17 marzo 2021

Querulancia

He descubierto hace unos meses un término usado en psicología y que según el diccionario significa «Reacción hostil y reivindicativa de sujetos que se creen lesionados y consideran que el perjuicio que se le causa ha sido subestimado». Por descontado, existe la palabra «querulante» que es el que tiene este padecimiento o, lo que es lo mismo, el «querellante patológico».

Que nadie se asombre por la aparición de una nueva palabra. Constantemente aparecen y se usan profusamente nuevos vocablos −escasamente lícitos y muchas veces mal construidos− generalmente de origen extranjero. Por ejemplo, nadie reclama por la presencia casi diaria de tsunami hasta el punto de que ha sido incluido en el diccionario de la RAE y lo curioso es que casi nadie sabe diferenciar entre esto y lo que usábamos toda la vida, eso de maremoto que viene a significar casi lo mismo o, mejor dicho, lo de tsunami es de significado más reducido, puesto que no es más que una consecuencia frecuente de los maremotos a lo que antes siempre llamábamos ola gigante, pero lo cierto es que la palabra maremoto ha desaparecido. Es como si rastreamos una palabra nueva para referirnos a las grandes grietas que se abren en el suelo como consecuencia de un terremoto, ¿vamos a buscar una palabra para cada consecuencia de un seísmo?

¿Cuántas veces han oído o leído últimamente la palabra runners?, si miran en el diccionario de inglés verán que su significado es corredores. ¿Y lo de riders para referirnos a esos esclavos modernos que montan en bicicleta yendo de un lado a otro llevando una caja en la espalda donde almacenan nuestro encargo de un restaurante o lo que proceda?; por cierto que significa jinetes, entonces, ¿qué necesidad hay de acudir a un vocablo inglés? Pues que hay que ser o parecer modernos, porque la modernidad mola.

Sabemos que vivimos en un valle de lágrimas −llamémoslo así− y recibimos a diario pruebas de que esto es real sin ninguna duda, de manera que solo nos quedan dos opciones: 1) tomarnos las cosas como si no fueran con nosotros, aunque eso suponga con frecuencia renunciar a la propia dignidad o a nuestros derechos, o 2) desenvainar la espada y tratar de evitar que esos desaprensivos se burlen de nosotros hasta causarnos daño o perjuicio. Adoptar una u otra postura está condicionado por nuestro carácter, por nuestra autoestima.

Apenas oí eso de querulancia me apliqué esta dolencia o, mejor dicho, entendí que muchos otros estarían entusiasmados de aplicarme este calificativo. Porque la verdad es que me cuesta quedarme callado cuando observo o sufro algún atropello, porque está generalizado; los atropellos son constantes y numerosos, aunque haya sufridos que ni se den cuenta o consideren de rojo peligroso rebelarse contra ese abuso. Lo de rojo no es broma, conocía a alguien que pensaba así de los que reclamaban.

Con esa excusa que vale para todo, hablo de la globalización, parece que se ha abierto la veda del ciudadano y por lo tanto se acabó el trato más o menos individualizado, ahora somos solo un espécimen más o menos humano. Recuerdo lo que me ocurrió hace ya bastantes años, que es muy significativo. Resulta que tras un viaje a EE.UU. traje de allí un teléfono de sobremesa que era −entonces− una maravilla nunca vista, así que tiré el trasto con el que me apañaba hasta entonces y coloqué el prodigio tecnológico en mi mesa. Yo entonces era usuario frecuente de la "llamada en espera" y por lo tanto de la tecla "R" que regula el paso a uno u otro llamante, pero resultaba que la tecla no funcionaba, así que llamé a Telefónica (entonces era mi operadora) y le conté mi problema. Me pasaron con un técnico al que relaté mis penas y de inmediato me tranquilizó diciendo «no se preocupe, la tecla R es una puesta a tierra y simplemente en EE.UU. esa puesta a tierra tiene una duración de fracción de segundo diferente que en Europa, pero ahora mismo ajusto su línea para ese aparato». Así debió hacerlo y de inmediato mi tecla funcionaba como dios manda. Era una persona que sabía lo que hacía y quería hacerlo.

Transcurridos cinco o seis años la tecla dejó de funcionar de nuevo, así que llamé a Telefónica muy ufano porque hacía poco que esa compañía había estrenado lo que llamaban "atención personalizada". Muy "personalmente" me informaron de que ya no se andaban con pamplinas y que más me valía cambiar de aparato telefónico. Punto final.

De manera que, si ya no lo consideran así, cuando una compañía de servicios le hable de su "atención personalizada" ya sabe que no le van a hacer ni pajolero caso, porque esa expresión se refiere en cualquier caso al tiempo que media entre la compra del artículo o la toma de contacto con la compañía y el pago del objeto o la firma del contrato; después de ese momento olvídese de atención de cualquier clase. Eso sí, le tutearán en señal de cercanía y afecto extremo.

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