07 mayo 2014

Herencias y herederos


Hay algo en lo que no pensamos bastante porque está relacionado con la muerte y, aunque sostengamos lo contrario, la muerte nos impone cuando no amedrenta, es miserable y fea como feos son los cadáveres por más que a algunos vayan a rendirle honores en su capilla «ardiente» y el desfile ante el ataúd dure horas o días, como sucedió a la muerte del dictador, todavía me acuerdo de aquellos fantoches que se cuadraban, daban un taconazo y saludaban brazo en alto.

Repetía mi profesor de inglés una frase de Benjamin Franklin que afirmaba que las dos cosas ciertas en la vida son los impuestos y la muerte. Las herencias son una combinación de ambas y los tiempos que corren y más con la crisis actual han hecho que la perspectiva de heredar no resulte tan atrayente, porque son muchos los que ya saben que si se acepta una herencia se aceptan los bienes y también las deudas, salvo triquiñuela legal, que según parece la hay.

La mayoría no se preocupa por hacer testamento y de igual manera no cuenta con que un día u otro emprenderá el viaje al que no podrá llevar sus bienes materiales. El resultado es que vivimos como si el asunto no fuera con nosotros y con frecuencia son los herederos los que se encuentran con una situación farragosa y fiscalmente costosa.

El estado, ese omnipresente entrometido, mete sus narices en este asunto y regula hasta el último detalle, y así nos encontramos que si en vida conseguimos acumular algunos bienes a pesar del empeño que Hacienda pone en arrebatárnoslos, es el estado el que decide a quién podemos dejarlo en su mayor parte. Prácticamente no hay manera de evitar que se apropien de esos bienes los llamados herederos legales y si usted no tiene una buena relación con ellos o simplemente no tiene relación alguna no podrá evitar que a su desaparición se lancen como hienas sobre lo que deja y que a lo mejor usted hubiera deseado que fuera a parar a Greenpeace, por poner un ejemplo. Son esos herederos legales los que se apropiarán al menos de las dos terceras partes de la herencia; de todo si fallece intestado.

Da igual que esos herederos obligados sean hijos que le abandonaron cuando usted los necesitaba o a los que no ve hace veinte años, que sean unos padres a los que usted no quiere ver ni en pintura porque no cumplieron con su obligación, que sean hermanos a los que odie con toda intensidad: son ellos los que recibirán eso que se llama la legítima y quienes incluso se permitirán burlas cuando disfruten de aquello que ganaron sin mérito ni esfuerzo.

¿Por qué ese empeño del Estado en que sean sus familiares cercanos los que reciban su herencia? Según parece todo procede del tiempo en que éramos una sociedad fundamentalmente agrícola y las explotaciones eran sostenidas con el esfuerzo conjunto de padres e hijos, lo que hacía razonable cierta sucesión familiar, pero no cabe duda de que ya las cosas no son así y es el Estado el que perezosamente declina hacer las reformas legales oportunas para evitar la situación actual.

Por lo visto esto no es así en el mundo anglosajón (y según creo, en el País Vasco y Cataluña), pero ya se sabe, copiamos todo lo que se nos pone por delante salvo lo que resultaría de verdadera utilidad social, parece que hay quienes de manera colectiva ya han pedido las modificaciones legales precisas para que en lo relativo a herencias nos incorporemos al mundo moderno pero ya se sabe que es mucho más fácil legislar a capricho –como hace el ministro Gallardón– que seguir los dictados de la lógica.

Leo que existe una iniciativa legislativa avalada por una asociación que pretende que se modifique la legislación española en cuanto a ese aspecto de los herederos forzosos equiparándonos a otros países de Europa, pero la triste verdad es que ni el gobierno lo toma muy en serio ni el empuje popular será masivo, porque casi todo el mundo interioriza que su vida va a ser eterna o poco menos. Es común pensar que sólo envejecen y mueren los demás olvidando que, como dice mi mujer, para morir basta con estar vivo.

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