08 enero 2010

Español para españoles (1)

Nada más lejos de mi intención que un tratado gramatical, y no porque no me apetezca, sino porque mis conocimientos no dan para tanto. Quede esto claro para que no se me dispare a matar sin entender antes mi propósito.

Lo que voy a hacer es dar un breve repaso a ciertos modos que abundan en el habla diaria, tarea a la que dedicó bastante tiempo el ilustre don Fernando Lázaro Carreter, permitiéndome la licencia de citar algunos casos que, por su similitud, tengo que pensar que él incluiría en su famoso “dardo”, aunque por descontado, con una maestría que yo no poseo.

Son en buena parte expresiones incorporadas casi siempre por lo que podríamos llamar “periodistas creativos”, ya sean de prensa escrita o televisión y que, vaya usted a saber por qué, han tenido una acogida extraordinaria en la ciudadanía, seguramente porque ya se sabe que salvo contadas excepciones, los españoles sólo leen Millennium y el Marca y son por tanto terreno propicio para las malas hierbas lingüísticas (por lo segundo; lo primero es efímero).

Hay quienes argumentan que la lengua la elaboran y la hacen evolucionar precisamente el conjunto de los hablantes, pero sostengo que eso era antes, pues el tremendo potencial de los medios de comunicación y sobre todo de la televisión, hace que un mindundi iletrado que habla en el telediario o escribe en la prensa, tenga el poder de implantar en la mente de todos los que le leen o escuchan, una expresión que en vez de enriquecer el lenguaje lo vuelve estúpido, vulgar y destrozón. Si en San Millán de la Cogolla en vez de frailes hubiera habido periodistas, hoy chamullaríamos una jerga infame, y hacia eso vamos.

Lo peor es que está muy extendida la creencia de que la palabra impresa es siempre fiable, a la manera de aquellos mandamientos cincelados en piedra, así que en alguna ocasión en la que señalé el error a alguien a quien oía una de estas perlas, la justificación inmediata era que lo habían leído en el periódico u oído en la televisión, como si eso fuera un certificado de denominación de origen que justificara su validez.

Concretando. Voy a empezar –y terminar por hoy- con una expresión que he tenido que escuchar tres veces en el telediario del mediodía, haciéndome brincar en la silla. Se trata de “todos y cada uno…”. Esa expresión no es en sí incorrecta, pues parece válido que en ocasiones quiera remarcarse que lo que se va a añadir es referido, señaladamente, a cada uno de los integrantes de un conjunto; lo que no es aceptable es que actualmente sea posible predecir que a la palabra “todos” va a seguir fatalmente “y cada uno…”, porque la gente ha interiorizado que con la palabra “todos” no basta, que es de aquel modo como hay que decirlo y que además añade, como ocurre en la mayoría de las expresiones que tengo in mente, un cierto plus de erudición al que habla. Por descontado, se trata de una expresión tomada del inglés, como tantas otras.

Un ejemplo: si yo digo “todos los conductores están obligados a respetar la ley de circulación”, ¿de verdad se piensa que modifica en algo el colectivo afectado o el grado de afección si en vez de eso, digo “todos y cada uno de los conductores…?

Creo que es bueno pensar lo que se dice y prestar atención a cómo se dice. Hagamos un intento.

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