14 diciembre 2020

Templanza, concordia y opiniones políticas

Antes de que falleciera el dictador, acompañé a unos familiares a visitar a unos amigos de ellos que residían en una ciudad cercana. Yo era entonces un jovencito con algunas ideas políticas, algunos sentimientos políticos y escasa prudencia en lo referente a ese asunto.

En casa de estos señores merendamos un café con pastas y no sé cómo llegamos a un punto que me hizo exclamar −inocente de mí− ¡pero es que en España no tenemos democracia! Nunca hubiera dicho tal cosa, porque el dueño de la casa −para mí un anciano y ahora que lo pienso debería tener poco más de 60 años− se levantó muy agitado al tiempo que sufría un temblor enorme en todo su cuerpo, desde su escasa cabellera hasta sus piernas y me gritó: ¡Ni falta que nos hace!, ¡si Franco me pide que me baje los pantalones lo hago donde él me diga! Pura elegancia.

Me quedé aterrorizado y temblón del susto, porque aquel hombre parecía que iba a ser víctima de un ataque epiléptico, un infarto o cualquier otra lindeza; también porque ya preveía la que me iba a caer encima más tarde de parte de mis familiares −fachas sin remedio− al salir de allí o llegar a casa. Lo intentaron, pero cometieron el error de contarme que el de la bajada de pantalones era el que tenía la contrata de la confección de los uniformes de la Guardia Civil en la zona. Entonces lo entendí mucho mejor.

Nacemos casi-casi condicionados para ser una u otra cosa, quizás por conveniencia económica, puede que por influencia de nuestro entorno (familia, educación, amigos), bien como reacción de signo contrario a todos esos factores. Sea como sea, lo que nos debería preocupar es usar la razón y no hacer nunca de nuestra postura política un motivo de enfrentamiento serio o de forofismo como lo somos con el fútbol.

En general los españoles somos escasamente proclives a admitir los errores de los de nuestro bando y disfrutamos de una visión que envidiaría Superman para detectar los errores de los contrarios. Acabo de leer en el periódico a unos que piden que el Tribunal Supremo juzgue al gobierno actual por los errores cometidos durante la pandemia. Ya lo sé, tiene que haber de todo... Por supuesto, no son más que sueños húmedos de algunos que desearían quitarse a este gobierno de encima y subir a los altares a Casado o Abascal... para que lo hicieran probablemente peor y, dada la experiencia que tenemos, además sisaran. 

Olvidamos que nadie va a gobernar exactamente como nos gustaría, entre otras cosas porque un gobierno es la suma de voluntades dispares y la realidad circundante es la suma de millones de voluntades dispares y muchas veces también disparatadas. Esa es la causa de que, por ejemplo, no paremos de oír a pertenecientes a un gremio (actores, hosteleros, toreros, peluqueros, etc.) afirmar que han sido olvidados y frecuentemente son los mismos que reclaman una bajada de impuestos. ¿Han oído hablar del milagro de la multiplicación de los panes y peces?: pues bien, en el mejor de los casos fue un milagro que nadie puede repetir −en el peor un cuento− y lo más parecido es ese Fondo de Recuperación prometido por la UE que ahora amenaza con no llegar o tardar muchos meses o años, ¿esos que reclaman subvenciones están dispuestos a esperar tanto?  

Generalmente se habla con reverencia de lo bien que ha llevado el gobierno de Nueva Zelanda lo del covid-19, con apenas contagiados entre ellos. Supongo que el hecho de que según la OMT ese país haya recibido casi dos millones de turistas en 2019 (la mayoría australianos) y España más de 81 millones (la mayoría europeos), no tiene ninguna importancia ni varía la apreciación. Lo más desquiciante es que la presidenta de Nueva Zelanda ha declarado que considera a Pedro Sánchez y a la primera ministra de Dinamarca −por este orden− los mejores líderes mundiales, con lo que ha cortado en seco las alabanzas hacia ella desde la derecha. Lo que importa a algunos es sobrevalorar lo ajeno y menospreciar lo propio, sobre todo porque este gobierno es social-comunista-bildu-etarra-bolivariano-masónico, afirman.

El gobierno trata de paliar tantas dificultades y en el camino quedan errores lamentables, a veces inevitables, a veces imputables al hecho singular −en España− de que se trata de un gobierno de coalición en el que los "coaligados" son unos tuercebotas. Creo que yo sufro con esos −a mi juicio− errores más que quien desde el primer minuto se puso en contra y decidió que Pedro Sánchez era su enemigo personal, alguien pagado por la masonería internacional.

¿Alguien cree que me deja indiferente el que la esposa o compañera del vicepresidente segundo sea ministra porque sí?, ¿que incluso algún alto funcionario fuera a dar la bienvenida al barco Aquarius y ahora no sepan qué hacer con la invasión de pateras?, ¿alguien imagina que me parece normal que quien acompañe al rey en su viaje a Bolivia parezca un vagabundo con moño?, ¿que la portavoz del gobierno tenga un habla que Marujita Díaz consideraría vulgar?, ¿que Pablo Iglesias haga constantemente propuestas que van en contra del sentir de la mayoría?, ¿que se haga una nueva ley de Educación, probablemente correcta, pero muerta desde su inicio porque no ha sido consensuada con nadie?, ¿que la ministra de Transición Ecológica afirme irreflexivamente que los vehículos diésel tienen los días contados, tirando abajo el mercado de ese tipo de vehículo?, etc. etc.

Más templanza y un poco de seriedad. Del gobierno y de todos.

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