01 junio 2010

Ponga una biblia en su vida

Si alguien pone sus ojos en esto que escribo, hay una posibilidad muy elevada de que sea cristiano, en grado más o menos intenso. Pienso por tanto que no puede molestarle lo que aquí pueda decir, puesto que aunque exprese mi pasmo por algunas de las cosas de la fe cristiana, puedo asegurar que trato de no ofender a nadie. Se entiende que hablo de ofensas objetivas, ya que abundan quienes ni tienen sentido del humor ni el más mínimo interés por conocer en qué se basa su fe y por lo tanto si yo digo que –por ejemplo- lo del diluvio universal me parece un pelín increíble –y eso no es una ofensa- ya están echando mano a la pistola o mandando al infierno a éste, su responsable autor.

Vamos a ver, ¿quien lee esto, sabría explicar qué es la Biblia para él? Para José Saramago, la Biblia es un manual de malas costumbres, un catálogo de crueldad y de lo peor de la naturaleza humana. Por ejemplo, para mí, -además de lo anterior- se trata de una mezcla de normas del club al que pertenecen quienes creen en lo que se cuenta, un manual de uso de la religión correspondiente y sobre todo un montón de historias de las que se supone que el creyente -"creyente", no "razonante"- debe extraer ejemplos o conclusiones. ¿Me equivoco?, ¿a qué, entonces, ese rechazo a tratar sobre el «libro de los libros»?

Otra pregunta, ¿a quién va dirigida la Biblia?: ¿a los teólogos?, ¿a las jerarquías de la iglesia?, ¿quizás a los creyentes? Pues me parece que en buena lógica, fundamentalmente a estos últimos, así que no hay nada de qué asustarse.

Es sabido que la iglesia católica ha prohibido durante siglos la lectura de la Biblia y cuando ya no es así, desrecomienda su lectura o trata de disuadir de acometer esa barbaridad. Creo que la Biblia casi no la leen más que los ateos y esas confesiones o sectas como los “testigos de Jehová”, “adventistas del séptimo día”, “iglesia de los santos de los últimos días”, etc. Recuerdo que hace años se multiplicaron en la prensa las peticiones de quienes querían que, al igual que ocurre en EE.UU., todos los hoteles de España tuvieran en la mesilla de noche de cada habitación un ejemplar del libro. Nuestra jerarquía eclesiástica debió temblar y pasar de inmediato a la prensa (entonces más receptiva a su autoridad) instrucciones para que se dejaran de tonterías; y dejó de hablarse de aquella idea, claramente inspirada por los masones y los sin-dios.

Yo recomiendo firmemente a quienes creen en algo, en el dios de los cristianos en este caso, que se interesen, que lean los textos sobre los que se asienta su fe. Profesar una religión no puede vivirse con la misma vacuidad y superficialidad con que se es socio de un club de fútbol. Cierto, puede ocurrir que se les despierte la vena crítica y salgan huyendo de la religión como de la peste, lo que vendría a demostrar que no eran precisamente poseedores de una fe firme como una pirámide, y eso mejor descubrirlo cuanto antes. Si por el contrario, leen con placer todo ello y se reconfortan y reafirman en sus creencias, podrán mantener frente a los demás y ante sí mismos que son auténticos cristianos y tienen idea de lo que dicen y hacen. Las dos opciones me parecen honrosas, lo que me produce risa es que haya quienes declarándose integrantes de la Iglesia, teman profundizar en algún tema religioso, porque con eso sólo evidencian que son creyentes de escasa fiabilidad. Que temen saber.

Hace un par de días charlaba con una amiga sobre la religión y como cabía esperar de ella, que es asistente habitual a los oficios religiosos, afirmaba que cada uno de los suyos era católico, pero que por supuesto reservándose el derecho de admitir o no tal norma (incluso dictada por el Papa) o de aceptar o no tal dogma. De verdad, podrá decirse lo que se quiera de los creyentes españoles, pero no que les falte un peculiar sentido del humor, o quizás una pintoresca heterodoxia, guiada exclusivamente por la comodidad y las convenciones sociales.

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