Parecía que esos tiempos habían pasado y que era algo ya superado, pero los avances han hecho que de una u otra manera volvamos a las andadas. Me refiero, claro está, a la tenencia de perros –y excepcionalmente bichos más raros y exóticos− en el pequeño piso en el que nos vemos obligados a situar nuestra residencia, día tras día.
Ahora, multitud de personas viven acompañados de su animalito y, lo que es peor, obliga a los demás a soportar los inconvenientes de esa convivencia, una convivencia casi íntima en esas viviendas de 60m2 o menos. En España hay actualmente más perros que niños y lo peor es que los niños crecen y se hacen personas adultas (casi siempre), pero los perros, no. Gracias a eso y pese al empeño que dicen poner los munícipes debemos sortear con habilidad las deposiciones de estos animales que adornan nuestras calles, y lo más simpático es que resulta imposible ver a algún propietario que pasea a su mascota que no lleve visible en alguna parte una bolsita de plástico de las que deberían servir para recoger esas ‘caquitas’ y que al parecer no agrada a todos, proceder como sugiere el sentido común y ordenan las disposiciones municipales. Las exhiben como coartada.
Hay más daños causados por estos animales, y me refiero también a sus dueños. Numerosos ayuntamientos (Almería, Zaragoza, San Feliú de Llobregat, etc.) se han visto obligados a poner unos avisos en las farolas –metálicas– porque han tenido que retirar cientos de ellas a causa de los daños producidos por los ‘pipís’ de estas mascotas, que resultan ser muy corrosivos. Esas farolas las pagamos todos, tengamos perro o no.
Y no olvidemos los ladridos. Casi todos los propietarios de perros están convencidos de que el resto de la humanidad está obligada a soportar el desagradable y estridente sonido que los perros suelen emitir por cualquier causa. No es así y puede educarse al animal para que no sea prodigo en ladridos.
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Hasta aproximadamente los años 90, usted podía marchar de viaje de placer simplemente quedando en el primer hotel que le gustara en su camino. No había problema: se acercaba a la recepción, comunicaba su deseo de pernoctar y se le adjudicaba una habitación sin más dificultad. Eso ahora es imposible, porque el aumento del turismo y el afán previsor de los empresarios ha hecho que se exija una reserva incluso con meses de antelación. Esa conducta se ha contagiado a todos los establecimientos, hasta el punto de que hay que pedir cita previa en peluquerías, consultas de médicos, museos, restaurantes, oficinas de las administraciones, bancos, talleres, etc. etc. Usted debe planificar sus necesidades o deseos hasta con 15 meses de antelación (consulta de dermatología de la S.S.). Ni se le ocurra acudir a un restaurante para comer, así, por las buenas; incluso, yo reservé con días de anticipación en un restaurante de Buitrago de Lozoya y no me dejaron entrar hasta que llegó justamente la hora reservada, pese a que estaba bastante vacío.
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Hace unos 30 años prácticamente no existía Internet y por lo tanto no existían las redes sociales. Creo que está todo dicho sobre el daño que producen, en especial a jóvenes. De todas maneras quiero mencionarlo porque creo que serán la causa responsable del fin del mundo. ¿Se imaginan, dentro de unos 20 años, a un adorador de las redes como gobernante? Santiago Abascal sería merecedor de un Nobel en comparación con uno de esos.

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