04 octubre 2013

Dos categorías nucleares: listos y tontos

Deben ser millones los que hasta ahora se han hecho la misma pregunta que yo me hago con respecto a eso que me parece que se llama Tratado de No Proliferación Nuclear, y precisamente por eso no creo que deba reprimirme de poner unas palabras acerca del asunto.

Imaginen una pandilla de violadores que se asocian y deciden presionar al resto de la población para que haga voto perenne de castidad. Pues algo así es ese tratado y lo mire por donde lo mire no acabo de comprender cómo sus patrocinadores, encabezados por los EE.UU., tienen la desfachatez de seguir con esa farsa. Está muy claro que su pretensión es que haya dos tipos de países: los listos (ellos) y los tontos (todos los demás); los que tienen libertad para adoptar cualquier decisión y los de soberanía limitada. Porque no es otra cosa lo que busca ese tratado.

La verdad es que la idea ha tenido bastantes goteras desde el momento inicial en que EE.UU. y la U.R.S.S., con la incorporación posterior y subordinada de Gran Bretaña y Francia, se propusieron acabar con las armas atómicas… de los demás, y hasta donde puede saberse China hizo caso omiso, más tarde la India, Pakistán e Israel (es posible que Sudáfrica en colaboración con este último hiciera alguna prueba nuclear). Los tres primeros con gran disgusto del imperio y el último con su ayuda, satisfacción y alegría, la misma que un padre mafioso puede sentir al comprobar cómo su amado hijo chantajea a los compañeros de colegio en el patio del recreo. Presionaron y presionan para que todos los países del mundo firmen el mágico tratado, salvo Israel, que ya se sabe que dispone de barra libre.

Hoy he visto en el telediario al encantador Benjamín Netanyahu decir con todo aplomo en la Asamblea General de la ONU que la actitud conciliadora de Hasán Rouaní –presidente de Irán– no es más que un engaño, que es un lobo con piel de cordero, y que sólo quiere ganar tiempo para poner a punto sus misiles con cabezas atómicas. Ganas me dieron de tirar algo pesado a la pantalla, porque vamos a ver, ¿si Israel tiene la bomba atómica –es el único país que la tiene y no lo reconoce– con qué derecho se opone a que Irán la tenga? Todo eso suponiendo que efectivamente sea esa la intención de Irán y no simplemente la que declara su presidente: desarrollar el uso pacífico de la energía atómica.

Es más, ¿por qué todos se alían para impedir que la consiga Corea del Norte? Por supuesto, es un país tan peligroso e imprevisible como su ridículo presidente, pero ¿acaso no es peligroso EE.UU.? Parece que de vez en cuando hay que recordar a todo el mundo que el único país que la ha utilizado hasta ahora para eliminar seres humanos, especialmente población civil, ha sido precisamente EE.UU. El único que, según sus propias autoridades, nos ha puesto tres veces al borde de la guerra nuclear. Caramba, hay que ver qué memoria tan domesticada tenemos.

Pues nada, aquí tenemos a todos los países presenciando ese tremendo abuso de poder sin siquiera atreverse a darle un toque a Israel para que no sea tan desvergonzado. Y a los mismos aplaudiendo y jaleando para que se impongan sanciones –o se ataque militarmente– a Corea e Irán. España en primera línea de claque, claro.

Quizás convenga aclarar que no siento mayor simpatía por el régimen de Irán o por el de Corea del Norte, siento tanto asco por un integrista musulmán como por un miembro del Opus Dei, pero los hechos están a la vista. Y quede claro, no deseo la proliferación nuclear, ni siquiera su uso pacífico, y considero que la única solución posible para impedir que la posea hasta Andorra (y Al Qaeda) es la desaparición de todas las armas atómicas existentes. Una utopía, ya lo sé.

Si alguien ignora cómo se las gasta Israel en lo que se refiere a bromas sobre su fuerza nuclear, que busque en Internet la aventura del desdichado Mordechai Vanunu, que fue el primero que reveló detalles sobre el armamento atómico israelí.

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