05 mayo 2021

La música y los españoles

A ver cómo lo digo sin que provoque demasiado enfado (aunque hay cosas que no se pueden camuflar): los españoles tenemos una fibra musical penosa y es más que probable que haya sido así desde hace muchos siglos. Falla, Serrat y algún otro son solo milagros en un páramo.

No sé si alguna vez se han parado a pensar en ello, pero me parece significativo que mientras durante los últimos siglos en Europa los compositores se daban codazos para tener alguna oportunidad de hacerse famosos, en España el silencio era casi clamoroso. Aquí estábamos más por lo de fundar órdenes religiosas o producir pensadores que, por cierto, no se han hecho un hueco demasiado notable en Europa o el resto del mundo.

Mejor dejar lo pasado, porque en defensa de los españoles hay que decir que, aunque hayamos sido un poderoso imperio «en el que no se ponía el sol», los españoles pasábamos un hambre de solemnidad y los más dignos hacían aquello de echarse migas en la barba para aparentar que estaban más que saciados.

Quizás debería limitarme a la época que he vivido personalmente y a lo que he ido viendo −y oyendo− pasar, aunque admito que en los últimos tiempos no le presto demasiada atención. En realidad, ninguna atención, porque no sé si se han fijado, pero lo único que los jóvenes y no tan jóvenes escuchan ahora es ese espanto llamado reguetón, todo un emblema del nivel cultural de esa juventud. Podemos consolarnos sabiendo que en el exterior no andan mucho mejor. Bueno, algo sí.

Debo admitir que, según mis padres, lo primero que se me oyó cantar a eso de los dos o tres añitos fue una canción del repertorio de Antonio Machín, concretamente la titulada "A las doce en punto», que por cierto tengo en mi ordenador en una versión más moderna del mismo cantante. No puedo evitar ponerme tierno cuando la escucho, aunque no sea absolutamente de mi estilo preferido, pero considerándolo desde un punto de vista objetivo, la canción es buena y respondía a lo que la gente demandaba entonces. La gente que tenía radiogramola, es decir, unas decenas.

Eran pocos los intérpretes de aquellos tiempos porque la música no era todavía un producto de consumo −tenían que llegar los años 60− y a bote pronto recuerdo que tenían éxito, aparte de Antonio Machín, también Ana María González, José Guardiola y Bonet de San Pedro. Años más tarde triunfó El Dúo Dinámico, bastante chirriante, y grupos e intérpretes que nos venían desde la América hispana como Los Cinco Latinos, por cierto que con bastante más calidad que los nativos. 
 
Más tarde surgieron aquí dos cantantes en solitario que todavía perduran: Raphael y algo después Julio Iglesias. Del primero solo diré que siento escalofríos cuando me veo obligado a oírlo −y no es de placer− y el segundo fue calificado de "Frank Sinatra latino", lo que muestra a las claras que la mayoría ignora que el Sinatra original es hijo y nieto de italianos y que comparar a ambos debería estar castigado por el Código Penal. 

Hubo un aluvión de cantautores y grupos haciendo lo que podían, que ciertamente era bien poco por lo general. Creo recordar que solo consiguieron meterse en las listas de los países guiris el "Black is black" de Los Bravos (con un cantante alemán) y la canción "Eres tú" de Mocedades. Por lo demás, la calidad del producto nacional no permitía llegar más allá. 
 
La modernidad nos vino de la mano de grupos que desconocían lo que era la armonía y el verso en las letras, que contaban con grandes éxitos como "Camino Soria" de Gabinete Caligari o "Ayatola no me toques la pirola", de Siniestro Total, un conjunto totalmente siniestro, pero no el único.  

Hemos sido siempre un pueblo hambriento e ignorante, de manera que tampoco cabía esperar milagros a la hora de elegir un cancionero. Y el caso es que el folclore en toda España suele ser rico, pese a que la instrumentación a nuestro alcance no era muy variada: de la mitad de la península para arriba dominaba el tambor y de la mitad para abajo la guitarra que, por fortuna, se presta a una mejor armonización.  

*Como pueden surgir dudas acerca de la ilustración de más arriba, aclararé que el hombre no es el hermano cabreado de Sitting Bull y que ambos son imágenes del folclore maragato. Lo que ella sostiene no es un bocadillo gigante, sino un pandero o algo así. Por cierto, buen cocido. Y que nadie se pregunte de dónde sacaron los gauchos de Argentina y Brasil su pintoresca vestimenta.

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