24 marzo 2020

Un virus con corona (II)

Chinos saltando de alegría
«El confinamiento», como se le llama ahora, va a ser largo. Me cuesta despachar el asunto con solo una entrada, así que aquí va una segunda parte porque me quedé con cosas por decir, y ojalá que no haya más.

La mayor parte de lo que diga, si no todo, van a ser quejas y me parece de lo más normal, porque la situación no merece menos. Lo primero los chinos. No hace muchos años, no sabría decir cuántos, ya nos trajeron una epidemia que, según dijeron, se produjo por comer allí lo que no debían; ahora causan una segunda epidemia mucho más grave que va a acabar con bastantes habitantes del resto del mundo −los chinos que se las arreglen− y lo que es casi peor, con la economía de muchos países como el nuestro; no sé si acabarán con otras economías, pero seguro que las van a dejar muy tocadas. Eso sí, nos mandan no sé cuántos cientos de miles de mascarillas donadas por su gobierno y muchas más pagadas en efectivo por el nuestro −unos 500 millones de euros, de momento−, porque por aquello de que no hay mal que por bien no venga, el bendito virus va a servir para apuntalar su propia economía y su industria sanitaria. Algo sospechoso.

No quiero extenderme excesivamente sobre los chinos, pero no contentos con producir la ruina mundial, ahora fingen que los causantes del desastre no han sido ellos por comer murciélagos, pangolines o vaya usted a saber qué cochinada, y aprovechan la ocasión para culpar a los americanos, como si estos no tuvieran bastante con lo que sí que hacen. Al mismo tiempo y según he podido ver hoy en los telediarios, se están dedicando a modificar los titulares en sus hemerotecas −donde se habla del virus de Wuhan− para sustituirlo por «el gran virus» o nombres semejantes. ¿De qué me suena esto?

Me preocupa la situación de los mayores, entre otros motivos porque yo soy uno de ellos. Sigo asombrado de que se pueda salir a pasear al perro cuanto y cuando se quiera, aunque ya se sabe que los perros son sagrados y no se les puede obligar a hacer caquita en un cajón o en la bañera. Los niños, encerrados en casa. Los viejos no importan tanto y se les puede retirar el respirador para ponérselo a uno más joven −ha podido verse en la televisión−; si se mueren, allá ellos, por vulnerables. Se puede sacrificar a un mayor; a un animalito no, por dios.

Los incumplidores del confinamiento siguen siendo legión, bien disimuladamente mediante el uso excesivo del perro o simplemente perteneciendo a la "etnia". En Sevilla se ha detenido un coche con ocho ocupantes −un vetusto Citröen Xsara− que ni siquiera tenía la ITV pasada y por no tener no tenía ni faros. También han tenido que mandar a la UME a las Tres Mil Viviendas −con mayoría de habitantes de la etnia− porque no les daba la gana de acatar el confinamiento.

Querría hacer una referencia a esos grandes comunicadores a los que entusiasma montar un escándalo en su terraza a las 8 de la tarde, nada de unos simples aplausos. También una maldición a los que abusan de la cancioncilla «Resistiré». Hace muchos años, conseguí no tener que escucharla entera, porque me parecía penosa; estoy en mi derecho. Ahora, con el virus no hay derecho que valga: usted puede desgañitarse cantando la melodía, interpretarla con un instrumento musical desde su terraza o simplemente ponerla al público mediante unos altavoces. No se considera ataque a la tranquilidad ciudadana, sino un arrebato de empatía y solidaridad.

Una enfermera pedía en el periódico que, por favor, a las 8 de la tarde solo dieran unos aplausos sin más ruidos adicionales, porque despertaban a quienes tenían que dormir a esa hora. Una desagradecida más. A esa misma hora, un vecino de la casa de enfrente estuvo 6 minutos soplando una vuvuzela. Creo recordar que la selección española de fútbol ganó hace unos años la copa del mundo y estoy seguro de que fue porque el equipo español era el único acostumbrado al ruido infernal y eso le dio ventaja frente a sus contrincantes, que estaban aturdidos.

Un dato positivo: gracias a los que, poniendo en peligro su propia seguridad, están matándose a trabajar en centros sanitarios o en puestos imprescindibles para la ciudadanía. 

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