29 abril 2015

Budapest, viaje con escala

Hace pocos días que he vuelto de un corto viaje a la capital de Hungría y aunque escribir sobre viajes no es lo mío, creo que nadie se va a escandalizar si relato algunas de mis experiencias.

Para empezar, debo aclarar que la visita estaba comprometida conmigo mismo –y por supuesto que con mi mujer, buena es ella– desde que hace un par de años decidí acometer el recorrido tan típico de Viena-Praga-Budapest, pero resultó que la antigua compañía aérea de bandera húngara Malév acababa de sucumbir, supongo que como consecuencia de la desaforada y desleal competencia de las malditas low cost, y tuvimos que privarnos del placer de ir al país del gulash, porque no había línea aérea que enlazara con el nuestro.

El caso es que este año decidí no retrasarme más y contraté el viaje, pese a que la única línea que hace el vuelo directo Madrid-Budapest es Ryanair, y como tengo el firme propósito de no jugarme la vida y la dignidad con esa compañía, elegí el vuelo con escalas Madrid-Frankfurt-Budapest mediante Lufthansa. Nos aprendimos cuatro palabras en húngaro y no más, porque es conocida la frase de algún personaje famoso que no recuerdo, que para representar la dificultad de aprender el idioma magiar afirmó que sólo estaba al alcance de los húngaros y de DIOS. Y resultó cierto, aquello sonaba peor que el chino, aunque para mi sorpresa resultaron ser bastante políglotas y eran abundantes los que hablaban inglés y, según me aseguraron, también eran muchos los que dominaban el alemán o el ruso. Asombroso.

De entrada diré que Budapest me pareció una especie de Viena, pero de protección oficial. Mucho imperio, mucho edificio imponente, amplias avenidas, pero ni la mitad de lujos y dorados que Viena y con un mantenimiento de los solemnes edificios que resultaba un tanto escaso, claramente desvencijados como sujetos a recortes, no sé si por la crisis o su pasado soviético. Algo así como el firme de nuestras calles y carreteras actualmente, Rajoy habría disfrutado con todas esas carencias.

Cuando se viaja a una ciudad por primera vez y se dispone de pocos días, está claro que hay que elegir entre ver un par de museos y edificios notables por dentro o callejear todo lo posible y limitar las interioridades al máximo, pues de lo contrario el tiempo se escurre entre los dedos sin dar tiempo a cogerle el aire, así que procuramos andar lo inimaginable y apenas conocer alguna iglesia o construcción importante en su interior.

Durante los dos primeros días sacamos abono de esos autobuses turísticos de dos pisos que hay en todas las capitales y que permiten sacar una impresión general, para tomar nota de aquello que después veremos con más detenimiento. Lo que más me impresionó de este tour fue la exhaustiva lista de cosas que los húngaros habían inventado (según ellos) y que iban siendo enumeradas a través de los auriculares de a bordo: uno ya sabía que eran húngaros el autor del bolígrafo y del famoso cubo Rubik, pero no sospechaba que también habían inventado la bomba atómica, el condensador, la televisión en color, el fax, el teléfono móvil, etc. etc. Teniendo en cuenta que los franceses afirman haber inventado las patatas fritas, uno ya no se asombra de nada.

Lo primero, conseguimos resolver esa incertidumbre sobre cuál lado del río es Buda, cuál Pest (y nos quedamos con las ganas de situar la tercera parte del rompecabezas: Óbuda). Pest es la parte llana como un plato ídem, ideal para pasear a pie o circular en bicicleta, margen izquierda del Danubio. Buda es la parte ideal para reventar subiendo y bajando cuestas. 

Desde luego, llama la atención el enorme tamaño del parlamento que, como otros monumentos, limitamos a un conocimiento exterior por varias razones: había que concertar cita previa para la visita y además al tener un tamaño que aspiraba al de nuestro Escorial (a ojo de buen cubero), él solito habría engullido buena parte de nuestro tiempo de vacaciones. Qué bueno sería poder mezclar tanto gótico pastelero con nuestra seca y triste sobriedad. Eso sí, lo contemplamos muchas veces porque nuestro hotel se encontraba muy cercano y casi para cualquier actividad pasábamos por su cercanía. Además, estaba allí nuestra estación de metro.

Por cierto que, como muchos saben, el edificio se encuentra a orillas del Danubio y no hay que olvidar que si un río es casi siempre un importante elemento embellecedor de cualquier ciudad que disponga de él, tratándose del río más importante de Europa, el efecto es para enmudecer.

De carambola conocimos el que debe ser el principal conservatorio de la ciudad. Pregunté a quien guardaba la puerta si podíamos pasar y nos dijo que adelante, noté que no era frecuente la aparición de turistas en aquel punto. El lugar era impresionante y como ya habíamos observado en otras ciudades europeas, mostraba un respeto por la música y su enseñanza que en España ni imaginamos. Somos un pueblo de verdad bárbaro, y ahí tenemos a los mejores –o más caros– equipos de fútbol para quien lo dude.

Una opinión muy subjetiva sobre las tres ciudades centroeuropeas de las que hablaba al principio: si tengo que escoger una de ellas –que prefiero no hacerlo–, me quedo con Praga, quizás porque no es tan grande como las otras y a mí eso me produce una impresión más acogedora. Además, no encontré tanto italiano.

P.D. Me dice mi mujer: no has contado eso. El eso es que el día de inicio del viaje coincidió con el cumpleaños de ella y a mitad del vuelo a Frankfurt se nos acerca la sobrecargo, felicita a mi mujer y nos pregunta si queremos una copa de champán. Por supuesto que dijimos que sí, pero mientras la bebía varias preguntas me daban vueltas en la cabeza: ¿cómo sabía esa mujer que era el cumpleaños de mi esposa?, ¿hasta qué punto se difunden nuestras privacidades, que incluso llegan a conocimiento de una sobrecargo? En todo caso mis felicitaciones a Lufthansa, otras compañías no habrían tenido ese detalle, pero...

26 abril 2015

Amor al cine

Quede claro, no soy de esos cinéfilos capaces de verse tres veces seguidas “El nacimiento de una nación” en pleno éxtasis. Y conste que los admiro, aunque no es lo mío. Sí me gusta el cine y los mejores momentos de mi infancia están asociados precisamente a las películas, me proporcionaban una felicidad que la vida real no me aportaba ni lejanamente. Además, soy de los que lloró cuando mataban a la madre de Bambi.

Hasta hace cuatro o cinco años iba a cines de verdad, de esos a los que se entraba directamente desde la calle y que no tenían más que una sala y una pantalla, pero por desgracia fueron siendo cerrados atropelladamente uno tras otro. Me veo obligado por lo tanto a asistir a esas multisalas donde se proyectan dieciocho películas en otras tantas salas, la mayoría malas porque la decadencia de las salas de cine ha ido acompañada de la decadencia en la calidad de las películas, o viceversa.

Lo que la gente pide ahora y lo que al parecer Hollywood produce sin más complicarse la vida, son adaptaciones de tebeos –comics que dicen los modernos, ¿es posible que haya tantos tebeos que yo desconozca?– en las que pese al dineral que cobran los intérpretes, los verdaderos protagonistas son los efectos especiales y es eso lo que buscan muchos de quienes dicen disfrutar del cine

Acabo de volver del cine –o de algo parecido ubicado en un centro comercial– después de meses sin acudir a una sala. Era la primera vez que acudía a ver una película en ese centro comercial cercano a mi domicilio y la impresión no ha podido ser peor: las multitudes –que detesto– en todos los lugares, aunque no era fin de semana: taquillas, pasillos, aparcamiento, restaurantes, etc., la sala de cine con asientos en verdad confortables, pero con el suelo que crujía al pisar sobre las palomitas desparramadas por esos espectadores que no conciben ver una película sin estar comiendo algo –principalmente esas palomitas– y esparciéndolas a su alrededor. Es asombroso lo fácil que ha resultado crear un reflejo condicionado en la gente: piensan en una película y empiezan a salivar porque se les viene a la mente un cubo de palomitas y un vaso gigante de cocacola; el bueno de Pavlov...

A mitad de la película suena un móvil detrás de mí y la persona mantiene una conversación sin importarle los demás. Una niña de unos seis o siete años hablaba con sus padres en voz alta cada rato –ricura– y estos no la hacían callar. A nadie parece importar nada de esto y la gente aparenta ser feliz en medio de la gente, asistiendo a la proyección de una película que yo había escogido creyendo que las críticas eran fiables y que en realidad resultó tan insufrible que no me salí del cine por no fastidiar a mi mujer; la historia trataba de un tipo que no se peinaba ni se duchaba y una chica con pinta de taquillera del metro. Todo esto amenizado por el retumbar de disparos o algo así de la película de la sala contigua que se oían a la perfección porque los actuales sistemas de sonido son realmente espléndidos (y ensordecedores) y han ido más allá que los aislamientos acústicos.

Nada puede sustituir a aquella placentera experiencia de ir a una sala de verdad, una película en un cine es muy diferente de una película en casa, pero si eliminan lo que me gusta y tengo que escoger un sustituto, prefiero ver una película en la televisión. Empieza cuando yo quiero, nadie mastica o habla a mi lado, no suenan móviles y para remate puedo tomarme un whisky o ir al lavabo cuando me apetece. Tal y como están las cosas, que los empresarios de las salas de cine no cuenten conmigo aunque pongan la entrada a precio de cuando las pesetas. Seguro que esos seres comedores de palomitas les seguirán llenando las salas con tal de que las películas tengan muchos efectos especiales y muchas explosiones.

21 abril 2015

Ciencia infusa

Resulta que de entre todos los amigos y conocidos que tengo, son muy-muy escasos los capaces de escribir un párrafo de cinco líneas sin que aparezca una falta gramatical, aunque sea la tilde de una palabra. Lo confieso, a veces tengo que lanzarme sobre el diccionario porque me entran unas dudas tremendas sobre la ortografía de una palabra, supongo que debido algo a mis lagunas gramaticales, en buena parte a la edad y no poco a mis nociones de portugués, un idioma que tiene la mala costumbre de escribir con “g” lo que en español debemos escribir con “j”, poner con “v” tiempos verbales similares a los españoles en los que nosotros debemos usar la “b” y otro montón de diferencias sorprendentes. Es un idioma «falsamente amigo».

La razón general para aquellas faltas de las que hablaba son las que cabían esperar: falta de hábito de lectura, escaso interés por el lenguaje (personal y social), mala memoria, quizás poca costumbre de escribir y para rematar, el uso habitual de dispositivos electrónicos como móviles y tabletas y su escritura «vale todo»; lo normal. Nadie lo sabe todo, pero me cuesta disculpar la mala ortografía, sobre todo si es consecuencia del nulo interés por hacerlo bien.

Y a propósito de sabiduría, como ya he dicho aquí en alguna ocasión, soy uno de esos estafados por las participaciones de Bankia y pese a las frecuentes noticias periodísticas que van apareciendo día tras día abundando en los procedimientos mafiosos que se pusieron en práctica para colocar estos activos, aún hay quienes piensan y declaran que engañaron sólo a los tontos. Lo consideran un caso similar a lo de Forum Filatélico o los bonos de Ruiz Mateos y peor que haber votado al PP en las últimas generales fiando en su programa. Ese partido cuyo presidente afirmó que la banca devolvería al estado hasta el último euro de los 55.000 millones que se les prestaba –conservo el vídeo– y esta semana declaran tan frescos que no se recuperarán más de 15.000, ¡eso sí que es engañar a tontos! (en esta fecha, el Banco de España declara que sólo se ha recuperado el 4,3%).

Día tras día tengo que batirme para despejar la idea de que esas participaciones fueron colocadas principalmente a gente analfabeta e ignorante, porque –sin entrar a valorar mi propio caso– la realidad es que se colocó entre personas de todas las condiciones y edades, bien es verdad que fundamentalmente a jubilados. No porque éstos sean necesariamente débiles mentales, que abundan, sino porque los bancos sabían con certeza que era entre este colectivo donde abundaban los que, intentando asegurarse una mínima holgura y tranquilidad en la vejez, habían procurado acumular unos ahorros hacia los que se ha dirigido la codicia sin escrúpulos y sin control de los banqueros.

Abundan los listos que se ufanan de que a ellos nunca se la hubieran dado, bien porque poseen unos sólidos conocimientos de economía bancaria, bien porque son dueños de un fino instinto que ningún banco puede sortear.

En mi opinión, la razón de que no hayan sido estafados suele ser que, o bien no tenían ahorros que pudieran serles arrebatados o no tenían relación habitual, cercana y de muchos años con las entidades que han practicado la estafa y por lo tanto no estaban acostumbrados a depositar cierta confianza en su banco.

Todo esto me ha venido a la mente porque hoy he recibido un escrito circular de un banco, donde tengo invertida una modesta cifra en un fondo de inversión, avisando de que el adjunto que incluían es un resumen acerca de la trayectoria de mi fondo en el pasado ejercicio. El tal adjunto tiene 53 páginas y al hojearlo he podido comprobar que, efectivamente, ni mi cultura ni mi paciencia llegan hasta el extremo de asimilar tanto gráfico y tanta expresión en extranjero que ni a tiros conozco, ni falta que me hace a ese precio cuando además, para más señas, detesto esa falsa ciencia llamada economía. Este adjunto no es un caso aislado, raro es el mes en que no recibo otro tocho informándome de las nuevas condiciones de mi contrato telefónico, o eléctrico, o bancario, o de-lo-que-sea que entrará en vigor automáticamente en fecha cercana si antes no cancelo mi cuenta o contrato. Estoy por tanto –de nuevo– a merced de lo que esos bancos o empresas quieran hacer con mi dinero o esperar a que la ciencia infusa me dé armas para entender lo que a mi alrededor se conjura para expoliarme. Qué se le va a hacer, antes presumía que el estado velaba para impedir que el ciudadano fuera estafado por los truhanes que abundan. Ahora sé que eso no es cierto, que ellos mismos son los truhanes y que, incluso algún honorable presidente de comunidad autónoma –ya saben, quien encarnaba a todo un "hecho diferencial"– o algún ministro que ha tenido a su cargo la responsabilidad de la economía nacional –Rato, se llama Rato– han defraudado, han sacado dinero ilegalmente fuera del país y han favorecido a sus amiguetes. Por explicarlo en cuatro palabras: yo, tonto; ellos, listos.    

Mientras, aquellos listos a los que nadie engaña, son estafados por las operadoras telefónicas –como todos, por cierto– y dan el conforme al uso de aplicaciones informáticas en el PC, el móvil o la tableta, sin leer la extensa letra pequeña de las condiciones que, a saber a qué compromete. Puede que algún día lo descubran dolorosamente.

16 abril 2015

Un hombre, un voto (más o menos)


Bueno, y antes de que se subleven, aclaro que una mujer, también un voto, faltaría más, hay que aclararlo ahora que muchas andan revueltas porque no les gusta ni siquiera eso de homo sapiens, ya que les parece ofensivo lo de que aparentemente sólo se mencione al hombre. Aquellas magníficas exposiciones –ahora que me doy cuenta, hace muchísimo tiempo que no sé de ellas– que se llamaban Las edades del hombre iban a plantear actualmente más de un problema.

Pamplinas aparte, pasaré a lo que me ha producido las ganas de escribir una entrada sobre el derecho al voto. Resulta que hace muchos años, tantísimos que ni siquiera voy a decir cuántos, en una charla entre amigos sugerí que deberían inventar un aparato, algo así como ese casco con cables de las historietas, que a la hora de votar averiguase qué coeficiente intelectual tiene el que va a depositar su papeleta y, según eso, aplicase un coeficiente reductor o multiplicador del valor de cada voto, un coeficiente que el votante ignoraría, con lo que seguro que todos saldríamos de la cabina pensando que éramos first class.

Uno de los presentes en la charla –votante impertérrito del partido del OTAN no, pero vale– se indignó y me llamó facha –sabiendo que ese calificativo yo lo consideraría una ofensa de nivel 1– asegurando que era una propuesta propia de tales y que el voto debería tener el mismo valor para todos.

No he vuelto a acordarme de esa idea mía, que según he comprobado después no es ni siquiera original, pero no quiero ni pensar las discusiones que surgirían con los demócratas formales y las complicaciones técnicas que supondría fabricar un aparato como el que yo sugería, asegurándose al tiempo de que de ninguna manera pudiera ser manipulado, ni siquiera por Cospedal.

Hoy he leído un artículo en la prensa que en cierta manera plantea un dilema relacionado. No sé si saben –yo no lo sabía, pero lo he descubierto hoy– que quienes padecen síndrome de Down y son incapacitados por sus familiares responsables, no tienen derecho al voto. Sí aquellos que tienen un grado pequeño de valoración del síndrome, que pueden votar igual que pueden trabajar o casarse.

Pero no contaban con la ceguera de los allegados –seres queridos que dirían los modernos–, y una madre de una de estas personas incapacitadas se ha dedicado a recoger firmas para que el diccionario de la RAE modifique el significado que da a la palabra subnormal y, al tiempo, la asociación que reúne a familiares de estos –digamos– enfermos quiere que se permita el voto incluso de los incapacitados. Cuesta entender cómo si la familia lo incapacita, después pretenden que tengan derecho a votar, parecen considerar que el sufragio no precisa de capacitación alguna. Eso da una idea de la valoración que los españoles dan al sufragio y debería animar a la invención del aparatito del que hablaba al principio.

Resulta muy ilustrativo leer los comentarios que en la prensa digital acompaña a la mayoría de las noticias y en ese caso los había para todos los gustos: desde quienes piden que se les retire el derecho al voto a quienes padezcan Alzheimer o Parkinson a quienes dicen que si se lo dan a aquellos incapacitados deben dárselo también a los niños que hayan hecho ya la primera comunión. Un dilema.

Hace pocos días una encuesta aseguraba que en caso de elecciones locales inmediatas, en Madrid volvería a ser el PP el partido más votado, lo que evidencia la urgente necesidad del aparato, aunque seguro que ese partido se opondrá rotundamente. Se confirma que son multitud quienes confunden sus miedos y sus simpatías personales –vaya usted a saber basadas en qué– con el voto que deposita la confianza en alguien/algunos para que nos mandoneen y nos despojen. Pura nostalgia de por el imperio hacia dios.

13 abril 2015

Un mundo mejor

Lo he dicho varias veces, pero es que no deja de ser chocante que según aumentan los malos modos, la falta de educación entre ciudadanos (vecinos, compañeros de trabajo, clientes en la cola del super, etc.) más aumenta el buenismo de la población y más se llega a babear ante lo primero que se le presenta en los medios de comunicación para sacar a flote la compasión que cada uno parece que guarda en su interior. Uno puede quitarle el hueco de aparcar a otro y amenazarle con partirle la cara si reclama, pero curiosamente se derrite y babea si le ponen delante la foto de un somalí con cara de hambre.

En uno de los artículos que semanalmente escribe y publica Javier Marías, trata acerca de la facilidad con que la gente se traga lo que en una noticia de prensa o televisión se dice, aunque las imágenes muestren todo lo contrario.

No pretendo usar lo que él escribe para dar fuerza a lo que voy a decir, pero estoy asombrado de que en las noticias que a diario aparecen en la prensa sobre los incidentes en la valla de Melilla, los lectores suelten todo tipo de improperios contra la Guardia Civil, simplemente porque el texto de la noticia induce a ello, aunque en las fotos se vea algo que cuando menos debería dar que pensar: el asalto organizado de una multitud de los llamados subsaharianos, que recuerdan aquellas películas de indios –perdón, nativos norteamericanos– tipo Fort Apache. Quizás la diferencia principal era que aquellos apaches pretendían retomar lo que desde tiempos inmemoriales era suyo y se les liquidaba sin contemplaciones al intentarlo, mientras que los africanos de Melilla pretenden entrar a la fuerza, contra toda ley, en un país que no es el suyo y si se les rompe una uña se le ha caído el pelo al guardia civil que tengan enfrente.

No hace tanto, se decía que un africano que fue golpeado por los agentes había perdido un riñón, quedado medio paralizado y que fue dado de alta en el hospital de manera inmediata. No me negarán que cuesta creer que semejantes daños –está claro que perder un riñón no es como perder el bonobús– permitan el alta hospitalaria sin fallecer en la misma puerta del hospital al salir.

De momento lo de siempre: cantidad de comentaristas atacando a la guardia civil por fascista, franquista, violenta, racista y todo lo que quieran. Nadie parece acordarse de esos guardias civiles que mueren o ponen en riesgo sus vidas mientras tratan de rescatar a un montañero o a un espeleólogo, a mujeres que están siendo explotadas sexualmente o incluso a los ocupantes de una patera. No es que me entusiasmen «los civiles», hace tiempo tuvieron la amabilidad de disparar bolas de goma contra el grupo de huelguistas en el que me encontraba, sin mediar provocación o aviso, pero de ahí a condenarles colectivamente sin más, hay un abismo.

Hay que observar las fotos de los asaltos a la valla. Por más que se empeñen en describirlo como unos africanos en busca de una vida mejor, a mí me parece un ataque masivo que desborda a las fuerzas del orden, realizado por gente organizada que se empeña en cometer el delito de burlar las leyes de inmigración de un país. Haga usted la prueba de acercarse a Suiza o Noruega –lugares donde supuestamente reside la civilidad– y cuando llegue al control fronterizo, en vez de enseñar su documentación sáltese la barrera que delimita la frontera. Luego nos cuenta cómo le ha ido (cuando se recupere). Si el experimento le sabe a poco, inténtelo de nuevo al tiempo con un centenar de amiguetes suyos, no se prive. Procure filmarlo y le pasa la grabación a alguna ONG española.

A propósito –y no es de extrañar– Europa Press y varios periódicos desmintieron lo de que el africano hubiera perdido un riñón o quedado paralizado, lo que no era raro teniendo en cuenta que la información y vídeos sobre los daños a africanos son casi siempre suministrados por una ONG llamada Prodein que es lo más parecido a una secta o una organización con parámetros similares a los del Opus Dei. Curioseen por su web y ya me dirán.

Buena parte de las fotos que acompañan a estos reportajes son suministradas por un individuo cuyo interés por desprestigiar a España y a sus actuaciones no es de extrañar, teniendo en cuenta que es un activista independentista catalán. Es sabido y notorio que España oprime a los negros y a los catalanes.

En fin, sigan creyendo lo que les cuentan en los periódicos y rebosando compasión por esos que asaltan la valla. Desde la península la gente hierve de indignación por el trato dispensado a los asaltantes, ¿se les ha ocurrido preguntar a un habitante de esa ciudad fronteriza cuáles son sus sentimientos?

Dejo para otro día la pregunta de si eso de buscar una vida mejor es admisible cuando consiste en el abandono masivo del propio país, ¿qué habría ocurrido si los franceses en vez de hacer una revolución en 1789 hubieran emigrado casi todos a Inglaterra?, ¿y si los rusos en vez de hacer la suya en 1917 se hubieran marchado a Alemania?, ¿sabe alguien de algún movimiento social en África para mejorar sus propias condiciones de vida? (no hablo de las habituales luchas de una tribu contra otra para masacrarse).

11 abril 2015

Misterios misteriosos

De mi niñez como creyente fervoroso, recuerdo que se rezaba el rosario con frecuencia y que de eso no se salvaba nadie, todavía me acuerdo de alguna ocasión en la casa rural de mis tíos, donde pasé algunos veranos, y que cuando aparecía la pareja de guardias civiles de patrulla por la zona –con sus mosquetones o naranjeros y esa funda de tela en el tricornio que se prolongaba hasta la nuca para protegerla del sol– y nos pillaban en pleno rosario vespertino, mi tía les imponía silencio y los obligaba a sentarse y rezar con todos. Toda una estampa de la España del franquismo, qué pena no tener alguna fotografía de aquellas sesiones: toda la familia, un par de jornaleros y los dos civiles fingiendo éxtasis religioso.

A la espantosa monotonía del rosario –como mantra budista– se unía que, para colmo, había que saber qué misterios eran los que correspondían al día de la semana en que nos encontrábamos. Como se me ha olvidado el asunto, lo he mirado para evitarles esa molestia y resulta que existen de cuatro clases: gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, aunque a estas alturas sólo me acuerdo algo de los dolorosos, me suena eso de gozosos y gloriosos y ni idea de los luminosos*, debe ser porque nunca rezaba los jueves, que es el día al que corresponden, o que padezco amnesia jupiterina.

Recuerdo vagamente que aquello del rosario estaba pensado básicamente para acercarnos a la virgen –¿quién inventaría aquel tostón?– y a través de ella a dios, y como las desgracias nunca vienen solas, cuando terminaba el rezo del rosario seguía la letanía, consistente en una larga lista de piropos en latín dirigidos a la virgen –pura adulación– que lanzaba el que dirigía el rosario y había que contestar colectivamente a cada uno poniendo mucho cuidado, porque si bien al principio era muy fácil porque siempre correspondía un mecánico ora pro nobis, se precisaba una mínima atención, porque al llegar a un punto las contestaciones eran diferentes y mucho más complicadas. Yo diría que aquella parte precisaba de cierta profesionalidad en el rezo. El suplicio finalizaba con una serie de jaculatorias a cual más absurda. Para entonces era poco probable que usted estuviera más cerca de dios, pero tenía todas las papeletas para acercarse una barbaridad a Morfeo, aunque debía congelar en su rostro cierta expresión de éxtasis, para evitar que le cayera encima una bronca.

No sé si será así en todas las religiones –el contacto con una ya ha sido demasiado para mí–, pero la iglesia católica está repleta de celebraciones, ceremonias, liturgias, tradiciones, que ni de lejos figuran en el Antiguo o Nuevo Testamento, aunque una cosa me preocupa de manera especial: ¿de dónde se han sacado eso de que los mandamases de la iglesia deban disfrazarse de chamanes egipcios para oficiar actos religiosos solemnes? Vean Sinuhé el Egipcio u otras películas semejantes y verán desfilar por ellas tíos disfrazados de Papa. O viceversa.

Otra cosa que llama la atención es que la Iglesia se apresuró a calificar de apócrifos todos los evangelios que no mantuvieran una unidad de relato con los cuatro magníficos. Sin embargo, no le ha producido empacho adueñarse de hechos que sólo se relatan en esos apócrifos, como eso de que Jesús naciera en un pesebre o que los padre de la virgen María se llamaran Joaquín y Ana.

Para que vean lo viejo que soy, hasta mi temprana adolescencia fui obligado bajo amenaza de torturas a asistir a misa portando un libro de misa –¿alguien sabe ahora qué es eso?– especial para tiernos infantes llamado el Mi Jesús; una pesadilla. Recuerdo que aparte de otras recomendaciones piadosas, nos guiaba por las distintas partes de la misa –que era en latín, claro– y aconsejaba la postura que en cada momento debíamos adoptar, así que yo podía ver que cuando todo el mundo estaba de pie, el libro recomendaba de pie y mejor de rodillas. Cuando los fieles se sentaban decía de pie, sentado y mejor de rodillas. El lector avispado ya se imagina que cuando todo el mundo se arrodillaba el libro no daba opciones y dictaba irrevocablemente de rodillas. Yo creo que esa actitud y desprecio hacia las rodillas del devoto juvenil sería calificado hoy como sadismo. Como entonces no teníamos dinero para eso de los piercings

*posteriormente he averiguado que los misterios luminosos fueron introducidos por Juan Pablo II, no existían por tanto en la época de mi relato. 

06 abril 2015

Música y discapacidad

Venía en la prensa hace unos días un artículo sobre Django Reinhart que no acabó de gustarme porque a mi entender insistía excesivamente en su discapacidad y no tanto en su genialidad. Para quienes no sepan quién era este personaje les diré que se trata de un guitarrista de jazz nacido en Bélgica –no en Francia como piensan muchos por asociarlo con París– que entre otras características reunía ser gitano y sufrir un problema serio en su mano izquierda, consecuencia de un incendio, que le dejó inutilizados los dedos meñique y anular de esa mano. Eso no le impidió ser uno de los mejores guitarristas de la historia del jazz y que hasta Woody Allen le rindiera homenaje con su película Acordes y desacuerdos (Sweet and Lowdown, 1999).

Músicos con diferentes discapacidades ha habido muchos, quizás los más numerosos hayan sido pianistas que padecían ceguera, lo que evidentemente no les impedía tocar el instrumento, aunque sí leer partituras –al menos al interpretar, pues existe el Braille– y eso obligaba entre otras cosas a una memoria prodigiosa –hablo del jazz-blues, los otros no vienen al caso– porque aunque muchos piensen que en este género los músicos tocan más o menos lo que les apetece a cada uno de ellos (juro que me lo han dicho alguna vez), está claro que no es así y por el contrario, hay que aprenderse de memoria buena parte de cada interpretación. Un ejemplo bien conocido de pianista –y cantante, clarinetista, saxofonista, etc.– ciego es el irrepetible Ray Charles, el pionero genio Art Tatum también prácticamente ciego; Michel Petrucciani, pianista, que padecía una grave y dolorosa enfermedad ósea que le impidió crecer más de un metro de estatura y de la que murió finalmente no hace mucho y por último un compatriota que en España y muchos otros países gozó de bastante fama entre los aficionados: el pianista catalán Tete Montoliú, un músico maravilloso de un lirismo seductor, probablemente el mejor pianista español de jazz. El conocido incluso en estos tiempos, Louis Armstrong, padeció durante muchos años un cáncer en los labios, razón por la que casi abandonó su faceta de trompetista dedicándose principalmente a cantar. Por descontado que son una mínima parte del total, he nombrado los primeros que se me venían a la cabeza, la lista es casi interminable.

Artistas de otras ramas con limitaciones físicas son incontables y es también Woody Allen el que trata sobre ellos en una comedia, Broadway Danny Rose, en la que interpreta a un patético representante de peculiares artistas: un bailarín de claqué al que le falta una pierna, un malabarista manco y un ventrílocuo tartamudo entre otros.

Lo que no me gustó de aquel artículo es que parecía más el relato de un impedimento físico que la historia de un hombre que tenía el genio de la música en su interior y al que ni siquiera un accidente pudo arrebatarle manifestarse como tal. Podría interpretarse como que sufrir quemaduras en las manos es un aliciente para dedicarse a la guitarra y no es así, Django ha pasado a la historia por su genialidad y no por su incapacidad, y muchos de los que le conocen y admiran no saben de esa limitación.

Hay quienes se empeñan en afirmar a diario que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos, pero sería patético que yo me empeñara en participar en el Tour o que mi vecina del tercero se presentara a Miss Universo. Todos tenemos los mismos derechos y la obligación de no pretender lo que está fuera de nuestro alcance, algo que desde luego no tiene por qué limitar nuestro derecho a la felicidad (o lo que sea).

He leído el otro día en la prensa que Finlandia va a presentar al próximo festival de Eurovisión un grupo formados por afectados por el síndrome de Down. No tiene que asombrar, después de que hace un año otro país fuera representado por una supuesta mujer con abundante barba –y como la gente es así, ganó–, pero creo que todos estos intentos no suponen beneficio alguno para personas con problemas similares y sí la transformación de esa manifestación en un festival de fenómenos, justo lo contrario de lo que se finge desear. Y para remate, el dichoso festival me parece una manifestación detestable muy alejada de la música, pese a titularse Eurovision Song Contest. Ni siquiera es europeo, este año intervienen Israel y Australia.

01 abril 2015

Almas iluminadas

Que vivimos tiempos de gran confusión es cosa que muchos saben y si todavía viviera Carlos Gardel lo cantaría en un tango, seguramente compuesto por Discépolo. Lo que muchos no se paran a pensar es que buena parte de esa confusión se produce gracias al efecto multiplicador de Internet que, al fin, es de verdad lo más democrático que existe en el planeta y una triste evidencia de que la democracia no puede ser ilimitada. Que se lo pregunten al gobierno chino.

¿Alguien duda de que si decidiera presentarse por algún partido político ese desecho humano llamado Belén Esteban, el futbolista Messi (el hombre que confiesa haber leído sólo un libro en su vida), Cristiano Ronaldo (que seguramente ha leído un libro menos que Messi) u otros muchos populares, significarían un serio rival para los candidatos habituales? Por si cabe duda, ahí tienen en países más osados la elección de alguna actriz pornográfica, de pintorescos transexuales o payasos para puestos de representación política, no elegidos precisamente por sus ideas y propuestas para el bienestar de la ciudadanía. Simplemente son populares y con eso sobra, la gente no distingue entre personajes que les divierten y personajes capacitados y merecedores de gobernar.

Leí el otro día que se ha puesto de moda que los famosos tengan sus propios blogs, leídos cada día por miles de seguidores, y citaba concretamente el caso de una tal Sara Carbonero cuya última entrada había merecido más de 300 comentarios. Lo he visitado y prefiero no opinar.

¿Pura envidia? Por descontado que también, he dicho varias veces que mantengo este blog no muy convencido de su utilidad y que hay demasiados blogs y demasiados pocos lectores, sobre todo cuando publico una entrada sobre lenguaje, materia que parece no interesar a casi nadie. Claro que de ahí a aceptar complacientemente que merezca la pena seguir el blog de alguna famosa que lo es por ser o haber sido –no estoy muy al tanto– la amancebada de algún famoso o por mostrar con generosidad su cuerpo en la prensa día tras día, hay un abismo.

Cualquiera de los que por aquí se asoma puede ver que recomiendo en el lateral de la página algunos blogs –incluso temporalmente cerrados por soledad– y hay más que recomendaría por ser blogs inteligentes escritos con chispa y humor y que sin duda divierten a quienes lo leen. Puedo asegurar que el mío me parece aceptable, sin locura, pero no estoy dispuesto a aceptar que los de Rihanna –un bombonazo exhibicionista con tatuajes– o la cubana Yoani Sánchez –fea con ganas, pero subvencionada por la CIA y El País– merezcan más la pena que el de este su servidor. Admito, claro que sí, que una foto mía –o de Yoani– no va a despertar la libido de nadie en su sano juicio (¿por qué no se anima la CIA o El País a subvencionarme?).

La verdad es que esto de poseer un blog es algo complicado (y roba tiempo). Además, si uno incluye entradas rompedoras puede que moleste a buena parte de los lectores, alguno de los cuales se va para siempre, pero si el blog es simplemente ñoño aburrirá a muchos que en consecuencia lo abandonarán. La cuestión es, ¿cómo saber qué es lo que mejor sintoniza con los lectores propios? y ¿debe uno ceñirse a lo conveniente o publicar lo que le venga en gana? Yo soy ferviente partidario de esto último, pero percibo a veces que actualmente escribo y publico ligeramente condicionado y por eso redacto entradas que después guardo sin que lleguen a ver la luz. Admito que a veces carezco del tacto que otros exigen, pero consideraría desastroso que eso deviniera en autocensura. 

Soy uno más de esos que reciben casi a diario correos solicitando mi firma para contribuir a tal o cual petición. No digo que siempre acierte, pero aseguro que antes de apoyar lo que sea procuro investigar si la petición está de verdad justificada y si merece un apoyo público masivo. Sé que no es eso lo común y que abundan quienes por sistema borran esos correos porque no les gusta implicarse en actividades que encuentran conspirativas o subversivas –los pusilánimes– y por el contrario quienes, sabiendo que se trata tan solo de dar un click con el ratón, se apuntan a lo que sea sin más reflexión, corriendo seguidamente al espejo (al modo Blancanieves's stepmother), convencidos al mirarse de contemplar a un auténtico bolchevique.

Yo recomendaría que antes de apoyar a un candidato político, a un bloguero de la pamplina o a una petición de lo que sea, valoremos seriamente si son casos y cosas que merezcan nuestro tiempo y nuestro apoyo. Bueno, más que una recomendación es una obviedad.

27 marzo 2015

Gobernar en España

Hace tiempo que pienso que, como no me gusta ningún tipo de rodillo en los parlamentos, mi deseo es que ningún partido obtenga la mayoría absoluta, sea el PP, PSOE o Podemos, hasta el punto de condicionar mi voto y hacerme el propósito de no votar al partido que deseo si las previsiones son que conseguirá esa mayoría que permite en la práctica gobernar como si de una dictadura parlamentaria se tratase, mediante leyes no consesuadas con los demás. Actualmente se gobierna con un respaldo del 30,27% de los votantes del censo. Sin escuchar a nadie más, ¿es eso democracia?

De vital importancia, tenemos la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, también conocida como ley Wert, se ha redactado al dictado de un fascista puro cuyo mérito más reciente es haber sido tertuliano en la televisión. Ha sido inútil la protesta de numerosos docentes y estudiantes demostrando documentalmente que la ley es un disparate que perjudica a los estudiantes presentes y futuros y por supuesto a las familias que tienen que financiar sus estudios. Piensa el PP que si se tiene mayoría absoluta, se ejerce.

Tenemos otra ley que acarreará consecuencias fatales a la ciudadanía, la llamada Ley de Seguridad Ciudadana, que junto con las reformas del Código Penal introduce una inseguridad manifiesta en el ejercicio de los derechos ciudadanos y, como muestra, resulta que se pagarán multa de hasta 30.000 euros por concentrarse frente a un parlamento autonómico, hasta 600.000 euros por convocar una marcha a una central nuclear sin comunicación previa y hasta 600 por falta de consideración o respeto hacia un agente de las fuerzas de seguridad. Me gustaría saber en qué puede consistir una falta de respeto cuando hay tres o cuatro agentes golpeando a alguien en el suelo, posiblemente sin haber hecho nada más que pasar por allí, como sucedió en el metro de Atocha hace un año. La inseguridad jurídica queda consagrada.

Casi distante en el tiempo y sufriendo todavía sus consecuencias (y lo que nos queda), está la Ley de Reforma Laboral de 2012, que ha instaurado la precariedad en el empleo y la reducción de normativas de protección al trabajador.

Ocuparía mucho espacio tratar de las numerosas modificaciones o pequeñas leyes que dejan más o menos indiferente a la ciudadanía, pero que sufriremos cada uno cuando llegue la ocasión de sufrirlas, como es la privatización de los Registros Civiles, la nueva Ley de Costas y tantas más que aparentemente sólo persiguen el beneficio de los cercanos al poder (no olvidemos que Rajoy es Registrador de la Propiedad). Por no hablar de la ley del aborto que el finado Gallardón estuvo a punto de imponer.

Decía al principio que aborrezco las mayorías absolutas, pero la primera ocasión en que el multipartidismo se manifiesta en todo su esplendor, léase elecciones andaluzas, sale a flote la imposibilidad de que entre españoles haya lugar para un acuerdo por el beneficio común. La extorsión pasa a ser la herramienta política por excelencia.

Está claro que con sus 47 escaños en el parlamento andaluz, 8 menos que la mayoría absoluta, el PSOE tiene que negociar con otras fuerzas la investidura de su candidata, para que no voten en contra, y ahí llega la oportunidad de cada partido para utilizar sus escaños como si hubiera ganado las elecciones (acordémonos de CiU y sus ventajistas pactos de gobierno con PSOE y PP). El PP pone como condición que el PSOE admita que en próximas elecciones municipales o autonómicas –no acabo de entender si se refieren a toda España o sólo a Andalucía– se admita automáticamente como ganador al candidato de la lista más votada, es decir, que si el PSOE hubiera conseguido 33 escaños y el PP (u otro cualquiera) 32, a este segundo partido se le impediría algo tan democrático como la formación de coaliciones tras los comicios. El PP tiene todavía clavada la espina de las anteriores elecciones andaluzas y quiere cobrárselo en sangre y su candidato declara que "no se da el clima para apoyar a Díaz". Qué feo está no saber perder.

El partido Podemos, que se hacía la ilusión de ganar por mayoría absoluta y cuyo dirigente Errejón aún afirmaba a media tarde del día de las elecciones que esperaba obtener al menos 20 ó 22 escaños, decide, escocido por la realidad de sus exiguos 15 escaños, comportarse como ganadores y exigir la dimisión "inmediata" de los expresidentes Manuel Chaves y José Antonio Griñán, que no se ejecuten desahucios sin alternativa y que se reduzca el número de altos cargos y asesores. No tienen fuerza para tanto exigir, pero hay que sacar pecho.

Todo eso está muy bien y casi cualquiera lo suscribiría, si no fuera porque la exigencia suena casi a la imposición de su programa de gobierno, olvidando su número real de escaños y que, guste o no guste, Griñán y Chaves no han sido imputados más que como investigados y que cuando el Tribunal Supremo decida será el momento de exigir rotundamente esa dimisión. No se entiende esa pulcritud con estos dos ex-presidentes y, mientras, todo el mundo mirando hacia otro lado con el actual presidente del gobierno que lo es también de un partido del que ha quedado acreditado judicialmente que ha tenido una contabilidad B durante 18 años. Por mucho menos que eso se vio obligado a dimitir Nixon, aunque ya conocemos a este impávido presidente y su lejanía del mundo real.

Ya en la cola, Ciudadanos con sus 9 escaños, cuando aún no se les ha pasado la resaca de este mínimo triunfo, se apunta a esa exigencia de dimisión con la vista puesta en su electorado y en las próximas municipales y autonómicas, le importan un bledo las consecuencias inmediatas en Andalucía. Ellos mismos no se pueden creer que les haya tocado la lotería de poder poner palos en la rueda a los demás.

Finalmente, IU con 5 escaños se desgañita gritando que ellos van a votar en contra, pero nadie les presta atención.

Como resultado de tanta animosidad y prepotencia puede ser que no haya investidura y se tengan que convocar nuevas elecciones, imposible antes de septiembre, manteniéndose mientras la actual presidente en funciones y por descontado que sin poder llevar a cabo ninguna acción activa de gobierno, aunque en mi opinión, debería actuar con rotundidad contra esa red de clientelismo que también parece acreditada y eso sí es muy grave, aunque sea una realidad común en casi toda España. No vale lo de y tú más.

Decía yo –y me reitero– que estaba en contra de cualquier mayoría absoluta, pero de verdad que no sé si es peor el remedio que la enfermedad. 

24 marzo 2015

Limpia, fija, da esplendor y mete la pata - ( y II )

Son muchos los que repiten una y otra vez que la lengua la construyen los hablantes, y es cierto que eso era así antes, pero –y no me canso de repetirlo– las cosas han cambiado y los hablantes dicen lo que les hacen decir los que dirigen el circo, y aquí aparece la fuente del saber más extendida: la televisión. Auténtico flagelo del lenguaje y responsable casi totalmente –junto con la prensa escrita– del desastre en el habla y el desconocimiento de la propia lengua. Si Belén Esteban suelta algún disparate en el programa en el que intervenga, al día siguiente tenemos a buena parte de la población aceptando como bueno lo dicho y quizás practicándolo para mostrar su erudición. ¿Qué sino la televisión –y más concretamente su publicidad– ha implantado el uso de para nada, gratis total o ese chirriante sí o sí?

Actualmente la Real Academia de la Lengua parece que está dirigida por un saboteador de la CIA o del Estado Islámico –casi lo mismo–, al menos en lo que respecta a las manifestaciones que llegan al público. La nuevas palabras incluidas en el diccionario y las nuevas normas gramaticales son en buena parte un conjunto de desaciertos inoportunos que parecen la obra de un hatajo de incompetentes decididos a acabar como sea con nuestro idioma y han sido recibidas muy críticamente por algunos de los que se dedican más o menos profesionalmente al lenguaje. No incluyo a los periodistas, que en su mayoría desprecian con rotundidad lo que debería ser su principal herramienta de trabajo y a los que no importa insistir en los mismos errores un día tras otro.

¿A quién se le ocurrió la idea de eliminar el acento en el adverbio “sólo” que permitía distinguirlo del adjetivo “solo”?, ¿a quién, eliminar la separación entre la partícula “ex” y el sustantivo simple que le sigue?,  ¿quién tuvo la brillante ocurrencia de fijar nuevas normas de acentuación, que han dejado sin amparo a palabras como “guión” o “truhán” y totalmente desconcertados a quienes ya sabían colocar correctamente las tildes?, ¿qué objeto tiene aceptar en el diccionario palabras y expresiones como “airbag”, “glamour”, “folder” o “polución” (en el sentido de contaminación) y tantas más de inmediata y fácil traducción a nuestra lengua?, ¿quién fue el iluminado que patrocinó la inclusión en el diccionario de almóndiga?  Si en vez de decir airbag usáramos balón, bolsón, almohadón, bolsa inflable o algo parecido nos produciría extrañeza de momento, pero con la ayuda de los fabricantes de automóviles, en poco tiempo sería asimilado. Por el contrario, esos fabricantes nos venden cada novedad en inglés, porque así es más fácil que se acepte y se pague. Un ejemplo: hasta los años 30, en España no existía la palabra deporte y se utilizaba normalmente sport y era esa palabra la que encabezaba las secciones de los periódicos. Cuando se españolizó producía rubor y risa su uso, según leí; ahora no concebiríamos prescindir de la forma española. De paso una pregunta al respetable: ¿por qué se sigue diciendo en fútbol eso de corner si su significado es simple y directamente esquina?

He oído declaraciones de académicos afirmando que con las nuevas normas se persigue que las personas que no tienen muchos conocimiento puedan escribir sin faltas. Eso me recuerda el tremendo error de los sistemas de enseñanza españoles desde hace decenas de años. Con la intención de que todos los alumnos de segunda enseñanza pasaran de curso y terminaran sus estudios, se rebajó el nivel de exigencia y el resultado es que si antes quedaban repitiendo curso unos cuantos jóvenes poco dotados intelectualmente, ahora disponemos de una juventud cuya preparación básica es muy inferior a la de antaño. Se ha nivelado por abajo, y después nos asombramos y lamentamos de los resultados en los informes PISA.

Hace ya un par de años caí en un error que después me causaba risa, pero que de momento me produjo desconcierto. Leí en la prensa una noticia cuyo titular comenzaba “El expreso de ETA…” y yo instantáneamente interpreté que había alguna línea de ferrocarril en la que viajaban con frecuencia terroristas y a la que los periodistas, tan aficionados a inventar apelativos, habían dado en llamar así. Siguiendo con la lectura me reí al caer en la cuenta de que se referían a un ex convicto de ETA, nada que ver con los ferrocarriles. Una gracieta evidente, consecuencia de esa innecesaria norma de unir prefijo y sustantivo…

En fin, son bastantes los que se manifiestan en desacuerdo con las últimas disposiciones de la RAE, pero si quieren leer la crítica muy expresiva de un ciudadano, pulsen aquí.

19 marzo 2015

Lapidación en la red

Joven siria lapidada por tener cuenta en Facebook
Hace poco más de un mes, publiqué una entrada titulada El buenismo agresivo en la que trataba de denunciar a quienes con la máscara de la bondad o la protección de los animales, dan en verdad rienda suelta a sus instintos más crueles y encima dibujan una sonrisa en su rostro mientras son aplaudidos por buena parte de la sociedad, entusiasmada por su incuestionable humanismo. Es curioso, pero esa entrada es la menos leída entre las 20 últimas, de donde parece deducirse que a casi nadie le interesaba el tema o que se consideraban absolutamente libres de culpa. Puede ser cierto, pero…

¿Hay alguien que no se haya horrorizado al ver en las películas –antes– o en los noticiarios de televisión –ahora– escenas de crueldad escalofriantes, ejecuciones en frío, lapidaciones, linchamientos, etc.? Es natural, cuesta aguantar la visión de la sangre y nos retiramos horrorizados o apagamos la televisión para evitar el espectáculo. Lo malo es que la gran mayoría no se da cuenta de que a diario son miles quienes con un solo dedo, pulsando el teclado del ordenador o del móvil, están llevando a cabo con su cooperación una acción similar, pero con la cobardía añadida –que ya es añadir– de que no han tenido que significarse, vociferar, ni presenciar la sangre derramada.    

Ayer, en primera plana de un periódico, he podido ver contiguos dos de estos casos a los que me estoy refiriendo.

Primero: un cuidador de delfines casado y con dos hijos, que ha consagrado su vida a esos animales, ve como se difunde un vídeo de 99 segundos –subido por un par de ONG: FAADA y SOS Delfines– donde él aparece maltratando aparentemente a los que estaban confiados a sus cuidados y les dirige frases insultantes, dudo de que los delfines tengan sensibilidad como para percibir esas ofensas orales. Posteriormente se descubre que el vídeo estaba amañado, que la banda sonora no era la original y que los golpes a los animales se han simulado acelerando los cuadros donde él toca con normalidad a los delfines, para que pareciera que los golpeaba. Ahora aparecen quienes incluso aseguran que poseen horas y horas de grabaciones de auténtico maltrato, pero llegan  tarde, ha habido más de 200.000 visionados del falso vídeo, le han dirigido amenazas de muerte y hasta ha habido una manifestación en Atlanta para que se anule su contrato. El hombre iba a salir hacia Atlanta (EE.UU.) en donde le habían contratado, pero al llegar al aeropuerto de Mallorca, donde residía, lo piensa mejor y se quita la vida en el aparcamiento, no presenciará nada de aquello. Para los gratuitamente crueles, se ha hecho justicia.

Sólo por curiosidad, ¿se han metido alguna vez en el agua a jugar con delfines? Yo lo he hecho; son ciertamente amistosos, pero se les da una patada y no parecen sentirla, le rozan a uno con esa piel que en los documentales parece tan suave como la seda y producen –a mí me ocurrió– una abrasión en la propia que permanece durante días. Está claro que no se adiestra a un bicho de ese tamaño lanzándole indirectas y miradas malévolas.

Segundo: tengo que confesar que ni es tan grave ni me importa demasiado, porque afecta al ridículo mundo de la moda y la canción y no ha llegado a morir nadie, aunque las consecuencias podrían ser serias si se empeñan. Según parece, los fundadores de la marca Dolce&Gabbana a la que dieron nombre, han declarado que no les gusta el matrimonio homosexual ni la adopción de niños por esas parejas. Ojo, se trata de que dos personas han expresado una opinión, algo a lo que se supone que todos tenemos derecho, pero llama la atención que los declarantes son homosexuales y anteriormente formaban pareja sentimental. No han pedido que fusilen a los que se casen o adopten niños, sino que han ejercido ese derecho a expresarse, a discrepar.

De inmediato ese otro homosexual –puro hortera, por cierto– llamado Elton John ha montado en cólera y ha exigido el boicot mundial a los productos de esa conocida marca. Enseguida, otros integrantes del mundo de la «música» se han contagiado de esa cólera y ya han dicho que se suman a ese boicot e incluso alguno llega a afirmar que quemará todas las prendas que posee de esa marca. En la red ya hay quienes expresan sus deseos de que los protagonistas de las declaraciones pierdan la vida y supongo que ya les estarán llegando amenazas, en este caso debo suponer que procedentes de esos ardientes defensores de algunos derechos humanos.

Mi madre, unos años antes de fallecer, presenció en un telediario la noticia de que unos perturbados, supuestos defensores de los animales, habían arrojado una lata de pintura roja sobre una señora que llevaba un abrigo de pieles. Desde entonces, atemorizada, se negó a ponérselo por miedo a tropezarse con uno de esos desalmados. Mientras, en España hay más de 850.000 licencias de caza y otros tantos cazadores a los que esos animalistas podrían enfrentarse en los cotos de caza, pero es más cómodo y pilla más a mano acosar a quienes lleven prendas de piel por la calle. Además, no portan escopetas. Hay que ser prácticos.

Y después, llamamos salvajes a los que lapidan personas en ciertos países árabes. Todos los fanáticos son despreciables, sean del ISIS o de ciertas ONG.

16 marzo 2015

Limpia, fija, da esplendor y mete la pata - ( I )

Aviso de entrada de que no me considero ni muchísimo menos legitimado para enmendar la plana a la Real Academia de la Lengua, pero sí poseo cierto derecho como hablante y amante de la lengua española, castellano si prefieren, a exponer algunas consideraciones sobre esa docta institución.

Cuando era niño y estudiaba en el colegio, ya nos repetían una y otra vez el lema de la Academia, hasta el punto de que lo tengo tan grabado como el padrenuestro –versión preconciliar–. Y no soy el único, creo que toda mi generación y algunas posteriores han sido aleccionadas sobre la fundamental tarea que realizaba y la importancia que suponía para nuestra lengua, frente al desamparo de otras como el inglés que puede que disfruten de una libertad absoluta sin instituciones que la tutelen, pero que por razones que desconozco no tiende como nuestro idioma a la disgregación y a la pérdida de su esencia, que la tiene o quizás, la tenía.

Durantes muchos años, bastantes, cada vez que se planteaba una duda de cómo era y qué significaba una palabra, acudíamos al diccionario y lo que ahí veíamos zanjaba cualquier discusión. Mucho me temo que todo eso ha desaparecido, el diccionario de la RAE ya no es de fiar y yo soy el primero que desprecio a veces lo que en él se dice y me salto también con toda intención los cambios que se van introduciendo en la gramática.

Quizás sea que la globalización no permite que una lengua como la española, que no tiene detrás la expresión de tantos descubrimientos científicos y técnicos como se producen a diario, pueda sobrevivir adecuadamente, pues inevitablemente el acoso del inglés es muy difícil de resistir y ahí tenemos al francés, que hasta mediados del siglo pasado era considerada la más grande de entre todas las lenguas modernas, se encuentra ahora mismo agujereada, gusaneada, por ese otro que arrasa. Y me consta que han hecho lo que en España ni hemos intentado: resistir y hacer campañas para lograr que barbarismos que se le iban colando cada día fueran sustituidos por los equivalentes ya existentes o su traducción al propio francés. Creo que ha sido inútil, y su empeño en imponer –por ejemplo– sac gonflable en vez de airbag ha fracasado, por esa manía tan extendida de hablar inglés sin saber inglés, propia de los iletrados y los tontos.

También influye –para mí negativamente– esa democratización y extensión del derecho a dirigir la evolución de la lengua a los países americanos de habla española, que desgraciadamente viven en lo cultural embobados e influenciados por su vecino del norte y que han sido el portón trasero por el que se nos han colado tantísimos disparates en nuestra propia habla.

Pero nada de esto tiene a mi juicio tanta importancia como la oleada de ignorancia acompañada de osadía que preside actualmente la sociedad española. Para muestra, un recuerdo: cuando yo era niño conocía a unos braceros, unos campesinos; era gente ignorante y como no les gustaba exhibir su ignorancia, prudentes, de pocas palabras; he tenido la oportunidad de escuchar no hace mucho a nietos de alguno de ellos y opinan de todo, lo saben todo, gritan para que otros aprendan y se regodean satisfechos porque son unos enteraos, ellos ven la televisión. Hace años, el que no sabía callaba y a veces escuchaba; hoy el que no sabe, grita y desprecia el saber ajeno.

La lectura sigue siendo en España una afición minoritaria –pese a que una encuesta publicada hoy diga que lee como media el 63,3% de la población– y el enriquecimiento que aporta su práctica es un valor menospreciado por la gran mayoría, que prefiere la televisión, convencidos de que eso culturiza mucho y que leer es un sacrificio doloroso que no merece la pena.

He oído alguna vez contar a Richard Vaughan –el profesor de inglés– acerca de su propio padre, que nunca había leído un libro, porque tras leer unas pocas páginas saltaba a leer la última de la obra, para conocer el final. No era capaz de percibir que el placer no está en saber cómo acaba un libro, sino en gozar de su contenido página a página.

11 marzo 2015

Estupidez popular

Aunque contar esto no contribuya a aumentar mi popularidad, tengo que decir que cada día sobrellevo peor la compañía de mis supuestos semejantes, sobre todo cuando forman multitudes o se manifiestan en toda su crudeza. Me remito a lo que hace tiempo me dijeron irónicamente aquí y yo he aceptado como cierto: no tengo este blog para ganar amigos, pero bienvenidos sean los que se consideren tales.

Hoy he dado un paseo por un bello parque cercano a mi casa, bello porque posee todo para serlo y además la entrada está controlada para evitar balones, comida, bicicletas, animales, etc. intentando evitar que el pueblo llano acabe con esa belleza. Como me temía, el día primaveral que disfrutamos ha hecho que aquello se llene de domingueros indeseables, convencidos de que son únicos en el mundo y que por lo tanto pueden gritar o bloquear los paseos sin preocuparse de los demás, y de gente que obtiene como único placer de su estancia en aquel lugar privilegiado la posibilidad de hacerse fotos junto a lo que sea que llame su atención, algo natural si el parque está solitario –ya raramente– pero difícil de soportar si uno debe estar deteniéndose contínuamente para que el artista de la fotografía dispare su –no precisamente– instantánea. Pero lo que más me ha indignado cuando tomaba aliento en el banco de una pradera, era una pareja que portaba uno de esos enormes palos extensibles –yo diría que de al menos un metro de longitud– para hacerse autofotos, y el elemento masculino de la pareja lo usaba incluso para hacerse fotos en solitario, parece que no confiaba en la habilidad de su acompañante. Con ese palo daba carreritas de un lado a otro haciéndome pensar al principio que se trataba de un palo de golf, un putter.

Llueve sobre mojado. Ayer noche casi me caigo de la silla cuando atendía al telediario, en el que aparecían imágenes de las inundaciones en la provincia de Zaragoza, y la propietaria de una granja declaraba que tenía a todos sus caballos aislados por el agua, pero que lo sentía sobre todo por uno (¿una?) que en una semana iba a dar a luz.

Hace ahora uno o dos meses ya tuve la oportunidad de escuchar esa misma perla en el mismo telediario –hay que tener en cuenta que la televisión es un vivero de analfabetos–, referido a no sé cuál animalito, pero pensé entonces que el hablante había ingerido más alcohol de la cuenta y no controlaba los disparates que soltaba; esta repetición me ha dejado claro que la epidemia de incultura, buenismo y corrección política que padecemos ha llegado al extremo de que se emplee esa expresión –que no es más que un eufemismo utilizado sólo con las humanas para evitar el más contundente parir–  en vez de la correcta, que debe herir la sensibilidad del hablante o, vaya usted a saber, la del animal en estado de buena esperanza o si lo prefieren, embarazado.

Hoy mismo, en su artículo semanal en El País, se queja Javier Marías de la indiferencia y naturalidad con que la mayoría de los indignados y apasionados partidarios de Podemos acepta el hecho de que el señor Monedero se haya comportado exactamente igual que aquellos a los que critica. Una amiga mía que se ufana de ser más de izquierdas que nadie y que promete ser una de sus votantes, lo defendía argumentando que es normal ocultar el dinero que se gana si es que se puede hacer. Qué voy a decir. Por encima de todo, hay que considerar que ese dinero lo ganó –dice Marías– «ocupando un despacho en el mismo palacio que Hugo Chávez», al fin y al cabo un militar golpista. Tan militar y tan golpista como Franco (aunque no tan asesino). Claro que don Javier no se hace ilusiones con el personal y eso lo deja claro día tras día en sus escritos.


Después de haber escrito lo anterior, leo en la prensa y veo en televisión que tres atracadores en Almería han sido identificados porque uno de ellos se hizo un selfie mientras atracaba, con la pistola en la mano y utilizando para ello un móvil robado en el lugar. Creo que me he quedado corto con lo dicho más arriba.

07 marzo 2015

Corazón dividido

God save Madrid
Supongo que todo el mundo entiende situaciones como la que el título de esta entrada sugiere. Hay ocasiones en que uno no sabe qué partido tomar, si decantarse por la hija, tan mona, o el varoncito, tan ambicioso. No sabe uno si preferir a Adolf Hitler, tan genocida él, o a Harry S. Truman, el hombre a quien no le tembló el pulso al ordenar el lanzamiento de las dos bombas atómicas. Uno no tiene muy claro si es mejor Irán o Irak, más aún teniendo en cuenta que se escriben tan parecidos…

Bueno, algo así me ha producido escalofríos al saber de la elección por el dedazo de Rajoy de Cristina Cifuentes como candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid y de la tan profesional Esperanza Aguirre (a) o terror dos policiais como candidata a la alcaldía de la capital. Es llamativo que la primera de ellas casi entregara su alma a dios cuando conducía una motocicleta y que la segunda tratara de entregar a dios el alma de algunos policías –incluso motorizados– en una de sus más sonadas aventuras. Esta mujer es una especie de Sandokán con calcetines.

No es demasiado lo que se sabe de Cifuentes, salvo que es la pesadilla y ruina de los que se manifiestan en demanda de alguna reivindicación –no digo si justa o no, para no ser parcial– y que es una vieja guardia en las filas de la derecha –perdón, centro-derecha–, pues ya militaba en este partido cuando pretendían ser popular, pero se conformaban con ser sólo una alianza: Alianza Popular.

De Esperanza Aguirre sabemos más, mucho más, no en vano ha ido ocupando puestos de relevancia desde que oímos hablar de ella por primera vez. Alcanzó la fama cuando ocupó la cartera del ministerio de cultura y se le atribuye aquella metedura de pata de confundir al escritor Saramago con la bailaora Sara Baras. No lo presencié, así que no puedo dar fe de ello.

De todas maneras, sí es verdad que nos tenía engañados a casi todos, que la veíamos como una boba sin malicia y sin más trascendencia. Nos equivocamos; sí tiene malicia, y eso empezamos a comprobarlo cuando ocupó la presidencia del Senado, ahí ya comenzó a dar muestra de su capacidad para arrasar y pasar por encima de quien fuera.

Un episodio que ni siquiera se puede calificar de rocambolesco, pues se trató simplemente de un vistoso alarde de corrupción, dio con ella en la presidencia de la Comunidad de Madrid y ahí fue cuando floreció en todo su esplendor como una especie de Margaret Thatcher castiza, un personaje al que ella dice admirar. Pena que no dispusiera de unas Malvinas para exhibir poderío como hizo su ídolo.

Le faltaba la alcaldía de Madrid –sigue los pasos de su detestado Gallardón– y el presidente que tanto precisa de un logopeda le ha dado la oportunidad, porque todos sabemos que, pese a los denuestos y murmuraciones acerca de muchos asuntos turbios como lo de las elecciones de las que hablo más arriba, el affaire de la estación del AVE en Guadalajara o sus correrías desde la Gran Vía a su domicilio perseguida por la policía, tiene más posibilidades que otros competidores de su partido de conseguir el puestecillo, cuesta creerlo, pero hay gente a la que le gusta ese comportamiento tan desenfadado y chulesco que la caracteriza.

Decía yo que tengo el corazón partío y de verdad que es así, porque al espanto de que el PP conserve su poder en la Comunidad y alcaldía de Madrid se une que no sé a quién desearle más que se estrelle: si a la pretendidamente progre Cifuentes o a la liberal Aguirre, la auténtica, única y verdadera cólera de dios. Pero por encima de todo, me dan arrebatos de alegría al ver que el bueno de Rajoy nos ha quitado de en medio esa gloria ratonil llamada Ignacio González.

03 marzo 2015

Amor a segunda vista

Se acercan las elecciones y, casualmente, esa circunstancia coincide con un repentino amor de los políticos hacia los ciudadanos, amor que cuando menos debería despertar las sospechas del respetable. ¿Fue Winston Churchill el que dijo que era la democracia el peor régimen político, exceptuando todos los demás? Bueno, qué más da, no cabe duda de que es una frase tramposa pues no dice nada y permite ser utilizada por cualquier trilero, como él mismo lo fue. Es curioso que este notable fumador comenzara su carrera en nuestra guerra de Cuba, tuviera nombre de marca de cigarrillos y perteneciera a la familia de los duques de Marlborough, de resonancias literalmente tabaquiles. Demasiados humos.

No hace mucho tuvo lugar el debate sobre el estado de la nación y en él nuestro amado e intelectual presidente tuvo a bien inaugurar oficiosamente la campaña electoral de las elecciones municipales y autonómicas de casi toda España del próximo 24 de mayo (22 de marzo en Andalucía), tomando por una vez la iniciativa de algo. No le han faltado expresiones acerca de lo encantado que está de haberse conocido ni de lo mucho y bueno que lleva hecho por España hasta el momento. Tampoco manifestaciones de desprecio y descalificación personal hacia el líder del partido opositor; qué democracia es ésa en la que un presidente le pide a ese líder que se vaya del Congreso y no vuelva, al tiempo que lo califica de patético.

Hasta no hace mucho se decía que los números cantan, pero me temo que hoy en día los números desafinan, a la vista del manejo que el gobierno se permite falseándolos sin sonrojo. Otra cosa es que los demás tengamos también esa percepción del fabulador presidente, yo más bien diría que considerando lo que se comenta en la prensa y lo que comenta la propia ciudadanía, no hay mucha conciencia de todos esos bienes que nos han caído encima sin darnos ni cuenta.

Al mismo tiempo y como cabía esperar, se ha deshecho en promesas sobre un futuro que de seguir contando con él –según asegura él mismo– más que de vino y rosas será de puro ibérico y Vega Sicilia, pues parece que todo va a transformarse repentinamente: esos parados que tanto abundan se encontrarán de repente con un trabajo fijo y bien remunerado, esos dependientes sin asistencia por parte del estado contarán con todos los medios que precisen, esos enfermos a los que no se les suministran los medicamentos precisos para su supervivencia dejarán de sufrir esa carencia y además se les dará pastillitas de limón refrescante… Y así todo, nunca podríamos imaginar la fortuna que se precipita sobre nosotros.

Pero no es el único, todos los cabezas de fila de los partidos se apresuran a manifestar lo mucho mejor que estaremos si son ellos los elegidos y cuán profundamente nos aman. Por supuesto, cuentan con la ventaja innegable de que peor que el gobierno actual es imposible hacerlo, así que por esta vez es verdad que van a mejorar nuestra situación si es que, como se espera, el partido en el gobierno actual pasa a ser una fuerza de segunda fila.

El PSOE se apresura a presentar candidatos que hagan pensar que ya no es como antes, en que incumplían sus promesas con todo desparpajo, y ahí tenemos como candidato por Madrid a alguien que seguramente aumentará las posibilidades de ese partido porque parece persona cabal.

Contamos con la estrella e incógnita de estas elecciones: el virginal Podemos –o sus franquicias– que promete cambiar las cosas de verdad, aunque sus líderes actúen demasiadas veces según los viejos usos y mentirijillas. A estas alturas no me creo que nadie vaya a inventar la rueda, pero ya hablaré cuando vea cómo actúan.

Izquierda Unida, haciendo caso omiso a su nombre, ha conseguido superar el nivel de discordias internas a que nos tenía acostumbrado. Una pena, porque si algo le falta a la izquierda –aparte de estabilidad– es precisamente esa unidad que cada vez está más lejos y que reduce las expectativas del conjunto de las fuerza progresistas.  

Detrás se agitan partidos como Ciudadanos –Ciutadans para el PP, que no pierde comba– del que se dice que será el Podemos de la derecha o del centro-derecha, si prefieren. Aumentan sus expectativas y su líder ha conseguido inexplicablemente auparse por encima del casi anonimato anterior, pese a aquel cartel electoral de hace años donde aparecía tal y como dios lo trajo al mundo, pero un poco más crecidito. No creo que le ayude demasiado el que muchos piensen que no es más que una versión extendida de su original regional.

Por detrás queda UPyD un tanto desdibujado y que no consigue ser portada de ningún periódico, puede que haga llegado al final de su trayecto. Le siguen todos esos partidos regionales, alguno de ellos tocado por la corrupción hasta en sus esencias, pero parece que cuentan con votantes inamovibles, del tipo pase lo que pase. Finalmente, no hay que olvidar a los independentistas catalanes, empecinados en lo suyo pero un poco alicaídos ahora, ignoro cómo se lo montarán para animar a sus fieles y marear al resto.

¿Nos los creemos? Por mi parte, espero que los jóvenes estén llenos de fe y animen el panorama, porque lo que es a mí me pillan bastante cansado de tantos éxtasis y decepciones inmediatas, ¿de verdad que la democracia es esto? Si es así me temo que no suscribiré muy convencido aquella frase del rufián británico, porque de momento las cosas aquí no funcionan democráticamente, los ricos son cada vez más ricos y a la cárcel sólo van los pringaos.

Al final nada nuevo, pero ¿hay algo nuevo?

26 febrero 2015

Llegaron los turistas. Se acabó el turismo

Hice mi primer viaje al extranjero allá por los 60, cuando aún el franquismo miraba con ojos de sospecha al que quería viajar al exterior y fue con un pasaporte válido sólo para un mes y por descontado con aquella coletilla impresa con un sello en las primeras páginas que decía: no válido para Rusia y países satélites. Más adelante, en los pasaportes más modernos, y como eso de países satélites resultaba un tanto críptico, fue sustituido –bajo el epígrafe de “este pasaporte es válido para”– por un sello que decía TODO EL MUNDO y a continuación añadía “excepto” y ahí se relacionaban los países del lado oscuro como Albania, Mongolia exterior, Rep. Popular China, U.R.S.S., Yugoslavia, etc. etc.

Nada de eso me afectaba, porque yo seguía el catecismo de los españoles de entonces; Portugal no era un extranjero de verdad, había que ir a un extranjero auténtico y eso significaba París, el hogar de todos los libertinajes y la torre Eiffel. Fuimos un amigo y yo en tren, debiendo transbordar en Hendaya y como cabía esperar llegamos hechos polvo a una residencia de estudiantes en la rue Jean Jacques Rousseau con cinco camas por habitación, pura privacidad. Eso sí, la torre Eiffel no estaba todavía saturada de visitantes y usted podía, si le apetecía, arrojarse saltando graciosamente la barandilla de una de las plataformas visitables, porque aún no existían esas mallas metálicas que a mí me hacen sentir claustrofobia.

Pese a todo, aquello era turismo. Pocos visitantes en monumentos y museos, uno se desenvolvía felizmente por la ciudad con sólo las limitaciones impuestas por un conocimiento deficiente del francés, pese a que era el idioma estudiado en el colegio.

Nada que ver con lo actual, en el que el turismo se ha transformado en una industria de producción en serie y en el que el turista es movilizado por las agencias como si de una mercancía se tratara (ya sé que no siempre es así, Ángel). Eso por no hablar de los divertidos aeropuertos y sus humillantes inspecciones, los aviones y sus confortables asientos. Quizás sea París la ciudad extranjera que más veces he visitado y he comprobado cómo en cada nuevo viaje la cosa estaba peor que en el viaje anterior, aunque lo cierto es que París es tan bonito que más que una ciudad parece un parque temático, como por razones diferentes también lo parece Nueva York.

Ahora se viven tiempos de turismo de masas y hay que aceptar como cosa natural que si usted visita –por ejemplo– el puente Carlos en Praga, tenga que abrirse paso a codazos para desplazarse de un lado a otro, que hacer una foto resulte casi imposible porque habría que poner vallas como las de la policía. También puede plantarse en el puente antes de las ocho de la mañana, pero lo considero incompatible con el placer que asocio a las vacaciones.

Comprendo que todo el mundo quiere viajar, aunque sea pidiendo un crédito para hacerlo o prescindiendo de lo preciso, y que hay que ir tachando países y ciudades que vamos conociendo, en ese álbum imaginario, como aquello que decíamos de NOLO y SILO, la cuestión que me planteo es si esos turistas conocen aceptablemente su propio país. Por otro lado, si dicen los químicos que un medio queda contaminado con la presencia de sólo un elemento extraño, imaginen cómo está ahora Venecia, la Capilla Sixtina, el Empire State, el Louvre, etc. Colas, colas, colas… Leí hace poco no recuerdo dónde, que era imposible acercarse a la Gioconda porque una masa de gente, aparentemente inamovible y nada permeable, permanecía de espaldas al cuadro haciéndose la inevitable autofoto (selfie para los políglotas) precupándose tan solo de que su rostro quede contiguo al cuadro en el plano de la foto. De hecho yo he vivido esa situación de hormiguero –pero sin autofotos– hace unos tres años. Curiosamente, la cercana Victoria de Samotracia permanecía casi solitaria.

Por eso fundamentalmente, me resisto como puedo a los asaltos de mi mujer, que reclama desplazamientos a donde sea (excepto África y “países” satélites) y sé que tendré que ceder, pero creo que el turismo de verdad ya no existe, aquellos románticos viajeros europeos del XIX, los primeros turistas, son ya más utopía que historia. 

22 febrero 2015

La letal Alemania

Laboriosos alemanes ejerciendo de tales,
menos uno que dispara contra Zeus
Que los alemanes son laboriosos, organizados y disciplinados es algo que no creo que nadie discuta, pero de ahí a tenerlos como referente a imitar por parte de cualquier país va una distancia enorme. Incluso convendría que los medios de comunicación dedicasen su atención a abrir los ojos de la ciudadanía, habitualmente convencidos de que si todos fuéramos como Alemania otro gallo nos cantaría.

Para empezar, parece que nos olvidamos constantemente de que ese país modélico es el principal actor de las dos guerras mundiales y directamente provocó la segunda, cuyo saldo fue una Europa arrasada y arruinada y casi cien millones de muertos, sin olvidar que probablemente sin la ayuda de Hitler no habría habido guerra civil en España, pues la cosa se habría limitado a un golpe de estado que, al fracasar, no habría pasado a guerra al no disponer los golpistas de armas y apoyos. Como travesura, la aventura de los alemanes no es una minucia y creo que hace que esa balanza con la laboriosidad y disciplina de un lado se incline hacia el opuesto, el de los daños y consecuencias de su belicosidad. Ni siquiera los turcos en su etapa más agresiva (siglo XVII), Napoleón cuando invadía todo, o los españoles cuando les dio por declararle a guerra a todos los que no iban a misa, causaron un daño parecido. Una cosa es que dejemos a un lado la mortandad causada por los alemanes no es cosa de pensar en ello cada día al levantarnos y otra muy diferente que lo olvidemos. Recuerdo lo que decía Woody Allen en una de sus películas: cada vez que escucho a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia. Puede que no se llegue a tanto, pero así se mueven más o menos esos ciudadanos a los que tanto admiramos.

Da que pensar lo que descubro según leo la historia de ese país modélico y hoy llega la gota que colma el vaso en forma de un artículo periodístico donde se desmenuza cómo Alemania se ha comportado en lo relativo al dinero, con detalles que en su mayoría he podido comprobar en otras fuentes.

Por abordar sólo el problema más inmediato, resulta que sólo la deuda con Grecia contraida con motivo de los daños causados durante la ocupación alemana alcanzaría y superaría la actual deuda griega a la Unión Europea, de hecho el economista francés Jacques Depla, asesor del gobierno de Sarkozy, la estima en un valor actual superior a los 575.000 millones de euros, 162.000 millones según otras fuentes claramente moderadas. Pero es que hay más. Durante esa ocupación, con un gobierno títere impuesto por Alemania, se obligó a Grecia a concederles un préstamo equivalente a 3.000 millones de euros actuales (476 millones de marcos de entonces), que nunca ha sido devuelto. "Si se aplica –se dice– el interés medio de los bonos estadounidenses como punto de referencia, la cantidad que Alemania debería pagar a Grecia sería de 163.800 millones de dólares", otras fuentes más templadas lo cifran en 54.000 millones, creo que sin contar intereses.

Alguien podría inclinarse por exclamar, ¡pero por favor, esa deuda es de cuando Alejandro Magno! Pues ni mucho menos; ni las finanzas internacionales tienen un tempo como el que tenemos las personas, ni las deudas se perdonan por las buenas. Como ya decía otro día, no ha sido sino hasta 2010 que Alemania ha terminado de pagar la deuda que tenía con sus acreedores al terminar la 2ª GM y que en parte provenía de la 1ª GM. No quiero ser pesado, pero es bueno volver a decir que esa deuda tuvo una quita del 62,6% y que Grecia (y España) estaba entre los que perdonaron. Supongo que no tuvo otra opción, como la España franquista.

Es peligroso meterse a comentar nada relacionado con Israel, pero no está de más recordar también que desde 1951 Alemania sigue pagando indemnización a Israel por los judíos muertos durante la guerra, según el Acuerdo de Luxemburgo. Se trata de un caso insólito en el derecho internacional, puesto que Israel no existió como país hasta 1947. Claro que no es lo mismo indemnizar a los poderosos judíos que a los débiles griegos.

No es tan difícil ni milagroso que un país se recupere tras una guerra terrible si, como Alemania, recibe el perdón de buena parte de sus deudas y las enormes ayudas que le llegaron con el Plan Marshall, ése que nosotros vimos pasar de largo porque aquí los fascistas seguían en el poder.


Para leer artículos sobre el asunto de la deuda, basta pinchar aquí o aquí o incluso aquí