11 abril 2015

Misterios misteriosos

De mi niñez como creyente fervoroso, recuerdo que se rezaba el rosario con frecuencia y que de eso no se salvaba nadie, todavía me acuerdo de alguna ocasión en la casa rural de mis tíos, donde pasé algunos veranos, y que cuando aparecía la pareja de guardias civiles de patrulla por la zona –con sus mosquetones o naranjeros y esa funda de tela en el tricornio que se prolongaba hasta la nuca para protegerla del sol– y nos pillaban en pleno rosario vespertino, mi tía les imponía silencio y los obligaba a sentarse y rezar con todos. Toda una estampa de la España del franquismo, qué pena no tener alguna fotografía de aquellas sesiones: toda la familia, un par de jornaleros y los dos civiles fingiendo éxtasis religioso.

A la espantosa monotonía del rosario –como mantra budista– se unía que, para colmo, había que saber qué misterios eran los que correspondían al día de la semana en que nos encontrábamos. Como se me ha olvidado el asunto, lo he mirado para evitarles esa molestia y resulta que existen de cuatro clases: gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, aunque a estas alturas sólo me acuerdo algo de los dolorosos, me suena eso de gozosos y gloriosos y ni idea de los luminosos*, debe ser porque nunca rezaba los jueves, que es el día al que corresponden, o que padezco amnesia jupiterina.

Recuerdo vagamente que aquello del rosario estaba pensado básicamente para acercarnos a la virgen –¿quién inventaría aquel tostón?– y a través de ella a dios, y como las desgracias nunca vienen solas, cuando terminaba el rezo del rosario seguía la letanía, consistente en una larga lista de piropos en latín dirigidos a la virgen –pura adulación– que lanzaba el que dirigía el rosario y había que contestar colectivamente a cada uno poniendo mucho cuidado, porque si bien al principio era muy fácil porque siempre correspondía un mecánico ora pro nobis, se precisaba una mínima atención, porque al llegar a un punto las contestaciones eran diferentes y mucho más complicadas. Yo diría que aquella parte precisaba de cierta profesionalidad en el rezo. El suplicio finalizaba con una serie de jaculatorias a cual más absurda. Para entonces era poco probable que usted estuviera más cerca de dios, pero tenía todas las papeletas para acercarse una barbaridad a Morfeo, aunque debía congelar en su rostro cierta expresión de éxtasis, para evitar que le cayera encima una bronca.

No sé si será así en todas las religiones –el contacto con una ya ha sido demasiado para mí–, pero la iglesia católica está repleta de celebraciones, ceremonias, liturgias, tradiciones, que ni de lejos figuran en el Antiguo o Nuevo Testamento, aunque una cosa me preocupa de manera especial: ¿de dónde se han sacado eso de que los mandamases de la iglesia deban disfrazarse de chamanes egipcios para oficiar actos religiosos solemnes? Vean Sinuhé el Egipcio u otras películas semejantes y verán desfilar por ellas tíos disfrazados de Papa. O viceversa.

Otra cosa que llama la atención es que la Iglesia se apresuró a calificar de apócrifos todos los evangelios que no mantuvieran una unidad de relato con los cuatro magníficos. Sin embargo, no le ha producido empacho adueñarse de hechos que sólo se relatan en esos apócrifos, como eso de que Jesús naciera en un pesebre o que los padre de la virgen María se llamaran Joaquín y Ana.

Para que vean lo viejo que soy, hasta mi temprana adolescencia fui obligado bajo amenaza de torturas a asistir a misa portando un libro de misa –¿alguien sabe ahora qué es eso?– especial para tiernos infantes llamado el Mi Jesús; una pesadilla. Recuerdo que aparte de otras recomendaciones piadosas, nos guiaba por las distintas partes de la misa –que era en latín, claro– y aconsejaba la postura que en cada momento debíamos adoptar, así que yo podía ver que cuando todo el mundo estaba de pie, el libro recomendaba de pie y mejor de rodillas. Cuando los fieles se sentaban decía de pie, sentado y mejor de rodillas. El lector avispado ya se imagina que cuando todo el mundo se arrodillaba el libro no daba opciones y dictaba irrevocablemente de rodillas. Yo creo que esa actitud y desprecio hacia las rodillas del devoto juvenil sería calificado hoy como sadismo. Como entonces no teníamos dinero para eso de los piercings

*posteriormente he averiguado que los misterios luminosos fueron introducidos por Juan Pablo II, no existían por tanto en la época de mi relato. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu crónica casi me ha hecho llorar pues retratas mi adolescencia e infancia, menos lo de los guardia civiles, que en un punto llamas "civiles", como se les denominaba entonces.
Sobre los "misterios" del rosario del cual fui muy devoto no recuerdo que hubiesen "luminosos", debe ser algo nuevo.
Y totalmente de acuerdo sobre los disfraces religiosos que existen en todas las religiones con las que he tenido contacto. ¿No les dará vergüenza vestir así?
Angel

Mulliner dijo...

Me has dejado mosca y tras buscar un poco a través de Santo Google, me entero de que, efectivamente, los misterios luminosos fueron añadidos por Juan Pablo II, un auténtico revolucionario por lo que se ve, así que no es de extrañar nuestra desmemoria.

Me tranquiliza que te reconozcas en la descripción de mi camino de la fe. No le oigo a nadie decir ni palabra sobre todo eso y a veces me da la sensación de que soy tan viejo que no comparto vivencias con nadie.