10 enero 2016

Minorías absolutas

Estábamos hartos de las mayorías absolutas, yo mismo lo declaraba así en una entrada de hace algún tiempo, y nos sentíamos hambrientos por tanto de otro tipo de resultados electorales, en el que quien gobernara no lo hiciera a base de una de esas mayorías que permiten aplastar a los contrarios. A todo esto, las mayorías llamadas absolutas tenían poco de mayorías, en las elecciones de 2011 el PP consiguió la suya con los votos de un 30,27% del censo, es decir,  le habían dado su apoyo apenas 3 de cada 10 posibles votantes. Yo diría que no es una victoria abrumadora, pero bastó para que hicieran y deshicieran a su antojo, porque una mayoría significa para los políticos españoles gobernar sin escuchar mínimamente al resto, por eso el señor Rajoy se permitió «expulsar» a Pedro Sánchez del Congreso en febrero del año pasado cuando no le gustó lo que decía. Caramba, es su Congreso de Diputados y puede hacer lo que se le antoje. 

Suspirábamos por otra manera de gobernar, olvidando que si algo nos caracteriza a los españoles es la incapacidad para el diálogo; aquí si no podemos imponer al otro lo que pensamos cortamos y se acabó, ¡estaría bueno!

Llegaron las elecciones y los resultados nos obsequiaron con lo que soñábamos: un Congreso repartido que daba la oportunidad de practicar aquello de las coaliciones de minorías que tanto nos apetecía. Ya tenemos cuatro partidos grandes y unos cuantos pequeños para empezar a jugar con sus combinaciones y formar un gobierno de los que pensábamos que plasmaban mejor lo que es la democracia, soportando con resignación como música de fondo la cantinela anticonstitucional del PP, puesto que no existe en la Constitución ni en la Ley Electoral un llamado «partido ganador» como a ellos les gusta autotitularse –con la colaboración de TVE–, ni tienen derecho a llamar a las coaliciones que pueden formar gobierno «coalición de perdedores». Deberían ser castigados a escribir 100 veces si hay un ganador es el que puede formar gobierno y si hay un perdedor es el que no lo logra. Todo lo demás son jeremiadas y pataletas.

Pero… aparecieron las líneas rojas y con ellas la rigidez y la inmovilidad de los partidos. A mi parecer más que condiciones, esas líneas son trincheras en las que los partidos se refugian para no moverse ni un palmo de sus postulados iniciales o para conseguir objetivos no confesados. El más significativo es el caso de Podemos –me caían bien al principio, hasta que vi su condición de arribistas– que como han querido aliarse hasta con el diablo para conseguir unos buenos resultados, se ven obligados a establecer unas condiciones que no son negociables por ninguna de las partes. No hay que olvidar que la suma de PSOE y Podemos no bastaría y habría que añadir a la coalición partidos pequeños entre los que se encuentra precisamente alguno independentista.

De entrada, exigir para negociar que se permita el referéndum de los independentistas catalanes es como exigir que dimita Angela Merkel: no es algo que dependa de ningún partido concreto. La Constitución es taxativa y si bien tiene previsto en sus artículos 92 y 161 la realización de un referéndum para asuntos trascendentes, también menciona que este referéndum consultará a todos los españoles, no es por lo tanto de aplicación para lo que desean los independentistas, sin olvidar que todo está supeditado a los artículos 1 y 2 en donde con total claridad se establece que la Nación es indivisible. No se trata de que guste o no que esté establecido de esta manera, es que es así. Y no hay que escandalizarse, las constituciones de Francia, EE.UU., Alemania y muchos otros países no permiten la segregación de territorios.

Se requeriría por lo tanto una modificación de la Constitución para la que sería preciso el acuerdo del PP y por tanto es estúpido exigirle al PSOE lo que no está en su mano. Estúpido o malicioso como resulta ser la exigencia de algo que el otro no nos puede conceder porque no está a su alcance, salvo que simplemente lo que queramos sea exactamente eso, pedir la luna.

Para que la aceptación de sus exigencias quede definitivamente fuera de alcance, Podemos hace un juego de trileros y exige también constituir cuatro grupos parlamentarios en el Congreso, ¿y por qué no ocho o veinte? Cuantos más sean más dinero recibirán en subvenciones, más burla se hará de las leyes y su espíritu y más oportunidades de hacer del Congreso una jaula de grillos. Estos son los deseos de negociar de Podemos, que en este caso es piedra angular para formar una mayoría de izquierdas que permitiera formar gobierno.

La otra coalición que  propugna el PP, es esa que llama «gran coalición» y que es menos que una utopía por más que citen una y otra vez el ejemplo alemán. Olvidan algunas cosas: a) la experiencia alemana enseña que el partido más débil en el momento de la coalición tiende a desaparecer, porque sus votantes no ven que puedan satisfacer sus expectativas quienes se alían con el contrario; b) en la trastienda del CDU y el SPD no está el recuerdo de una guerra civil en la que uno luchó contra el otro y el heredero del ganador aún no ha denunciado y renunciado a su herencia.   

El único que parece desear nuevas elecciones es Podemos y a mi parecer a ellas vamos. Es un fracaso de eso que tanto nos ilusionaba, los gobiernos de coalición, y quizás repercuta en una subida en votos de los partidos de toda la vida, en especial del PP. Lo cierto es que tengo la desagradable sensación de que a los españoles lo que les gusta no es tanto la mayoría absoluta como la totalidad absoluta: eso que suele llamarse dictadura. Buena parte de los votantes del PP son precisamente nostálgicos de eso y muchos que no son del PP, también.

Cuando esta entrada ya estaba lista para ser publicada, se ha sabido del acuerdo del parlamento catalán para designar un presidente que no es Mas, algo que en realidad se veía venir, pues la independencia está por encima de todo. ¡Pobre Pedro Sánchez!, lo van a presionar al máximo para que acepte la gran coalición: si acepta lo van a crucificar y si no acepta, también.

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