16 marzo 2016

¿Quién cuida y elabora el lenguaje?

En varias ocasiones y a raíz de mis críticas a la situación actual del castellano, me he visto obligado a discutir con más de un interlocutor perteneciente a ese abundante sector que sostiene que el lenguaje lo conforman los hablantes. Mi contestación es invariable: antes, en esa época en la que los medios de comunicación no existían o tenían un seguimiento mínimo, era cierto lo que mis oponentes discutidores sostienen. Ahora estoy convencido de que es de una falsedad total y yo diría que tan evidente que sólo quienes desean por encima de todo llevar la contraria pueden poner en duda mi afirmación.

Hace tiempo, las expresiones o palabras que iban apareciendo lo hacían obedeciendo a una necesidad no cubierta hasta entonces por los recursos lingüísticos disponibles y de manera misteriosa aparecía lo nuevo que poco a poco –teniendo en cuenta que un cántabro tenía entonces tanto contacto con un andaluz como ahora tenemos con las tribus del profundo Amazonas– se iba extendiendo hasta incrustarse en el idioma.

Ahora, unos aventureros del lenguaje –fundamentalmente supuestos periodistas– agarran cualquier expresión que sin entender mucho han leído en cualquier noticia de agencia o en una publicación extranjera, sabiendo que lanzándola en el momento oportuno y sobre una población mayoritariamente ignorante, se extenderá en días, arraigando profundamente, sobre todo si se filtra por las redes sociales. A ver, ¿alguien podría explicarme cómo es que existiendo con ese nombre desde hace muchísimo tiempo, no ha sido hasta hace relativamente pocos años que se ha impuesto en España la celebración y el nombre de Halloween?, ya trato sobre ello en una entrada de hace tres años, pero ¿quién fue el desaprensivo ignorante que tradujo lo de trick or treat por truco o trato, que no tiene nada que ver con el sentido original? Es más, me gustaría que alguien me explicara qué significado le supone a ese horrible truco o trato para reírme a gusto.

Hemos pasado unos días con un auténtico bombardeo de inducción al consumo compulsivo, mediante esas expresiones Black Friday y Cyber Monday, ¿tan horrible hubiera sido decir desde el primer momento viernes negro o ciber lunes? Cierto que con eso no se evitaba la importación de unas costumbres que nos son ajenas, pero al menos nos habríamos quitado de en medio un par de barbarismos, ¿han sido estos inventos aportados por los hablantes?

Estoy seguro de que a nadie que lea esto se le ha escapado la lectura en la prensa de esa gloriosa expresión: tener sexo. Es una desagradable y equívoca traducción directa del inglés have sex, que puede resultar magníficamente expresiva en su idioma original, pero en español es innecesaria y disparatada, puesto que más que mantener relaciones sexuales –o copular, o fornicar, si lo quieren más conciso–, lo que parece dar a entender exactamente es que poseemos órganos sexuales entre las piernas, ¿estamos de acuerdo en que todos tenemos sexo?, ¿de verdad que eso ha sido incorporado por los hablantes o se les ha introducido como se le introduce el relleno a los pavos antes de meterlos al horno?

Hay algo contra lo que lucho permanentemente, porque noto cómo la invasión es de tal gravedad que casi ha desaparecido la versión correcta. Hablo de esa desagradable sustitución del verbo oír por el verbo escuchar. He leído que fue un uso importado directamente desde Hispanoamérica donde el verbo oír ha sido eliminado casi totalmente del vocabulario porque el matiz que diferencia los dos verbos es excesivo para ciertas mentes. Cierto que hay millones de inmigrantes de ese origen que pueden haber influido en su implantación, pero como siempre, han sido los medios –televisión y prensa– los que han facilitado esa corrupción del idioma. La explicación es sencilla: para una mente escasamente cultivada, debe ser difícil percibir la diferencia entre los dos verbos y por eso admiten con toda naturalidad cosas como escuché un disparo, se escucharon unos truenos, escuché una explosión, etc. Si escuchar es «prestar atención a lo que se oye», ¿cómo nadie puede prestar atención a lo que no sabe que se va a producir? Me costaba creer que ese disparate fuera aceptado sin más reparo, pero lo cierto es que el otro día perdí un buen rato tratando de explicar inútilmente la diferencia entre oír y escuchar a dos jóvenes con estudios universitarios y a su padre, doctor en medicina, y los tres me miraban con la misma incomprensión que si les estuviera hablando de física cuántica. Y lo que es peor, mientras yo hablaba debían estar diciéndose para sus adentros que les daba lo mismo decirlo bien o mal.

Leí el otro día un párrafo de una escritora, que se quejaba de que hoy en día el conocimiento ha perdido todo prestigio, y por lo tanto, nadie se fija como objetivo saber más e incluso al que sabe se le tacha de pedante. De ahí al final de la cultura auténtica no hay ni un paso, porque no es culto el que sabe, sino el que está interesado en saber.

Mientras, la RAE acentúa su actitud de actuar como mero notario y si la gente dice almóndiga lo incluye sin más, como incluirá escusa (por excusa) atendiendo al número de hablantes que lo pronuncia y escribe de la primera forma, muchos más de lo que se piensa. Abundan las expresiones del tipo las miles de personas (¡por favor, es "los miles..."!), así que ya verán lo que tarda en aceptar «miles» como de género ambiguo, para legitimar esa aberración. Ya lo hizo con maratón, antípodas  y otros. 

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