28 mayo 2010

Español para españoles (15)

 Una persona no es un suceso ni un acontecimiento; una persona es una persona. ¿Piensan que se trata de una evidencia? Pues resulta que no lo es siempre tanto y que muchos hemos cometido la torpeza gramatical –estupidez, más bien- de confundir lo uno y lo otro.

Hace ya bastantes años, tuve la ocurrencia de experimentar una de esas frases que se suponen extremadamente ingeniosas. Ha pasado el tiempo, pero no el bochorno de haber hecho el ridículo de manera atroz con semejante memez. A cierta mujer con quien mantenía una relación sentimental, un día en que esa relación hacía agua, le dije que “ella era lo mejor que me había ocurrido en años”. Pensé que con ello me incorporaba a lo último en el lenguaje y que ella sabría apreciar mi esfuerzo, mi sensibilidad y mis conocimientos. No fue de esa manera, y su respuesta fue algo así como “…¿qué tontería estás diciendo?”. Con eso me quitó las ganas de hacer más experimentos oratorios, destrozó mi estrategia y dejó por los suelos las posibilidades de darme a valer por vía del lenguaje. A cambio, hizo subir varios puntos la valoración que yo tenía de la inteligencia de esta fémina y lamenté no haberme dado cuenta antes.

No es, ni mucho menos, la única mamarrachada que puede emplearse en conversaciones de este estilo. Hay una que me produce hasta escalofríos: es eso de “una cabeza bien amueblada”. Como en tantas otras similares, quien la empleó por primera vez puede que dejara extasiado a su oyente por su capacidad para definir gráficamente la capacidad cerebral de un tercero, su madurez, su comportamiento adecuado a toda situación o su equilibrio emocional. A partir de aquel momento, sólo los escasos de neuronas pueden hacer uso de una imagen que, definitivamente, no debería ser utilizada de manera habitual como se hace, pero es que hay que contar con la falta de capacidad de expresión de los hablantes y su entusiasmo a la hora de emplear frases –de otros- que les parecen el colmo del ingenio.  

La primera de las frases que he citado es de uso restringido a charlas más bien íntimas, pero la segunda es de tipo “universal unisex” y por lo tanto no hay político, presentador de televisión o torpe de nuestro entorno que no la emplee, y lo entiendo, porque es una verdadera tentación apropiársela para airear la desenvoltura de nuestro lenguaje.

Si quien lee esto considera que la frase es recomendable, pese a todo, mis excusas. Si por el contrario, estima que no es para tanto, le propondré que la busque en Google: me aparecen 56.400 ocurrencias. Creo que no está nada mal.

25 mayo 2010

Técnica del golpe de estado

Me siento obligado a asumir un papel que ni me corresponde ni lo vivo con la intensidad que cabría esperar, porque para sumarse a una causa hay que estar más o menos entusiasmado por esa causa –depende del grado de implicación que se nos exija- y no es mi caso, puesto que no he votado en las dos elecciones generales al actual presidente del gobierno ni lo votaría, salvo en caso de lo que podríamos llamar “emergencia democrática”, pero es que me temo que hemos llegado o estamos llegando precipitadamente a esa situación.

Con las debidas distancias, podría corresponderse –insisto, de lejos– con la actitud de muchos españoles que vivieron la II República, cuando al producirse el golpe militar dudaban si sumarse a ese bando, porque no era aquella la república que habían deseado, pero que por decencia permanecieron fieles al régimen legal, democráticamente establecido por los ciudadanos. Había que tener un estómago especial para ponerse del lado de aquel hombrecillo intrigante y cobarde que encabezó a última hora la rebelión, cuando otros ya habían dado la cara que él escondía, mientras juraba lealtad a la república.

Bien, todo esto viene a cuento del escándalo que los senadores de la oposición le han montado hoy al presidente en esa cámara y de los insultos que la honrada y elegante alcaldesa de Valencia le ha dirigido, uniéndolo a la amenaza de un levantamiento fiscal contra el gobierno central.

Cosas como esas son las que me hacen desear haber nacido en otro país, lejos de aquí, porque es admisible cualquier ideología o posicionamiento político no agresivo, pero lo que no es válido –ni se da en países respetables– es ese permanente recurrir a lo que sea para acceder al poder cuando toca estar en la oposición. No puedo olvidar, ni quiero, que éste es el país en que en un tiempo se hizo popular el grito de «¡vivan las cadenas!». Cuando leo en la prensa la cantidad de personas dispuestas a entregar su voto a estos facinerosos, me quedo horrorizado al comprobar con qué clase de ciudadanos comparto espacio.

No hace falta recurrir a los libros de historia para tener presente el golpe del 36, pero es que esta gente sigue empleando métodos violentos para quitar de en medio a quien gobierna, cuando no les gusta cómo lo hace. Creo que todos nos acordamos de aquel «Váyase, señor González» que machaconamente repetían, porque no podían esperar a las siguientes elecciones para acceder a ese poder que consideran suyo. Y aquel eslogan caló en la gente –aunque muchos ni sabían qué había hecho mal aquel presidente– hasta hacerse una cantinela general.

Ahora siguen en las las mismas. Al comienzo de la primera legislatura ya bautizaron al nuevo presidente como "bambi", queríendo extender la idea de que quizás era buena persona, pero un simple demasiado cándido para gobernar. Más tarde se esforzaron para que aquello del «talante» fuera ridiculizado y motivo de escarnio, arma arrojadiza de todos los limpios de corazón –y cerebro– que componían su extenso coro. Después utilizaron a aquel bufón maligno de la AVT para desgastar al presidente con aquello de su pretendida complicidad con ETA. Ya no era ni buena persona, sino la encarnación del mal y la traición. En fin, no ha habido momento en que se limitaran a ejercer una legítima oposición, sino que su trabajo ha sido y es calumniar y desestabilizar al gobierno.

Ya hace algún tiempo, aprovechando una crisis económica cuyo origen está fuera de España –casi todos olvidan o quieren olvidar que las crisis mundiales de los últimos años han coincidido fatalmente con la llegada de los socialistas al poder en nuestro país–, han entrado como auténticas hienas a destrozar al presidente y su gobierno, aprovechando que las circunstancias no le son lo que se dice muy favorables y sabedores de que el número de carroñeros y esa debilidad innegable del actual poder político les permite lanzar un mensaje a los espectadores de su cuerda, “¡aprovechen, que somos muchos!”. Se esgrime ahora que el presidente es una mezcla de pérfido conspirador y un imbécil sin remedio y además tratan de que sea una verdad inamovible que todos den por sentado.

Indigno, no se me ocurre otro calificativo. Hasta la oposición en Portugal ha cerrado filas con el gobierno –también socialista– para hacer frente a la crisis. No sé si los portugueses son mejores que los españoles, lo que está claro es que nosotros somos peores que ellos.

¡Ah!, y que Malaparte me perdone por haberle cogido prestado el título para esta entrada.

24 mayo 2010

La épica del fútbol

Llevo décadas haciendo burla de esa épica grandilocuente y rimbombante que rodea en España todo lo relativo al fútbol y veo con pena que no sólo no se trataba de una fiebre temporal, sino que el asunto va a más, ha contagiado a otros deportes –todos más modestos- e, inevitablemente, ha contagiado a toda la vida nacional, que si de algo no estaba sobrada era de toma de conciencia sobre las obligaciones de todos y de la necesidad de tomarse en serio lo que es serio, relegando a su justo lugar un divertimento como el fútbol, porque guste o no es sólo eso, un pasatiempo.

Hace pocos días, en un titular de primera página de un periódico de alcance nacional, leí la declaración del entrenador de un club de fútbol de primera división que no voy a citar, y que decía nada menos que “si hay que morir, moriremos de pie”. De verdad, impresionante.

¿Cómo puede ser que nadie en su sano juicio diga cosas como ésas, una frase que no sorprendería en boca del general Custer o Millán Astray, pero que demuestran una cretinez inconmensurable en boca de un profesional del balón? Y no es lo único, sólo hay que mirar cualquier día las páginas de "deportes" de un periódico, para encontrarse frases épicas más propias de la guerra de Troya que de un juego de 22 individuos con una pelota.

Y es que las cosas no se improvisan de un día para otro. Hace tiempo que viene calificándose de histórico cualquier encuentro deportivo que destaque mínimamente de los habituales y desde hace mucho repito el mismo chiste a los amigos y conocidos, cuando les pregunto por “el partido del siglo de esta semana” (y seguro que muchos no lo captan).

Lo natural es que si hay tanto acontecimiento histórico alrededor de una pelota, terminemos creyendo que quienes participan en él son héroes, líderes de masas, y no están lejanos a cierta extraña realidad, puesto que realmente arrastran a las masas en el sentido literal de la palabra. Hay incluso algún club que alardea de ser més que lo evidente, lo que debería ser, y el personajillo que lo dirige aspira a un puesto de primera línea en la política. De ahí a repercutir en todo el acontecer nacional no queda ni un paso, por eso es cosa aceptada por todos -casi todos- que los ayuntamientos y hasta comunidades autónomas tengan “deferencias” muy especiales con los clubes de fútbol, se les permita que sus seguidores dañen monumentos que pertenecen a la totalidad de la ciudadanía y hasta se consientan deudas a la seguridad social e irregularidades económico-fiscales de muchos, muchísimos millones, para favorecer a los clubes, ¿quién se va a atrever a poner fin a todo eso teniendo en cuenta la enorme pérdida de votos que acarrearía? Por poner sólo un par de ejemplos, en Madrid se construyó el estadio de uno de los dos equipos principales sin licencia de obras y apropiándose de una vía pública. Al otro se le autorizó un centro comercial en terreno calificado como destinado a instalaciones deportivas, años después se le recalificó nuevamente un terreno de uso deportivo para la construcción de rascacielos, etc. Caramba, si hasta la iglesia mete la cuchara en ese potaje y lo primero que hacen los jugadores de un equipo tras conseguir un trofeo de lo que sea, es correr a ofrecérselo al santo patrón o patrona que corresponda, con gran complacencia de los mitrados locales. Ya se sabe por las sagradas escrituras cómo la corte celestial se entusiasma por el fútbol, ¿no?

Por eso, y sólo por eso, pueden tomarse medidas económicas e impositivas que afectan a todos los ciudadanos, sin mayores consecuencias, aunque tengan un cierto coste electoral, pero ni pensar en tocar lo intocable: el fútbol. Hasta ahí podíamos llegar… Los españoles sabemos defender, hasta nuestro último aliento, lo que de verdad es sagrado.

20 mayo 2010

El libro de los libros


Una más, de las muchas cosas que me alejan de cualquier religión, es la certeza de que «mi dios» está condicionado por las coordenadas geográficas. Nací en Sevilla, pero resulta que si el acontecimiento hubiera tenido lugar doscientos kilómetros más al sur, consideraría natural postrarme varias veces al día con mi trasero en dirección contraria a La Meca. Sin embargo, como vine al mundo en un espacio de preeminencia católica, fui bautizado, tuve que hacer la primera comunión, asistir a mil misas con el librito de «Mi Jesús» en las manos y otras actividades que prefiero no mencionar. Tuve que orientar mi fe a los que sostienen, entre otras muchas cosas pintorescas, que un señor mayor que vive en Roma, elegido por otros señores mayores, todos ellos padeciendo cierto aislamiento de la vida real y víctimas por tanto de cierto desquiciamiento, es el representante legal de un montaje que tiene la tremenda desfachatez -entre otras muchas- de considerar el Nuevo Testamento una continuidad natural del Antiguo Testamento, cuando resulta que éste es antagónico de aquél y está compuesto por una colección de disparates que en su mayor parte ponen los pelos de punta, al recordar que ese contenido tiene vigencia para muchos creyentes, cristianos o judíos. Claro que por eso la religión católica ha puesto y pone buen cuidado en que sus fieles ni se asomen a esas páginas, para evitar sofocos, desmayos y, quizás, hasta deserciones masivas.

¿Cuántos católicos se han tomado la molestia de abrir una Biblia y echar un vistazo al contenido? En realidad, ¿tienen siquiera una Biblia en casa? Yo tengo un precioso ejemplar que me regalaron hace muchos años y lo conservo con cierto cariño, por aquello de la ocasión en que me fue regalado.

Recomiendo abrirlo al azar –el Antiguo Testamento- y salvo que tenga la suerte de que la casualidad ponga ante sus ojos el Cantar de los Cantares o algún fragmento de otro libro en su parte bondadosa, sentirá que se le hiela la sangre en las venas, bien por la cantidad de amenazas y horrores que relata o promete, bien porque entenderá que se trata tan solo de un libro hecho por y para judíos, donde sólo interesa su historia y la relación de virtudes especiales que adornan a estos humanos de primerísima división, pueblo elegido por ese dios al que se le atribuye –entre otras virtudes- ser infinitamente justo. Algo que debería chocar a los pueblos no-elegidos.

Acabo de hacer esto que aconsejo y me encuentro –se trata del Deuteronomio- con una relación de alimentos de origen animal que pueden o no pueden comerse, supongo que atendiendo a misteriosas razones. Sin ir más lejos, parecen estar prohibidos los calamares, el conejo y el avestruz, por poner sólo un ejemplo de cada entorno. Del cerdo, ya sabemos de qué va la cosa, ni siquiera los andares. La relación de animales prohibidos no es exhaustiva, pero las pistas que proporciona dan una idea de la estabilidad mental del autor de la parrafada. He leído ayer en la prensa que el actor Nicolas Cage ha declarado que «sólo come carne de animales que copulan con dignidad y que por eso no come cerdo y por eso come pescados, que practican el sexo dignamente», ¿lo de la Biblia tendrá la misma motivación? La verdad es que no quiero ni pensar cómo se lo montarán los calamares…

La ley del Talión no es como la conocemos, sino más completita y sanguinaria: «Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie». Vamos, es como la que siempre citamos, pero sin dejar resquicio para la duda. Lo de poner la otra mejilla fue sólo una licencia poética de dios-hijo, un día en que le dio hippy.

Leo algunas otras perlas. La posibilidad de que después de tomar esposa, descubramos en ella «algo que nos desagrade», se remedia simplemente redactando un «libelo de repudio», poniéndolo en la mano de ella y «despidiéndola» sin más de casa. Esto debería entusiasmar al colectivo feminista que ahora nos tiene en un puño, pero si hay mujeres en el Opus Dei, ¿qué nos puede extrañar ya?

¿Tenían la idea de que dios era infinitamente misericordioso? Pues atiendan lo que en este libro de la Biblia se avisa que le sucederá al que no cumpla sus preceptos: «Maldito serás en la ciudad y en el campo. Maldito el fruto de tus entrañas y el fruto de tu suelo, los partos de tus vacas y las crías de tus ovejas», lo que se dice la ruina total; pero por si les ha sabido a poco, hay más: «Yahvéh hará que se te pegue la peste… te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación, de gangrena… te herirá con tumores, sarna y tiña de las que no podrás sanar», etc. etc. Todo esto por no seguir sus preceptos. Se ve que le pillaron en un mal día y no estaba por ejercer esa misericordia infinita que se le atribuye.

También prohíbe los esclavos... que sean compatriotas, o sea, israelíes; con los de otro origen no hay problema, pueden tenerse sin más escrúpulos. No me extraña el comportamiento del estado de Israel con los palestinos. Teniendo a este dios como ejemplo y guía, ¿quién va a sentir nostalgia de Hitler, Stalin o Pol Pot?

En serio, practiquen el bonito deporte de leer algunos párrafos, tras abrir la Biblia al azar, y verán cómo sus ratos de ocio se enriquecen como nunca imaginaron.

16 mayo 2010

Estado de ánimo económico


Estamos leyendo tanto y tan diverso sobre la situación económica de España, que no entiendo cómo hay quienes son capaces de formarse una idea completa sobre el estado de la economía y utilizar esa idea como doctrina a enfrentar con la de otros o como guía para actuar en la propia vida económica.

Se supone que todos partimos de unas ideas ciertas sobre el origen de la crisis. Ciertas, aunque quienes son incapaces de articular un pensamiento por su cuenta se limitan a recibir las consignas de sus admirados oráculos y las adoptan sin más reflexión o evaluación. Pero son una clara minoría y por cierto la más iletrada.

Decía que casi todas las personas en todos los países aceptan como incuestionable que el origen de la crisis se encuentra en los EE.UU. y sus bonos basura, fundamentalmente los creados a partir de esas hipotecas concedidas a insolventes y vendidas más tarde en paquetes a la banca del resto de los países, que seguramente sospechaban de la bondad del producto, pero que se tapaban la nariz y compraban hechizados por los grandes beneficios que se prometían y con una elevada esperanza de que a lo mejor, no sucedería nada.

Pues bueno, sí que sucedió, quizás facilitado por esa necesidad que posee el capitalismo de sufrir una quiebra cada cierto número de años –y cada vez son menos años- para después fingir que es un sistema sin tacha y, desde luego, porque esos paquetes basados en hipotecas “alegres” pincharon de manera estrepitosa.

Con esa explosión salió a la luz en cada país sus aciertos y sus deficiencias estructurales. En nuestro caso la famosa burbuja inmobiliaria o progreso económico basado en la construcción y la evidencia de un déficit endémico entre exportación e importación, porque lo que manufacturamos no posee valor añadido y por el contrario y debido a la persistencia de ese «que inventen ellos», hay que pagar licencia por la mayoría de lo que fabricamos. Somos un país de torpes sin imaginación, incapaces de investigar y descubrir, o quizás el mundo empresarial prefiere comprar licencias y obtener beneficio inmediato que hacer las cosas bien, invirtiendo en investigación y recogiendo a medio plazo los beneficios de esa iniciativa. No hay que olvidar que –otra más- estamos a la cola en Europa por número de patentes registradas anualmente. Y por favor, que nadie mencione la fregona o el chupa-chups.

Nos llega –nos llegó- el tsunami de esa crisis mundial tras el terremoto de inicio y no tenemos energía ni para recoger los restos que se amontonan en la orilla. Surgen los políticos y economistas que poseen la varita mágica capaz de transformar una economía parásita, basada en la construcción y el turismo de masas, en una economía boyante y con iniciativa. Dudo de que exista la varita mágica y dudo de que esos políticos que tanto vociferan sepan cómo cambiar las tornas.

En ese momento, y llevados de esas voces, todos giran la cabeza hacia el gobierno de turno y, simplemente porque está ahí, se decide culparle de todo y hasta del inquietante volcán islandés. No tengo interés en defender al gobierno actual, porque no sé si las medidas que toma son las acertadas (yo sí sé que no entiendo de economía), pero tengo que mirar con irritación a quienes parecen no tener otro propósito que hundir la -más bien escasa- buena fama de nuestro país en el extranjero y de propiciar la depresión de los ciudadanos propios.

Eso que se mide y publica de vez en cuando y que se llama “confianza del consumidor” debe estar por los suelos y esa confianza es un estado de ánimo que con toda certeza repercute en la situación económica y en la capacidad de que nos recuperemos a buen ritmo. Las medidas de austeridad que acaban de publicarse, congelación de pensiones y bajada de salarios a los funcionarios, son desde luego un mazazo en esa confianza y sobre todo si van acompañadas de las voces apocalípticas de siempre: los que por encima de todo procuran la vuelta de la tortilla, más que el bienestar de todos.

En Europa se nos mira con desconfianza -¿cómo se va a confiar en un país que desconfía de sí mismo y lo proclama?- y vuelve a circular aquella especie de que «África empieza en los Pirineos», como si el límite de un continente pudiera desplazarse a capricho y como si la pertenencia a uno u otro continente marcara un destino.

Lo más triste es que quienes son los verdaderos culpables de nuestra crisis permanecen impunes y a salvo. Ya sean los bancos estadounidenses que vendieron a los demás esos bonos envenenados, ya los bancos españoles que los compraron “inocentemente”, ya quienes en España fijaron esa política de economía subsidiaria (llevamos siglos en ello), ya quienes se creyeron que la construcción sería la panacea que transformaría a España en la 6ª o 7ª economía mundial (hemos estado más de una década en esas). Un sueño que se aleja, y esta vez definitivamente, porque esas que se llaman economías emergentes van a ocupar a medio plazo el puesto al que tienen derecho a aspirar por su tamaño y pujanza.  

Lo refiero en otro comentario anterior. Las diez personas (ciudadanos norteamericanos) a las que se considera responsables del desastre desencadenante de todo lo demás continúan a lo suyo, y entre todas han obtenido el pasado 2009 –con crisis galopante- unos beneficios superiores a los 25.300 millones de dólares, lo decía el Wall Street Journal el pasado abril. Mientras, en otros países, y concretamente en el nuestro, los funcionarios, los pensionistas y tantos otros tenemos que apretarnos el cinturón y no sirve de nada protestar, porque no hay otra salida. Al menos, perteneciendo a este «mundo occidental» que tiene todo irremisiblemente «atado y bien atado».

13 mayo 2010

Elogio de lo intemporal

Acabo de estar leyendo el suplemento dominical del periódico y me invade la misma sensación que otras veces: no sólo tengo un montón de años, sino que soy declaradamente viejo, puesto que no entiendo casi nada de lo que se dice y se propone, pero eso es cosa sabida por mí y a la que estoy acostumbrado ya que, al parecer, llevo más de cincuenta años siendo viejo. Debo ser un profesional de la vejez.

Eso sí, mis neuronas dan para entender que la tesis que planea sobre el conjunto de la revista y, en realidad, de toda la sociedad, es que nada que no sea actual merece la pena. Es cierto, el enfado –por decirlo suavemente me invade cada vez que oigo los argumentos que se dan para descartar algo. Simplemente ese algo es antiguo –o pasado de moda y por lo tanto se acabó, no existe, a otra cosa.

Me inicié en la lectura como hábito a los 9 ó 10 años, con unos libros que me recomendaba un amigo de mi prima favorita, un “anciano” –para mí de 18 ó 20 años. Se trataba de aquellos “libros de Guillermo”, escritos por Richmal Crompton, cuya acción se desarrollaba en los años veinte del pasado siglo y que ya eran antiguos cuando yo los leí, aunque para mí fueron todo un descubrimiento que conformaron mis gustos por la literatura de humor y que continué leyendo con cierta regularidad hasta más de treinta años después. De hecho, todavía hoy les doy algún repaso de vez en cuando, aunque admito que no me hacen reír como antes, en parte porque me los sé de memoria y en parte porque no cuento ya con la inocencia y buen humor de otros tiempos.

En cuanto a la música, aunque yo torpemente cantase –según parece alguna canción de moda entonces, de aquellas del trío Calaveras o Antonio Machín, también llegó de manera intensa a mi vida de la mano de Frank Sinatra, un cantante que ya entonces iba declinando en su fama, aunque disfrutara de algunas remontadas gracias a sus interpretaciones cinematográficas y a algún éxito discográfico ocasional. En la actualidad, creo que debo tener unos setenta discos de este intérprete y sigo escuchándolos como si el tiempo no pasara por ellos (que casi no pasa).

Es muy probable que si me preguntasen qué me llevaría a una isla desierta en materia de lectura y música, escogiera aquellos libros y estos discos -entre otros, para horror y espanto de quienes piensan que la calidad está en lo novedoso y que a eso hay que orientar las preferencias. Soy tan antiguo y tan anciano que no comprendo el reproche fundamental que a estos gustos se les dirige: ya no se llevan y quien insista en declararse su admirador no es más que un inadaptado, un apestado que no sabe mantenerse a flote en el mundo actual.

No voy a hacer una defensa de mis gustos, en primer lugar porque sé que es inútil intentar defender lo que a los ojos de otros es indefendible y en segundo lugar porque siento que ofendería la calidad incuestionable de lo que amo. Soy de los que piensa que si algo es bueno en literatura o música, sigue siéndolo por más que el tiempo pase y nadie me va a convencer para dejar de lado aquellos libros, de escuchar a Sinatra, de conmoverme hasta llorar con Bill Evans o Mozart.

Dejo para otros la admiración sin límites por Harry Potter, Lady Gaga o David Bisbal y, la verdad, creo que sí es cierto que una persona se define por sus gustos y sus no-gustos. Esa frase de «para gustos se hicieron los colores» se inventó para engaño y consuelo de mediocres.

Que nadie piense que esto que digo supone un desprecio por todo lo actual, ni mucho menos. El abanico de lo admirable es muchísimo más amplio que un cantante o un personaje literario de épocas distantes. Evidentemente se trata sólo de un par de ejemplos y no voy a revelar aquí mis gustos por tal o cual elemento de moda, pero es un hecho difícil de rebatir que hace bastantes años, quien sobresalía lo hacía por méritos propios, reales. Hoy basta una campaña publicitaria adecuada para que cualquiera venda sus libritos o sus gorgoritos. Hay un exceso de producción, que hace francamente difícil el descubrimiento de lo realmente bueno.

08 mayo 2010

Mi ombligo es más bonito que el tuyo

Hablo de un asunto sobre el que, como todos aquellos que afectan al ego (y es innegable que todos lo tenemos), resulta muy difícil tratar sin que haya quien no se sienta aludido aunque sea de refilón y, quizás, más o menos agredido. No es mi deseo, así que espero equivocarme. Publicar esto puede que sea escasamente prudente, pero lo que se dice es sobradamente cierto.

Todos conocemos a alguien o algunos que no sienten empacho en describirnos con pelos y señales su dolor de riñones o la herida que se ha infligido en la pantorrilla cuando cultivaba rosas de pitiminí, pero que adoptan un aire de evasión e impaciencia cuando osamos contarle el dolor de cabeza que nos está afectando o esa muela que nos tiene en un sinvivir. No es, de todas formas, de estos de quienes voy a hacer un comentario, con todo y ser el tipo más frecuente.

Estoy pensando en los artistas más o menos amateurs que nos rodean. Casi todo el mundo tiene aquello que se denominaba “violín de Ingres” y, más si cabe, una vez llegada la edad de jubilación, en la que muchos encuentran cierto problema para rellenar con alguna actividad las 24 horas de cada día, aunque luego alardeen de no disponer de tiempo para nada.

Tengo amigos que escriben novela, ensayo o poesía, otros cantan, los hay que gustan de dar disertaciones sobre temas varios, otros tocan un instrumento, alguno practica la pintura, otros han encontrado en la fotografía su pasión profunda y hasta hay –por último quienes se dedican a reexpedir esos correos de abundante circulación a todo bicho viviente. Yo mismo, tras muchas dudas y vacilaciones sobre la utilidad y calidad de mi producción –y así lo expreso en la entrada que inauguró este blog– he optado por cosas como la que están leyendo, simplemente para dar salida a lo que a diario va pasando por mi cabeza; puro desahogo. Como consecuencia inmediata de estas actividades todos, sin excepción, aspiramos a encontrar un público que observe nuestra obra, que la frecuente, y en su caso, haga una crítica –incluso favorable, faltaría más– de aquello a lo que se ha asomado. No se trata de un simple intercambio del tipo "yo soporto lo tuyo y a cambio tú soportas lo mío", sino de algo natural en donde se supone que reside la amistad y un cierto interés por lo que pasa por la cabeza de ése a quien creemos conocer.

Se me ha animado más o menos firmemente a leer o presenciar la obra de cada uno y puedo asegurar que me he esforzado en ello aunque no siempre fuera de mi agrado o afectara a un tema de mi interés, pero es cierto que se puede disfrutar de lo que no esperábamos o aprender algo de todo el mundo (hago lógica excepción de los zoquetes irrecuperables). He atendido impasible a quien me recomendaba leer al menos dos o tres veces su libro de poesía para que pudiera captar la profunda sustancia del texto, no muy asequible en una primera lectura. He seguido las instrucciones de unos buenos amigos cuyo hijo exponía fotos de su autoría en cierta página de Internet, para entrar cada día y otorgarle mi voto, ayudándolo así a intentar conseguir el premio económico que se disputaba, etc. etc. Todo por amistad e, indudablemente, por cortesía.

Casi ninguno de ellos –menos aún los que más me exigían– ha prestado mucha atención a lo que voy publicando y, aun entendiendo yo la discutible calidad de lo que escribo –quizás no mucho mejor que la de mis redacciones colegiales– apenas han entrado alguna vez en esta página y, me temo, echado algo más que una precipitada y distraída mirada a lo que esforzadamente coloco aquí.

Realmente este blog juega un papel muy similar al que en la medicina antigua se esperaba que desempeñaran las sanguijuelas: sólo aliviar el exceso de fluidos y restablecer cierto equilibrio natural, que reclama una válvula por la que dar salida a la presión excesiva. Nada más. Pero no puedo evitar preguntarme cómo es que, siquiera la curiosidad, no empuja a todos a gastar un poco de su tiempo en la producción de los demás y cómo cada uno espera que los otros celebren sus habilidades si no se molesta en prestar atención a las ajenas. Tengo la sospecha de que la contemplación extasiada del propio ombligo es un hábito profundamente arraigado en ciertos sujetos, que con esa rutina dan sentido a su vida.

Lo que yo buscaba no era tanto mostrar mi sorprendente creatividad como encontrar quienes, sintiendo que tienen algo que añadir o rebatir respecto de lo que digo en mis textos, se prestaran al debate mediante los comentarios que pueden incluirse o, si fuera el caso, advirtiéndome de su desacuerdo cuando tuviéramos un encuentro personal, puesto que por lo general, aquellos que tienen conocimiento de este blog, son amigos con los que alguna que otra vez coincido.

Apenas si ha habido alguna ocurrencia en la primera forma –comentarios escritos– y prácticamente ninguna de la segunda, así que frustrado mi propósito, creo que terminaré eliminando este blog y volveré a mi anterior hábito: escribiré comentarios que no publicaré en ningún lugar, los conservaré un poco de tiempo para repasarlos, quizás modificarlos, y una vez que yo mismo descubra cómo pienso acerca de este o aquel asunto, los almacenaré en un rincón del disco duro sin ningún propósito posterior. No estoy por practicar la extorsión para que otros lean mis elucubraciones ni, esa es la verdad, lo que escribo merece más festejos. Decía un amigo a propósito de esta actitud, que es comportamiento de onanista. Seguramente es así, y pienso que la experiencia demuestra que hago muy requetebién. Por cierto, esta entrada la dedico precisamente a este amigo, el ego mejor alimentado jamás visto.

Por descontado, al mismo tiempo, me quito un buen peso de encima, puesto que me sentiré desligado del compromiso de leer, observar, escuchar, lo que otros llevan a cabo.

04 mayo 2010

El desprecio a los mayores

Acabo de leer en la prensa una noticia que me produce indignación por partida doble. Los protagonistas son una pareja de jóvenes del sexo masculino -más o menos- procedentes de Madrid, que en una caseta particular de la Feria de Sevilla, en la que se encontrarían como invitados de unos amigos de unos amigos etc. de los titulares, (sé de lo que hablo), comenzaron a mostrar una pasión desenfrenada el uno por el otro, sin importarle lo más mínimo encontrarse en público. Según cuentan algunos testigos en la prensa, los besos eran tan rotundos que «la lengua de cada uno casi salía por el cogote del otro» (sic), mientras que «las manos no permanecían quietas». Como consecuencia, se les pidió que abandonasen la caseta y ellos se fueron directamente a la comisaría a denunciar la expulsión, ignorando que en una caseta privada están quienes los propietarios-titulares quieren que estén. Y nadie más, que ya le lloverán los reproches a quien tuvo la desgraciada idea de llevarlos allí.

Ese incidente provoca el escándalo en todos los que desean ser políticamente correctos hasta el hartazgo en el tema de la homosexualidad, pero es llamativo que en la declaración de la pareja, se quejan de que «quien les llamó la atención fue una señora mayor de unos 50 años». El párrafo completo muestra un claro desprecio hacia quienes han superado la franja etaria a la que ellos pertenecen, de manera que se da la paradoja de que denuncian una supuesta homofobia, al tiempo que padecen y practican con total impunidad una descarada gerontofobia. Claro que esta última está tan extendida que a nadie le llama la atención y como no hay un Día del Orgullo Aged, nunca se conseguirá un posicionamiento positivo generalizado.

No sé si mis amigos coetáneos lo perciben igual que yo, pero poco a poco me he ido dando cuenta de que el prejuicio hacia los que ya somos talluditos –y no digamos si evidenciamos estar jubilados– está fuertemente implantado en la sociedad. Mi médico –médica- de cabecera, por ejemplo, puedo asegurar que me mira de otra manera desde que supo de mi paso a la vida de pensionista, y emitir cualquier opinión en un entorno de gente joven, tiene una acogida tan atenta como la que recibiría la emitida por un bosquimano mentalmente tarado, recién llegado de su tribu.

He mirado en una página de psicología y es esto lo que dice en relación con la gerontofobia: “Relacionada con la gerascofobia (miedo a envejecer), este término se utiliza no sólo para denominar miedo a los viejos, sino también desprecio o rechazo hacia las personas de la tercera edad. Se trata de un mal social muy común en nuestra época, donde los viejos son relegados a los asilos y muchas veces se los abandona a su suerte; donde se asocia a la juventud con la salud y la belleza y por oposición, a la vejez con la enfermedad y la decadencia.

La gerontofobia parte de ideas tales como que los viejos son improductivos, dependientes y una carga para la sociedad.”

¿Cómo éramos en mi generación con los mayores, cuando teníamos 18 ó 20 años? Pues yo diría que tampoco practicábamos una admiración apasionada por los mayores, pero había respeto y existía hasta una irónica y tierna canción de The Beatles (When I’m Sixty Four) y no era normal el desprecio profundo que actualmente abunda, ni se consideraba, como tan generalizado es ahora, que se es joven gracias a un esfuerzo personal e inteligencia sin igual y que esa condición se mantendrá por los siglos de los siglos.

Habíamos oído mil veces eso de que «cuando seas padre comerás huevos» y quizás eso nos hiciera pensar que la edad traía emparejados ciertos méritos y ventajas. Ahora habría que cambiar la frase y dejarla en algo así como «cuando eres joven, puedes arrebatarle los huevos a tu padre y a quien se te ponga por delante. El mundo te pertenece».

Mientras, ironía de esta sociedad, buena parte de esos jóvenes –y menos jóvenes– carece de ingresos económicos y vive de la pensión que perciben sus padres.

28 abril 2010

Español para españoles (14)

¡La imaginación al poder! Eso parecen pensar quienes aparentan estar encerrados todo el día en un laboratorio ideando frases con chispa y esa legión de seguidores que aguarda ilusionados el nuevo invento, listo para ser empleado una y otra vez, venga o no a cuento.

No sé si pueden imaginarse esos chaparrones intensos que comienzan con apenas unas gotas y que, progresivamente, van incrementando su intensidad hasta terminar en un diluvio. Al comienzo ni nos parece que vaya a requerir el uso del paraguas y al final dan ganas de procurarse una zódiac. Algo parecido sucede con las frases y metáforas que algún creativo pone en circulación; la oigo un día y simplemente me pasa casi desapercibida e, inocentemente, me creo que será flor de un día, que nadie más volverá a repetirla y que seguiremos hablando como siempre, incorporando tan solo aquellas expresiones que de verdad aportan algo al lenguaje o aquellas que se nos ocurran sobre la marcha.

Ha pasado algún tiempo desde que oí por primera vez eso de “negro sobre blanco” para referirse a algo publicado en algún tipo de medio impreso. Volví a escucharla al cabo de algún tiempo y me temí lo peor. Ahora compruebo que ese peor ya ha tenido lugar: se ha vuelto imprescindible para muchos periodistas de prensa y televisión y el pueblo llano no le hace ascos, pues también lo he podido oír en boca de una amiga.

No hay rueda de prensa en la que algún corresponsal pretencioso y enterado no le pregunte al político de turno cuándo vamos a ver “negro sobre blanco” lo que está prometiendo o que le recuerde que eso de lo que habla ya se ha visto “negro sobre blanco”, etc.; el éxito de la expresión es ya una realidad.

Es quizás unos de los últimos descubrimientos lingüísticos, pues otros que también me llaman la atención son ya moneda más que corriente, y es difícil no tropezar con él cada día. Hablo de ese hoja de ruta que, con seguridad todos tenemos ya incorporado a nuestro repertorio.

Desde que en 2002 se elaboró un plan de paz –otro más- para el conflicto palestino-israelí y alguien tuvo la feliz ocurrencia de llamar hoja de ruta al calendario que establecía los pasos a seguir para la consecución de esa paz imposible, ya nadie pierde el tiempo en hacer una lista de tareas o de planes, fijar un calendario, establecer plazos, etc. Hasta la tarea más nimia a realizar en un espacio de tiempo, requiere una hoja de ruta. Ya no tiene excusa para perder el tiempo con tibiezas: cuando la señora de la limpieza llegue a su casa, nada de darle instrucciones de lo que hay que hacer y limpiar, simplemente le elabora una hoja de ruta y todos quedarán encantados por tanta modernidad, erudición y frescura de lenguaje.

25 abril 2010

Piada brasileira

A continuación transcribo un chiste (piada) brasileño. Lo pongo en versión original porque me parece que tiene más gracia, pero añado la traducción al español para quien encuentre alguna dificultad en la comprensión. La traducción es mía, así que pido disculpas por los fallos que pueda tener.

O AMANTE

O céu estava ficando muito lotado, então São Pedro resolveu baixar um decreto: "Para entrar no céu, a pessoa deveria ter passado por um dia terrível na hora da sua morte". O decreto entrou em vigor imediatamente.

Então, quando a primeira pessoa chegou, São Pedro perguntou:

- Como foi seu dia, como você morreu?

- Já fazia muito tempo que eu estava desconfiando que minha mulher estava me traindo... então, resolvi voltar para casa mais cedo e pegá-la em flagrante. Quando cheguei em meu apartamento, que fica no 25º andar, minha mulher estava enrolada numa toalha, muito nervosa, e agindo de uma forma suspeita.

- Comecei a procurar em todos os cantos da casa, debaixo da cama, dentro do guarda-roupa, etc., mas não encontrei ninguém. Eu já estava desistindo de procurar, quando olhei para a sacada e vi o safado pendurado no corrimão. Transtornado, peguei a vassoura e comecei a bater na mão dele, até que ele se soltou e caiu do 25º andar. Mas por infelicidade minha, ele caiu sobre um toldo que amorteceu a queda e não morreu. Fiquei com tanta raiva que peguei o que tinha de mais pesado dentro de casa, que era a geladeira, e joguei em cima dele. Só que eu me emocionei tanto que tive um ataque do coração e morri.

- Realmente seu dia foi terrível! disse São Pedro. Pode entrar.

Cinco minutos depois chegou o segundo candidato à entrada ao céu. E São Pedro perguntou:

- Como foi seu dia, como você morreu?

- Bem, eu estava fazendo meus exercícios diários na varanda do meu apartamento no 26º andar, quando escorreguei e caí. Por sorte, consegui me segurar no corrimão do apartamento abaixo do meu, no 25º andar. Já estava quase conseguindo me levantar, quando apareceu uma mulher enrolada em uma toalha e um maluco começou a bater nas minhas mãos com um cabo de vassoura, então caí. Mas como um toldo amorteceu minha queda, não morri. E lá estava eu todo dolorido tentando me levantar, quando o mesmo maluco jogou uma geladeira em cima de mim.

São Pedro começou a rir e disse:

- Já entendi tudo. Pode entrar!

Depois de mais cinco minutos, chegou o terceiro candidato. E como de costume, São Pedro lhe perguntou:

- Como foi seu dia, como você morreu?

E o rapaz, meio tonto, respondeu:

- Olha, o senhor não vai acreditar... mas eu estava pelado dentro de uma geladeira, e até agora não entendi o que aconteceu.

********************

EL AMANTE

El cielo estaba quedando demasiado lleno, así que San Pedro decidió publicar un decreto: “Para entrar en el cielo, la persona debería haber pasado un día terrible al llegar la hora de su muerte”. El decreto entró en vigor de inmediato.

Cuando la primera persona llegó, San Pedro le preguntó:
-¿Cómo fue su día, cómo murió usted?

-Ya hacía tiempo que yo presentía que mi mujer me estaba traicionando… así que decidí volver a casa más temprano y pillarla in fraganti. Cuando llegué a mi piso, que queda en la planta 25, mi mujer estaba envuelta en una toalla, muy nerviosa, actuando de una manera sospechosa.

-Comencé a buscar en todos los rincones de la casa, debajo de la cama, dentro del armario, etc., pero no encontré a nadie. Ya iba a desistir en mi búsqueda, cuando miré para la terraza y vi al sinvergüenza colgado de la barandilla por fuera. Trastornado, cogí la escoba y comencé a golpear las manos del tipo, hasta que se soltó y cayó desde la planta 25 a la calle. Mas para mi desgracia, cayó sobre un toldo que amortiguó la caída y por eso no murió. Quedé con tanta rabia que cogí lo más pesado que encontré en la casa, que era el frigorífico, y lo arrojé encima de él. Sin embargo, me alteré tanto que tuve un ataque de corazón y morí.

-Realmente su día fue terrible –dijo San Pedro- Puede entrar.

Cinco minutos después llegó el segundo candidato a la entrada del cielo. San Pedro preguntó:

-¿Cómo fue su día, cómo murió?

Pues, resulta que estaba haciendo mis ejercicios diarios en la terraza de mi piso, en la planta 26, cuando me escurrí y caí por fuera. Por suerte, conseguí sujetarme en la barandilla de la terraza del piso de abajo del mío, en la planta 25. Ya estaba casi consiguiendo auparme, cuando aparecen una mujer envuelta en una toalla y un chalado que comenzó a golpearme las manos con el palo de una escoba, entonces me caí. Sucedió que un toldo amortiguó mi caída, no morí. Estaba allí todo dolorido intentando levantarme, cuando el mismo chalado arrojó un frigorífico sobre mí.

San Pedro comenzó a reír y dijo:

-Ya lo entendí todo. ¡Puede entrar!

Después de otros cinco minutos, llegó el tercer candidato. Como de costumbre, San Pedro le preguntó:

¿Cómo fue su día, cómo murió?

El chaval, medio atontado, respondió:

-Oiga, usted no me va a creer… yo estaba desnudo dentro de un frigorífico, y todavía ahora sigo sin entender lo que ocurrió después.

20 abril 2010

Dichosos incrédulos...

¿Han visto alguna vez esos apretones que tienen lugar a la salida de unos de esos espectáculos de grandes masas? Piensen en las puertas de un estadio tras uno de esos partidos del siglo que tienen lugar cada poco, todos quieren salir al tiempo y esa salida se torna un forcejeo de unos con otros para salir antes. Algo así me ocurre con las palabras cuando pienso en las razones para el escepticismo en materia religiosa, y no porque sea un experto ni considere que sé algo de teología o filosofía. ¿Acaso beber agua para apagar la sed, requiere conocer sus componentes químicos o su peso molecular?

Todo viene a propósito de uno de esos correos que envían los amigos “reenviadores” y que trae la imagen que sirve de ilustración a esta entrada. El texto dice “Voy a crear un hombre y una mujer con pecado original. Después voy a dejar una mujer embarazada de mí mismo como su hijo y así podré nacer. Cuando esté vivo, me mataré a mí mismo como sacrificio a mí mismo. Para salvaros así a todos del pecado original al que yo mismo os condené. ¡¡¡Tachán!!!”.

Está claro que el redactor no ganará el Nobel de literatura –posiblemente el Planeta-, pero tiene el mérito de expresar de manera condensada el estupor que siente el que, sin prejuicios, dedica unos minutos a meditar sobre los grandes misterios del cristianismo, porque lo que el texto dice forma parte fundamental de todo aquello que los cristianos digieren sin plantearse mayores dudas ni sentir la más mínima acidez estomacal. 

Con escasa habilidad, todo hay que decirlo, el autor relata una serie de hechos ciertos… o al menos hechos que la iglesia cristiana hace pasar como tales. Seguro que los teólogos tienen respuesta para todo, pero yo creo que es bueno que repasemos bajo la luz de la razón del ciudadano normal ese relato. Me parece una buena opción, salvo para aquellos que pertenecen a la misma escuela de fe que el famoso carbonero.

Eso de nacer con un pecado sin haber tenido arte ni parte, de verdad que tiene que sonar chocante a cualquiera. A ver, ¿cómo es posible que alguien que llega al mundo, sin siquiera haber abierto los ojos, pueda haber pecado ya?, ¿cómo puede ofender a dios el que ni siquiera sabe controlar sus esfínteres? Para cualquiera, debería tener toda la apariencia de un invento cuyo fin es poder extorsionar a los creyentes desde el primer momento y hacerles sentir culpables, que es sin lugar a dudas lo que la religión cristiana busca conseguir en cada uno desde que nos situamos bajo su dominio. Ése es el secreto del control, el sentimiento de culpa.

Se relata después un episodio altamente extraño y casi inédito (parece que hay similitudes en otras religiones). Dios deja embarazada a una virgen para tener un hijo que es él mismo. Aparte de lo alambicado del hecho, no cabe duda de que se trata de una especie de super-incesto, pues no de otra forma cabe calificar a quien mantiene relaciones con la que va a ser su propia madre. Puede argumentarse que esas "relaciones" son metafísicas, así que el incesto pasaría a ser también de orden metafísico.

Claro que el fruto de ese embarazo lo explica todo: se trata de alguien cuya venida a la tierra está justificada por la posibilidad de redimirnos y librarnos de aquel nefando pecado en cuya comisión no hemos tomado parte. La idea viene a ser “yo te lo pongo y yo te lo quito, pero me debes una”. A mí toda esa cantinela de “he venido a redimiros etc. etc.” me resulta cargante, ¿quién ha dicho que yo necesito ser redimido por alguien que ni siquiera me ha sido presentado?, ¿y de qué?

Entre el nacimiento y la muerte, el creyente cristiano debe arrastrar el sentimiento de una culpa y el agradecimiento por el perdón, sin olvidar que este último lleva emparejada la inscripción como miembro de esa iglesia, cuya baja resulta mucho más complicada –por no decir inalcanzable- de lo que muchos creen.

13 abril 2010

Deportes

No, no voy a tratar de los deportes sino de eso que en los noticiarios o periódicos llaman noticias deportivas o, sencillamente, lo enuncian como “deportes” aunque todos sepan que no va precisamente de eso. Las noticias deportivas son al deporte lo que las películas porno son a la relaciones sexuales.

Tras ver el telediario de hoy, en la cadena de televisión en la que me parecen más interesantes y veraces (esto descarta a Telemadrid), me he quedado pensando sobre el contenido de estas noticias e inevitablemente lo he comparado con el de las noticias referentes a un asunto que me interesa mucho más: la música.

No voy a negar que soy parcial, pero no obstante me gustaría que quien leyera esto reflexionara sobre si lo que voy a decir es exagerado o falso y tenga en cuenta el hecho de que al no ser apasionado por el deporte ni tampoco su enemigo, algo de frialdad en el análisis puede que yo posea.

El deporte o, mejor dicho, el espectáculo deportivo, ha resultado ser una auténtica mina para los que viven de él, hablo no solo de los “practicantes”; también y principalmente de todos los que se mueven en su órbita y sacan una importante tajada a costa de ello. Como decía antes, a lo largo del tiempo he tenido que oír en el noticiario infinidad de declaraciones de entrenadores, seleccionadores, managers y directores técnicos que, en el caso de muchos deportes, de verdad que no sé bien a qué tareas se encuentran entregados.

Ahí se han contado cosas que incluso nada tenían que ver con el deporte o los deportistas, pero debido a que se celebra una competición internacional de motociclismo, se han prodigado las descripciones sobre tipos de neumáticos, motores, vehículos, curvas del circuito y todo lo que quepa imaginarse. Me pregunto, ¿de verdad hay un número importante de aficionados que se interesan por esos detalles? No dudo de que, como hay gente para todo, en algunos lugares hay gente bebiendo cada una de las palabras que describen esos extremos, pero ¿son tantos como para justificar su emisión en el noticiario de las tres de la tarde?, ¿no sería más lógico reservar su difusión a un programa especializado, en otro momento?

Por establecer un paralelo, me pongo a pensar en el mundo de la música, en la que hay apasionados e incluso algún fanático que otro; recuerdo que alguna vez en un concierto se ha sentado a mi lado alguien que llevaba la partitura de la composición y la iba siguiendo según se interpretaba. ¿Alguno de ellos siente interés por cómo es o cómo se llama la esposa del director de la sinfónica de turno?, ¿sabe alguien si esa esposa mantiene relaciones adúlteras con el primer violín o el contrafagot? Hablando del primer violín, ¿alguien conoce a su madre o a su hermana por algún anuncio de esos que salen en la tele?, ¿cuántas personas conocen el nombre o aspecto de las esposas de Plácido Domingo o Daniel Barenboim?

Para qué hablar del hardware de la música. Por ejemplo, ¿alguna vez alguien ha oído en la retransmisión de un concierto algo así como “el saxofonista barítono, que utiliza un instrumento dorado de la marca Selmer…”? Podría ser también algo como “el clarinetista que utiliza un instrumento con afinación en Si bemol…” ¿Alguna vez el director de una orquesta ha aparecido vestido como un payaso, con todo el traje cubierto de marcas comerciales?

Sé que esto resulta aburrido, pero ¿pueden suponer el hastío que representa toda esa pornoinformación deportiva para el que no siente mayor interés por el tema? Y no me digan que se puede apagar el televisor al llegar a esa sección. Desde hace algunos años, todos los noticiarios de televisión presentan en el avance del comienzo un amplio adelanto de las apasionantes noticias deportivas que nos servirán, aún con más detalle, cuando llegue su momento.

El lado positivo de todo esto es que esta saturación de noticias y retransmisiones deportivas, me ha alejado de la televisión hasta el punto de que actualmente es para mí, casi de modo exclusivo, una pantalla para el cine que veo en casa.

11 abril 2010

¡Policía!, ¡esto no es jazz!

El pasado diciembre tuvo lugar un incidente que para la gran mayoría, en la que me incluyo, pasó completamente desapercibido. Algo completamente normal, pese a su repercusión en bastantes periódicos nacionales y extranjeros, teniendo en cuenta que no fue más allá de una simple anécdota y que, para mayor escarnio, no había ninguna pelota o bola de por medio, que es lo que en nuestro país otorga trascendencia histórica a un acontecimiento.

En esa fecha se celebraba en Sigüenza un festival de Jazz –nada menos que en su quinta ocurrencia- del que yo hasta la fecha no tenía noticia y que, según declaraciones de los munícipes organizadores, busca intencionadamente la vanguardia musical.

El caso es que ese día era el turno de un tal Larry Ochs, del que se dice que es un músico con muchísima experiencia, más de 30 años en el tajo, y a poco del comienzo un espectador llamó a la policía (eso dice alguna prensa, en realidad se trataba de la guardia civil) porque consideraba que “aquello” que estaba sonando no tenía nada que ver con el jazz, sino que era lo que se denomina “música contemporánea”, algo que tenía médicamente contraindicado el denunciante. Acudió una pareja de agentes y uno de ellos -que se declaró aficionado al jazz- opinó que, a su entender, aquello no era lo que pretendía ser. Y se lió una buena.

Por partes. De entrada, a mi juicio, ya es meritorio que alguien llegue a apasionarse de esa manera por algo de tan escasa valoración general como la música, hasta el punto de llamar a los agentes del orden, sabiendo que en España esos profesionales no soportan ningún tipo de bromas, y la verdad, este incidente aparenta ser más una indignada humorada que un acontecimiento serio.

En contra de la opinión expresada en casi todos los comentarios que he leído sobre la noticia, quiero decir que me parece un signo esperanzador que un guardia civil se atreva a emitir un dictamen –por supuesto que sin consecuencias- sobre un tipo de música como ésta; hasta ahora, se suponía que la casi totalidad de la guardia civil no sabe ni cómo se escribe la palabra jazz. Y permítaseme unirme al dictamen de la benemérita, porque he podido escuchar un fragmento del dichoso concierto y aquello parecía más un guirigay que la música que me es tan familiar. Yo mismo me he sentido tentado por esa posibilidad de llamar a la policía en más de un concierto, sobre el último de los cuales trato en otra entrada de este blog. Me gusta aclarar -fundamentalmente para quienes sean aficionados al jazz- que la idea que Larry Ochs tiene de un quinteto es la de un pianista en estado catatónico, un trompeta y un saxo enzarzados en una bronca, cada cual tratando de superar en nivel sonoro al otro y dos baterías aporreando a destajo. Puede contemplarse en YouTube.

Por encima de toda la historia planea, a mi entender, el asunto de las vanguardias artísticas y su etiquetado. ¿Quién no se ha sentido indeciso entre la risa o el llanto, al contemplar cierto tipo de "obra de arte" en una exposición o museo? Tengo la certeza de que para Arnold Schönberg y sus composiciones dodecafónicas la cosa no debió resultar fácil. Y ya ha llovido desde entonces…

Mantengo la idea de que un arte para cuyo goce es preciso ser profesional de ese arte y poseer amplios conocimientos de filosofía, no es precisamente una manifestación artística que me interese, aunque creo –faltaría más- que todo “artista” tiene el derecho a expresarse como le venga en gana. Lo que no admito –y no es que eso signifique mucho- es que con una alegría irresponsable, se clasifique a esa manifestación como le parezca al autor. Estoy conforme en que no es posible definir lo que es jazz, pero no hay que aprovecharse de esa imposibilidad para encuadrar una obra en ese género con total impunidad.

Afirmaba alguien con quien mantuve una controversia sobre este suceso, que ahora la palabra jazz no es más que un paraguas bajo el que pueden refugiarse muchos tipos de música. Estoy en total desacuerdo, y pensar que llevo más de 50 años dedicando bastante tiempo a escuchar algo que termina siendo considerado un paraguas, no entra dentro de mis -limitadas- capacidades. Por descontado, dudo mucho de que los espectadores que en Sigüenza asistían al concierto de Larry Ochs –nada menos que casi 200- disfrutasen de lo que escuchaban o entendiesen mínimamente de qué iba la cosa (¿hay muchos aficionados capaces de disfrutar la armonía atonal?). No abundan los entusiastas de la buena música, pero son legión los que consumen modernidad como si fuese agua mineral. Comprendo que ser o sentirse actual puede producir satisfacción, pero si el precio a pagar es aguantar ese estruendo desagradable, que no cuenten conmigo.

He tenido la curiosidad de seguir el rastro de esta noticia en Internet y son infinidad los comentarios sobre ella. El denominador común de todos ellos es la descalificación del guardia civil por atreverse a opinar siendo su profesión la que es, la petición de un espíritu más abierto en los oyentes y la adjetivación de quienes como yo piensan como casposos, reaccionarios, intolerantes e ignorantes. Es significativo que nadie se haya planteado si el guardia civil y los discrepantes también merecen esa tolerancia que se reclama para otras partes.

También es significativo que en casi todos los comentarios de los supuestos expertos en lo que es jazz, se omita un hecho importante: Wynton Marsalis, quizás uno de los mejores trompetistas de jazz -y de música clásica- de los últimos 20 ó 25 años y defensor de las esencias de este género, ha tenido noticia del incidente de Sigüenza, tras lo cual ha enviado su discografía completa dedicada al autor de la denuncia y protagonista del caso. ¿Incluimos también a este intérprete entre los casposos, ignorantes, etc.?, ¡¡Venga ya...!!

08 abril 2010

Español para españoles (13)

Cuando hago alguna crítica acerca del vocabulario o modismos de los hispano-hablantes americanos, un buen amigo mío salta enseguida protestando y argumentando que la lengua española, el castellano, es patrimonio de todos. Tengo que aclararle enseguida que estoy de acuerdo con él y que incluso entiendo que ellos no van a tener puesta la oreja a ver cómo optamos en España sobre las aportaciones que la lengua va requiriendo para su adaptación a los tiempos, pero entiendo que cierta homogeneidad sería deseable y que, lamentablemente, ellos están todavía más presionados por la omnipresencia del inglés de lo que aquí ya lo estamos, que no es poco, gracias fundamentalmente a esos periodistas incapaces de aportar nada, pero ávidos de falsa modernidad.

Sospecho, por comprobaciones que he podido hacer en alguna ocasión, que muchos de los barbarismos procedentes del inglés, no son importados por nosotros directamente desde EE.UU. (Gran Bretaña no cuenta para nada en el inglés que nos llega), sino a través de los países hispanos y, posiblemente, algunos de los vicios extranjerizantes que por allí han sentado plaza han sido re-exportados desde esta tierra de Cervantes, en donde previamente les hemos dado acogida.

La verdad, no sé quién es el responsable primero de la expresión “violencia de género”, pero aunque puedo equivocarme, veo muy probable que puesto que el asunto es actualidad periodística y social en España, haya sido aquí donde se ha optado por el barbarismo.

Es inútil que expertos en léxico y académicos hayan insistido mil veces en que las personas no tienen género, sólo las cosas, y que por tanto debe emplearse en su lugar “violencia de sexo”, pero quizás la inflamada imaginación de muchos les ha hecho pensar que esta expresión, la correcta, parece aludir más bien a violencia ejercida utilizando el miembro viril, algo realmente pintoresco.

Sea cual sea la razón, lo de “violencia de género” ha venido para quedarse y es la expresión que, sin excepción, se emplea en los medios de comunicación, en el gobierno y hasta en los procesos judiciales consecuencia de los casos que casi a diario se producen y hacen público. Otro caso más de “violencia lingüística” que queda impune, porque no cuenta con una abogada defensora como la llamada Bibiana Aído, que más bien pertenece al grupo de los asesinos lingüísticos en serie.

Es lamentable, pero al desconocimiento y atropello del idioma no sólo no se le otorga ninguna importancia, sino que quien comete esos atropellos se contonea, porque considera que esa falta de preocupación por la gramática le acredita como un espíritu libre e independiente.

04 abril 2010

Refundación

Creo que fue en 2008 (aunque parezca que hace 10 años) cuando saltó estrepitosamente todo este asunto de la crisis mundial, y al año siguiente se hizo parte de la realidad de todos, aunque pienso que aquel nombre es poco explícito y más bien debería denominarse "crisis bancaria mundial y sus consecuencias pagadas por todos, menos –precisamente- los que la habían provocado".

Puede parecer de un atrevimiento supino que alguien que no tiene ni idea de economía se atreva a escribir una línea enjuiciando un acontecimiento de una complejidad terrorífica, pero entiendo que el asunto ha trascendido lo meramente financiero para anidar, como los piojos, en las costuras de nuestra propia estructura social.

A estas alturas, todos sabemos o deberíamos saber que la crisis se originó en EE.UU. y que fue la falta de moralidad y escrúpulos de los actores bancarios lo que provocó su extensión hasta el último rincón del planeta. Sabemos cuál fue la causa y cuáles sus consecuencias inmediatas, pero quizás por hartazgo no sabemos o no nos ocupamos de sus consecuencias últimas o de lo que deberían haberlo sido.

Cuando estalló la crisis todos los dirigentes mundiales se apresuraron a denunciar vivamente a los causantes. Como segundo paso, corrieron a tapar de una u otra forma los agujeros que se habían abierto en los sistemas bancarios y para justificar la utilización de medios que eran públicos, se llenaron la boca de vocablos como “refundación capitalista”, “control del movimiento de capitales”, “eliminación de los paraísos fiscales”, etc. etc. ¿En qué ha quedado todo esto?

Es triste, pero previsible: en nada, lo que se dice en nada de nada. Y el caso es que estaba claro, imaginemos una crisis en la Mafia por excesivo número de cadáveres o por escasez de beneficios. Si se hablase entonces de “refundación mafiosa”, ¿alguien consideraría posible que ese término se estuviera refiriendo a la desaparición de una organización tan dañina como la Mafia?, ¿iba esa Mafia a autoinmolarse para mejorar el mundo? Desde luego que no. De igual manera, es inconcebible que la crisis capitalista trajese como consecuencia la reorganización de la economía mundial, con la desaparición de aquellos que una y otra vez llevan al mundo al desastre, exclusivamente por buscar no ya un lucro aceptable, sino por practicar la rapiña compulsiva sin importarles las seguras consecuencias (para los demás).

En el mundo de hace un par de siglos, por ejemplo, la justicia o la ciudadanía habría degollado a los causantes y, al menos por unos años, el miedo a lo ocurrido habría paralizado a los aficionados a lo ajeno. También, puede que se le hubiera declarado la guerra al país culpable -los EE.UU.-, exigido indemnizaciones y dictado un embargo comercial extremo, manteniendo a ese país apartado como si estuviera apestado.

Ahora no, ahora estamos mucho más civilizados y por lo tanto salvo un par de personajes casi pintorescos que han ido a la cárcel para que pensemos que se hace justicia, los demás se han quedado de rositas y continúan robando como si nada hubiese ocurrido. Este jueves pasado, publicaba el New York Times la noticia de que las personas responsables de la crisis (apenas una decena, con nombres y apellidos) se han embolsado en 2009 -en pleno caos financiero- unos beneficios de 25.300 millones de dólares, ¿más claro?

Quedó en nada eso de la refundación capitalista, salvo algún tirón de orejas a los altos ejecutivos bancarios, más que nada para que actúen con cierta discreción. Quedó en nada el prometido control del movimiento de capitales. Hasta los paraísos fiscales permanecieron impunes porque, al fin y al cabo, son imprescindibles para quienes roban a manos llenas en los infiernos fiscales.

Poco a poco se va restableciendo el “orden”, aunque eso sí, con un aumento del número de parados que asegura la mansedumbre de los que sí tienen un puesto de trabajo. Y ni siquiera cambiaron algo -por aquello del disimulo- para permitir que todo continuara igual.

Aquí en España estamos de puente, que es lo que importa. Ah, ¿y cuándo dices que es el próximo partido del siglo?

Ya se sabe, todo es perfecto en el mejor de los mundos posibles.

01 abril 2010

Ante las elecciones

Parece un poco anticipado el título, pero pienso que ni mucho menos; por varias razones. En primer lugar, ocurre que en estos sistemas democráticos normalizados, a los ciudadanos se nos pregunta una vez cada cuatro años qué gobierno queremos para la nación y, pasado el momento de depositar la papeleta de voto, ninguno de los que acceden al poder vuelve a preocuparse por el sentir ciudadano, si no es mediante esas encuestas, en las que con preguntar a unas mil personas sobre su intención de voto u opinión sobre la situación del momento, los gobernantes ya dicen saber lo que pensamos y lo que esperamos de ellos el conjunto de la ciudadanía.

Con todos los respetos para los profesionales de la estadística, y aunque insistan en que el muestreo es realmente representativo del sentir popular -dicen que con un ±1,2% de posible error- a mí me parece un solemne timo.

Estamos en este momento en lo que llaman “el ecuador de la legislatura” y decía que dada la escasez de consultas, y al igual que los niños están atentos todo el año a la próxima venida de los reyes magos, hay quienes, yo entre ellos, esperamos impacientes la oportunidad de expresar nuestra opinión con repercusiones visibles. Claro que con una ilusión bastante disminuida a la vista de las opciones posibles y las reglas del juego. No puedo negar que me reduce enormemente el entusiasmo saber que los partidos a los que puedo votar son, a la postre, tan solo dos (salvo nacionalistas, donde sea posible). Si cometo el dislate de prestar mi apoyo a otro partido que no sea uno de los mayoritarios, debo asumir que mi voto tiene un valor que es apenas una fracción -más o menos, un séptimo- del valor del voto del que, con una fe de carbonero (o realmente satisfecho del estado de las cosas), sigue apoyando sin dudar a los dos partidos principales.

Con el advenimiento de la democracia, tras la muerte del dictador, todos teníamos miedo a que la cosa terminara mal, pues no cayó en saco roto esa insistencia de muchos años sobre la propensión de los españoles a la dispersión política y a la resolución de enfrentamientos mediante la violencia. De esta manera, aceptamos sin rechistar esa argucia antidemocrática llamada ley d’Hondt, que con toda desvergüenza distorsiona el sentir de los ciudadanos. Lo que a duras penas podía ser aceptable en un momento de incertidumbre, resulta ahora llamativamente inmoral y propiciador de partidos populistas como ése que acaudilla la “trepa” por excelencia.

Que nadie me diga tampoco que es justo que el voto de un habitante de Soria –por ejemplo- tenga un peso específico muy superior al mío. Eso forma parte también del repertorio de trucos para falsear esta democracia que tanto tardó en llegarnos.

No hay que olvidar que España es un país en el que, ya en el siglo XIX, Cánovas del Castillo junto con Sagasta, instauraron aquello del “turno de partidos” acordado en el Pacto de El Pardo, que consistía fundamentalmente en repartirse el pastel en el tiempo, de manera que tras una temporadita en el poder, el partido gobernante cedía los trastos –disimuladamente- al partido rival, en la seguridad de que de esta manera nada cambiaría y que serían los únicos en repartirse el botín. ¿Les suena de algo ese funcionamiento?

No me hago ilusiones de que quienes se benefician de este estado de cosas, los dos partidos mayoritarios, cambien la ley electoral como muchos demandan y deje de confundirse la estabilidad con el falseamiento de la voluntad popular. ¿Llegaremos a ver un cambio de esa ley? Lo dudo. De hecho, y tras dos años de estudios sobre el asunto, llevados a cabo por una subcomisión del Congreso, han llegado el pasado marzo a dos conclusiones: una, certificar lo que todos sabemos, lo mismo que ya digo más arriba sobre el diferente valor del voto. Dos, que eso va a seguir así. ¿Por qué iba a ser de otra forma si eso conviene a los dos partidos de los que depende la resolución final? Practiquemos el JuanPalomismo -se dicen-, que esto nos va muy bien.

Una pena, porque ya me planteo -como muchísimos otros- que, llegado ese día de las elecciones, quizás lo mejor que puedo hacer es quedarme en casa. No merecen más ni nosotros menos.