29 diciembre 2020

Cómo dejar de votar socialista

Voy a escribir algo que quizás me dejará enfrentado a todo el que me lea, porque resulta que fastidio a unos y otros y lo peor es que también quedo bastante irritado conmigo mismo. Mejor será empezar por el principio. Lo que sí quiero dejar claro es que no se trata de un manual para hacerse de derechas, ni mucho menos. La derecha puede ser cerril o quizás no, pero siempre puede contar con mi rechazo.

Cuando murió el dictador −en la cama como todos saben− yo todavía no peinaba canas e incluso me faltaba bastante tiempo para ello, pero ya había estado siguiendo las aventuras de un tal Felipe González que aparecía en revistas políticas de entonces como Tiempo, Cambio16 o Cuadernos para el Diálogo. Siempre con su chaqueta de pana o con una cazadora, aparecía sin ser mencionado como secretario general del Psoe (r), sino como integrante de lo que por lo bajini se denominaba oposición al régimen. Incluso era llamado a veces Isidoro, que era su nombre de guerra en la clandestinidad. De clandestinidad poca, ya que para entonces el régimen había aflojado las riendas y permitía cierta relajación y porque quienes movían los hilos miraban a un lado y veían al dictador en estado premoribundo y al otro lado presentían que estaban los que iban a mandar en un futuro cercano y con quienes no convenía indisponerse por aquello del vaya usted a saber.

Le solían acompañar −solo en las fotos− los que se vislumbraban personajes del futuro político como José María Gil Robles y Joaquín Ruiz Giménez, Ramón Tamames, Enrique Tierno Galván y otros de cuyos nombres no consigo acordarme porque políticamente fueron flor de un día (o dos). Santiago Carrillo, el más importante de todos, no se mencionaba mucho porque era nada menos que comunista y esa palabra producía todavía en los españoles olor a azufre.  

Para que no faltara de nada teníamos hasta dos psoes diferentes: el Psoe-h (histórico) dirigido por Rodolfo Llopis y el Psoe-r (renovado) que tenía como líder al tal Felipe, sospecho que ninguno de los dos con una presencia real en el escenario político ni con una militancia que fuera más allá del grupo de amiguetes, porque el único partido con existencia real era el PCE. Afortunadamente y tras duras negociaciones aquellas dos versiones se unieron en una y ahí quedó de jefe Felipe. El PSP de Tierno Galván tuvo una vida efímera y pereció ahogado por las deudas.

En las primeras elecciones de 1977 me tocó formar parte de una mesa y asistí por lo tanto a una experiencia que hasta entonces nos parecía propia de la pura fantasía. Incluso me leí lo dispuesto por la ley electoral y expulsé a dos policías −que alucinaban− de la sala de votación porque portaban armas, impedí que un marido impertinente entrara en la cabina de voto junto con su esposa y al terminar todo quemamos los votos en el patio del colegio como entonces disponía le ley electoral. En elecciones posteriores actué dos veces como apoderado por el PSOE.

Lo cierto es que elección tras elección he ido votando al PSOE salvo en dos o tres ocasiones en que cabreado con el partido por lo que yo consideraba comportamiento político  inadecuado, di mi voto a Izquierda Unida o algún otro partido de izquierdas de esos que ya desaparecieron. Me di cuenta ya entonces de que Felipe González no era y nunca había sido socialista, tan solo antifranquista y sobre todo felipista. Muchos achacan la falta de seriedad de Felipe González a su origen andaluz. No tanto, ¿es que no saben que su padre, de quien heredó maneras, era santanderino?

He mantenido una relación difícil con el socialismo, aunque −quede claro− si no me abstengo, algo que de momento rechazo, mi voto irá para la izquierda. Y es precisamente esa izquierda la que me produce acidez estomacal día tras día, esa otra "izquierda" que ahora recibe el nombre de Podemos. Son los sans culottes actuales, y más falsos, desideologizados y vulgares que ellos. Son quienes se propusieron tocar poder rápidamente y lo consiguieron mediante artimañas.

Me costó entender la coalición con los de Pablo Iglesias, aunque yo mismo me repetí una y otra vez que tras resultar el PSOE el partido más votado en las elecciones aunque sin mayoría, Pedro Sánchez, visto el bloqueo a que era sometido por todos, sin olvidar la "espantá" de Rivera, solo tenía dos opciones: la coalición con Pablo Iglesias (y esposa) o llamar a Pablo Casado y cederle los trastos de mandar. Y se acabaría el PSOE para siempre. Entiendo el agobio de Pedro Sánchez, aunque me agradaría verle con ojeras por no poder dormir.

Si me preguntaran qué partido y comportamiento detesto más, me costaría decidir si es el PP, Vox o Podemos. Los de este último simbolizan lo que más aborrezco: arribismo, oportunismo, deslealtad hacia su país, feminismo radical, nepotismo y aspecto personal poco presentable o higiénico. Estoy en contra de la práctica totalidad de las leyes que proponen y hacen que se tambalee mi lealtad al socialismo. No sé en qué quedará este aborrecimiento, porque desde luego no caminaré de la mano de Podemos.

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