06 febrero 2016

Lo de siempre

Cuando comencé el blog, yo imaginaba que iba a ser leído hasta con curiosidad por amigos y familiares principalmente, pero está claro que me equivoqué. Unas veces por pereza, otras por incompatibilidad ideológica, bastantes porque no es la lectura algo que atraiga, otras simplemente por rechazo, los lectores suelen ser desconocidos y no de círculos próximos. Tengo que reconocer que mi esposa no me lee y un familiar que era de los pocos que me reclamaron cuando decidí cerrar el blog, no entra desde junio. Piensa que echar un vistazo una vez cada diez meses y leer un par de artículos le otorga ya la categoría de lector fiel.

También he intentado lo que veo que hacen otros autores, insertar comentarios en las noticias de la prensa digital e incluir un enlace a la entrada de mi blog relacionada con el tema. Suele provocar una afluencia extraordinaria, pero ni un solo lector habitual, así que he renunciado porque me parece cansado trabajar tanto para intentar vender un producto por el que no se cobra y posiblemente de escasa calidad. Dice la RAE acerca de la palabra blog: Sitio web que incluye, a modo de diario personal de su autor o autores, contenidos de su interés, actualizados con frecuencia y a menudo comentados por los lectores. ¿A menudo?

Lo cierto es que de un lado el autor de un blog es recompensado porque evidentemente lo publica no por beneficiar a la humanidad con la riqueza de su conocimiento, sino porque le gusta escribir o casi yo diría –en mi caso– tararear textos. Por otra parte, la retribución que el lector puede dar al autor pocas veces se pone en práctica; hablo de los comentarios en los que, insisto, no sólo puede manifestarse el acuerdo sino también la disconformidad –a ser posible que no revista la forma de ataque implacable– y esto ya lo he dicho muchas veces, creo que hasta resulto cansino. Sin embargo, el resultado sigue siendo el mismo, sequía casi absoluta, lo que claramente no me incentiva a publicar y prefiero reservarme mis reflexiones en vez de lanzarlas a lo que asemeja ser el desierto de Gobi.

Algo no muy de extrañar teniendo en cuenta mi experiencia en YouTube. Hace unos cuatro años puse un vídeo de ballet con coreografía de Jerome Robbins, que yo había tomado de la televisión hace más de 30 años y que duraba tan solo unos 6 minutos. Hace un mes había alcanzado las 350.000 reproducciones, pero las marcas de «me gusta» no alcanzaban las quinientas y los comentarios eran pocos –unos 50– y en buena parte insertados por quienes tenían la osadía de opinar sobre una obra maestra sin tener ni idea de lo que decían, soltando solamente pamplinas, así que lo borré para no ofender la memoria del señor Robbins, ¿tan difícil era decir simplemente «[no] me ha gustado el ballet» o algo así? Parece ser que a ese número enorme le gustó el vídeo que vieron, pero estaban demasiado cansados como para dejar un comentario o pinchar en el icono correspondiente para mostrar su satisfacción. Por descontado, todos sabemos que si se alcanza ese número de visionados es porque ha sido recomendado boca a boca muchas veces, lo que evidencia que gustar, gustaba.

Por último, algo de lo que nunca he hablado: el título del blog y la frase-lema que lo acompaña, ¿cuántos se habrán detenido unos segundos a masticar el significado? El título es una renuncia a intentar hacer de este blog un elemento de documentación o de establecimiento de verdades absolutas, puesto que me parece que esas tres palabras ya dicen muy claramente que se trata de un punto de vista personal y que no hay que buscarle tres pies. No soy experto en casi nada y de lo único que entiendo un poco –la música– casi no coloco entradas, para no aburrir. En cuanto a la frase atribuida a Mark Twain, es una llamada de atención para que todos intentemos evitar el magnetismo del adoctrinamiento ciego que los medios de comunicación procuran y que por lo tanto no pertenezcamos de manera perenne a ese rebaño desorientado del que habla Chomsky. El deseo de pertenecer o no a ese rebaño es una decisión personal de cada uno, al menos en calidad de intento. No es fácil evadirse del rebaño, pero conozco a algunos que se encuentran muy confortables en él y por tanto no van a mover un dedo –o una neurona– para salir.

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