30 noviembre 2020

Veraneo con descubrimiento

Reconozco que no soy muy original: desde hace muchos años cuando llega el verano alquilo un apartamento en una población playera, en el que paso un mes entero de veraneo con tan solo la nota negativa del ruido −con frecuencia insoportable− de los vecinos de arriba, pero es que ya saben que una característica fundamental de buena parte de los españoles es comportarse como patanes sin la menor consideración hacia quienes les rodean.

Este apartamento es un lugar agradable hasta cierto punto, teniendo en cuenta que esos ochenta y tantos millones de visitantes que nos llegan (llegaban), más los viajeros nacionales, ponen perdidas las costas y poblaciones que hasta hace 50 años eran bonitas y tranquilas. Dicen las malas lenguas que somos un país de camareros, pero eso no sería posible si en España cada vez que surge eso que llaman emprendedor no se aplicara de inmediato a instalar un chiringuito, un bar, un restaurante... en definitiva esos establecimientos que precisan de camareros, lo que propicia que tantos nacionales se dediquen a ello. Requiere esfuerzo, pero no hay que estudiar ni pensar mucho para ejercer esa profesión. Por eso y pese a que no le deseo mal a casi nadie, me alegro infinito de la catástrofe de este año por causa del covid-19, a ver si tanta gente que se ha quedado sin trabajo agudiza su ingenio y se busca la vida de una manera menos acomodaticia y más creativa.

No sé si se han fijado que en las películas americanas cada vez que alguien se queda sin trabajo termina trabajando como camarera si es mujer y como taxista si es hombre. En España lo de taxista no vale porque ya se preocupan los profesionales de que no sea fácil dedicarse a eso, así que aquí ambos sexos van de cabeza a la hostelería. Ya saben ese chiste en que están juntos un ingeniero inglés, un ingeniero francés, un ingeniero alemán y otro ingeniero español, y va el español y les dice: ¿qué desean los señores? (admito que es un chiste totalmente retro, ahora todo el mundo tutea).

Decía que cada verano alquilaba un apartamento en el que pasar los calores durante un mes, pero este año ha sido diferente. No me apetecía el apartamento y la convivencia obligada en las zonas comunes con tantos, ahora que la situación es al menos amenazante −más de lo que muchos se imaginan−, de manera que me busqué unos de esos hoteles casi todo incluido con piscina y playa «a pie» de habitación, que dirían los eruditos.

Desayunar y cenar en el comedor del hotel me hizo descubrir cómo los "papis y mamis" actuales están preparando a los imbéciles de mañana. Por lo pronto dejando que los llamen "papis y mamis" (¿dónde quedó lo de papá y mamá?) y después a cada niño pequeño le ponían delante de su plato de comida un móvil −a veces una tableta− en posición tal que permitiese ver la pantalla horizontal en la que normalmente se reproducían dibujos animados (ganaba por goleada Bob Esponja): todo es poco para satisfacer al rey de la casa.

Me llenó de estupor la irresponsabilidad de esos papis y mamis que no se daban cuenta de que estaban iniciando la preparación de su hijito como un futuro zoquete de esos que padecen adicción grave al móvil y que pueden sufrir severas alteraciones de comportamiento si les separan de sus smartphones.

Realmente hablar por hablar, ¿quién tiene hoy en día interés en que su hijo no sea un cretino? Lo que todo el mundo busca para su descendencia es que no sean eso que modernamente se llaman losers (perdedores, en cristiano); quieren triunfadores, no importa cuántos cuellos haya que pisar ni la carencias de educación en modales y cultura de ese hijo. Así entre todos lograremos una humanidad aún más despreciable y sin fisuras. Como debe ser.

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