24 enero 2014

Uno de anarquistas

Hubo una época en que me interesé por todo eso del anarquismo, me leí algunos libros sobre el tema e incluso la biografía de algunos anarquistas que se hicieron famosos en nuestro país durante la guerra, pero es tanto lo escrito sobre la materia que sólo un estudioso de ella podría aventurar conclusiones. Creo que son pocas las personas en las que no despierten simpatías las historias acerca del anarquismo utópico, pero hay que darse un respiro, el anarquismo tiene ya muy poco de romántico y es historia pasada como lo es el socialismo utópico –he dicho utópico–, hasta los más optimistas entienden aquello como aplicable en pequeños ámbitos, nunca en una nación, eso de la mano alzada tiene poca viabilidad.

He conocido bastantes que se declaraban afectos a esa doctrina y la verdad, sintetizando la actitud práctica de todos ellos, podría decirse que contemplaban la cosa como que la obligación de todo anarquista  era  mantenerse en un puesto de trabajo y no dar un palo al agua y me parece que para eso no hace falta tanta doctrina. Incluso de mis tiempos de sindicalista recuerdo hace bastantes años una ocasión en la que estábamos asistiendo a reuniones con la dirección de mi empresa representantes de los principales sindicatos presentes en aquel entonces –CC.OO., UGT, USO y CNT–. Tuve la oportunidad de escuchar de labios del de este último la sorprendente teoría de que había que intentar hundir la empresa, sin más. Cuando le pregunté que dónde íbamos a trabajar entonces, soltó un resoplido y no dijo más. No pretendo que esa cerrilidad sea la común entre anarquistas, pero no era un caso aislado. Por descontado que habrá entre ellos personas cabales, pero desgraciadamente para ese ideal lo normal es que todos los botarates se escuden tras esa A inscrita en un círculo a la hora de identificarse «ideológicamente».

También influye en mi valoración que en los libros acerca de la guerra civil, tanto de escritores de derechas como de izquierda, se coincide en que fueron los anarquistas los que en buena parte tuvieron la culpa de la derrota de 1939, con ese afán por hacer primero la revolución y después aplicarse a ganar la guerra. Como si Franco fuera a sentarse a esperar.

No es ningún secreto que la guerra se perdió, pero no todos saben que una buena cantidad de aquellos fieros anarquistas terminó integrándose en la CNS, es decir, en los sindicatos franquistas. Ahí sí parece que decidieron posponer la revolución para mejor momento…

Hoy en día parece que resulta de lo más cool declararse anarquista y posiblemente (digo posiblemente, no tengo pruebas) de ellos será la responsabilidad de que el famoso 15M haya quedado en agua de borrajas –lo predije aquí en sus inicios– y el PP sea el que detente el poder en casi toda España, pues mucho me temo que su consigna de no votar desde luego que no la van a seguir los parroquianos de derechas de toda la vida. Para remate, algunos revolucionarios enloquecidos se han dedicado no hace mucho a colocar ridículos artefactos explosivos en la catedral de la Almudena y el Pilar de Zaragoza, ¿es así como van a conseguir un cambio social revolucionario?, ¿o será desterrando el peine y usando el pañuelo palestino como piensan cambiar el mundo?

Insisto, es bueno que todos tengamos nuestro lado anarquista, quien sabe si eso puede incluso mejorarnos, pero no intentemos articular un sistema social alrededor de ello, seamos serios. Es asunto sobre el que reflexionar que los dos posicionamientos que abogan por la desaparición del estado sean los neoconservadores y los anarquistas.

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