24 diciembre 2012

Iglesia y balompié



¿Qué es el fútbol? No me diga que un deporte, eso está muy bien a la hora de asignarle una sección en los medios de comunicación, pero si somos serios no es posible aceptar esa clasificación para referirnos a lo que usted y yo estamos pensando.

Sostengo que no es deporte cuando quienes lo practican son unos mercenarios o profesionales remunerados con exceso, lo mismo que no es igual una persona enamorada que quien practica la prostitución, actividad que por lo demás merece todos mis respetos. Tampoco cabe decir que es aficionado al fútbol el que en el bar o sentado en su sofá mientras saborea unas cervezas, se apasiona y hasta vocifera siguiendo las piruetas y esfuerzos de otros a los que contempla a través de la televisión.

Para no andar con más circunloquios, aceptemos que fútbol es eso que practican algunos sacrificando su tiempo libre y en la mayoría de las veces dándose un madrugón y desplazándose hasta el lugar en el que han conseguido un campo donde enfrentarse con sus amigos a otro equipo que no lo es tanto (amigos, digo), porque lo de patear un balón por las buenas frente a alguien en cualquier lugar no es fútbol, como no es golf golpear cualquier bola o pelota con un palo.

Tiene el fútbol la capacidad de extraer todo lo que de irracional hay en cualquier persona y de ahí el forofismo con el que sin más explicación un hincha sigue a su equipo y lo defiende frente a quien ose dudar de su superioridad, incluso recurriendo a la violencia. La misma violencia que lleva a muchos a destrozar los monumentos y mobiliario urbano para expresar su desacuerdo con un resultado o cuando su equipo gana alguna competición, algo que tristemente pagamos todos: aficionados y no aficionados.

Dije en un comentario anterior que había mucho en común entre las religión católica y el fútbol y fue una ocurrencia a la que me quedé dando vueltas en mi cabeza, al caer en la cuenta de que había en mi afirmación mucha más verdad de la que yo mismo le atribuí en un principio.

Al igual que suele suceder con el fútbol, la adscripción a una religión está basada fundamentalmente en razones geográficas y familiares, son fanáticos del Real Madrid fundamentalmente los nacidos en la capital del país, del Barcelona quienes nacieron o viven en Barcelona en particular o Cataluña en general (ya se sabe: més que un club). Por supuesto, hay seguidores de otras latitudes, pero por aquello de que es fácil apuntarse al caballo ganador; si uno de estos equipos cayera al último puesto en la clasificación habría que ver cuánto le duraban esos seguidores de lejanas latitudes.

De igual manera, quienes nacimos en España somos católicos porque nos tocó y si hubiéramos venido al mundo una media de quinientos kilómetros más al sur o sureste llevaríamos chilaba y querríamos cortarle el cuello a quienes se burlaran de Mahoma. No hay explicación racional para el creyente, y por eso recibe tal nombre y no se le llama razonante. La fe no está basada en realidades, sino que consiste en creer en lo que no se ve –y hay tantas cosas que no son visibles…–, hay que admitir por tanto que no es un alarde de racionalidad. De manera similar, seguir a un equipo no es fruto de una deducción lógica o un razonamiento, sino de algo mucho más básico y primitivo.

Necesita la iglesia de grandes templos o espacios donde los fieles puedan adorar a dios y sus santos, sirviendo lo que allí se dice y la sensación de unión con los demás para entrar en catarsis. De manera semejante, tiene el fútbol esos grandes templos que son los estadios, donde los aficionados se excitan gritando a sus adorados ídolos, que tales son las figuras del balompié a las que tienen más que en un altar. Los dos mundos cuentan con extremistas que, aunque oficialmente parecen ser mantenidos a raya por la autoridad competente, en la intimidad son mimados y alentados: Opus Dei, Kikos, legionarios de Cristo, órdenes religiosas ultras como las clarisas de Lerma, Palmar de Troya, etc. en la iglesia; boixos nois, ultrasur, biris, etc. en el fútbol.

Ambos, iglesia y fútbol, reciben grandes ayudas económicas del Estado, lo que les permite desenvolverse por encima de sus posibilidades reales y mostrar un poderío del que, si no existiesen esas ayudas, carecerían. La iglesia católica recibe descaradamente una cantidad disparatada que no ha sufrido las mermas a las que cualquier otra partida ha sido sometida, con esta fiebre de recortes. De manera más encubierta, el fútbol recibe ayudas económicas en forma de aceptación pasiva de las enormes deudas contraídas con Hacienda y la Seguridad Social, unidas a las frecuentes concesiones en forma de recalificaciones urbanísticas, que permiten a los clubs esos fichajes escandalosos por su cuantía.

Para rematar, la guinda. Como decía, es normal que la celebración del triunfo en cualquier campeonato lleva inexorablemente a la convocatoria de masas y éstas al intento de destruir algún monumento local –Cibeles, fuente de Canaletas, puerta de Jerez– seguido necesariamente de una ceremonia religiosa donde se ofrece el galardón correspondiente a la virgen o cristo local de más prestigio (y se dicen monoteístas). La iglesia católica aprovecha cualquier acontecimiento de masas para mostrar su fuerza –bruta–, sea una manifestación contra cualquier gobierno del PSOE –ni hablar contra el PP, son los suyos–, una visita de su santidad o la dichosa Jornada Mundial de la Juventud en la que personalmente pude presenciar cómo asistentes al evento ponían en peligro monumentos y cómo se bañaban u orinaban sin ningún pudor en las fuentes públicas. Menuda le espera a Río de Janeiro el año que viene...

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