01 febrero 2014

Los elibros y sus precios

Antes de nada, pedir disculpas por esa palabra «elibro» que ni siquiera está admitida por la RAE, pero es que me cuesta usar el nombre original inglés, por aquello que siempre sostengo de que si no es necesario, hay que evitar los barbarismos.

Hace tres años que compré mi primer lector electrónico, un Kindle, y tengo que reconocer que aunque me sigue gustando más el tacto, el olor, el aspecto, la individualidad de los libros de papel, el libro electrónico me ha ganado y actualmente casi no leo nada en papel. Incluso libros que me han regalado o me compré, los he buscado después en formato digital porque para mí la comodidad que supone el ebook no resiste la comparación, sobre todo para quienes, como yo, tenemos la costumbre de leer también en la cama.

Creo que ha sido a principios del pasado enero cuando Javier Marías publicó en El País Semanal su habitual colaboración tratando sobre la piratería de contenidos y concretamente sobre la que se realiza con libros. Yo, que procuro descargar libros de dominio público y sólo en ocasiones los de edición más reciente, me sentí abrumado por los reproches que hacía en su artículo a quienes practicaban estos simpa y decidí hacer penitencia y propósito de enmienda.

Comentando después con unos amigos todo este asunto, ellos, que me temo que son fervientes partidarios de la descarga sin más, dijeron algo que era una verdad irrefutable y que de nuevo deshizo mis buenos propósitos, al menos de manera parcial. La cuestión es que Javier Marías se quejaba en el artículo de que él invertía gran esfuerzo en escribir un libro y que después, si ese libro se vendía por –digamos– 20 euros a él sólo le suponía una retribución de 2 euros y si la venta era en formato digital y costaba 8 euros él sólo recibiría 0,80 euros, lo que resumiendo significa que sólo percibe un 10% del valor de compra y que con las descargas gratuitas hasta eso se le birlaba. Mis amigos sostenían que si él sólo recibía ese porcentaje, lo primero que debería hacer era rebelarse contra los que se apropian del 90% restante, porque eso sí que es un auténtico atropello, más todavía teniendo en cuenta que el formato digital –como se ha dicho tantas veces– apenas le supone gastos a la editora: ni papel, ni imprenta, ni almacenaje, ni stocks no vendidos, ni nada de nada; cuando alguien hace la compra de un producto digital sólo debe existir un sistema informático que despache el ejemplar y cobre el dinero correspondiente.

Mirándolo así, he decidido que como norma no compraré ningún libro, CD o película en formato digital por el que deba pagar más de 5€, prometo que lo revisaré en el futuro con el IPC (aunque hace dos días cometí el exceso de pagar por uno 8,54€). Lo demás llegará a mis manos mediante el bonito sistema de la descarga ilegal y allá se las compongan creadores e intermediarios. La cultura no es ni debe ser gratis, pero tampoco debe ser un medio para robarnos.

Por supuesto es tarea de esos intermediarios conseguir convencer al gobierno de que a su vez han de convencer a Bruselas de que la aplicación del IVA de estos productos no está en línea con lo que los ciudadanos están dispuestos a aceptar. Mucho me temo que en Bruselas hagan tanto caso de los deseos de los ciudadanos como nuestro propio gobierno, pero eso no va a ser nuestro problema. No estaría de más recordarle también a los listos de Bruselas que las multinacionales –o sea, casi todas las empresas dominantes– deben pagar sus impuestos en el país en que realizan la venta, lo contrario es simplemente competencia desleal y favoritismo con quienes como Luxemburgo, Gibraltar o Irlanda practican el filibusterismo en esto de los impuestos.

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