20 mayo 2021

Permisividad como negocio

No voy a descubrir nada si señalo que la razón por la que los niños quieren tanto a sus abuelos es porque en la convivencia con ellos las prohibiciones escasean, cuando no están totalmente ausentes. Un abuelo piensa con razón que los tiempos de las prohibiciones, de los discursos, de los castigos... ya pasaron para ellos y que deben ser los padres quienes ahora se ocupen de educar a sus hijos. La mayoría de los abuelos evitan cualquier signo de dureza con los nietos y procuran −sobre todo con los nietos que son tiernos infantes− dar solo notas positivas. Que de lo negativo se ocupen otros.

Estamos todavía viviendo una pandemia para la que evidentemente no estábamos preparados, sobre todo los jóvenes acostumbrados a vivir al día, que del futuro ya se ocuparán otros. Realmente nadie se esperaba −hacía ya un siglo de la última− que nos cayera encima lo que más parece un castigo bíblico que una contingencia compatible con la vida actual. A nadie se le pasó por la cabeza tener que volver a la guerra de trincheras, rodeados por gases venenosos como en la I Guerra Mundial o Gran Guerra, ni tener que sufrir la mortal gripe llamada española para fastidiar, porque éramos −somos− un país que no pinta nada en el mundo y a alguien había que echarle la culpa.

Es curioso que casi nadie llame al coronavirus "el virus chino". Claro que ningún país, sin excepción, quiere indisponerse con el imperio chino y cortar el comercio con él, porque se acabaría ese negocio de comprar en China lo que después se vende a los consumidores europeos o americanos por cuatro o cinco veces su coste inicial. ¿Se acuerdan de cuando la electrónica tenía como mucho un beneficio del 15 o 20% de su precio de venta? Ahora todo se fabrica en el lejano oriente y se vende a muchas veces lo que le cuesta a su importador.

Quién nos iba a decir que el ejemplo de los abuelos iba a tener un éxito capaz de poner patas arriba un país. En los tiempos de la imagen por encima de las ideas, del marketing por delante del debate, una mente retorcida y hábil como la de M.A.R., ahora asesor estrella en Madrid, ha sido capaz de aplicarlo a la política y llevar así al triunfo arrollador a su pupila, la trumpista mayor del reino.   

Teníamos encima una pandemia y todos los países y territorios sensatos recurrieron a lo que ha resultado la mejor arma para luchar contra el contagio: el confinamiento; hace pocos días hasta el gobierno de Navarra publicaba un estudio que establecía la relación incuestionable entre bares abiertos y aumento del contagio. Pero no contábamos con una mujer sin escrúpulos y escasa de neuronas, ella decidió mantener la hostelería abierta con algunas −pocas− restricciones ganándose así las simpatías de quienes trabajan en esas áreas y las de la totalidad de la población que no concibe la existencia sin poder tomar "unas cervecitas" sentados en una terraza. Adoptó, en resumen, el mismo tipo de conducta que los abuelos con los nietos y de camino nos tachó de inmaduros y dependientes, sabiendo que −en general− las dos cosas son rigurosamente ciertas. Mientras, no había día que no aprovechara para injuriar, insultar y culpar de todo lo malo al gobierno central porque también sabía que en época de descontento eso da dividendos y tenía que cuidar su futuro.

Esa manera de gobernar condujo a que los contagios se multiplicaran, que los hospitales quedaran saturados, y los pobres viejos cayeran como moscas, pero ¿qué más da? Lo importante es que te quieran, sobre todo sin tienes en mente provocar unas elecciones cuando no tocan, simplemente para recoger lo sembrado.

El final ya lo conocen. Tuvieron lugar las elecciones y ahí se comprobó que ser insolidario, mal administrador, mal gobernante y, además chulesco tiene su recompensa. Los administrados, los que habitan Madrid, pudieron ver cómo se ensombrecía el horizonte mientras tomaban otra cañita con unas patatas chips rancias como tapa y seguían sin poder acudir a su centro de salud cuando lo necesitaban.

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