13 junio 2015

Tres casos. Tres repercusiones

Mari Luz Nájera
Una noticia aparecida ayer en la prensa me ha hecho recordar el dicho «más vale caer en gracia que ser gracioso», que se me viene a la cabeza con frecuencia al contemplar la diferencia con que se tratan acontecimientos no en razón de su valor y significado, sino de la oportunidad y el oportunismo de quienes lo realzan o desvanecen a su conveniencia. Pura injusticia, pura arbitrariedad.

El 27 de enero de 1977, una estudiante residente en la Alameda de Osuna, en Madrid, llamada Mari Luz Nájera moría en la Gran Vía como consecuencia del impacto en el rostro de un bote de humo, disparado por la policía en la manifestación a la que asistía para protestar por la muerte el día anterior de otro estudiante, Arturo Ruiz García, a manos de la ultraderecha. Hubo numerosas manifestaciones de dolor por la muerte de esta joven, que no pertenecía a ningún grupo político ni sindical y que simplemente fue asesinada cuando exigía libertades y el castigo a los culpables, junto con sus compañeros de facultad. En el entierro hubo que poner un paño en su cara para ocultar el espanto de los destrozos sufridos por aquel impacto. Por cierto que esa misma noche eran asesinados también un grupo de abogados laboralistas en la calle Atocha, pero poco o mucho es un hecho que casi todos los que tenemos edad suficiente recordamos, o deberíamos recordar. En la España de entonces, los mayores recortes eran en vidas de inocentes y los causantes, los de siempre.

Familiares y una asociación de vecinos trataron de que fueran dedicados a su memoria unos pequeños jardines del barrio, pero no fue hasta 2007, treinta años después, que se consiguió la colocación en el lugar de una pequeña lápida. Es tarde, porque salvo sus allegados, nadie se acuerda ya de ella, de una joven que murió en defensa de las libertades de todos.

En la madrugada del 1 de noviembre de 2012 se celebraba una fiesta de Halloween en el recinto llamado Madrid Arena y también un botellón en su frente –montado por los que no habían conseguido entrada a la fiesta– en el que entre muchos otros se encontraban dos chicas de 18 años residentes en la Alameda de Osuna. Habían ido a escuchar la "actuación" de un famoso DJ. La policía municipal no hizo nada por evitar aquel desmadre, es notorio que la de Madrid se levanta por la mañana ya cansada y sin ganas de nada.

Como todos saben, se declaró un incendio en el interior del recinto y la desbandada que se produjo acabó con la vida de entre otras más esas dos chicas, llamadas Rocío Oña y Cristina Arce, por aplastamiento. No es difícil entender el dolor de esos padres, será una carga que les oprimirá de por vida, pero para mí es difícil de comprender todos los homenajes públicos que se les rindieron, incluida la nominación de una plaza del barrio con el nombre de ambas y la colocación de un pastelón de granito con los dos nombres, en esa misma plaza. Murieron mientras se divertían, algo a lo que tenían perfecto derecho, y sin duda los culpables deben ser castigados con la dureza que merecen –todavía están mareando el asunto en los tribunales–, pero creo que no es lo mismo morir defendiendo las libertades que morir con el cubata en la mano

Ayer, 11 de junio de 2015, se produjo una tormenta de lluvia en Madrid de las mayores que pueden recordarse en muchísimos años. No exactamente en la Alameda de Osuna pero sí en sus cercanías, una mujer de 28 años trabajaba como empleada doméstica en el garaje de un adosado cuando, según aseguran, una pared del recinto se derrumbó por la presión del agua de lluvia y esta mujer falleció, no está muy claro si golpeada por la pared o ahogada, su cuerpo se descubrió cuando los propietarios volvieron a la vivienda, cinco horas más tarde. No ha habido manera de encontrar en los periódicos de hoy una nota explicando las circunstancias de la muerte y el nombre de la fallecida. Sencillamente fue «una mujer de 28 años» que murió mientras trabajaba.

No se volvió a hablar de ella ni a mencionarla en la prensa, ningún buenista reclamó por ello. Probablemente «ni había caído en gracia ni era graciosa», pero seguro que no estaba allí por gusto.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy empezando a reconciliarme conmigo mismo al comprobar, con agrado, que coincido con casi todo lo que publicas en tus diferentes entradas: ésta, sobre el desigual e injusto trato dado a situaciones tan semejantes; la reflexión sobre el Reino Unido "ad intra", porque hacia fuera es total "Reino desunido" y los comentarios sobre la ecología, por referirme sólo a las tres últimas entradas.

¡Y nos informabas de tus dudas sobre si seguir o no con esta tarea bloguera, y tu intención de abandonar! No, no lo hagas, que -aunque no te lo creas- publicando tus pensamientos ganas más amigos de los que imaginas perder.

AGLD

Mulliner dijo...

Me satisface que coincidas al menos con las tres últimas, sé que es imposible estar de acuerdo en todo con lo que dice otro. Me alegro de esa coincidencia y te agradezco que lo pongas por escrito.

El caso de Mari Luz fue muy sentido en mi barrio y estuvimos en la pequeña manifestación que se hizo entonces. Recuerdo a los padres que no podían ni caminar porque se derrumbaban y el ambiente opresivo de los coletazos del franquismo que se respiraba.

Anónimo dijo...

Es curioso,como cada caso luctuoso que comentas,tiene una explicación ,según mi forma de pensar. La primera, como defendía libertades, solo la recuerdan algunos y esos no tienen fuerza para forzar nombres de plazas o calles. Las segundas, pues una forma de callar las vergüenzas de los politicos. La tercera,que mas da,no la conocía nadie.
P.Blasco