La mayoría de ellos, en especial los que se autoconsideran latinos, gracias a una ocurrencia de Napoleón III y el desprecio de USA, tiene intención de quedarse aquí si les gusta lo que ven y viven, y si las cosas le van bien. Así estamos…
También hay estadounidenses, sorprendidos de que aquí haya coches, aviones y otros artilugios semejantes; ya se sabe, vienen de un país que se valora “el mejor del mundo” para todo. Si supieran de todas las diferencias sufrirían un colapso.
Hay que entender lo que comentan: que si la gastronomía, que si los −malos− horarios, que cómo nos gusta estar en la calle o los bares, que si trabajamos para vivir (y no al contrario). Muchos se sorprenden de los transportes públicos, que en sus países, por una razón o por otra, casi no existen, pero lo que me fastidia es cuando insisten en exceso en esto de las diferencias. Cada vez que viajo a una parte de España que no es en la que resido habitualmente, encuentro numerosas diferencias y no corro a enumerarlas en Internet, porque entiendo que esas diferencias son lógicas. Fuera de Europa, los beneficios sociales no son preocupación de los gobiernos… o simplemente no hay dinero para implementarlos. Hablo de la sanidad, transporte y enseñanza.
Cada vez que viajo a otro país, encuentro otras costumbres, otros entornos, pero no me sorprendo porque eso es lo más lógico. Si el mundo fuera homogéneo, ¿para qué viajar? Así que me limito a aceptarlo más o menos bien y no hago aspavientos, como aquellos británicos indignados de que aquí no todo el mundo hablara inglés.
Hay algo que es natural que les sorprenda y es la mayor seguridad en la calle. He visitado algunos países de Sudamérica y las Antillas y me quedé helado de que hasta en una ciudad de la categoría de Buenos Aires, fuera peligroso coger un taxi. Hay que tomar una serie de precauciones para asegurarse de que el conductor del vehículo no resulte ser un bandido y caminar por una calle no concurrida es una aventura temeraria. Me monté en uno de esos autobuses turísticos de dos pisos que abundan en todas las ciudades y me dejé olvidadas la gorra y la funda de piel de la cámara. Por más que recorrí todos los lugares que me fueron indicando, fue imposible recuperarlas. Espero que el actual poseedor –que no propietario− las disfrute con poca salud, ya que no consideró conveniente entregarlas en objetos perdidos.
Prácticamente toda Europa vivió una guerra terrible (España la suya propia) tras la que hubo que reconstruir todo lo destrozado y aún más y puede que eso nos hiciera más sensatos. Es algo que no sucede en los países de origen de los que aquí llegan sumidos la mayoría de las veces en una inestabilidad e inseguridad perpetua. Quizás sea eso lo que nos ha hecho más laboriosos y más tranquilos, aunque haya quienes se empeñen en acabar con todo lo conseguido.
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