01 abril 2021

El estrecho de Gibraltar y otros delitos

Ahora que está tan de moda arrojarnos unos a otros acusaciones sobre comportamiento social, quizás no esté de más repasar un poco qué entendemos por alguna de ellas, si son justas estas acusaciones y qué buscamos al lanzarlas.

La acusación de racismo combinada con la de xenofobia es de las más completas, porque hay infinidad de factores que pueden combinarse en esa actitud. El principal es la inmigración descontrolada, que indigna y ofende a muchos porque cuesta entender cómo se puede ser favorable a la recogida en el Mediterráneo de todo tipo de embarcaciones llenas de africanos −y algunos que son de más allá− que simplemente están convencidos de que la vida en Europa es puro lujo y sin más pensárselo recogen todo el dinero que puede facilitarle su familia y se embarcan en esa aventura, la mayoría de las veces sin ninguna preparación ni oficio e incluso desconociendo todo sobre el idioma español, portando frecuentemente enfermedades, violencia y produciendo gastos que pagamos otros. 

Esos que vienen son los verdaderos racistas, porque no dudan en abandonar el país en que nacieron, despreciándolo por tanto, sin más miramiento y sin ni siquiera plantearse hacer algo allí que mejore la situación que tanto les molesta. No sé si son los mejores como afirmaba la bienintencionada y desquiciada Manuela Carmena, pero la obligación de esos buenos mozos sería no arruinar a su familia y quedarse allí trabajando para que su país llegue a ser realmente un país y no un erial del que han huido "los mejores".

En España nadie se considera racista y en general casi no existe el racismo, pero es tópica la pregunta a quienes se consideran libres de ese prejuicio "¿no te importaría que tu hija se casara con un negro?". Ahí la cosa se complica porque seguramente, entre los que tienen hijas, el 99% contestará −o pensará solo− que no le causaría excesivo entusiasmo, por decirlo de una manera suave. Lo que tiene más gracia es que a nadie se le ocurre que exista racismo en sentido contrario: son muchos los negros que no quieren trato cercano con los blancos, que por cierto es como nos llaman ellos a nosotros. Sin embargo lo primero que hace un negro que se enriquece, en África o en América, es emparejarse con una blanca, rubia a ser posible, ¿no es eso racismo?

Cuando hace décadas se acordó crear una comisión internacional para estudiar la construcción de un túnel o puente que cruzara el estrecho de Gibraltar me pareció una idea estupenda. Ahora, los acontecimientos de los últimos años me hacen desear que las placas tectónicas entre Europa y África aceleren su suave desplazamiento y que ese estrecho aumente hasta alcanzar cien kilómetros más. Hablaríamos del canal o ancho de Gibraltar y probablemente disminuirían las fuertes corrientes marinas actuales, el atroz viento de levante que de vez en cuando azota aquellas costas de Cádiz, los daños a los mamíferos marinos y seguramente la facilidad para meterse en una embarcación, incluso de juguete, para probar la aventura europea.

Otra acusación frecuente es la de homófobo o, todavía más moderno y completo, tránsfobo. Hasta 2014 el diccionario de la RAE definía homofobia como «Aversión obsesiva hacia las personas homosexuales.». Hubo alguna intervención desde vaya usted a saber dónde y lo cambiaron a «Aversión hacia la homosexualidad o las personas homosexuales». Es decir, en 2014 usted tenía todo el derecho a odiar los callos a la madrileña y no estaba obligado a sentir simpatía alguna hacia la homosexualidad. Con no pedir ese plato en un bar o restaurante y no obsesionarse con los homosexuales todo iba bien. Pero eliminaron lo de "obsesiva" y lo redondearon incluyendo tanto a las personas como el concepto, de manera que ahora si usted siente lo mismo que antes, sin moverse de su sofá, está cometiendo un delito de discriminación y actitud antisocial; un delito de odio. No me gustan las imposiciones sobre el pensamiento, así que me he vuelto un poco más radical acerca de los callos a la madrileña.

Por suerte o desgracia quienes me han rodeado desde niño han sido mayoritariamente mujeres, lo que me ha ayudado a entenderlas, apreciarlas, defenderlas y hasta amarlas. Pero llegó el feminismo militante agresivo de esas que se empeñan en circular «de noche, solas y borrachas» y dispuso que las mujeres deberían estar necesariamente en todas partes en puestos de relevancia (aunque haya que meterlas con calzador) y al tiempo detestar a los hombres. Ahora las mujeres dirigen muchísimas películas, escriben la mayoría de los libros que se publican, se nos dice que han inventado casi todo y son mayoría notable en el consejo de ministros, lo que no impide que muchas otras alcancen notoriedad acompañando a futbolistas como WAG (wifes and girlfriends) o lleguen a ministra porque "su chico" en el gobierno lo exigió así.  

Aparte la definición de ministro que contiene el diccionario, puramente gramatical, un ministro debe ser alguien con la adecuada formación previa, interesado en el bienestar y mejora de los ciudadanos, no el que aproveche su lugar de privilegio para imponer sus propios criterios a todos por encima de todo.

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