27 junio 2014

Sin vuelta atrás

Por supuesto, el título es muy vago y puede referirse a cualquier tema, así que me apresuro a aclarar que voy a hablar de vicios del lenguaje, para que la mayoría de los que han llegado hasta aquí pueda abandonar la lectura sin más demora si es que el asunto no les interesa.

Con el auge de las telecomunicaciones –a lo que acompaña un lamentable descenso de la comunicación personal–, lo que antes eran apariciones ocasionales de modismos que deformaban el lenguaje, ahora se han vuelto un chaparrón que amenaza con dejar nuestro pobre idioma reducido a un dialecto esperpéntico. ¿Exagero?, ni mucho menos, aunque a casi nadie le importa porque, como el aire, el lenguaje es gratis, y lo gratis no se valora.

Hay que despedirse de los signos de interrogación y exclamación de apertura, nadie los usa ya salvo cuatro fieles entre los que me encuentro. Lo peor es que quienes abandonan ese uso –si es que alguno se para a pensarlo– creen que no tiene importancia porque otros idiomas no los utilizan ni los utilizaron nunca. Y es cierto, como no lo es menos que en español tenemos una entonación y una gramática bien diferentes de las de esos otros idiomas. En inglés, por fijarnos en el más extendido y el que es luz y guía para todos los creativos, una pregunta se inicia progresivamente desde un tono de voz normal hasta alcanzar la máxima subida de entonación. En español, al iniciar la pregunta modificamos de manera radical el tono, que se mantiene más o menos homogéneo durante toda la pregunta, de ahí la necesidad del signo de apertura en el idioma escrito. También, y como he dicho alguna vez, si un español dice «soy simpático» no se sabe si afirma o pregunta, mientras que en inglés lo uno o lo otro hasta se escribe de forma diferente «I am nice» o «am I nice», ni siquiera necesita signo alguno.

Otro vicio del que me parece que no hay remedio es la torpe confusión entre oír y escuchar, tengo que reconocer que no comprendo cómo pueden confundirse esos dos verbos si nadie –casi nadie– confunde ver y mirar, que son los equivalentes para el sentido de la vista. El segundo de cada caso supone la intervención de la voluntad, es decir, oír y ver son inevitables si se está despierto, mientras que para escuchar y mirar hay que aplicarse a ello.

Ayer, en un reportaje de la televisión en el que se hablaba del tremendo ruido ambiental, una madre decía «había tanto ruido que mis hijos no me escuchaban». No pude evitar decir en voz alta que haberles dado un cachete, porque escuchar depende de la voluntad del oyente, por tanto lo que ella decía era que sus niños no habían querido prestarle atención. En realidad, se adivinaba que lo que ella quería expresar era que el excesivo ruido del entorno impedía que sus hijos pudieran oírla. En fin, los ejemplos diarios en los medios son numerosos y es así como ya habla la gente, al menos la iletrada. Curiosamente, no he presenciado nunca que un español que hable inglés confunda «hear» (oír) con «listen» (escuchar), excepto aquel imbécil acompañante de la idem Ana Botella que soltó en Buenos Aires el famoso no listen the ask. Por supuesto que tampoco un nativo angloparlante dice esos disparates, no son tan asnos.

Dencanse en paz el tratamiento de usted, algo obligado por la educación y la gramática, pero que ya se esfumó al desaparecer prácticamente los modales y el estudio del lenguaje, quizás por un extraño efecto combinado de coleguismo y herencia falangista. Ahora, cualquiera se permite tutearle aunque el hablante tenga 17 años y usted 90 o sea juez del Tribunal Supremo. El tuteo se ha impuesto no como signo de cercanía, sino como falta de respeto, algo sin paralelo en otros países y lenguas europeas continentales. Poco a poco lo han ido aceptando hasta empresas que tradicionalmente guardaban las formas, como pasaba con El Corte Inglés.

Está también el asunto de la coma decimal. Ya sé que los relojes, radios y aparatos electrónicos que compramos traen como separador entre parte entera y decimal el punto, a la manera anglosajona adoptada por los orientales, que las cilindradas de los coches vienen inevitablemente como 1.6 o 2.2 etc., pero ¿es eso razón para que abandonemos nuestras propias costumbres y ya ocurra que es normal en el habla cotidiana que alguien dé una cifra incluyendo ese maldito punto de separación?

Ya casi ni menciono todo lo demás, esos desagradables disparates de «punto y final», «gratis total», «LAS miles de personas», «colapso» por derrumbe o desplome, «casual» por informal, «bizarro» por extraño o raro, etc. La RAE terminará aceptando todo de alguna forma, como aceptó que «antípodas» o «maratón» fueran también femeninos, cuando son palabras del género masculino de toda la vida, no tengo muy claro si ese feminismo militante que ha impuesto el uso de la @ para la referencia a ambos géneros es también responsable de otros desafueros gramaticales.

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