19 abril 2016

No es culpa de Zapatero, sino de la RAE

Leí el otro día algo que me impactó y al tiempo me hizo ver con claridad la razón de la decadencia de nuestro país, incluidas regiones díscolas con arrebatadora y diferenciada personalidad. Se trataba de una regla establecida por la RAE a comienzos del siglo XX –creo recordar que sobre 1911, aunque esa laxitud venía de más antiguo– que liberaba a los españoles de todo esfuerzo por pronunciar de manera diferenciada la «v» y la «b», la «ll» y la «y» (cuando actúa como semiconsonante, claro). Alguien me asegura que ahora también se permite pronunciar estremo por extremo, esigente por exigente, escusa por excusa, etc. etc. Horrible.

De ser así, ya veo todo con claridad y percibo que la decadencia de España no sobrevino con lo del 98 –ya saben, Cuba, Puerto Rico, Filipinas y todo eso– sino con la infiltración en la RAE de agentes de alguna potencia tradicionalmente enemiga –¿la pérfida Albión?– deseosa de acabar con nuestras capacidades alentando y fomentando la ignorancia y la pereza mental desde el mismo momento en que nuestros infantes comienzan a dar sus primeros pasos. Porque no se trata de otra cosa al desaparecer de nuestra lengua pronunciaciones que facilitaban escribir sin faltas de ortografía y hablar pensando en cómo pronunciamos, no farfullando un extraño ruido con el que en la actualidad nos entendemos –mal– los unos con los otros.

Con frecuencia se oye hablar elogiosamente del idioma alemán por su complejidad y porque sin duda esa complejidad favorece el desarrollo de la mente y por lo tanto de la elaboración de ideas. Un conocido profesor de inglés de radio y televisión se queja con frecuencia de la inexistencia de diferencias fonéticas que en inglés sí existen y que aquí se extinguen, y pone como ejemplo la cantidad de personas que dicen «tasi» para detener alguno de esos vehículos de alquiler con conductor, o Estremadura para referirse a la cuna de casi todos los conquistadores. Si usted lee habitualmente diarios en formato papel o digital, podrá encontrar que en numerosas ocasiones el que redacta inserta un escusa por excusa, pero por extraña compensación escriben frecuentemente exclavo por esclavo.

Muchos citan a García Márquez y otros escritores, partidarios acérrimos de eliminar esas diferencias cargándose directamente la consonante cuyo sonido no se respeta, y también hay quienes son partidarios de eliminar totalmente los signos de puntuación. Me he leído toda la obra conocida del colombiano y muchas de autores hispanoaméricanos en general, pero me pregunto en qué extraño dialecto habrían escrito si aquellas propuestas se hubieran incluido dos siglos antes. Parece mentira que tan buenos escritores caigan en tales simplezas, pues un idioma culto no lo es por casualidad ni es fruto de reciente invención como el klingon (¿les suena?), los idiomas latinos como su nombre indica tienen su origen en el latín y su desarrollo ha tenido lugar en buena parte en los monasterios, por supuesto que manteniendo el oído atento a lo que el pueblo decía. Por suerte, en aquel entonces no existía en el monasterio de Yuso nada parecido a la televisión.

Estaba muy extendida la convicción de que las personas de Valladolid mantenían una pronunciación correcta del castellano y por lo tanto decían «Valencia» y no «Balencia», «lluvia» y no «yubia». La verdad es que yo no conozco ninguna de aquella zona o cualquiera otra que pronuncie bien, excepto cierta aragonesa amiga mía que habla impecablemente y también los hablantes de portugués, que no han caído en nuestra desgana fonética y distinguen muy señaladamente al pronunciar las consonantes.

En fin, aunque tengo la certeza de que la decadencia del castellano es atribuida por algunos a la presidencia de Rodríguez Zapatero al igual que se le atribuye la pérdida de Cuba, estoy en condiciones de asegurar que no es suya la responsabilidad; pese a quien pese. La responsabilidad es de quienes pronuncian mal y son indiferentes a estos males, porque lo fundamental es ahorrar el tremendo esfuerzo que supone una consonante labiodental.

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