poner los munícipes debemos sortear con habilidad las deposiciones de estos animales que adornan nuestras calles, y lo más simpático es que resulta imposible ver a algún propietario que pasea a su mascota que no lleve visible en alguna parte una bolsita de plástico de las que deberían servir para recoger esas ‘caquitas’ y que al parecer no agrada a todos, proceder como sugiere el sentido común y ordenan las disposiciones municipales. Las exhiben como coartada.

Hay más daños causados por estos animales, y me refiero también a sus dueños. Numerosos ayuntamientos (Almería, Zaragoza, San Feliú de Llobregat, etc.) se han visto obligados a poner unos avisos en las farolas –metálicas– porque han tenido que retirar cientos de ellas a causa de los daños producidos por los ‘pipís’ de estas mascotas, que resultan ser muy corrosivos. Esas farolas las pagamos todos, tengamos perro o no.

Y no olvidemos los ladridos. Casi todos los propietarios de perros están convencidos de que el resto de la humanidad está obligada a soportar el desagradable y estridente sonido que los perros suelen emitir por cualquier causa. No es así y puede educarse al animal para que no sea prodigo en ladridos. 

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Hasta aproximadamente los años 90, usted podía marchar de viaje de placer simplemente quedando en el primer hotel que le gustara en su camino. No había problema: se acercaba a la recepción, comunicaba su deseo de pernoctar y se le adjudicaba una habitación sin más dificultad. Eso ahora es imposible, porque el aumento del turismo y el afán previsor de los empresarios ha hecho que se exija una reserva incluso con meses de antelación. Esa conducta se ha contagiado a todos los establecimientos, hasta el punto de que hay que pedir cita previa en peluquerías, consultas de médicos, museos, restaurantes, oficinas de las administraciones, bancos, talleres, etc. etc. Usted debe planificar sus necesidades o deseos hasta con 15 meses de antelación (consulta de dermatología de la S.S.). Ni se le ocurra acudir a un restaurante para comer, así, por las buenas; incluso, yo reservé con días de anticipación en un restaurante de Buitrago de Lozoya y no me dejaron entrar hasta que llegó justamente la hora reservada, pese a que estaba bastante vacío.

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Hace unos 30 años prácticamente no existía Internet y por lo tanto no existían las redes sociales. Creo que está todo dicho sobre el daño que producen, en especial a jóvenes. De todas maneras quiero mencionarlo porque creo que serán la causa responsable del fin del mundo. ¿Se imaginan, dentro de unos 20 años, a un adorador de las redes como gobernante? Santiago Abascal sería merecedor de un Nobel en comparación con uno de esos.