12 mayo 2021

¡Papá, no corras!

Llegó a ser una campaña en los medios de hace muchos años, como muchas otras que recomendaban practicar un deporte, leer un libro, viajar en tren o recordarnos que "España es diferente", y recuerdo que eran multitud los que llevaban una pieza alargada, por lo general de "símil-piel", pegada por el salpicadero del coche y que contenía fotos de los rostros más queridos  (supuestamente) por el conductor. Ahí se asomaban por descontado la esposa, los hijos y a veces la madre y hasta la suegra del propietario del vehículo y arriba o debajo de todas esas fotos el lema o recomendación "Papá, no corras". No lo conocí con la misma recomendación a la "mamá" porque supongo que las madres conducían menos y cuando lo hacían no eran tan alocadas como para correr, ya se sabe que las mujeres son muy prudentes.

Con frecuencia, esas fotos estaban acompañadas en sus proximidades de un medallón en bajorrelieve en el que podía verse a San Cristóbal con un niño en el hombro −posiblemente el niño Jesús−, porque este caballero era la presencia del santoral, por aquello de que era −decían− el patrón de los automovilistas, posiblemente asignado en su momento en el río Jordán o sus proximidades. Años más tarde, se corrió la voz de que eso era falso y que el tal San Cristóbal no era santo y que por no ser, ni siquiera había existido. Un duro golpe a los conductores.  

Hablamos de tiempos en que el ABS o los cinturones de seguridad y no digamos el airbag eran todavía desconocidos y el único medio de seguridad pasiva era el pie derecho y su capacidad de pisar el freno.

Hoy vivimos tiempos descreídos y nadie se acuerda del santoral ni de la familia, pero muchos tenemos in mente a la del director de la DGT, al que parece que se le ha ocurrido la brillante idea de que los coches que no circulan atropellan mucho menos y consecuentemente ha limitado la velocidad máxima en población a 20, 30 o ¡la locura! 50 km/h, dependiendo del tipo de vía. Se habla de que la mayoría pertenecen a la franja de los 30 km/h.

Se habla también de que a tales velocidades, habrá que llevar el vehículo en 2ª u otra marcha corta y como consecuencia inmediata la caja de cambios sufrirá más de lo ordinario, multiplicándose las averías, y por descontado aumentando enormemente el consumo y por tanto la contaminación que se trata −trataba− de evitar. ¿Han intentado ir alguna vez por una calle a 30 km/h? Les recomiendo que prueben y comprueben que es casi imposible y que el miedo a que alguno que venga detrás nos pase por encima es irreprimible. Ahora, cuando la policía municipal tenga ganas de recaudar, les basta con ir a alguna calle cercana y empezar la caza. Ya lo de 20 km/h es indescriptible.

No acaba de entenderse las medidas por disminuir los atropellos en población, siendo una cifra que apenas supera los 150 fallecidos en España al año y, por ejemplo, menos de 20 en Madrid. Sorprende porque casi la totalidad son por irrupción repentina en la calzada o por cruzar imprudentemente vías imposibles de cruzar, como la Castellana o la M-30, quizás lo único que se consiga es el abandono total por parte de los peatones de los pasos señalizados, para cruzar por donde les dé la gana (que diría Ayuso) haciendo uso de su libertad.

Es una realidad innegable que a menor velocidad menor daño, pero ¿justifica el número de fallecidos las medidas que se toman? Siguiendo esa misma argumentación, ¿por qué no fijar la velocidad en 10 km/h o, directamente, exigir que los automóviles estén siempre aparcados? Sería una medida que acabaría rotundamente con los atropellos, la contaminación y −está claro− la movilidad. Ahora los allegados ("seres queridos", para los tontarras) deberían pedir por escrito junto a las fotos ¡Papá, sigue parado!

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