29 abril 2015

Budapest, viaje con escala

Hace pocos días que he vuelto de un corto viaje a la capital de Hungría y aunque escribir sobre viajes no es lo mío, creo que nadie se va a escandalizar si relato algunas de mis experiencias.

Para empezar, debo aclarar que la visita estaba comprometida conmigo mismo –y por supuesto que con mi mujer, buena es ella– desde que hace un par de años decidí acometer el recorrido tan típico de Viena-Praga-Budapest, pero resultó que la antigua compañía aérea de bandera húngara Malév acababa de sucumbir, supongo que como consecuencia de la desaforada y desleal competencia de las malditas low cost, y tuvimos que privarnos del placer de ir al país del gulash, porque no había línea aérea que enlazara con el nuestro.

El caso es que este año decidí no retrasarme más y contraté el viaje, pese a que la única línea que hace el vuelo directo Madrid-Budapest es Ryanair, y como tengo el firme propósito de no jugarme la vida y la dignidad con esa compañía, elegí el vuelo con escalas Madrid-Frankfurt-Budapest mediante Lufthansa. Nos aprendimos cuatro palabras en húngaro y no más, porque es conocida la frase de algún personaje famoso que no recuerdo, que para representar la dificultad de aprender el idioma magiar afirmó que sólo estaba al alcance de los húngaros y de DIOS. Y resultó cierto, aquello sonaba peor que el chino, aunque para mi sorpresa resultaron ser bastante políglotas y eran abundantes los que hablaban inglés y, según me aseguraron, también eran muchos los que dominaban el alemán o el ruso. Asombroso.

De entrada diré que Budapest me pareció una especie de Viena, pero de protección oficial. Mucho imperio, mucho edificio imponente, amplias avenidas, pero ni la mitad de lujos y dorados que Viena y con un mantenimiento de los solemnes edificios que resultaba un tanto escaso, claramente desvencijados como sujetos a recortes, no sé si por la crisis o su pasado soviético. Algo así como el firme de nuestras calles y carreteras actualmente, Rajoy habría disfrutado con todas esas carencias.

Cuando se viaja a una ciudad por primera vez y se dispone de pocos días, está claro que hay que elegir entre ver un par de museos y edificios notables por dentro o callejear todo lo posible y limitar las interioridades al máximo, pues de lo contrario el tiempo se escurre entre los dedos sin dar tiempo a cogerle el aire, así que procuramos andar lo inimaginable y apenas conocer alguna iglesia o construcción importante en su interior.

Durante los dos primeros días sacamos abono de esos autobuses turísticos de dos pisos que hay en todas las capitales y que permiten sacar una impresión general, para tomar nota de aquello que después veremos con más detenimiento. Lo que más me impresionó de este tour fue la exhaustiva lista de cosas que los húngaros habían inventado (según ellos) y que iban siendo enumeradas a través de los auriculares de a bordo: uno ya sabía que eran húngaros el autor del bolígrafo y del famoso cubo Rubik, pero no sospechaba que también habían inventado la bomba atómica, el condensador, la televisión en color, el fax, el teléfono móvil, etc. etc. Teniendo en cuenta que los franceses afirman haber inventado las patatas fritas, uno ya no se asombra de nada.

Lo primero, conseguimos resolver esa incertidumbre sobre cuál lado del río es Buda, cuál Pest (y nos quedamos con las ganas de situar la tercera parte del rompecabezas: Óbuda). Pest es la parte llana como un plato ídem, ideal para pasear a pie o circular en bicicleta, margen izquierda del Danubio. Buda es la parte ideal para reventar subiendo y bajando cuestas. 

Desde luego, llama la atención el enorme tamaño del parlamento que, como otros monumentos, limitamos a un conocimiento exterior por varias razones: había que concertar cita previa para la visita y además al tener un tamaño que aspiraba al de nuestro Escorial (a ojo de buen cubero), él solito habría engullido buena parte de nuestro tiempo de vacaciones. Qué bueno sería poder mezclar tanto gótico pastelero con nuestra seca y triste sobriedad. Eso sí, lo contemplamos muchas veces porque nuestro hotel se encontraba muy cercano y casi para cualquier actividad pasábamos por su cercanía. Además, estaba allí nuestra estación de metro.

Por cierto que, como muchos saben, el edificio se encuentra a orillas del Danubio y no hay que olvidar que si un río es casi siempre un importante elemento embellecedor de cualquier ciudad que disponga de él, tratándose del río más importante de Europa, el efecto es para enmudecer.

De carambola conocimos el que debe ser el principal conservatorio de la ciudad. Pregunté a quien guardaba la puerta si podíamos pasar y nos dijo que adelante, noté que no era frecuente la aparición de turistas en aquel punto. El lugar era impresionante y como ya habíamos observado en otras ciudades europeas, mostraba un respeto por la música y su enseñanza que en España ni imaginamos. Somos un pueblo de verdad bárbaro, y ahí tenemos a los mejores –o más caros– equipos de fútbol para quien lo dude.

Una opinión muy subjetiva sobre las tres ciudades centroeuropeas de las que hablaba al principio: si tengo que escoger una de ellas –que prefiero no hacerlo–, me quedo con Praga, quizás porque no es tan grande como las otras y a mí eso me produce una impresión más acogedora. Además, no encontré tanto italiano.

P.D. Me dice mi mujer: no has contado eso. El eso es que el día de inicio del viaje coincidió con el cumpleaños de ella y a mitad del vuelo a Frankfurt se nos acerca la sobrecargo, felicita a mi mujer y nos pregunta si queremos una copa de champán. Por supuesto que dijimos que sí, pero mientras la bebía varias preguntas me daban vueltas en la cabeza: ¿cómo sabía esa mujer que era el cumpleaños de mi esposa?, ¿hasta qué punto se difunden nuestras privacidades, que incluso llegan a conocimiento de una sobrecargo? En todo caso mis felicitaciones a Lufthansa, otras compañías no habrían tenido ese detalle, pero...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado tu artículo y tomo nota de él pues mi mujer se queja de que soy demasiado prolijo en mis crónicas viajeras. Tú logras resumir una ciudad como Budapest en una página. Enhorabuena.
No conozco Praga así que no puedo opinar sobre tu selección pero veo que no incluirás a Roma o Venecia entre tus favoritas.
Y me despistas con el "DIOS" políglota: ¿por qué éste sí con mayúsculas y no el "nuestro" que además es el verdadero?
Angel

Mulliner dijo...

Lo que tú haces y lo mío no tiene nada que ver. Tú eres un viajero que lleva una detallada bitácora, yo soy un turista y sólo trato de condensar algunas sensaciones. Después de leerte la gente sabe bastante de Sri-Lanka, por ejemplo. Después de leer esto, si no se ha estado en Budapest sigue sin tenerse ni idea de cómo es.
Te pongas como te pongas, no voy a elegir Roma como ciudad centroeuropea y Venecia no lo conozco.
En cuanto al DIOS, decidí ponerlo con mayúsculas porque éste sabe húngaro y eso merece un respeto.
Como siempre, gracias por tu comentario, tu atención y tus ánimos.

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo contigo cuando dices que el efecto del Danubio es para enmudecer. Yo recuerdo los puentes iluminados de Budapest como algo espectacular.
Aunque digas que lo tuyo no es escribir sobre viajes, se agradece un relato como éste.
Por cierto, que entre Ángel y tú me habéis creado una duda: ya no sé cuál es el Dios verdadero.
Luis G.

Mulliner dijo...

Gracias por poner un comentario a este viaje un tanto deslavazado.
Creía que, como yo, tenías claro cuál es el dios verdadero: se llama Google.

Anónimo dijo...

Yo a Google lo considero el oráculo de los dioses. Eso sí: "el oráculo verdadero".
Sobre la privacidad: por una copa de champán (espero que fuese eso y no "sekt" alemán) en un vuelo a Budapest no me importaría perderla.
Angel