13 febrero 2010

Música, maestro

Si se le pregunta a alguien si le gusta la música, puede tenerse casi la seguridad de que la respuesta será afirmativa y eso, en mi inmodesta opinión, se corresponde mayoritariamente con una inexactitud. La música no gusta a todos, como no puede gustar a todos la escultura u otra de las bellas artes. Una cosa es que de buena fe quien responde así lo piense, pero no es lo mismo que guste porque incita al contoneo o a mover los pies, porque hace agradable un ambiente con su sonido de fondo o porque hay tal canción o tal pieza que nos produce agrado y llegamos a tararearla en la ducha.

Me acuerdo de un chiste de La Codorniz en que se veían dos hombres y uno le preguntaba al otro “¿tú eres una buena persona?” y el otro contestaba “hombre, me molestaría que al hijo del vecino se lo comiera un lobo”. Pues de manera similar, no es lo mismo oír con agrado una melodía mientras conducimos aburridamente, que sentir verdadera atracción por la música.

Gustar de la música es otra cosa y es natural que no llegue a todos, como ya digo que no llega a todos la pintura, aunque curiosamente la percepción que la gente en general tiene sobre la materia se diferencia bastante de las relativas a otros asuntos. Usted puede observar a alguien mientras juega al tenis o realiza bricolaje en casa y, tras ello, decirle en su cara que no vale para el tenis o el bricolaje. Si tiene confianza para eso, claro. Quien recibe la valoración no se sentirá entusiasmado, porque a nadie le gusta que le consideren desprovisto de tal o cual aptitud –pretendemos que lo abarcamos todo- pero lo aceptará sin darle mayor importancia, salvo que en esas actividades tuviera depositados sus proyectos de desarrollo personal.

Intente sin embargo decirle a esa misma persona que no tiene oído musical: tiene muchas posibilidades de haberse buscado un enemigo o de que le responda bruscamente para desmentir esa creencia. ¿Por qué es así? Pues yo creo que porque mientras que un partido de tenis o una tarea de bricolaje el final da un resultado evidente, de clara evaluación, no hay manera de medir de manera indiscutible el oído de nadie y, precisamente, cuanto menos oído tenga el sujeto, menos concordará con el dictamen que recibe. Y porque además, la música es ahora una industria cuya producción la gente consume, lo que hace que se sienta parte.

He conocido personas, que han cursado estudios de música, que tienen lo que se suele calificar de “una oreja enfrente de la otra” y sin embargo son los que más fácilmente admiten sus limitaciones, si las tienen, precisamente porque esos estudios le permiten enfrentarse a su real capacidad musical y valorarla acertadamente.

Admitámoslo: no todos tenemos verdadera afición a la música o un oído aceptable, igual que muchos tenemos carnet de conducir, pero distamos de ser capaces de competir en una carrera de Fórmula 1 o en el Dakar y eso no es malo, siempre que no pretendamos emular a Ayrton Senna o Carlos Sáinz.

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