20 marzo 2020

Un virus con corona (I)

Parece que fue ayer cuando más del 99% de los españoles no habíamos oído en nuestra vida la palabra coronavirus, pero de repente un día nos hablan de este bicho por la televisión y desde ese momento se transforma en algo tan familiar como la abuelita. Que si el coronavirus por aquí, que si el coronavirus por ahí... no se nos cae de la boca −dios nos libre− en todo el día. Yo, como soy republicano −en especial pensando en el emérito−, lo llamo simplemente virus.

Podría decirse que está todo dicho acerca del bicho y que intentar añadir algo es inútil, y es cierto, pero quedan las reflexiones que muchos se hacen y nadie se atreve a expresar en voz alta. Por ejemplo, ¿alguien se creyó que el estado de alarma solo duraría hasta fin de mes? Bueno, ni siquiera el gobierno tenía mucho interés en que nadie se tomara en serio ese plazo y enseguida hablaron de extenderlo.

Algo que me intriga: justificadamente las personas deben permanecer confinadas por razón de salud general y no hay excepciones. Perdón: sí que las hay; si usted tiene perro puede ir donde y cuando le dé la gana porque un perro no puede permanecer encerrado; como nosotros. Una persona, sea viejo o infante debe quedarse en casa y si se anquilosa o sufre dolor en las articulaciones, que se fastidie. Sinceramente, si esto que digo enfada al propietario de un perro lo que debe meditar es si es justo y lógico que un animalito pueda servir como pasaporte para saltarse las medidas sanitarias que se han estimado necesarias. No me extraña que haya anuncios de alquiler de perros, siendo como son una excusa legal para moverse libremente. Aunque ética y sanitariamente sea discutible.

No quiero ser pesimista porque no lo soy y la prueba es que pienso que yo podría sobrevivir, pero ¿se imaginan cuánto tiempo tendrá que transcurrir para poder decir eso de «yo he sobrevivido»? Lo peor es esa sospecha de que si en casa contraemos alguno de nosotros el virus, moriremos como perros. Bueno, como perros no, como ancianos. Ya quisiéramos tanta consideración como los perros.

Me da la sensación de que el quid de la cuestión es la duración de la epidemia, porque los chinos no parecen muy de fiar y aunque digan ahora que están fenomenales no hay que olvidar que también lo decían al principio de todo el asunto. Por cierto, que a nadie se le ocurra decir que se trata de un virus chino. Trump se ha atrevido, aunque ese tipo es tan tonto que resulta inmune a todo, pero les recuerdo que Mario Vargas Llosa dijo que se trataba de un virus chino y de momento han prohibido sus libros en China. Para que se entere de quién manda.

Es difícil prever la duración de la epidemia en Europa y yo, que suelo ir de vacaciones veraniegas en julio, no me atrevo a planificar nada, porque ¿quién sabe? De momento parece que no hay quien le quite una duración mínima de un trimestre, pero ¿estamos seguros de que no durará seis meses o un año?, es más, ¿estamos seguros de que no se instalará permanentemente entre nosotros, como el dengue o la fiebre amarilla en Sudamérica? No se debe ser pesimista, pero tampoco rebosar optimismo, porque si las cosas no suceden como se esperaba, puede haber un derrumbe emocional generalizado.

De una cosa podemos estar seguros: las cosas no volverán a ser como fueron.

No hay comentarios: