09 agosto 2025

El turismo agobiante

En agosto de 2013 publiqué una entrada en la que me quejaba del número excesivo de turistas que venían a solazarse a nuestro país. Entonces se esperaban 58 millones en el año: hoy la cosa ha empeorado terriblemente y se espera que lleguen a los 100 millones o muy cercano a esa cifra. Entonces, todavía el turismo era ese fenómeno chispeante que no desagradaba a casi nadie. Hoy, es una auténtica peste. 

Sin embargo, los políticos en general siguen encantados con la afluencia, atentos tan solo al PIB, sin darse cuenta de que las cosas han cambiado: ya no son aquellos guiris que daban color a algunas ciudades, ahora son como las termitas que destruyen todo lo que invaden y llegan a ser una verdadera catástrofe. Hace menos de 20 años visité el monumento de la fotografía y simplemente llegué, saqué mi entrada y pasé. Ahora la cola alcanza cientos de metros durante todo el día.

A los turistas les sacan el jugo los empresarios de esa industria, para colmo cada día más extranjera. Esas carretadas de ingleses que llegan a Magaluf y tantos otros lugares a emborracharse y a destrozar lo que pillan por delante, pagan en su país una cantidad que engloba todo el paquete, avión, hotel de estancia e incluso excursiones, si las hubiera, En España solo dejan lo que a veces consumen en bares, fuera del todo incluido que pagaron en origen.

No todos saben siquiera en qué país se encuentran y lo único que les interesa es la bebida alcohólica y la piscina. Y por supuesto la terraza o el balcón desde el que muchas veces se arrojan al agua de esa piscina, encontrando la muerte a veces; selección natural dice mi hijo, pero la verdad es que esa selección no trabaja demasiado.

No sé de casi nadie que se pregunte de dónde sale el dinero para las instalaciones que requiere el suministro extraordinario de agua, la recogida de basuras, las carreteras… pero somos nosotros, los ciudadanos a los que nos ha caído encima esta maldición, los que financiamos las ganancias que se llevan fundamentalmente los del gremio de la hostelería.

Las repercusiones negativas están a la vista: la vivienda ha dejado de ser un problema para transformarse en una angustia que condiciona la vida de todos, porque si hay algo imprescindible para la vida es un techo. El turismo ha hecho que muchas viviendas sean alquiladas solamente para pasar unos días, que es exactamente lo que desea Airbnb y similares y por tanto la oferta de alquileres normales ha disminuido de manera alarmante hasta el punto de condicionar el independizarse de todos los jóvenes y hasta el nacimiento de nuevos seres fruto de las parejas que se deberían formar. Mientras, el gobierno está paralizado y no reacciona a esos efectos terribles que son consecuencia de la pasividad y complicidad de los ayuntamientos.

Los precios de hoteles y apartamentos se han disparado hasta alcanzar niveles fuera del alcance y poder adquisitivo de los propios españoles. Las agencias de viajes anuncian alegremente que es más barato tomar vacaciones en algunos países extranjeros, conocedoras de que los precios locales están fuera de nuestra capacidad, pues han aumentado hasta un 40 o 50% desde la pandemia. No deja de ser una infamia que los habitantes del país turístico por excelencia no puedan hacer turismo en su propio país. Yo mismo, llevo muchos años pasando casi un mes en hoteles del sur, ocupado mayoritariamente por alemanes y ya me planteo dejar de hacerlo porque me supone un gasto excesivo. Las cuestión es que no sé adónde ir y a mi edad no estoy para aventuras.

Esto va a reventar y no soy capaz de decir cómo, aunque imagino que no va a estar libre de violencia, aunque sea la violencia que aplicará sobre la población un futuro gobierno de ultraderecha.

25 julio 2025

Aislamiento (I)

Me quejaba, a finales de 2016, de la desaparición de «mi mundo», es decir, de todas las personas, amigos y familiares, que formaban parte de mi entorno, pero también de los usos que iban cambiando hasta hacerme sentir incómodo a veces. Solo a veces.

He estado durante la mayor parte de este mes de julio de vacaciones en un resort en el que aproximadamente el 50 o 60% eran extranjeros, concretamente alemanes. Calculo que la mitad de los huéspedes tenía algún tatuaje, españoles y extranjeros y parecían ser felices con ellos. Creo que no acababan de darse cuenta de que un tatuaje es para toda la vida, lo van a tener cuando sean jóvenes –los que lo sean− hasta cuando tengan 80 años –si llegan− y su piel ya no sea tersa, su rostro no sea juvenil y sus articulaciones hayan dejado de ser de primera clase. Me produce aún más asombro esos que se colocan pequeños tatuajes aquí y allí, no relacionados entre sí, como si fuera las paredes del retrete de una tasca.

No asombro, sino terror, siento cuando veo esos que se tatúan un brazo, hombro incluido, con lo que parece ser un paisaje selvático u otra ilustración de la misma índole; parece que esto entusiasma fundamentalmente a los futbolistas, como aquel inglés que estuvo por España, que tenía una esposa que pretendía ser exquisita (?) –pobre horterilla− y que más tarde se marchó a EE.UU. Una suerte.

Ni menciono a los que, como el que vi en televisión el otro día, se tatúan desde la cabeza a las uñas de los pies. A esos los clasifico sin ninguna duda como lunáticos.

No es el asunto de los tatuajes el único que me hace sentir incomodidad. Se ha extendido la costumbre de hablar español mezclando infinidad de expresiones nuevas –inventadas por ellos o por alguien de su entorno− porque ahora se ha puesto de moda creerse aquello de que el lenguaje lo crean los hablantes, lo que podía ser cierto y conveniente antes de la televisión –y la publicidad con la que nos aturden− y las redes sociales, que no son más que un triste escaparate de hasta dónde puede llegar la ignorancia. Por descontado, incluyo en lo inadecuado esas expresiones repetidas en inglés o mal traducidas al castellano. La mayoría no valora poder disponer de un idioma elaborado durante siglos y que puede usarse para expresarse con gran precisión. Como es gratis...

Soy un gran aficionado a la música en casi todas las manifestaciones de cierta calidad, pero me espanta comprobar que eso que actualmente llaman música no tiene nada que lo asemeje a un sonido armónico y agradable. Ahora se matan por asistir a lo que llaman conciertos, en el que los actuantes no tienen ni idea de lo que están haciendo y simplemente tratan de aprovechar su suerte y llevárselo calentito mientras dure. Me he quedado asombrado cuando he sabido cuánto pagan esos aficionado por asistir a esos recitales y cómo se aprovechan quienes mandan en el invento para ordeñar a ese público sacándoles hasta el último euro. En ocasiones, la multitud que asiste enciende al tiempo las linternas de sus smartphones –antes eran mecheros– para mostrar su unión en la admiración al artista de turno y cómo se sienten elevados místicamente por lo que escuchan.

Creo que ya me he manifestado lo suficiente como para que el lector piense que sin duda soy un inadaptado, pero prometo seguir con más de lo mismo. No hay que olvidar que este blog se titula Según lo veo y ese pretendo que sea su contenido. Han desaparecido los comentarios y eso me da la sensación de que la timidez de los lectores les impide manifestarse sinceramente.

24 junio 2025

No somos lo mismo

Existe cierta costumbre en España de mencionar aquello de que “todos somos iguales” cuando resulta ser una mentira llamativa. No hay más que recordar aquel incidente, con la infanta Cristina de protagonista, en la que ella, ante un problema con Hacienda –creo– proclamó con todo desparpajo que ella no era igual al resto de los españoles. Bueno, no hizo más que poner en práctica lo que seguramente le había imbuido el golfo de su padre que, como se sabe, disfrutaba de inmunidad absoluta en su función de rey. Por sorprendente que parezca, la Constitución Española declara sin empacho que el rey disfruta de inmunidad haga lo que haga. Para hacernos una idea, podría matar a alguien que le cayera mal y ni siquiera podría ser juzgado. De ahí la cantidad de tropelías que el llamado Juan Carlos I ha llevado a cabo: desde engañar infinidad de veces a su esposa a robar a manos llenas hasta el punto de que él, que no tenía ni un duro cuando llegó al trono, se ha ido con una fortuna que ya quisiéramos; menos mal que tiene que disfrutarla en Abu Dabi, un lugar en el que yo no viviría aunque me ofrecieran tanto dinero como quisiera. No me extraña que fuese un lugar ideal para un baboso como él.

Aunque parezca mentira tras todo este prolegómeno, no es de esta igualdad de la que quiero tratar, sino de la supuesta homogeneidad entre hombres y mujeres, ahora tan en boga. Como se dice ahora, no debería meterme en este jardín, porque diga lo que diga sufriré severas críticas; bien es cierto que no me importa en absoluto.

Para evitar malos entendidos, comienzo declarando solemnemente que no considero inferior o superior a ninguna de esas dos partes, simplemente creo que son diferentes y que el esfuerzo en equipararlos está llamado al fracaso dentro de unos años, una vez que se haya conseguido establecer con justicia el valor de palabras como igualdad, xenofobia, racismo, etc. En su empeño en luchar con lo que la naturaleza impone, hemos abandonado la idea de la diferencia de roles y todos, hombres y mujeres, nos empeñamos en igualarlos o, mejor dicho, hacer de la mujer una especie de hombre, pero sin pene y eso, claro está, no acaba de funcionar.

Buena parte de la culpa la tienen esos hombres que ven en la mujer una especie de juguete que solo sirve para gozar, aunque sea forzándola. La mujer se defiende cometiendo un atropello con ayuda de parte de los hombres y así resulta que llegamos al extremo de anteponer la palabra de la mujer a la presunción de inocencia de cualquier acusado. Gracias a esto, usted puede ser acusado de la noche a la mañana de comportamiento violento por su esposa o pareja, con la segura consecuencia de que esa noche duerme en un calabozo, sin más investigación. 

Por descontado, hay mujeres capacitadas para desempeñar el papel reservado a los hombres y la inversa, pero no es esa la normalidad. Hemos llegado al disparate de permitir que haya mujeres-soldados que naturalmente no pueden llevar a cabo el rol que de siempre han interpretado los hombres y nadie se extraña de que en la primera y segunda guerras mundiales, la de Corea o Vietnam fueran los hombres los que se enfrentaban a muerte, dejando a las mujeres las tareas auxiliares. Estamos soportando una guerra en Ucrania y todo el mundo ve natural que quienes se juegan la vida o puedan ser alistados son los hombres, mientras las mujeres permanecen en casa procurando no ser víctimas de un ataque enemigo, ¿entiende esto? Todos vemos normales a las mujeres trabajando como enfermeras en los hospitales mientras en esos mismos centros son los hombres los que se ocupas de tareas donde se exige más fuerza que habilidad, tareas encomendadas a los celadores. 

Siempre fueron mujeres las que se ocuparon de los miembros de la familia ya ancianos o impedidos mientras los hombres tenían la obligación ineludible de aportar los medios económicos para el sostenimiento de la familia. Ya nada es así, y son los y las inmigrantes (en especial ellas) quienes acompañan y se ocupan de cuidar a quienes no pueden valerse por sí mismos. 

De verdad que no lo entiendo: la mujer considera humillante desempeñar un papel femenino porque eso no le permite desarrollar su presunta capacidad, pero todo el mundo ve natural trabajar en un entorno donde siempre hay un jefe que nos impone su punto de vista y nos da órdenes, por norma. ¿Eso sí es agradable?

Como era de temer, la primera víctima de todas estas ocurrencias ha sido el lenguaje. Desde la creación o inicios del español, el plural no es exactamente masculino, porque en esa forma ha englobado siempre lo femenino. Ahora es obligado decir, por ejemplo, “los ciudadanos y las ciudadanas”, una duplicación precisa para no ofender a las féminas, aunque eso suponga destrozar una lengua que ha llevado muchos siglos desarrollar y reglamentar. ¿Qué más da?

Leo en El País que “El 84,6% de las futbolistas profesionales en España han sufrido dolor menstrual entrenando o jugando”. ¿Han probado a jugar al ajedrez o el tenis de mesa? Igual resulta que el fútbol no es muy apropiado para la naturaleza femenina.

14 mayo 2025

Guerra civil (es decir: no militar)

Casi todo el mundo sabe que guerra civil es la que mantienen entre sí los habitantes de un mismo pueblo o nación. Todos la asocian con la que asoló España entre 1936 y 1939, cuyas consecuencias todavía perduran y nadie se acuerda de las guerras carlistas, que duraron buena parte del siglo XIX y que sirvieron para que España perdiera el tren del progreso en ese siglo. Parecen estar olvidadas y en la que pensamos todos y que puso fin a la segunda república es esa que duró un poco menos de tres años y en la que lucharon de un lado los republicanos fieles al gobierno legal y de otro los seguidores del autor del golpe de Estado, mando supremo durante la guerra que le siguió y dictador durante casi 40 años, hasta que tuvo a bien morir en la cama, más momia que persona activa.

He dado título a esta entrada no pensando en ese tipo de conflicto, sino en el que se libra, normalmente sin armas, entre civiles de distintas ideologías −frecuentemente sin ninguna− en la actualidad en nuestro país y que, lamentablemente, aumenta su crueldad y fiereza según pasan los días.

Todos somos testigos de la saña con que se persiguen y atacan los dos partidos mayoritarios, PSOE y PP, nada que ver con los enfrentamientos de hace unos 40 años entre el PSOE también y AP, Alianza Popular, que es el nombre que recibía entonces el ahora llamado Partido Popular. Por supuesto que ambos bandos han sido contrincantes desde que existen, reciban el nombre que reciban y que son simples continuadores de los dos bandos en que se dividió el país con motivo de los conflictos que se produjeron durante el desafortunado reinado de Fernando VII, el que vaya usted a saber por qué fue apodado por algunos "el Deseado" cuando apenas una pequeña parte de los españoles deseaba ser gobernada por ese rufián. El resto lo llamaba "el rey Felón" porque era un personaje sin dignidad ni principios que en pleno conflicto con Francia llegó a pedirle a Napoleón que lo adoptara como hijo y lo felicitaba por las victorias obtenidas sobre los españoles. De él descienden de manera bastante directa Juan Carlos I y el actual monarca Felipe VI. Este último, por fortuna, no parece haber heredado hasta la fecha los hábitos, estilos y promiscuidad de sus antecesores. Hasta ahora.

Los dos bandos en que se dividen actualmente los españoles se detestan profundamente y creo que muchos de sus elementos desearían la desaparición del otro sin que importara cómo. Me desagrada calificarlo así, pero me parece que buena parte de cada lado odia a los contrarios y es apenas por las condiciones del entorno geográfico que no estalla una verdadera guerra entre ellos. Me cuesta creer lo que he leído ya varias veces: hay personas que lamentan que no estalle una guerra civil en España y hay cretinos, como aquel militar retirado, que quería fusilar a 26 millones de hijos de puta, según él. Ni siquiera le frenaba estar, evidentemente, en franca minoría. El sueño de la derecha es exterminar a la izquierda, de manera parecida a como los judíos de Israel están acabando con los palestinos.

Es como el tiro de pichón: hay que estar atentos y si "al otro" se le ocurre algo, hay que disparar antes siquiera de ver de lo que se trata, como ha ocurrido con la nueva ley de vivienda: no había sido publicado su texto, pero ya aquella eminencia gris llamada Pablo Casado la recurrió. Es llamativo y casi pintoresco que en las últimas elecciones hayan sido multitud los jubilados que han votado por el PP. Es decir, rechazan a quien ha legislado para que las pensiones suban cada año lo mismo que el IPC (hace poco tocó un 8,5%) y votan al partido que redujo esa subida a un miserable 0,25%. Se trata de aplicar el principio de que todo lo de los otros es irremisiblemente malo y hay que eliminarlo, fumigarlo.

Observen los países de la Unión Europea: por descontado que en ninguno de ellos todos sus habitantes piensan de igual manera, pero los enfrentamientos físicos o armados no se producen gracias a que hay otros medios de solventar conflictos y las personas con una mínima cultura los aceptan. Observen qué países han pasado recientemente o están inmersos en una guerra civil: tan solo algunos países africanos y del cercano oriente o balcánicos −con una larga tradición de enfrentamientos− recurren a los enfrentamientos armados.

Precisamente la falta de conocimiento y cultura es a mi parecer la causa de nuestra triste situación y lo malo es que no parece tener remedio, porque aunque exista la escolarización obligatoria, no es mucho lo que se enseña y en el hogar o el entorno cercano se vive un clima de fanatismo que hace imposible la aceptación de otro punto de vista que no sea el propio. Y aunque en extinción, está también el asunto de la religión. Si alguien es hereje hay que ir contra él a muerte, haga lo que haga.
 
En las últimas JMJ (Jornadas Mundiales de la Juventud) celebradas en Lisboa se confirmó lo que muchos pensamos: abunda entre los católicos la mala fe y la ignorancia, porque hay que ser un mal nacido para decirle a nadie eso de "que te vote Txapote" como coreaban en autobuses y en reuniones, más aún cuando una mayoría, por su juventud, ni siquiera saben quién es ese personaje que citan, pero se trata de intentar denigrar a "los otros".

Y lo siento, pero tomo partido. Me resulta triste y patético el empeño de Núñez Feijóo por calificar de fracaso el gobierno de Pedro Sánchez, haga este lo que haga. Hay muchas, muchas cosas, que está haciendo que me desagradan y que no querría que fuesen de esa manera, pero no es MI partido (en el sentido propietario), sino el de muchos millones y eso es lo que hay. Lo que hay que mirar es cómo van las cosas en el país y aunque a muchos les duela, marchan aceptablemente bien. Pobre Feijóo; entre Ayuso y Sánchez lo van a dejar desactivado. A pesar de su bonita "gira triunfal" permanente.

28 abril 2025

Adiós a muchas cosas (y II)

Esta entrada no es más que una continuación de otra titulada “Adiós a muchas cosas” y que corté para no aburrir al que, en un momento de locura, decidiera leerme.
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Sé que no todo el mundo hacía lo mismo, pero yo tenía la buena costumbre de hacerme los trajes a la medida en un sastre, lo que es una manera infalible de conseguir que la prenda nos cayera bien y estuviera bien hecha. Todavía recuerdo la pena que me invadía cuando tras una de las pruebas del traje ya completo y cosido solo con hilvanes, el artesano empezaba a arrancar y deshacer lo que ya tenía casi la apariencia final.

Cosas de la vida. Tuve que cambiar un par de veces por jubilación o desaparición del taller, pero me parecía maravilloso eso de poder escoger cada detalle y pedir que se cumplieran. Claro que hablo de cuando a la oficina se acudía vestido con corbata. Ahora mi hijo va a la suya vestido como si fuera de camping o a coger espárragos. Y afirma que los demás van más o menos igual.
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¿Se acuerdan de un artilugio llamado bidé? Se trata de un invento francés del siglo XVII −creo−, un rasgo de ingenio poco frecuente en ellos. Según parece es normal en los países latinos (europeos, claro) y en el cono sur de América. Desde que yo era niño –y ya ha llovido desde entonces− estaba en todos los cuartos de baño donde vivía y por lo tanto es para mí algo tan normal como el propio inodoro. Según se afirma, el nombre proviene del francés bidet que significa algo así como caballito, en referencia a la posición que se adopta para su uso.

Sin embargo, los americanos del norte siempre lo consideraron la imagen del pecado y en ocasiones manifiestan su rechazo hacia él, junto a algunos europeos “de los del norte”. Es la única explicación que le encuentro a su desaparición en algunas casas de gente española muy moderna y actualmente se halla en proceso de retirada de hoteles, al menos los de 4* que yo frecuento, hasta el punto de que cuando hago una reserva tengo que exigir que en el cuarto de baño de la habitación disponga del sanitario. Al menos de momento parece que mantienen algunos para maniáticos tradicionales como yo.

Solo me queda decir sobre este asunto, que yo de jovencito no era muy partidario de su utilización  y que en la actualidad considero que quien no hace uso del bidé es probablemente un poco guarro.
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Puede usarse o no, puede poseerse uno o no, pero creo que todo el mundo sabe lo que es un PC o, si lo prefiere, un personal computer. Hasta hace poco, toda persona de bien contaba con uno a través del cual conectaba con el mundo. Ahora no; ahora todos parecen preferir eso del smartphone con lo que se pretende sustituir, parece, al mencionado PC. No tengo nada contra esos curiosos aparatitos, pero que ni en el mejor de los casos puede sustituir a un ordenador. Suelo ver por las mañanas algún diario para conocer las noticias (¿qué me importarán a mí?) y el otro día veía una colección de fotos, todas ellas con su pie de foto de tres o cuatro líneas. De momento no entendía por qué en los comentarios abundaban las protestas porque −decían− los textos aparecían encima de las fotos, hasta que me di cuenta de que se trataba del típico empeño por leer un diario en el smartphone. ¿De verdad se puede? En realidad ya veo que no y de ahí las protestas, pero quizás sea deformación profesional, pues no consigo visionar nada en el móvil porque el pequeño tamaño de las pantallas creo que impide semejante posibilidad, por más que se empeñen. Claro que un PC no es cómodo en el autobús o el metro, pero es que ¿a quién se le ocurre ver nada en esos transportes?

Como el personal suele ser terco, me temo que no hay nada que hacer y de ahí la enorme caída de ventas de los PC, en especial los de torre, aunque los portátiles siguen teniendo salida porque las empresas suministran uno a cada nuevo siervo que incluyen entre su personal. Lo cierto es que los ordenadores de sobremesa se extinguen. Y no me extraña, dado el empeño de Microsoft por sacar nuevas versiones de su sistema operativo que incluso llegan a exigir cierto componente en el hardware para funcionar. Hay que renovar el parque…


13 abril 2025

Una pesadilla llamada Trump

 Creo que fue en noviembre pasado cuando ya publiqué una entrada celebrando que Donald Trump había ganado las elecciones de EE.UU. Presagiaba catástrofes con la llegada de este empresario, pero no me podía imaginar que iba a atreverse a trastocar y cambiar las reglas por las que se rigen los países y en especial las de quienes se creían que trataban con un aliado de la Unión Europea, como hacía pensar una relación de más de 80 años; al fin y al cabo los americanos de EE.UU. no son más que una especie de europeos asilvestrados.

Lo reconozco: me cuesta escribir sobre este personaje y por eso he tenido esta entrada varios días sin tocar tras escribir el primer párrafo. Es desagradable que quien no merecería ni una segunda mirada acapare las portadas de los periódicos día tras día. Hay pocos insultos que queden por dirigirle y eso también recorta las posibilidades de hablar sobre él. ¿Se imaginan a Eisenhower o Carter o Kennedy cometiendo las fechorías que este lleva a cabo o haciendo los gestos de baile con que nos obsequia y que son frecuentemente imitados al menos por ese otro violento ególatra llamado Milei?

Todos sabíamos que el nuevo advenimiento de este iluminado nos traería dificultades  y seguramente muchos gobiernos ya se habían preparado, pero no creo que nadie se imaginara que presenciaríamos esa guerra de aranceles que más parece la chulería de un matón de patio de colegio que acciones políticas. Ni siquiera Reagan se hubiera atrevido a hacer lo que este hace, pero es que Trump es un ególatra infantiloide, irresponsable y falto de toda ética o principios al que lógicamente le importan muy poco las normas que los países se han dado desde hace mucho tiempo y en especial desde la 2ª G.M. 

Piensen en cualquier presidente de EE.UU. del pasado: ¿se lo imaginan diciendo que tras la imposición de los nuevos aranceles todos los dirigentes de otros países le “besan el culo”? Lo que además de muy mal gusto provoca en la mayoría un escalofrío de asco. Como la disposición que ha firmado para aumentar la presión de las conducciones de agua “porque así podrá cuidar mejor su hermoso cabello”, ¿no sienten esos escalofríos? 

Debe gruñir de satisfacción como un cerdo en un charco cuando piensa que tan solo unas palabras suyas, seguidas por esa inmensa cantidad de aduladores que lo rodean, han cambiado el funcionamiento del planeta sin que pueda vislumbrarse una solución o una marcha atrás, porque, por desgracia, el número de sus seguidores es elevado; hablamos de todos los ignorantes de los EE.UU. y países donde esperpentos como él han conseguido el poder. El único consuelo es que solo quedan cuatro años para que al menos no tengamos que verlo; eso si no consigue torcer la ley que prohíbe un tercer mandato a los presidentes, algo que vistas sus maneras napoleónicas no sería de extrañar.

Todavía recuerdo que en una visita que hice a Los Ángeles y mientras recorría los estudios Universal, el guía nos dijo con reverencia señalando un edificio, que allí era donde se cambiaba de ropa el ya desaparecido actor y presidente Reagan. ¿Qué dirán en años venideros a los que visiten Mar-A-Lago o la Trump Tower?

22 marzo 2025

Hacia la soledad

Si se le pregunta, hasta el más torpe sabrá contestar qué es la soledad. Pero, ¿de verdad sabe lo que es? Unos creen saber lo que es la soledad porque de una forma u otra han perdido la pareja, otros porque han perdido un hijo, un amigo quizás. Desgraciadamente o por fortuna, la soledad es más que eso. Soy casi un maestro en la materia.

Para empezar, ya saben que hay al menos dos tipos de soledad que se corresponden con las dos palabras que en inglés mencionan esa situación. Una es loneliness y la otra solitude; me fastidia decirlo, pero en esta precisión los angloparlantes nos dan sopas con onda, porque en nuestro idioma hacen falta más palabras para marcar la diferencia entre las dos situaciones. Como ocurre con eso del sueño, que en español no se distingue las ganas de dormir con lo que podríamos considerar una ensoñación o algo que pasó por nuestra mente –consciente o no− mientras dormíamos.

La primera se corresponde con eso que solemos llamar soledad no deseada, uno se encuentra desconectado del mundo, no tiene nadie a quien recurrir; ocurre más de lo que imaginamos y produce sufrimiento y daños en lo que uno es. La segunda palabra se refiere a esa soledad que incluso buscamos, porque estamos hasta el pelo de los vecinos y sus perros, o los niños, o...

Hay una soledad sin palabra especial que yo sepa, que nos cae encima según nos hacemos viejos, quizás sea más apropiado llamarlo aislamiento. Desaparecen por ley natural los padres, los familiares que más apreciábamos, los amigos. El teléfono pasa a ser un trasto estúpido porque no sirve más que para llamar a la compañía eléctrica o para pedir cita en algún médico, nada de comunicar alegremente con un amigo para comentar alegremente algo o consultarle cómo resolvió tal o cual problema. No hay con quién charlar y todo lo tenemos que solucionar por nosotros mismos. Es la soledad del superviviente que vive más que otros, pero a costa de quedarse sin los otros.

Antes de fallecer de muerte natural el pasado agosto, el actor Alain Delon intentó sin éxito que le fuera aplicada la eutanasia. ¿La razón? Por supuesto dejar de sufrir por la enfermedad que padecía, pero también, según declaró, porque habían desaparecido todas aquellas personas que le acompañaron en vida: esposa, amigos, compañeros... Quien no la padece no sabe lo que es la soledad.

Soledad es la protagonista de muchos chistes gráficos sobre náufragos y por supuesto era la dolencia de Robinson Crusoe hasta que dio con Viernes. Es el mal que sufren muchos adolescentes, pero en este caso es una situación provocada por ellos mismos cuando voluntariamente se apartan de sus padres y de sus verdaderos amigos, los no tóxicos.

En mi caso, además de la desaparición de mis familiares, falleció el primer amigo que tuve, aquel con el que establecí relación a los cinco años en párvulos. También murió el que había sido amigo mío durante sesenta años, aunque nunca llegamos a la cercanía deseada debido a las diferencias de carácter, opuestas creencias y actitud política pero era al que acudía cuando tenía una duda sobre algo práctico, igual que él hacía conmigo. No falleció otro que me había acompañado los mismos años, pero me vi obligado a cortar con él pese a que habíamos estado muy unidos, porque con la edad, su narcisismo creciente hizo imposible la continuación. 
 
Hoy me han avisado que ha muerto la única amiga que conservaba de donde estuve trabajando casi cuarenta años; había hablado por teléfono con ella hace cuatro días, tenía varios años menos que yo, y estaba perfectamente; aún no salgo de mi asombro y me cuesta asimilarlo. Ya no me queda nadie con quien me uniera amistad.

04 marzo 2025

Adiós a muchas cosas (I)

No es que esté pensando en morirme, aunque nada dura eternamente, pero sí me doy cuenta de que debo decir adiós a muchas cosas a las que estaba acostumbrado y que, debido a que el tiempo pasa y que todo cambia a una velocidad tremenda, no conviene dejar para última hora una despedida a tantas cosas que cambiaron o, sencillamente, ya no existen.
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Hace muchos años que me hice un adorador del lenguaje. Lo tiene todo: antigüedad, elaboración, sabiduría, recursos… y no le viene mal ahora que hay tanto zoquete dispuesto a cargárselo. 

Nunca se ha hablado tan mal y como decía Javier Marías, en la actualidad los españoles más que hablar la lengua chapotean en ella, expresando con ese verbo la inseguridad y desconocimiento de los hablantes. Y no hay nada más fácil que adquirir ese conocimiento que falta, puedo garantizar que para cualquiera que haya hecho la ESO o similar, bastaría con interesarse y dedicarle no más de un cuarto de hora a la semana para ser un hablante casi perfecto, claro que es mucho pedir existiendo eso tan atractivo de las redes sociales o el fútbol.
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Hace menos de una semana, asistí al concierto de una big band (no sé si saben lo que es eso) en un local que con ello pretendía homenajear a la orquesta, creada y dirigida por un tal Bob Sands, neoyorkino él y saxofonista, que tuvo el mal detalle de morir a los 55 años, en 2021, de eso que mueren tantas personas y que mejor no nombrar. El local prometía abrir a las 19:30 para comenzar la actuación a las 20:00, así que llegamos con anticipación para guardar cola y tratar de conseguir un buen lugar en el local, que finalmente abrió sus puertas a las 19:40. Cuando miraba a los que ya estaban en la cola y los que llegaron después confirmé lo que ya sabía: al jazz le queda menos de un par de telediarios (conocida unidad de medida del tiempo); el más joven tendría unos 55 años y todos los demás éramos jubilados o casi. Y no es que el precio de la entrada fuera especialmente elevado, es que a la juventud el jazz simplemente no le interesa lo más mínimo, prefieren los gritos desaforados, los rascaguitarras y las cantantes que enseñan cacho mientras actúan. ¿Se imaginan a Frank Sinatra, Charles Aznavour o Peggy Lee cantando en ropa interior o en bañador?  
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¿Se acuerdan de cuando hablábamos por teléfono? En 1854, el italiano Antonio Meucci construyó el primer teléfono, aunque los americanos se apresuraron a establecer que el inventor del artilugio era el escocés residente en EE.UU. Alexander Graham Bell, que fue solo el que lo patentó. No era un truco desconocido: ya anteriormente consiguieron que se admitiese como inventores del avión a los hermanos Wright, cuando el verdadero inventor del aparato fue el brasileño Alberto Santos Dumont que entonces residía en Francia. Claro que un brasileño no lucía mucho como inventor.

El caso es que la novedad del teléfono fue aceptada con entusiasmo por todo el mundo y hasta hace nada servía para comunicarnos unos con otros cuando estábamos distantes. Hasta que un desgraciado inventó, seguramente con la mejor voluntad, el teléfono móvil, más tarde smartphone, que servía para hablar y para muchas cosas más, cosas que iniciaron la destrucción de la cultura y conocimiento genéricos. Ahora el móvil es utilizado para todo menos para hablar y es responsable de la miseria moral de buena parte de la humanidad.  
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Debió de ser allá por 1958 o 1959 cuando a mí me pusieron en casa pantalones largos (entonces era un ritual que tenía lugar cuando los padres decidían que la exhibición del vello de las piernas del adolescente era indecente o casi) y poco tiempo después una persona, supongo ahora que vecino del edificio donde yo vivía, me pregunto en el ascensor “a qué piso va usted”. Era la primera vez que me usteaban y casi me desmayo de la emoción, ¡ya era adulto! No podía imaginar que pocas décadas más tarde esa distinción desaparecería, desplazada por la infame costumbre de tutear a todos, fuera un notario de 80 años o el mismísimo papa. No es broma: en España una periodista tuteó al rey en una entrevista.
 
Hay más cosas de las que debo despedirme, pero resulta que la longitud de esta entrada puede aburrir al lector, así que lo dejo para otra ocasión.

18 febrero 2025

Operadoras de telefonía

Llevo unos días en que, como decía aquella, vivo sin vivir en mí y la razón de todo este desastre es que tras más de veinte años de permanencia en la misma compañía, he decidido cambiarme a otra, porque estaba harto de que la mala atención al cliente fuera prestada mediante grabaciones de voz.

La hora en que tuve esa idea. Mala era la que tenía, pero es que la nueva es peor. Algo más barata, pero una auténtica catástrofe. Para que puedan entender mi pesar, la anterior era esa que llaman Vodafone y la nueva una de origen rumano, llamada Digi (pronúnciese “diyi”) que ha resultado tan confusa y desordenada como un puesto de mercadillo.  

En realidad, las dos son lo mismo y obedecen al mismo principio: el cliente es menos que un número y cuanto menos se le tenga en cuenta, mejor. No sé si habrán observado que, en los últimos tiempos, todas las compañías de lo que sea van ocultando sus teléfonos y direcciones de correo, porque ya saben, si usted no tiene cómo dirigirse a ellos, más tranquilo es su devenir. ¿Les suena lo de “Nota: este correo ha sido enviado desde una dirección de e-mail que no acepta correos entrantes. Por favor, no respondas a este email”? Por supuesto que todas le tutean, forma parte de la descortesía imperante.

Las telefónicas son maestras en este menester y, entusiasmadas, han cortado toda comunicación con los clientes, a los que por supuesto tutean. No quieren saber nada de quienes les hacen ganar dinero, se trata de pescar incautos y una vez apresados abandonarlos a su suerte.  

Las cosas me han ido mal. Para empezar, el instalador de toda la nueva cacharrería no era capaz de dejarme conectado todo como debiera y se limitó a recomendarme la compra de un artilugio distinto del 'ladrón' que tenía para conectar los teléfonos fijos, porque al router no le entraba el que tenía y que es de uso común y el único que se vende regularmente.

La llamada portabilidad tendría lugar dos días después, así que de momento, me quedaba incomunicado y la compañía anterior me ofreció el oro y el moro si no me iba. Finalmente los móviles quedaron conectados por la nueva compañía, pero el teléfono fijo (mi favorito para comunicarme) quedó pospuesto hasta varios días después, porque habían tenido un error de comunicación entre las dos empresas.

Esa noche nos dispusimos a ver una película a través del nuevo sistema, pero cuando llevábamos 6’32” la imagen se congeló y llamé al servicio de atención al cliente, donde me dijeron que me pasaban con el departamento de televisión. Después de varios minutos de oír el tono de llamada interna sin que nadie contestara, corté la comunicación y llamé de nuevo a atención al cliente, donde se repitió la conversación, el pase y la no atención a la llamada. Corté de nuevo y volví a llamar a eso que con optimismo llaman atención al cliente, donde no se extrañaron de que nadie de televisión contestara, porque esas −22:45− no eran horas de llamar (anuncian el servicio hasta las 23:00). Como es fin de semana y tras intentar inútilmente comunicar con la empresa, desisto de mi intento, les escribo un email y pospongo para el lunes mi queja. Recibo contestación a mi email diciendo que vendrán a mi domicilio a revisar equipos, como si todo aquello fuera el fallo de algún aparato en mi domicilio.

El lunes, como cabía esperar, no vino nadie y no conseguí comunicar telefónicamente con la operadora, así que me resigné y decidí esperar un tiempo para volver a cambiar a otra operadora y que esta vez, al menos, atendiera al teléfono. Lo de cortarse la película de la televisión a las once y algo, ocurrió otras tres veces, parecía una broma de mal gusto.

Cuando llevaba 22 días en Digi, me harté del maltrato y decidí volver a cambiar, esta vez a O2. Contraté el servicio completo, incluyendo TV, pero el técnico que instaló la fibra no supo echar a andar la TV y así sigo. Debo aclarar que mi televisor es eso que llaman smart tv 4K, marca Panasonic, y teóricamente cumple cualquier requisito exigible, pero me temo que no va a funcionar. A estas alturas, me encuentro paralizado porque ya me han aclarado que el servicio no funcionará en mi TV y que debo comprar un artilugio llamado fire stick  (80€) para que 'a lo mejor' pueda conectarse y funcione.

La única conclusión posible es que en España las operadoras carecen de seriedad y no respetan al cliente que, una vez captado, debe apañarse como buenamente pueda con los problemas que se le presenten incluso desde el inicio.

De remate, la compañía Digi me exige que devuelva en un concesionario cercano los dispositivos que me instaló, pero este me pide un código de la compañía que yo a mi vez solicito y no me envían. De locos.

03 febrero 2025

Esos SPAM que recibimos

Trato de acordarme de que, como signo de los tiempos que corren, los usuarios de ordenadores personales, bien sean portátiles o tipo torre, han disminuido notablemente, porque buena parte prefiere usar el móvil smartphone para navegar. Yo, de momento, me mantengo fiel a mi PC y creo que así permaneceré hasta que me incineren. No acabo de verle la gracia a manejar el móvil como si fuera un PC.

Llevo años y años soportando la llegada diaria de spams en número que puede oscilar entre los doce y los cincuenta cada día, lo que no significa que no haya ocasiones en que el número alcance el centenar. Algo realmente insoportable.

Nunca abro ningún email de esos y, por supuesto, no los leo, pero el caso es que de manera incansable sigo recibiéndolos. Y serían muchos más si yo no bloqueara explícitamente en la página del correo algunas direcciones que se muestran muy prolíficas. Es inútil: sigo recibiendo multitud de ofertas sexuales, en ocasiones brutales, y ofertas de las otras, las que solo quieren que yo invierta mi dinero o venderme algo que no me interesa. Hoy por ejemplo he recibido, entre otros, tres emails aparentemente de la misma mujer, pero con direcciones de envío diferentes; parece que no tienen interés en ser creídos y solo quieren incordiar.

El 99% de los correos que recibo tienen su asunto en inglés y no deja de ser gracioso que el contenido del asunto, frecuentemente quien se hace pasar por mujer sedienta de sexo, afirme que me espera en su casa esta misma noche, pasando por alto que fingen estar –se supone− en los EE.UU. y me pilla un poco lejos; hay que ser un poco lerdo para tragarse la historia y sin duda ellos lo son. Mi mujer y yo nos burlamos de todo esto porque imaginamos que los remitentes no son unas señoras tan vistosas como pretenden, sino señores con bigote que quieren estafarme, no acabo de imaginar de qué manera, porque tras tantos años sin tener éxito ya podrían imaginar que no hay nada que hacer.

Entiendo que esta superabundancia de emails se debe a dos razones: a) enviar un correo es gratis; pena que no se cobre al menos un céntimo y se acababa tanta molestia y b) Internet ha resultado ser un auténtico foco de infección, utilizado por estafadores para todo tipo de tropelías. De todas maneras, me cuesta entender esa insistencia día tras día, mes tras mes, porque ya deberían haberse cuenta de que no soy rentable, pero me imagino que como todo esto es gratis, irán engordando su base de datos hasta el infinito sin que les importe.

Hay otra razón para que abunden los spam. En la empresa donde yo trabajaba, un compañero tuvo la idea de robar un soporte con los datos de todos los empleados. Éramos miles y de ellos un 30 o 40% con cierto poder adquisitivo, lo que se dice un chollo para las empresas que compraran esos datos. Me imagino que una de las consecuencias de ese robo fue el uso de los nombres y direcciones para enviar correos como los que me estoy refiriendo. Al compañero de marras no sé lo que le sucedió, posiblemente nada, pero merecía que lo hubieran fusilado.

Mucho me temo que el sinvergüenza que hizo el robo de datos en mi empresa no es un caso único y apuesto a que son muchas las que cuentan con su propio traidor dispuesto a ganarse unos euros con el comercio de datos ajenos.


08 enero 2025

Ortografía y ganas

Parece que fue ayer (y desde luego no lo es) cuando yo estaba en clase de ingreso en bachillerato (aquel bachillerato empezaba a los once años) y el profesor, el bueno de don Alberto, se esforzaba en que aprendiéramos las reglas básicas de ortografía. Hoy no me acuerdo de ni una de ellas, ni falta que me hace, porque creo que no pongo ninguna falta; leyendo se aprende cómo han de escribirse las palabras y eso es algo que no me canso de decir, pero es que lo de leer es contemplado por muchos como una tortura superior a lo soportable. En el mejor de los casos, lo consideran algo a realizar en dosis homeopáticas. ¿Cuántos españoles han leído el Quijote?

Para mí, que estoy siempre con un libro desde que tenía unos nueve o diez años, me parece inconcebible y no sé cómo explicar que leyendo se viaja más que con Iberia, se aprenden infinidad de cosas sin siquiera proponérselo y casi se elimina ese espanto llamado aburrimiento (y de regalo, se aprende ortografía). Quizás el problema radique en que vivimos unos tiempos en que la cultura en general y la ortografía en particular no goza de excesivo prestigio y por lo tanto una gran mayoría vive feliz sin saber escribir, más preocupado por lo que ven en TikTok o Instagram que por mejorar sus conocimientos. Cosas de los tiempos.

Son pocos los que desean de verdad conocer las reglas de la lengua en la que hablan si para eso han de hacer un esfuerzo mínimo y lo cierto es que conocer la ortografía es muy fácil, pero no nos cae encima como el don de lenguas a los apóstoles. Sería mejor que no contaran con el espíritu santo para ahorrarse un esfuerzo.

Hoy mismo he visto algo que a mí me impacta y por descontado que a la gran mayoría les da igual: en el telediario de mediodía del canal 24H de TVE estaban con el relato de un incendio en Alicante y para referirse a los daños producidos, han dicho y puesto en subtítulos que casi 300 hectáreas había resultado ya calzinadas. Apostaría que no se trata de una errata o lapsus calami, sino que sencillamente resulta imposible contratar trabajadores que no escriban esas burradas con que diariamente nos obsequian en la televisión. Incluso en la oficial TVE, en la que deberían sentir vergüenza por ello. 

Precisamente en ingreso de bachiller nos enseñaban un truco de ortografía que, o ya no se enseña o la mala memoria ha borrado, a la vista de la cantidad de veces que veo esa falta. Se trata de la frase “Ahí hay un hombre que dice ¡ay!”. ¿Cómo pueden existir tantos que no sepan diferenciar los distintos casos de un sonido similar?, ¿cómo puede seguir habiendo quienes no ponen signo de comienzo o ponen un punto después de cerrar interrogación o exclamación?, ¿cómo puede haber una mayoría convencida de que el "si" condicional se escribe igual que el "sí" afirmativo y que no es preciso diferenciarlos? Nadie está obligado a poseer una ortografía perfecta, pero ¿cómo puede ser que abunden quienes escriben ‘haber’ por ‘a ver’, ‘sino’ por ‘si no’, ‘a parte’ por ‘aparte’, etc. cuando es tan fácil saber cómo hay que escribirlo? Acabo de ver una frase bromista en Internet que ilustra bastante ese error tan habitual: Los que escriben ‘haber’ en vez de ‘a ver’ deberían ‘hirviendo’ cómo solucionan ese problema.  

No vayan a pensar que son solo las personas con poca formación, aunque sean mayoría. No recuerdo si fue en la televisión o en la vida real, un ingeniero se negaba a aprender y practicar la buena ortografía y los disparates que soltaba eran de antología, no le importaba producir escalofríos. También conocí a un psicólogo, que además era profesor o catedrático en la universidad complutense y con unos honorarios y una consulta más que lujosos, que decía sin sonrojarse cónyugue en vez de cónyuge. No me lo podía creer y dejé que lo dijera varias veces mal –asistí a varias sesiones− para convencerme de que el individuo era realmente un cenutrio. Viendo su actuación profesional debería haberlo imaginado.