24 febrero 2016

La desintegración del lenguaje

Lo malo de ser mayor es que cuando se contempla un periodo no muy extenso de la historia reciente, no se necesita buscar libros de historia, porque si ha estado medianamente atento a la marcha de los acontecimientos, uno mismo tiene conocimiento y registro de esa historia. Eso sí, me ha pasado más de una vez que al hablar con algún joven sobre un periodo reciente de la historia de España como puede ser el franquismo, ese joven me mira con la misma expresión que si le hablara de la invasión francesa o, peor aún, la caída del imperio romano. No distinguen lejanías, existe de un lado su entorno inmediato y de otro, el resto del universo y su tonta historia.

No soy capaz de afirmar que antes se asimilaran más los conocimientos, pero el otro día me sorprendí cuando vi en televisión cómo un profesor americano de inglés preguntaba a sus alumnos españoles, de entre treinta y cuarenta años, si les sonaba de algo la palabra «dixie». Le contestaron que no; no les sonaba que se empleara para referirse a los estados del sur de los EE.UU., ni que fuera el nombre oficioso de los confederados en la guerra civil de aquel país, ni el himno de ese bando y por supuesto que no lo relacionaban con el nombre del jazz de Nueva Orleans llamado «dixieland», no digamos ya ese grupo country de nombre Dixie Chicks que George W. Bush mandó de facto al exilio. Cierto que a la mayoría ni le suenan las guerras carlistas, pero es que el pasado reciente de los EE.UU. nos lo han metido por los ojos en cientos de películas; caray, debería servir para algo.

Con el lenguaje me ha pasado algo que ha sido todavía más a cámara rápida que el resto de los aspectos de la vida. No es un secreto que siempre ha habido quienes hablaban y escribían que daba pena, porque atizaban unas patadas al idioma que casi dolían, pero con el paso del tiempo y la degradación de los sistemas educativos el asunto ha pasado a mayores, porque ya no escriben mal solamente los iletrados, sino que quienes salen de la universidad, en buena parte, no tienen ni idea de lo que es ortografía ni poseen un vocabulario mucho más rico que el de un pastor de cabras y es posible oírles soltar unas burradas descomunales y no digamos ya escribirlas.

Lo primero que asombra son las faltas de ortografía o gramaticales de los propios periodistas. He tenido la curiosidad de mirar en hemerotecas ejemplares de hace cincuenta años y no digo que estén limpios de todo error, pero la frecuencia de disparates es muchísimo menor que la actual y lo peor es que no tiene remedio, porque como me dijo una vez el defensor del lector de El País como respuesta a una protesta que le dirigí, «las prisas en la publicación no permite repasar los textos». Eso es lo que hay.

Ahora, si usted se duele del deterioro del lenguaje, no tiene más que asomarse a los comentarios que acompañan a las noticias para sufrir un síncope. Ahí quienes se ufanan de saber economía, política, filosofía, cualquier materia que se trate en el artículo, escriben tales disparates que deberían ser detenidos en aplicación de la ley antiterrorista, en especial a esos que desde la propia redacción mal-traducen alguna expresión de inglés con un éxito arrasador. Un ejemplo: eso que se ha impuesto como sinónimo dominante de mantener relaciones sexuales, tener sexo. Un horror.

No hace mucho El País publicaba un artículo que se titulaba más o menos «Haber leído mucho no tiene por qué mejorar la ortografía». Ni que decir que lo leí con curiosidad porque mi experiencia es justamente la contraria: nunca tengo presente las reglas de ortografía ni recuerdo haberlas dado o aprendido nunca –sólo las de acentuación–, la razón de que sea difícil pillarme en una falta es que guardo memoria de las palabras por haber leído bastante y recordar por tanto cómo deben escribirse.

Pero lo que me ha inducido a escribir esta entrada no es eso sino el cambio de actitud frente a la corrección. Hasta hace no mucho quien, en los comentarios que siguen a las noticias en la prensa digital, osaba llamar la atención por algunas faltas excesivas, era de inmediato víctima de los ataques de casi todos los que intervenían en el foro. Sin embargo, ha habido recientemente un cambio de actitud y nadie se siente cortado por escribir una falta tras otra o al ser recriminado por ello. He leído respuestas del tipo «yo tengo por costumbre no usar nunca acentos (tildes)» o «no pienso hacer distinción entre la “b” y la “v” porque lo que se debería hacer es suprimir una de ellas»; lo mismo entre la “ll” y la “y” actuando como consonante o cualquier otro tipo de duda que la escritura plantee; se comportan como ilustres escritores con teorías propias sobre la gramática como García Márquez, pero en ignorante. Es como esa gentecilla encantada de haberse conocido pese a escribir «Haber» por «A ver» o «a parte» por «aparte». He llegado a ver un párrafo sin faltas llamativas, pero en un momento dado el autor escribía «se lanzó empicado» convencido de que «empicado» es el participio pasivo de vaya usted a saber qué verbo.

Los ignorantes se han apropiado del lenguaje y a casi nadie le importa, es un suceso de menor trascendencia que la aparición del nuevo modelo de iPhone. Que lo disfruten.

17 febrero 2016

La pasta que huye

De repente, en Europa han descubierto que el billete de 500 euros es un enemigo público y no debería existir y ya se han puesto en marcha para proceder a su eliminación. Hasta aquí el enunciado, pero yo diría que hay mucha más tela que cortar.

Se nos ha olvidado, pero cuando hicimos el que ha resultado ser fatídico cambio al euro, tuvimos la alegría de pensar que, razonablemente, pasábamos a tener una moneda que sonaría en el mundo y que se acabó aquello de tener que cambiar a dólares para viajar por ese mundo más bien lejano y que para casi toda Europa no necesitaríamos ni siquiera cambiar las monedas de nuestro monedero. No recuerdo que nadie se preguntara entonces a qué venía la emisión de ese billete que era casi una fortuna y que desde luego no serviría para ir a la compra en el super. No se entendía la justificación de un papelito que por sí solo valía nada menos que 83.193 pesetas, más de lo que muchos cobraban entonces como salario mensual.

Digo entonces, aunque lo cierto es que a casi la totalidad el cambio de moneda nos supuso la conversión directa de nuestro salario al nuevo euro, produciendo en todos los casos cierta sensación de empobrecimiento porque había muchos que se consideraban afortunados si ganaban mensualmente 100.000 pesetas, pero al cambiar y resultar que aquello quedaba en unos miserables 600 euros a más de uno se le debió saltar las lágrimas, y no de alegría.

Todavía recuerdo cómo imponía el billete de mayor denominación hasta entonces, el de 10.000 pesetas, emitido por primera vez a mediados de los ochenta y el miedo que daba mostrarlo, no fueran a lanzarse sobre nosotros todos los delincuentes del mundo. Pues bien, aquel billetazo paso a ser unos misérrimos 60 euros.

Pasada la primera impresión, algunos nos preguntamos a qué venía aquel tremendo billete de 500 euros y acostumbrados a los comentarios que surgían a propósito de la fuga de capitales con los billetes de 10.000 pesetas, lo de 500 euros nos sonaba a ciencia-ficción. Nunca ha sido un billete de circulación normal…

Salvo que resultó que el nuevo billete entusiasmaba a los que movían capitales de maneras no muy legales y que en España debían ser legión, si tenemos en cuenta que en España residía la cuarta parte de los papelitos de ese valor, más que cualquier otro país de la zona euro.

Ahora, el presidente del BCE cae en la cuenta y se propone acabar con el billete por la misma razón que su aparición sorprendió en su día a todos los españoles. Se trata, dice, de dificultar el tráfico ilegal de capitales y es para preguntarse, ¿cómo es que han tardado nada menos que 14 años en pensar en ese detalle?, ¿de verdad que es esa la razón?, ¿si emitirlo fue una estupidez, van a sancionar al que tuvo la brillante idea? Difícil de creer teniendo en cuenta que a defraudadores expertos como el honorable Jordi Pujol e hijos no debe suponerles gran dificultad viajar a Andorra veinte veces en vez de diez o llevar una mochila más grande. Porque no se olvide que quedan aún los billetes de 200 euros y por lo tanto no es demasiado el inconveniente para profesionales del dinero viajero.

No soy mal pensado, pero no tengo más remedio en esta ocasión que pensar que a quien se quiere fastidiar con la eliminación del billete es al pequeño y mediano ahorrador. Cualquiera que lea la prensa sabe que actualmente el BCE cobra intereses por el dinero depositado en sus arcas. Por la misma razón, ya he leído algo sobre la posibilidad de que esa práctica se traslade a la banca comercial y por lo tanto intentarán cobrarnos por tener el dinero en cuentas bancarias, más probable aún teniendo en cuenta que el regulador, el Banco de España, suele cerrar los ojos cuando atropellan a los ciudadanos. La reacción normal de ese ciudadano será sacar el dinero ahorrado de las cuentas de manera que ocupe muy poquito y guardarlos en algún agujero, o en el apartamento de la playa o la casa del pueblo bajo un ladrillo, lo que cada uno tenga más fácil.

Eso sí que sería un desastre para la banca comercial y no descarto que haya sido sugerencia de la patronal de la banca europea la desaparición del billete de 500€, porque para un aficionado como sería el ciudadano corriente, no es tan fácil encontrar un agujero para guardar sus ahorros en billetes de 500€ como encontrar un espacio donde esconder unos ahorros en billetes de 50€ que ocupan diez veces más de lo que ocupaban antes. Creo que la eliminación del billete va bastante más contra estos, que serán legión.

El 16 de mayo, es decir, tres meses después de la publicación de esta entrada donde yo afirmaba que la retirada de los billetes de 500 iba más contra el ciudadano común, el diario económico Cinco Días publica un artículo confirmando mi tesis. Cinco Días

09 febrero 2016

Cocinillas

Llevo ya algunos años aguantando las ganas de escribir algo contra esa fiebre de fogones que nos ha invadido y conteniéndome porque en verdad no quería ni pensar en el asunto, a ver si así olvidaba todo sobre ello, pero ha sido imposible: el cerco es total y el tema omnipresente.

Basta que usted encienda la televisión a cualquier hora, para encontrarse un cretino con una bata y un gorro blancos explicándonos cómo perpetrar alguno de esos comistrajos supuestamente deliciosos que están tan de moda.

Tenía yo un Seat 600 y muchísimos menos años que ahora, cuando solía coincidir en la radio del coche –entonces no había posibilidades de llevar grabado nada– con un programa de cocina del que no puedo recordar el nombre ni el de su presentadora, una pena. La sintonía era graciosa y quien realizaba el programa era una mujer agradable y maternal. Sospecho que yo no le prestaba mucha atención y era tan solo un ruido de fondo, pero sirvió para que en aquel entonces yo aprendiera cómo hacer la salsa rosa, en una época en que el cóctel de gambas era un plato en pleno éxito y esa salsa algo que todo marido colaborador tenía que saber hacer. Hasta yo, que he evitado cuidadosamente ser un estorbo en la cocina, era llamado al recinto cuando había invitados y el plato estrella era ese cóctel de gambas. Esa salsa, junto con el picado de hielo con una maquinita ad hoc, eran mi aportación a la cocina universal.

Mucho han cambiado las cosas y desde el inicio de los programas de cocina en la televisión –no sé si el más antiguo que persiste es el del Arguiñano– con una tímida presencia, la cosa ha estallado y ahora es un tema que está presente en todos los canales y yo diría que a todas horas, ¡hasta existe un canal dedicado a la cocina las 24 horas! No pongo mucho la televisión, pero –puede que sea mala suerte mía– cuando lo hago, inevitablemente sale el genio de la restauración –si no hay fútbol– dando un tutorial sobre cómo hacer todo lo que usted podría imaginar que se puede hacer con alimentos y fuego. Perdón, y con nitrógeno, que de toda la vida ha sido un componente esencial de la cocina, ¿qué ama de casa no dispone de él? 

La cosa no tendría más importancia si no fuera porque han conseguido clavarse en el cerebro de los espectadores que al parecer consumen esa programación con más avidez que si fuera jabugo. Todos los canales se apresuraron a fichar a un chef más o menos conocido para dar la tabarra en pantalla y he oído de un concurso llamado Master Chef que nunca he visto, pero no he podido evitar ver esos anuncios promocionales con la aparición de un personaje con exagerados mofletes que se da un aire de suficiencia como si fuera el colega listo de Ramón y Cajal. Padecemos claramente una metástasis de didáctica gastronómica. Para colmo, me imagino que lo que enseñan son esas pamplinas de platos en los que lo más importante no es el aspecto gastronómico sino el estético y de ahí que haya salido incluso en el resumen de noticias de fin de año la que fue creación de un participante con el plato «león come gamba», clasificado como el «Ecce Homo de Borja» de la cocina, una triste patata cocida con unos ojillos y unos bigotes marcados con algo, una gamba y poco más. En fin, lo importante es que el plato sea fotogénico y con poca sustancia, y es componente imprescindible una «reducción» de algo, que es como lo de los jíbaros, pero con líquidos.

Han captado el interés de muchos de los que tienen una referencia vital en la televisión, pero debía de haber quienes escapaban de su magnetismo e idearon la solución ideal para que nadie se sintiera ajeno: una edición del concurso, en el que los participantes son niños, y así papás y sobre todo mamás pueden ver a sus cachorros haciendo cochinadas mientras a sus progenitores se les cae la baba. He visto un par de minutos y resultó repugnante asistir al alienamiento de los angelitos. Pobre infancia, pobre juventud...

Mientras creemos hacernos galácticos en la cocina, resulta temerario pedir paella o cualquier potaje en un restaurante normal sin encontrarnos con una sorpresa desagradable. Y no digamos si pedimos un huevo frito: casi nadie sabe hacerlo y lo normal es que nos sirvan algo difícilmente identificable o, simplemente, un ruin huevo a la plancha, bueno para quienes gusten de eso o lo tomen por prescripción médica.

Éste es un país en el que uno de sus más reputados investigadores es un cocinero que, para colmo, ha dejado de cocinar para dedicarse a pensar o algo así. Cuesta creerlo. Cuando yo era niño casi todos queríamos ser bombero o policía. Después y durante muchos años, ocupó esa aspiración el ser futbolista o astronauta. Hoy día, parece que lo que un infante desea es llegar a cocinero. No me digan que la raza no decae. 

06 febrero 2016

Lo de siempre

Cuando comencé el blog, yo imaginaba que iba a ser leído hasta con curiosidad por amigos y familiares principalmente, pero está claro que me equivoqué. Unas veces por pereza, otras por incompatibilidad ideológica, bastantes porque no es la lectura algo que atraiga, otras simplemente por rechazo, los lectores suelen ser desconocidos y no de círculos próximos. Tengo que reconocer que mi esposa no me lee y un familiar que era de los pocos que me reclamaron cuando decidí cerrar el blog, no entra desde junio. Piensa que echar un vistazo una vez cada diez meses y leer un par de artículos le otorga ya la categoría de lector fiel.

También he intentado lo que veo que hacen otros autores, insertar comentarios en las noticias de la prensa digital e incluir un enlace a la entrada de mi blog relacionada con el tema. Suele provocar una afluencia extraordinaria, pero ni un solo lector habitual, así que he renunciado porque me parece cansado trabajar tanto para intentar vender un producto por el que no se cobra y posiblemente de escasa calidad. Dice la RAE acerca de la palabra blog: Sitio web que incluye, a modo de diario personal de su autor o autores, contenidos de su interés, actualizados con frecuencia y a menudo comentados por los lectores. ¿A menudo?

Lo cierto es que de un lado el autor de un blog es recompensado porque evidentemente lo publica no por beneficiar a la humanidad con la riqueza de su conocimiento, sino porque le gusta escribir o casi yo diría –en mi caso– tararear textos. Por otra parte, la retribución que el lector puede dar al autor pocas veces se pone en práctica; hablo de los comentarios en los que, insisto, no sólo puede manifestarse el acuerdo sino también la disconformidad –a ser posible que no revista la forma de ataque implacable– y esto ya lo he dicho muchas veces, creo que hasta resulto cansino. Sin embargo, el resultado sigue siendo el mismo, sequía casi absoluta, lo que claramente no me incentiva a publicar y prefiero reservarme mis reflexiones en vez de lanzarlas a lo que asemeja ser el desierto de Gobi.

Algo no muy de extrañar teniendo en cuenta mi experiencia en YouTube. Hace unos cuatro años puse un vídeo de ballet con coreografía de Jerome Robbins, que yo había tomado de la televisión hace más de 30 años y que duraba tan solo unos 6 minutos. Hace un mes había alcanzado las 350.000 reproducciones, pero las marcas de «me gusta» no alcanzaban las quinientas y los comentarios eran pocos –unos 50– y en buena parte insertados por quienes tenían la osadía de opinar sobre una obra maestra sin tener ni idea de lo que decían, soltando solamente pamplinas, así que lo borré para no ofender la memoria del señor Robbins, ¿tan difícil era decir simplemente «[no] me ha gustado el ballet» o algo así? Parece ser que a ese número enorme le gustó el vídeo que vieron, pero estaban demasiado cansados como para dejar un comentario o pinchar en el icono correspondiente para mostrar su satisfacción. Por descontado, todos sabemos que si se alcanza ese número de visionados es porque ha sido recomendado boca a boca muchas veces, lo que evidencia que gustar, gustaba.

Por último, algo de lo que nunca he hablado: el título del blog y la frase-lema que lo acompaña, ¿cuántos se habrán detenido unos segundos a masticar el significado? El título es una renuncia a intentar hacer de este blog un elemento de documentación o de establecimiento de verdades absolutas, puesto que me parece que esas tres palabras ya dicen muy claramente que se trata de un punto de vista personal y que no hay que buscarle tres pies. No soy experto en casi nada y de lo único que entiendo un poco –la música– casi no coloco entradas, para no aburrir. En cuanto a la frase atribuida a Mark Twain, es una llamada de atención para que todos intentemos evitar el magnetismo del adoctrinamiento ciego que los medios de comunicación procuran y que por lo tanto no pertenezcamos de manera perenne a ese rebaño desorientado del que habla Chomsky. El deseo de pertenecer o no a ese rebaño es una decisión personal de cada uno, al menos en calidad de intento. No es fácil evadirse del rebaño, pero conozco a algunos que se encuentran muy confortables en él y por tanto no van a mover un dedo –o una neurona– para salir.

29 enero 2016

Soy varón. Mea culpa

Es muy probable que alguno al leer el título lo interprete como una declaración abierta al universo de lo macho que soy. Se equivocó. Soy varón de la manera más modesta que puedan imaginar, sólo repitiendo lo que se dice en mi partida de nacimiento y consciente de que, además, no está el horno para bollos.

Asistimos a una persistente e intensa caza del hombre y vislumbro no muy lejano el momento en que tendremos que tomar medidas para pasar desapercibidos –¿travestidos quizás?–, porque si todos los humanos tenemos la desgracia de nacer con el llamado pecado original –que ya son ganas de culpar– los varones tenemos que cargar con el estigma añadido de serlo.

Tenemos en la actualidad unas leyes que ya obligan a muchos hombres a defenderse de un delito que no han cometido, ponga mucho cuidado en que su pareja femenina no tenga un mal día y le denuncie por agresión. Es casi seguro que esa noche la pase en el calabozo y si ella se mantiene en su actitud, seguramente tenga que salir de su casa y quedarse sin casa y sin hijos menores de edad, si es que los tiene. Hay muchos en esa situación, porque el principio de inocencia no rige cuando se juzga a la mitad masculina de una pareja.

Eso no les basta a los colectivos feministas –con ínfulas de mantis religiosa– que, no acabo de comprender con qué fines, desean la promulgación de unas leyes más severas en las que el hombre sea cazado como si de un peligro social se tratara. Se denomina crimen machista a cualquier acto de violencia en que el agresor sea un varón y la víctima sea una hembra, no importan las circunstancias en que se produzca esa agresión. No hace mucho, un hombre disparó contra su ex pareja y contra la madre de ella que la acompañaba (vaya, todos ellos eran gitanos) con el resultado del fallecimiento de las dos mujeres. De inmediato se ha calificado la muerte de ambas como de crimen machista. ¿Si en vez de acompañarla su madre hubiese sido su padre y resultara muerto, ¿habría sido un crimen machista? Si al perseguir al culpable una agente de la guardia civil hubiera resultado muerta, ¿sería también un crimen machista? Sinceramente, no conozco la respuesta.

Muy recientemente se ha producido un caso que me parece llamativo. En una pareja divorciada ya, ella ha interpuesto 19 denuncias contra el marido por maltrato psicológico de las que él ha sido absuelto en 18 ocasiones. Éste hombre, ha puesto a su vez  4 denuncias contra ella por no cumplir lo dispuesto por el tribunal sobre el régimen de visitas de la hija común de 15 años. En las cuatro ocasiones ella ha sido condenada –la primera cuando la hija tenía 12 años–, y aun así no ha obedecido lo ordenado por la sentencia. Finalmente, ella ha sido indultada de dos de las condenas –las más graves– en consideración a que la hija no desea visitar al padre. Nada se habla de que esa hija ha podido ser aleccionada por la madre, ya que convive con ella. El último indulto ha sido concedido tras producirse incluso manifestaciones populares a las que, ¡cómo no!, acudían hombres.

Creo que partiendo de una situación inaceptable, la de la violencia del hombre hacia la mujer, se está llegando a unas conclusiones que distan mucho de ser equilibradas y justas. Yo diría que debería perseguirse la violencia en cualquier sentido y practicada contra quien quiera que sea siempre que haya pruebas, y la mujer debe dejar de ser permisiva y denunciar la primera agresión que se produzca en la pareja o sencillamente separarse. Esas leyes con discriminación positiva hacia la mujer no deberían existir, la discriminación es siempre injusta y en demasiadas ocasiones criminal. El argumento de que el hombre maltrata a la mujer precisamente por ser mujer me parece surrealista y falaz, un invento de manipuladores que ha conseguido más éxito del que merece. En 2015 han muerto 26 niños a manos de sus padres o parejas de sus madres, ¿los han matado precisamente por ser niños? Al menos 29 hombres –el gobierno no proporciona cifras y hay que contarlo en las noticias de prensa– (ver) han muerto a manos de sus parejas femeninas, ¿cómo lo llamamos?

En la prensa y los telediarios nos machacan día tras día con las bajas provocadas por la mal llamada violencia de género. Me gustaría, aunque sé que nadie me hará caso, que se hicieran dos cosas: una, separar los crímenes cometidos por extranjeros, incluso de origen, porque ya saben que algunos europeos orientales, sudamericanos o magrebíes son a veces demasiado proclives al maltrato, y con eso se comprobará que si de entrada estamos por debajo incluso de los países nórdicos en número de víctimas, con esa exclusión vamos a resultar un ejemplo para la humanidad. Otra cosa que me gustaría es que también se le diera la publicidad paralela a los hombres muertos por sus parejas femeninas, he leído cifras en la prensa y no es cosa de pasar por alto. Tampoco está de más recordar que si históricamente el hombre ha practicado con demasiada frecuencia la violencia física contra la mujer, no es menos cierto que también han sido sus víctimas otros hombres más débiles. Y, para compensar, habitualmente la mujer ha ejercido violencia psicológica contra el hombre y en demasiadas ocasiones ha tratado de humillarlo. Claro que eso no deja moratones.

Más o menos conscientemente, todos perseguimos una situación de privilegio, lo pintoresco es que la mujer lo está consiguiendo, y para que resulte más pintoresco todavía, con la ayuda y asistencia de hombres. En este mismo blog es fácil encontrar entradas donde abogo por la igualdad entre hombres y mujeres, pero consecuentemente no pienso mover un dedo para que la mujer tenga más derechos que el hombre. A finales de los años 80, algunas mujeres deseaban formar parte de las fuerzas armadas –hasta entonces no se les permitía–, pero su lucha era por entrar en la Academia General Militar de Zaragoza para hacerse oficial, y fue muy noticiable el caso de una fémina obsesionada por ser piloto de caza. En poco tiempo abundaron las mujeres que querían abrazar la carrera castrense y reclamaban a gritos igualdad, que consiguieron sin limitaciones a finales de los 90. Entonces existía el servicio militar obligatorio, pero ni una sola mujer reclamó ser reclutada exactamente igual que lo eran los hombres; ni siquiera por solidaridad. Creo que es un buen ejemplo de lo que las feministas entienden por igualdad.

22 enero 2016

La nueva política

Tras las elecciones de diciembre, hemos tenido que soportar las declaraciones de todos los partidos hablando de negociar y  fijando líneas rojas. El PP insiste en declararse ganador, cuando es simplemente el partido más votado –a poca distancia de otros–, algo increíble después del daño que han causado esta legislatura, si no supiera que muchos de sus votantes son inasequibles al desaliento y claramente masoquistas. El PSOE ha perdido cientos de miles de votos y hace más de 30 años que no obtenían tan bajos resultados y tiene que aceptar compartir mesa y mantel con los recién llegados. Podemos iba a asaltar los cielos y se ha quedado en apenas unas escaramuzas en el purgatorio. Ciudadanos quizás sea el más sorprendido por su escaso éxito, tan escaso como que tienen que conformarse con actuar de complemento. Ha pasado a mejor vida UPyD –de verdad que lo siento– y por último IU, por lamentable que sea, ha pagado estar siempre desunida y ha quedado en simple anécdota.
 
En mi opinión, los nuevos partidos no tienen mucho futuro una vez pasada la euforia inicial y aterrizado en una realidad no tan gratificante como prometían, menos todavía cuando declaran todo eso de que no son de derechas ni de izquierdas –lo que me recuerda al ilustre José Antonio Primo de Rivera– porque, de acuerdo que en la práctica cada político se puede pasar su ideología por donde le parece, pero siquiera tienen una referencia de la que estos chicos carecen. De eso y de una organización seria, cohesionada y eficaz.

Ciudadanos se está dibujando ya como una versión hispana de la derecha europea, es decir, su actuación no produce de momento bochorno como el PP, y Podemos… bueno, sobre Podemos vienen páginas y páginas cada día en la prensa porque, apenas han abandonado el mundo del chachi piruli y han aterrizado en la dura realidad, han empezado los problemas que acompañan a todo lo formado por humanos y ahora desde Pablo Iglesias a Errejón, pasando por Carolina Bescansa, se pasan el tiempo intentando arreglar las promesas irresponsables que hicieron a sus aliados en las elecciones, porque se han dedicado a conceder lo que no estaba en su mano cumplir, ni siquiera en las manos del PSOE si es que llegaran a un acuerdo. También debe suponerles un esfuerzo olvidar todo lo que al principio decían y que muchos recordamos todavía.

A los llamados partidos nuevos o emergentes se les llena la boca de eso que llaman nueva política y que nadie sabe muy bien en qué consiste, pues hace ya tiempo que practican una política tan vieja como el mundo, es decir, cerramiento ante los otros, ataques sucios al contrincante y autoatribuciones de méritos que no se sabe de dónde los sacan. Destaca en este sentido Podemos y su caudillo, el señor Pablo Iglesias, ése que hablaba de asaltar los cielos  –¿recuerdan lo de la casta?– y que ahora lo que quería asaltar es el reglamento del Congreso para conseguir esos cuatro grupos, algo que realmente significa un intento de atropellar las normas sin importar las repercusiones.

La entrada de los podemistas en el Congreso ha sido espectacular en gestos, manifestaciones y aspavientos, incluido el niño de la señora Bescansa que no sé muy bien lo que pintaba en el recinto, aparte del espectáculo y la expectación que ha provocado y de los enfrentamientos entre las distintas visiones de la maternidad en la vida laboral, sin olvidarnos del guanche y su peinado rasta que, con todos mis respetos, soy de los que sostienen –y mira que lamento coincidir con doña Celia– que propicia la escasa higiene porque esos trenzados casi la impiden y para colmo no es apariencia apropiada para el Congreso. Ya puestos, ¿por qué no en chándal o en bañador?

Puedo equivocarme, pero dado el escaso talante de los ya no tan nuevos partidos, creo que vamos irremediablemente a unas nuevas elecciones y no es eso lo peor, sino que visto que según las encuestas se va a repetir el resultado de diciembre, con una ligera subida de Podemos y el PP –de verdad que no lo entiendo– acompañada de una ligera bajada del PSOE y de C’s, y salvo que exista un mecanismo desconocido para mí que remedie la falta de sentido de negociación de los partidos, esto podría transformarse en el cuento de la buena pipa al estilo de lo que ya vivieron los belgas en 2010 y 2011 en que estuvieron nada menos que 541 días sin gobierno. Dando la razón a quienes abominan de los políticos, en ese periodo se produjeron mejoras sustanciales en paro, déficit y hasta en el salario mínimo. Claro que para bien o para mal, nosotros no somos belgas y la situación va a convivir con el raca-raca de los de arriba a la derecha, también conocidos como catalanes.

12 enero 2016

El seny, ¿qué es eso?

Náufragos catalanes en una isla, intentando llamar la atención de los barcos que pasan enseñándoles lo que usan para pensar

Durante años he bregado alabando a los catalanes frente a algunos que los denigraban –no tantos como ellos pretenden– y, pese a que no hablo catalán ni en la intimidad, me acordaba de eso que llaman seny y que me parecía saber lo que significaba. Creo que he metido la pata y me he pasado de listo al atribuir cierto significado a ese vocablo, porque los hechos han venido a demostrar que yo no tenía ni idea al pensar lo que pensaba.

Si andaluces o extremeños dieran el espectáculo que están dando los catalanes, de inmediato se diría –Jordi Pujol Soley a la cabeza– que era lo natural dado el bajo nivel cultural y el encanallamiento ancestral de la gente de esas autonomías, pero resulta que el espectáculo lo están ofreciendo quienes pretendían ser los más cultos, los más sensatos, los más evolucionados, los más… vamos, los que habían inventado la palabreja seny.

Miramos las fotos y vídeos que nos llegan de Corea del Norte y miramos todo eso como contemplaríamos escenas de la vida de los nativos marcianos. Observar cómo gente de todas las edades, con aspecto de poseer cierta formación, adoran a ese personaje bufonesco llamado Kim Jong-un y llevan a cabo demostraciones públicas que dejan pequeñas a aquellas demostraciones sindicales de cuando el franquismo (si usted tiene menos de 45-50 años no sabrá de lo que hablo), produce como poco un gesto de incomprensión y asombro.

Ahora tenemos una reproducción de Corea del Norte a nuestras puertas, aunque aquí no es exactamente igual. Donde los coreanos exhiben desfiles de soldados disciplinados que parecen robots, Cataluña nos muestra unas multitudes enfervorecidas vestidos con banderas y de propina los llamados mossos que tienen como habilidad conocida llevarse a los detenidos a sus comisarías para aplicarles tratamientos de los que aquellos salen magullados o muertos.

La diferencia fundamental es que en Cataluña sólo están afectados algo menos del 50% de la población –es verdad que no nos consta a cuántos afecta de verdad en Corea– y el resto parece contemplar en temeroso silencio a esa mitad enloquecida, bien es cierto que en buena parte se merecen lo que les ocurra, porque parecen pusilánimes y no muy dispuestos a dejar claro que ellos también existen. 

Resulta que quienes acaudillan toda esa involución son fundamentalmente el partido llamado Convergencia –antes conocido como la C de CiU–, ERC, un partido de extrema izquierda nacionalista –incongruencia absoluta– al que no le importa aliarse con el primero, pese a que aquel es de derecha liberal y se encuentra más corrompido si cabe que el PP. Por último tenemos a la gloria de los asamblearios –esos que empatan a 1.515 en sus votaciones–, también conocidos como CUP, que no han hecho ascos a colaborar con los otros dos para investir finalmente a un tipo de aspecto indescriptible, cuyo mayor mérito es ser independentista radical y devoto de Artur Mas, cuando sólo faltaban unas horas para finalizar el plazo de designación del nuevo presidente y según se veía venir, porque estaba claro que lo que la CUP quería era hacer sufrir a los otros y chupar cámara y portadas de diarios, ¡sus días de gloria! Una vez que han conseguido hartarnos a todos los españoles tenían que ceder, porque el objetivo independentista es más fuerte que el anticapitalismo que decían profesar.

La contemplación de todo el proceso desde las últimas elecciones catalanas ha sido espectacular. Todos repitiendo como máquinas los mantras tan conocidos: «España nos roba», «Cataluña no es España», «afuera los invasores», «somos una nación», «bye bye Spain» y tantos otros que serían largo de enumerar. Llevado a cabo por unos extraviados que copian la bandera de Cuba –en juego un par de versiones, ni en eso se ponen de acuerdo– y que generalmente tienen un aspecto casi patibulario, empezando por el dimitido Antonio Baños y continuando por esa promotora de las camisetas serigrafiadas llamada Anna Gabriel, la pancarta viviente. Qué espectáculo tan penoso...

Para rematar todo, las palabras de Mas explicando cómo se ha llegado a la investidura: «Lo que las urnas no nos han dado se ha corregido con la negociación». Pueden estar orgullosos los catalanes, decir Cataluña y seny es un oxímoron, han quedado por debajo de los mozos de El Rocío cuando deciden saltar la verja de su virgen.

Lo que más lamento no es la independencia que puede producirse, sino la intoxicación de tanta gente, en otro tiempo razonables, pues mucho me temo que tardarán años en recuperar el equilibrio. O quizás antes, cuando vayan degustando los placeres reales de su ansiada independencia.

10 enero 2016

Minorías absolutas

Estábamos hartos de las mayorías absolutas, yo mismo lo declaraba así en una entrada de hace algún tiempo, y nos sentíamos hambrientos por tanto de otro tipo de resultados electorales, en el que quien gobernara no lo hiciera a base de una de esas mayorías que permiten aplastar a los contrarios. A todo esto, las mayorías llamadas absolutas tenían poco de mayorías, en las elecciones de 2011 el PP consiguió la suya con los votos de un 30,27% del censo, es decir,  le habían dado su apoyo apenas 3 de cada 10 posibles votantes. Yo diría que no es una victoria abrumadora, pero bastó para que hicieran y deshicieran a su antojo, porque una mayoría significa para los políticos españoles gobernar sin escuchar mínimamente al resto, por eso el señor Rajoy se permitió «expulsar» a Pedro Sánchez del Congreso en febrero del año pasado cuando no le gustó lo que decía. Caramba, es su Congreso de Diputados y puede hacer lo que se le antoje. 

Suspirábamos por otra manera de gobernar, olvidando que si algo nos caracteriza a los españoles es la incapacidad para el diálogo; aquí si no podemos imponer al otro lo que pensamos cortamos y se acabó, ¡estaría bueno!

Llegaron las elecciones y los resultados nos obsequiaron con lo que soñábamos: un Congreso repartido que daba la oportunidad de practicar aquello de las coaliciones de minorías que tanto nos apetecía. Ya tenemos cuatro partidos grandes y unos cuantos pequeños para empezar a jugar con sus combinaciones y formar un gobierno de los que pensábamos que plasmaban mejor lo que es la democracia, soportando con resignación como música de fondo la cantinela anticonstitucional del PP, puesto que no existe en la Constitución ni en la Ley Electoral un llamado «partido ganador» como a ellos les gusta autotitularse –con la colaboración de TVE–, ni tienen derecho a llamar a las coaliciones que pueden formar gobierno «coalición de perdedores». Deberían ser castigados a escribir 100 veces si hay un ganador es el que puede formar gobierno y si hay un perdedor es el que no lo logra. Todo lo demás son jeremiadas y pataletas.

Pero… aparecieron las líneas rojas y con ellas la rigidez y la inmovilidad de los partidos. A mi parecer más que condiciones, esas líneas son trincheras en las que los partidos se refugian para no moverse ni un palmo de sus postulados iniciales o para conseguir objetivos no confesados. El más significativo es el caso de Podemos –me caían bien al principio, hasta que vi su condición de arribistas– que como han querido aliarse hasta con el diablo para conseguir unos buenos resultados, se ven obligados a establecer unas condiciones que no son negociables por ninguna de las partes. No hay que olvidar que la suma de PSOE y Podemos no bastaría y habría que añadir a la coalición partidos pequeños entre los que se encuentra precisamente alguno independentista.

De entrada, exigir para negociar que se permita el referéndum de los independentistas catalanes es como exigir que dimita Angela Merkel: no es algo que dependa de ningún partido concreto. La Constitución es taxativa y si bien tiene previsto en sus artículos 92 y 161 la realización de un referéndum para asuntos trascendentes, también menciona que este referéndum consultará a todos los españoles, no es por lo tanto de aplicación para lo que desean los independentistas, sin olvidar que todo está supeditado a los artículos 1 y 2 en donde con total claridad se establece que la Nación es indivisible. No se trata de que guste o no que esté establecido de esta manera, es que es así. Y no hay que escandalizarse, las constituciones de Francia, EE.UU., Alemania y muchos otros países no permiten la segregación de territorios.

Se requeriría por lo tanto una modificación de la Constitución para la que sería preciso el acuerdo del PP y por tanto es estúpido exigirle al PSOE lo que no está en su mano. Estúpido o malicioso como resulta ser la exigencia de algo que el otro no nos puede conceder porque no está a su alcance, salvo que simplemente lo que queramos sea exactamente eso, pedir la luna.

Para que la aceptación de sus exigencias quede definitivamente fuera de alcance, Podemos hace un juego de trileros y exige también constituir cuatro grupos parlamentarios en el Congreso, ¿y por qué no ocho o veinte? Cuantos más sean más dinero recibirán en subvenciones, más burla se hará de las leyes y su espíritu y más oportunidades de hacer del Congreso una jaula de grillos. Estos son los deseos de negociar de Podemos, que en este caso es piedra angular para formar una mayoría de izquierdas que permitiera formar gobierno.

La otra coalición que  propugna el PP, es esa que llama «gran coalición» y que es menos que una utopía por más que citen una y otra vez el ejemplo alemán. Olvidan algunas cosas: a) la experiencia alemana enseña que el partido más débil en el momento de la coalición tiende a desaparecer, porque sus votantes no ven que puedan satisfacer sus expectativas quienes se alían con el contrario; b) en la trastienda del CDU y el SPD no está el recuerdo de una guerra civil en la que uno luchó contra el otro y el heredero del ganador aún no ha denunciado y renunciado a su herencia.   

El único que parece desear nuevas elecciones es Podemos y a mi parecer a ellas vamos. Es un fracaso de eso que tanto nos ilusionaba, los gobiernos de coalición, y quizás repercuta en una subida en votos de los partidos de toda la vida, en especial del PP. Lo cierto es que tengo la desagradable sensación de que a los españoles lo que les gusta no es tanto la mayoría absoluta como la totalidad absoluta: eso que suele llamarse dictadura. Buena parte de los votantes del PP son precisamente nostálgicos de eso y muchos que no son del PP, también.

Cuando esta entrada ya estaba lista para ser publicada, se ha sabido del acuerdo del parlamento catalán para designar un presidente que no es Mas, algo que en realidad se veía venir, pues la independencia está por encima de todo. ¡Pobre Pedro Sánchez!, lo van a presionar al máximo para que acepte la gran coalición: si acepta lo van a crucificar y si no acepta, también.

04 enero 2016

Siente un pobre a su mesa y después café, copa y puro

Como pueden recordar quienes visitan el blog con alguna frecuencia, tengo la costumbre de leer el artículo que cada domingo publica Javier Marías en un periódico muy conocido. De hecho, es lo primero que leo, antes de ninguna noticia, y al empezar enseguida me pregunto si será de los días en que me gusta lo que escribe o de los días en que me parece un churro, porque ese hombre es un magnífico escritor, pero no todos los días se levanta con el pie derecho.

Hoy trataba sobre el Daesh y de cómo la gente se manifiesta –es raro quien no tiene una opinión sobre el asunto– acerca de cómo solventar el cáncer que a la humanidad le ha sobrevenido con ese llamado estado islámico. En fin, no es cosa de repetir aquí lo que afirmaba, pero no voy a dejar de señalar eso que a él le llamaba la atención como un ejemplo supremo de cretinez. Se trata del aviso lanzado por el presunto estadista Pablo Iglesias a propósito del envío de tropas españolas a Mali como apoyo para combatir el terrorismo islámico: «Ojo, que nuestros soldados podrían volver en cajas de madera». Todo un descubrimiento y un profundo argumento.

Es un magnífico ejemplo de cómo ese político consigue atraer a la mayoría de sus partidarios y de cómo el buenismo ha impregnado el carácter de esta sociedad hasta el punto de hacerle perder de vista la realidad. Por pintoresco o extraño que parezca, el ejército está para luchar en defensa de los intereses nacionales cada vez que lo requieran, y digo intereses nacionales y no los de unos pocos, como aquella desgraciada aventura de Aznar en Irak. El ejército no es sólo la UME –invento de Zapatero, por cierto– y no está solamente para rescatar gente de las inundaciones, apagar incendios o recoger a los ocupantes de pateras que se hunden.

A causa del buenismo, existe en el país un rechazo generalizado al ejército y lo que significa, mayor que el que pudo haber cuando el dictador mantenía al ejército listo para lanzarlo sobre su propio pueblo. Recordemos el escrito enviado por ocho tenientes generales –Varela, Dávila, Orgaz, etc.– a Franco a mediados de 1943 donde se decía «el Ejército unánime sostendrá la decisión de VE presto a reprimir todo conato de disturbio interno u oposición solapada o clara…». Felizmente aquello acabó, pero no sus secuelas.

Ahora, el fin principal de todos los ciudadanos debe ser practicar la compasión y la caridad, no como una virtud voluntaria, sino como una obligación impuesta. Todas las personas y por supuesto los distintos niveles de la administración deben consagrarse a practicar la caridad, hemos pasado de ser un país que aspiraba a la laicidad, cumpliéndose lo establecido en la Constitución, a ser un país que practica una especie de religión laica cuyo primer y único mandamiento es acoger al que se presente en la puerta.

Yo pago todos mis impuestos y tasas municipales, que no son pocos, con la esperanza de que sean aplicados al bienestar de los que en esta ciudad –Madrid– vivimos, empleándolos en todos aquellos capítulos que hasta ahora eran habituales, pero sin meter la mano donde no se debe, como ocurría antes. Por el contrario y para mi sorpresa, hemos pasado de tener una alcaldesa semianalfabeta –tuve ocasión de hablar con ella hace años– designada a dedo, a otra que pretende ocuparse de asuntos que corresponderían al estado. De ahí que nada más hacerse cargo la nueva corporación se apresuraran a colocar una gran pancarta en la fachada del ayuntamiento donde se decía «Refugees Welcome» –puro exhibicionismo, porque los sirios hablan árabe, no suelen pasear por Cibeles y la casi totalidad no habla inglés– y se presupuestaran 10 millones, «o lo que haga falta» aclararon, para ayuda a los refugiados, mientras nuestras calles continúan sucias, su asfaltado presenta un grado de abandono que propicia los accidentes (de tráfico y peatonales), los contenedores de cartón y vidrio están a reventar porque no se recogen, los transportes públicos están tan mal como hace un año –que ya es decir– y casi todo sigue igual que cuando estaba la señora Botella.

Hemos pasado de la mesa de cuestación en Cibeles con doña Carmen Polo de Franco al frente, a doña Manuela Carmena organizando en Nochebuena una comida para 220 «sin techo» en el palacio de Cibeles, ¿es así como se arregla la pobreza? Yo diría que no y que no es ése el camino; puro populismo y caridad de parroquia.

Personas capaces de ver agonizar al vecino sin pestañear encuentran natural y apoyan la caridad como actividad pública, y el acogimiento de todo el que quiera traspasar ilegalmente nuestras fronteras; podrían ser hasta 31 millones de personas en un futuro cercano, según una encuesta del Instituto Gallup. Es como una competición para ver quién es más absurda y ciegamente caritativo.

En el programa de fin de año de TVE, el humorista José Mota hacía una parodia de quienes en las redes sociales apoyan todas las iniciativas de acogida y así escenifica que llaman al timbre de la casa de uno de estos solidarios y se le van colando para instalarse allí una desahuciada, 4 refugiados saharauis y no sé cuántos más de distintos pelajes, ante el asombro y rechazo del propietario. Estoy seguro de que más de uno se habrá molestado por el sketch. Nadie se habrá reconocido en ese propietario de piso. 

30 diciembre 2015

Teta, culo, pis

A esta alturas sería ridículo decir que me asombro de lo que cada día veo en los medios, pero tengo que admitir que me deja un tanto perplejo la velocidad a la que progresa el alarde de lo que siempre ha existido, pero de lo que no se hacía bandera como ahora se hace.

Las mujeres ya populares se han quitado cualquier máscara, han dejado de disimular y entran en la lucha por la popularidad entre las masas por el sencillo procedimiento de mostrarse más o menos en pelota.

Tengo que admitir que apenas si conozco a muchas de estas «artistas», porque tetas y culo tienen más o menos la mitad de la humanidad, y no presto suficiente atención al fenómeno como para aprenderme sus nombres, pero por desgracia no hay más que echar un vistazo a esa degenerada versión actual de lo que antes era la prensa y descubrir el rincón, no muy escondido, donde todas esas perlas culturales exhiben su poderío. Los modistos se las ven y se las desean para diseñar vestidos que dejen todo al descubierto excepto –no siempre– los pezones y el pubis de las artistas. Después, siempre queda el llamado «descuido» erótico mediante el cual pueden mostrarnos hasta esos reductos  «sin querer», revolucionando ese caladero de escasos neuronales llamado «redes sociales».

Tenemos ahí a quien, según creo, fue un ídolo de niños y jóvenes en una serie de Disney –Miley Cyrus–, pero que se ha propuesto con firmeza que todos conozcamos hasta el último centímetro cuadrado de su –poco atractiva– anatomía, incluyendo su lengua, a la que parece atribuirle un extraño e inexistente magnetismo. Para que no falte nada, se ha declarado bisexual, lo que significa que no le hace ascos a nada que se mueva y a juzgar por algunas fotos, eso incluye a seres no necesariamente racionales.

Es el caso más grave, que yo conozca, pero no hay que perder de vista a ese montón de hermanas de apellido Kardashian más o menos explícito. La cabecilla del clan, Kim, que es la que parece que lleva la voz cantante por su habilidad para mantener a la prensa pendiente de ella, aunque no se le conoce habilidad artística alguna, debe tener como rutina habitual al levantarse cada mañana y tras el ritual desayuno y –espero– ducha y lavado de dientes, pasar a su sesión de fotos con desnudeces con las que mantener a su público mundial pendiente de sus exagerados atributos, en especial su trasero, sobre el que podría jugarse desahogadamente una partida de póquer descubierto.

Jennifer López no ha querido quedarse atrás y hoy mismo ví en la prensa el repertorio de su último vestuario, donde no deja nada a la imaginación. Creo que esta mujer también canta, pero tengo que reconocer que sólo la conozco de una película en la que hacía de protagonista.

Kim Kardashian
No quiero abusar de la nostalgia, pero me parece que antes no era prácticamente ninguna la artista sexy que acudía a esos recursos físicos para mantener a los espectadores pendientes de ella. No eran hermanitas de la caridad, pero nunca pude contemplar un centímetro íntimo de los grandes símbolos: desde esa asombrosa Lauren Bacall a Kim Novak, Maureen O’Hara, Ava Gardner, Rita Hayworth y decenas más. La exuberante y tentadora Hedy Lamarr (a la que no contemplé mucho porque no era de mi época) resultó  un ser inteligentísimo, científica e inventora, lo que le restaba bastante sex-appeal (¡habrase visto, una mujer sexy, guapa e inteligente!) y la explosiva Marilyn Monroe, apenas consiguió la fama cinematográfica, abandonó los calendarios como pin-up y se dedicó a los Kennedy casi en exclusiva. Cuestión de patriotismo, que ya sabemos cómo son los buenos americanos.

Y conste, aunque estoy refiriéndome a extranjeras, no crean que las españolas no hacen sus pinitos. Cada día gastan menos en el tejido de sus modelitos y ya he leído declaraciones de alguna avisando de que el traje que lucirá durante la retransmisión de las campanadas va a causar sensación. Supongo que se propone calentar los ánimos mientras cambiamos de año.

No quiero ser hipócrita, me gusta –y mucho– esa especie de parque temático que forma parte de muchas mujeres y que tienen la amabilidad de mostrar a veces, claro que acepto exclusivamente componentes de origen biológico natural y no a base de polímeros, pero confieso que un empacho de tantas visiones no es lo mejor para mantener esa afición. No me extraña la era de desgana generalizada del varón por la que atravesamos. Para muchos, una mujer tiene menos atractivo en su conjunto que la portada del Marca el día después de uno de esos partidos del siglo.

¡Ah!, ya podían figurarse que del pis no voy a hablar, no es asunto demasiado interesante.

23 diciembre 2015

Pasen y vean: es gratis

Holograma de C-3PO (sin armadura) junto a R2-D2
El 24 de febrero de 2015, decía Rajoy a Pedro Sánchez en el Congreso: «No vuelva usted aquí a hacer ni decir nada, ha sido usted patético», dejando claro lo que todos sabemos: el PP y sus cabecillas están convencidos de que son los propietarios de lo que llamamos Congreso de Diputados, su cortijo, y que sólo gracias a su infinita generosidad permiten que algunos que no les son afines tomen asiento en el lugar. Ya en diciembre de 2005, Rajoy calificó a Zapatero en el Congreso de «bobo solemne», empleando una vez más esa descalificación que tanto les gustaba, olvidando que aparte de que Zapatero no es bobo ni imbécil –quizás poco arrojado a veces–, debían reprimirse el uso de esas expresiones teniendo en cuenta  que en sus filas hay al menos un personaje al que el apelativo le viene como un guante: se llama Aznar, y recordemos que no conviene nombrar la soga en casa del ahorcado.

El 13 de enero de 2005 en un mitin en Toledo, Rajoy calificaba a Zapatero de «indigno y cobarde», menos mal que tal día como hoy, hace exactamente 10 años y tras nuevos insultos, aclaraba «no es mi intención molestar, pero mi obligación es decir la verdad y no voy a renunciar a ello»; una persona cabal, ¿no? Ahora se escandalizan y sorprenden de que se emplee con el de los ojillos extraviados una dosis mínima de su propia medicina. Con una pequeña diferencia: lo de bobo, patético y demás es claramente algo no mensurable y por lo tanto subjetivo e indemostrable, mientras que indecente [DRAE- Del lat. indĕcens, -entis. 1. adj. No decente, indecoroso] aplicado al sujeto está debidamente documentado en el juzgado y lo tenemos bien fijado en la libreta de un tal Bárcenas y aquel SMS (Luis, sé fuerte). ¿Se imaginan al presidente Herbert Hoover enviando un mensaje a Capone a la prisión de Alcatraz diciendo «Alfredo, sé fuerte»?

Cambio de tercio. La Generalitat de Cataluña ha dado 97.000€ de subvención para el doblaje al catalán de la última película de Star Wars. El problema es que los pases previstos en Cinesa Diagonal Mar de Barcelona –como ejemplo– son 50 en castellano y 6 en catalán y por toda Cataluña la cosa anda en proporción parecida. Va a ser difícil amortizar ese gasto con el escaso interés en presenciar la película en catalán, lo que a mí al menos me produce cierto desasosiego, porque no entiendo ese rechazo a todo lo español de buena parte de la población y ese amor mayoritario al idioma castellano en la cinematografía. Hay que suponer que si algún día disfrutan de esa república catalana que tantos ansían –como otros la república española–, van a tener cine en catalán por un tubo. Una pena, porque Cataluña es de las comunidades donde mejor se habla el castellano.

Y a propósito del estreno de la séptima película sobre el asunto este de las galaxias, recuerdo que cuando vi la primera simplemente fui con un amigo –estábamos pasando unos días en Logroño y nuestras mujeres se negaron a ver “eso”–, la verdad es que nos divirtió y ahí quedó todo. Ahora no, ahora la productora –maldita Disney– tiene calculado con exactitud cuántos espectadores va a tener a escala planetaria, cuánto dinero se va a recaudar y los espectadores, al menos en los primeros pases, son cacheados para evitar que escondan ningún aparato grabador y son obligados a dejar su móvil en el guardarropa. Han cambiado los usos de las productoras y, lo peor, ha desaparecido la dignidad de los ciudadanos que soportan cualquier maltrato con tal de asistir a eso que tanto les subyuga. Conste que seguramente veré esa película, cuando haya pasado a ser sólo una película y no una oportunidad para que tanto friki y descerebrado dé rienda suelta a lo que ocupa su espacio craneal, allí donde algunos tienen el cerebro. Sinceramente, me cuesta entender que personas hechas y derechas anden como abducidos, se coloquen tanto disfraz y se pinten la cara sin ser carnavales.

Tercio de muleta. ¿Quién dijo que los andaluces son exagerados? Jorge Fernández Díaz (vallisoletano criado en Cataluña), ministro de Interior, afirmó en un debate entre candidatos catalanes en TV-3 que «el 77% de los contratos firmados eran indefinidos» y añadió «si no es verdad, que mañana me corten la cabeza». Según el Servicio Público de Empleo Estatal, en noviembre, en el total de España representaron el 8,2% y en Cataluña, el 12,3%. Hay que darle gusto al personaje, ¿algún voluntario para la amputación? (aviso, será un contrato de sólo horas, como la mayoría).

20 diciembre 2015

No somos nadie (o al menos no lo somos en América)


El día de las elecciones generales me he dedicado a curiosear en los diarios de varios países, algo que hago en alguna que otra ocasión y cuando hay algún hecho importante en España, como precisamente son estos comicios. El repaso tuvo lugar sobre las cuatro de la tarde.

No hubo sorpresas y es una pena que no apostara anticipadamente con alguien cuál iba a ser el resultado de mis pesquisas, suponiendo que hubiera algún despistado dispuesto a aceptar esa apuesta.

Por descontado, los primeros que consulté fueron los periódicos nacionales. Todos  estaban más o menos en línea, aparte de cierto barrer para casa según la línea del medio. Me hizo gracia que Ada Colau se olvidara de su DNI a la hora de votar y confirma lo que pienso sobre los que son profesionalmente activistas, muy activos pero poco efectivos. Eché un vistazo al Periòdic d’Andorra, que como muchos sabemos ha estado dando sondeos en los días en que en España estaba prohibido y sus resultados no me gustaban nada, porque confirmaban mis temores: como en Star Wars, aquí triunfa el lado oscuro.

Miré primeramente al que siempre miro para empezar: Le Monde, y efectivamente allí estábamos abriendo la primera página. No me parecían acertadas las valoraciones que se hacían, pero al fin y al cabo son asuntos subjetivos. Hay que admitir que nuestros vecinos suelen ser conscientes de que realmente somos vecinos. Liberation era más o menos lo mismo que el otro, ninguna sorpresa.

En Diário de Notícias de Lisboa, esos otros vecinos que con frecuencia olvidamos que lo son, nos corresponden ignorándonos de manera para mí casi ofensiva: la noticia de las elecciones españolas era un poco más pequeña que la relativa a la destitución de Mourinho, algo de lo que hasta yo, que detesto el fútbol, me he visto obligado a enterarme.

The Guardian, pasaba del asunto en primera página y sólo buscando en la sección “World” (no existe espacio específico dedicado a Europa) se localizaba un pequeño apunte sobre el evento. Y se acabó, ya se sabe que allí no somos muy queridos y nos otorgan menos relevancia que a Nepal, no olvidemos que, para ellos, España es esa extensión de territorio que se encuentra al norte de Gibraltar.

Miré O Globo de Rio de Janeiro y como de costumbre ni palabra, no quieren saber de nosotros. En A Folha de São Paulo había un pequeño recuadro en portada donde se remitía a algo más extenso en el interior y se relataba que la diversidad de opciones en esta ocasión era única. Como detalle, se dedicaba más espacio al galeón San José y al puñetazo a Rajoy que a las elecciones en sí. Más que las noticias, adoran las anécdotas.

Di una ojeada a Clarín de Buenos Aires y allí sí había una noticia española ocupando buena parte de la primera página. Se trataba de no sé qué triunfo de Messi, ya se sabe que allí le tienen mucho aprecio al hombre que dice que sólo ha leído un libro en su vida: no, no es el de "Cómo defraudar a Hacienda", sino una biografía de Maradona. De las elecciones, ni mu.

Para terminar, en The New York Times simplemente no existimos o, lo que es lo mismo, lo que pueda pasar aquí les importa un comino, una vez que no disponen en este país de ese amigo y pilar del imperio llamado J.M.Aznar. Y que conste que miré a las seis de la tarde, hora española, para darles ocasión de incluirnos.

En resumen, para ese continente que aquellos españoles intentaron civilizar, desde Niágara a Tierra de Fuego, no figuramos en el mapa, no somos nadie para la casi totalidad. Mientras, aquí hay una crónica a página completa si Michelle Obama se marca un baile, el príncipe Guillermo de Inglaterra se compra una gorra o Dilma Rousseff tiene problemas con Petrobrás. Merecemos lo que nos pasa, por papanatas. 

16 diciembre 2015

Aborrezco la Navidad

No se trata de una cuestión religiosa, sino de que cada año al acercarse estas fechas el desagrado que siento es mayor, mayor la depresión que me invade y mayor el deseo de marcharme a algún país en el que esto de la Navidad no penetre inevitablemente (¿el Tibet, Mongolia, quizás?). El año que viene, más modestamente, quizás voy a buscar alguna casa rural en la que no se oigan las navidades.

Nunca me han entusiasmado estas celebraciones en las que necesariamente hay que seguir el dictado de lo que se considera normal, y por eso quizás detesto las fiestas locales, el día de-lo-que-sea, y por descontado esa ración enorme, ese empacho llamado navidades.

Tenía 14 años cuando al director de mi colegio le dio por convocar un ejercicio simultáneo de todo el colegio, que consistió en una redacción sobre el día de la madre, que entonces se celebraba el 8 de diciembre, día de la Inmaculada (?) y que con posterioridad fue trasladado a mayo porque así se evitaba la cercanía de navidades, y además a los comerciantes les convenía espaciar algo las compulsiones a comprar para que diera tiempo a reponerse el bolsillo y la avidez por el consumo. Ya se sabe, son los comerciantes los que deciden cuándo hay que emocionarse al pensar en la madre propia. Siento contrariarles, el próximo día 27 mi madre cumpliría años si viviese y es ahora cuando procuro dedicarle muchos de mis pensamientos y un agradecimiento que seguramente no supe mostrarle en vida, siendo como fue una persona y madre excepcional.

Hice mi redacción y el resultado fue que el director me convocó a su presencia y no precisamente para premiarme. En su despacho y de manera solemne me reprochó mi materialismo y mi descreimiento –ya se me veía venir– porque mi redacción había consistido en un ejercicio de protesta contra una celebración que yo consideraba sólo mercantil y patrocinada por Galerías Preciados, que era la empresa que entonces llevaba la batuta de todo este tinglado.

No fue un encuentro muy desagradable porque aquel hombre era buena persona –aunque con un carácter tremendo– y ya en una ocasión yo le había ganado al ajedrez un día en que faltó el profesor y él lo sustituyó con su persona y una improvisada competición de ese juego entre algún alumno voluntario –yo– y él mismo. Estoy seguro de que me tenía cariño y yo también le tenía aprecio.

El paso del tiempo no ha mejorado mis malísimos deseos hacia estas fiestas y desde luego que las circunstancias personales no han ayudado a hacerme cambiar. Cuando niño además la cosa era bastante diferente, pues primaba la parte familiar y religiosa sobre ese imperio del gasto y consumo que es ahora y eso hacía que la aceptación fuera más fácil.

Tengo la suerte de que ahora en mi casa coincidimos todos en esa falta de motivación hacia las fiestas que se nos vienen encima: no cantamos villancicos (aunque me gustan), no hacemos comidas especiales (no más de lo que las hacemos el resto del año) y no hay regalos, si acaso esperar que las elecciones nos quiten de encima el gobierno actual, aunque yo soy realista, es en España donde se inventó el grito de ¡vivan las cadenas!, es aquí donde el pueblo, a la vuelta del exilio del rufián Fernando VII, desenganchó los caballos para ponerse ellos mismos a tirar de la carroza.

No puedo evitar sentir envidia de esos años del siglo XVII en que la celebración de la Navidad fue prohibida en Inglaterra y los primitivos EE.UU. por considerarla frívola. Si aquella gente no se hubiera acobardado y aceptado su restauración, ahora la segunda quincena de diciembre sería una época de tranquilidad, reposo y contemplación, nada que ver con la desagradable realidad actual.


(Esta entrada ya fue publicada más o menos igual hace un par de años, pero he visto que recientemente ha tenido algunas lecturas y se me ha ocurrido volver a incluirla)

10 diciembre 2015

Modales

Hace pocos meses publiqué una entrada titulada “El respeto que fue” que en su mayor parte consistía en la reproducción de un artículo publicado en no recuerdo cuál diario y que, desgraciadamente, se refería casi en exclusiva a faltas relacionadas con el móvil o cometidas en el cine. No hace falta que diga que el repertorio es mucho más extenso y que lleva camino de volverse casi infinito. Han cambiado los hábitos hasta del modo de bostezar; antes, cualquiera ponía su mano delante de la boca al hacerlo en presencia de extraños y ahora, en el transporte público o en cualquier lugar, la gente bosteza con total abandono permitiendo que si usted lo desea pueda examinar el estado de sus amígdalas. Precioso.

Estuve ayer en la consulta de un especialista y la paciente que se encontraba a mi lado, de unos cuarenta y tantos años, en un momento dado se sacó del bolso lo que resultó ser un caramelo de generoso tamaño, se lo metió en la boca y de inmediato empezó a masticarlo. Hacía tal ruido que pasado un par de minutos, como seguía royendo, me levanté para sentarme a unos tres o cuatro metros de distancia, donde no tenía que oír tan intensamente algo tan desagradable; se dio cuenta y me lanzó miradas envenenadas. Quizás para dejar claro que ella hacía lo que le daba la gana, pasado un rato –¡qué largas son las esperas en las consultas de los médicos!– fue un chicle el que de inmediato se puso a mascar y a hacer globitos que estallaban.

No es un caso excepcional, en nuestro país la ignorancia ha hecho que se identifiquen las libertades que llegaron tras la muerte del dictador con la posibilidad de hacer lo que a uno le venga en gana, sin más consideración hacia el vecino ni manifestando ningún fastidioso vestigio de educación. De ahí viene también el tuteo universalizado. Confieso que me sorprendió ver a Almudena Grandes y Wyoming tratándose de usted en el programa de este último hace unos días, lo moderno es tutear al mismísimo papa.

Para mí lo del chicle es un problema que ni siquiera se intenta abordar. Es normal que en zonas de gran afluencia peatonal podamos contemplar las huellas de miles de chicles arrojados al suelo y pisoteados hasta hacerles formar parte del pavimento. No hace muy bonito y deja en evidencia cómo somos; bueno, no todos, sólo buena parte de la población. Qué asco, me encantaría que aquí se actuase como en Singapur, donde masticar chicle le lleva a uno a la cárcel, y a cambio todo está más limpio y nadie tiene que soportar a los masticadores. Me parece una medida básica de higiene social, no entiendo por qué se puede masticar chicle si está mal visto soltar eructos o cuescos y no creo que haya mucha diferencia. Todavía recuerdo el asco que sentí cuando en otra sala de espera, al sentarme, pasé mi mano bajo el lateral del asiento y la planté sin querer en lo que sin duda era un chicle pegado allí por un masticador.

El otro día, en un gran supermercado de una cadena alemana, pregunté a un empleado de poco más de veinte años por la ubicación de determinado producto. Por descontado, se lo pregunté tras dar los buenos días y tratándole de usted, como debe hacerse con un desconocido. Su respuesta fue interrumpir lo que hacía, volverse hacia mí y responder dime, no te he escuchado, ¿qué querías? Tardé unos segundos en reaccionar a ese tuteo inmerecido y a ese reemplazo de oír por escuchar, que tomado en su literalidad parecía indicar que no le había dado la gana de prestarme atención cuando hablé antes. En realidad no debería sorprenderme, es el lenguaje con el que a diario convivimos todos en la calle, en la prensa, en la televisión, incluso en los telediarios de TVE, ¿por qué un joven moderno con aspecto de no haberse preocupado por aprender nada en su vida iba a comportarse de otra manera? Bastante tenía con saber mantener aquella bonita cresta de su cabello.

Hace pocos años durante un viaje turístico con amigos, uno de ellos me recriminó seria y groseramente por mantener mi sombrero puesto –lo uso desde hace tiempo– cuando deambulábamos por una cafetería en busca de una mesa libre. No pude evitar en el momento la imagen de esos mejicanitos con el sombrero de paja agarrado con ambas manos ante su patrón, según vemos en tantas películas americanas, ¿era eso lo que le servía de guía para exigirme que llevara el sombrero en la mano? Curiosamente, unas horas antes, estuvimos visitando una iglesia –yo descubierto, pese a que no soy creyente– mientras su esposa estuvo masticando chicle ostensiblemente todo el tiempo, como si paseara por Coney Island, algo quizás poco compatible con encontrarse en la casa de su dios. Parece que al experto en protocolo eso sí le parecía correcto; o quizás a ella no se atrevía a llamarle la atención como hizo conmigo.

No hay manera, a la mayoría de los españoles eso de los modales nos suena a chino y por lo tanto la mayoría actúa con total desconocimiento mientras unos pocos, sin sentido del ridículo ni de la prudencia, pretenden imponer normas plusversallescas que ellos mismos no practican.

En un viaje de turismo que realicé hace un par de años a Austria, el guía me dijo que era una suerte que los españoles que formábamos parte del grupo no habláramos alemán, porque allí el tuteo se considera casi una agresión. No sé si es cosa mía, pero me pareció adivinar algo de desprecio en el comentario.

Así son las cosas: yo soy español, estaba en un grupo de españoles y el guía asumía consecuentemente que yo formaba parte del contingente de tuteadores habituales. De ese contingente sin modales que mora al sur de los Pirineos.

No sabía él que soy un inadaptado y que no me he incorporado a la modernidad de mi entorno.

03 diciembre 2015

Epidemia de estupidez

Cuando era niño y más tarde en la adolescencia, gastaba buena parte del dinero que me daban en comprar lo que llamábamos tebeos, ya fueran de viñetas variadas –ahí nacieron Mortadelo y Filemón, el Carpanta, las hermanas Gilda, doña Urraca, o la familia Ulises– o de aventuras, hazañas bélicas o ciencia-ficción. Los tebeos del oeste o de superhéroes no tenían tanta implantación entre nosotros. Lamentablemente esa palabra –tebeo– hace tiempo que ha sido arrinconada por la modernidad y ahora hay que decir comic, un auténtico misterio para mí, que nunca entendí qué podían tener de cómicas las aventuras de Batman. Bueno, sí es cómica su vestimenta.

El caso es que aquellas publicaciones incitaban a la lectura y hasta tenían páginas sin un solo dibujo y columnistas como los periódicos de verdad. Me acuerdo de una sección que se titulaba Diálogo de besugos y de ahí quedó la expresión que ahora se usa sin saber de dónde proviene.

Todos esos tebeos desaparecieron y sólo sobreviven algunos, en formato de álbum con tapas duras y precio de jamón ibérico, que compran los nostálgicos, a veces empeñados en que sus hijos disfruten con lo que a ellos les gustaba.

No hay que llevar luto por esa desaparición, la verdad es que desde que llegó la televisión la cosa estaba cantada. Es más básico, pero tiene más atractivo para un jovencito ver lo que sea en televisión que leer, esa pesadez que sólo se le pudo ocurrir a un amargado. Ya con Internet, la competencia es brutal, cómo va a rivalizar ninguna lectura con una página porno que para contemplarla sólo nos pide declarar que tenemos más de 18 años, algo que un niño de 8 hace con toda naturalidad y sin remordimiento. Y los papás contentos, porque mientras se entretiene con el PC no molesta. ¡Y pensar que no pude ver Siete novias para siete hermanos hasta los 16 añitos (mostrando el DNI para entrar), para que mi delicado espíritu no se maliciara con semejante espectáculo depravado!

El jovencito de ahora, cuando se cansa del PC puede agarrar su propio smartphone y pasearse también por toda la red con el wifi hogareño y a ratos dedicarse a mandar mensajes a todos sus colegas o acosar a algún compañero de cole que no le caiga bien. 

Todo el mundo parece celebrar la entrada de la tecnología en el mundo infantil y adolescente y ahí los tenemos, zombis totales sin más ambición que ganar a sus amigos en número de seguidores en Facebook o conseguir entrada para ver a Justin Bieber.

No son sólo los menores quienes se encuentran aparentemente alelados, la prensa de mayores está repleta de estupideces que me dejan perplejo día tras día. Casi todos los diarios tienen ahora, aparte de su habitual sección soft porn, lo que podríamos llamar “el rincón del desocupado con pocas luces”. En los últimos tiempos se ha insistido mucho en varios de ellos dando consejos para estar calentitos en casa sin dilapidar dinerito en gas o electricidad. La recomendación suprema para eso viene a decir que hay que disponer de un plato, encima se colocan dos o tres de esas velitas cortas enfundadas en una cápsula de metal –suelen recomendar las de Ikea, vaya usted a saber por qué–. Hay que tener una maceta de barro vacía de tamaño mediano/pequeño y una vez encendidas las velitas se coloca encima el tiesto boca abajo. Hay versiones high-tec en las que se coloca un segundo tiesto más grande sobre el primero. Aseguran que con eso usted puede mantener la habitación a una temperatura confortable. Hasta el más tonto sabe que las calorías proporcionadas por las velitas son mucho más gordas y baratas que las calorías de las calefacciones ordinarias a gas o electricidad.

Parece mentira, pero por los comentarios puedo ver que son innumerables los que siguen esos consejos y me temo que son los culpables verdaderos de la bajada del precio del crudo. Si todos dejáramos de utilizar las energías tradicionales, no cabe duda de que tendría grandes repercusiones en la economía mundial, por eso supongo que hay gente destructiva como yo –estoy pagado por los grandes lobbies– intentando desprestigiar a toda costa ese invento calefactor revolucionario.

Este asunto de la calefacción es una auténtica mina y tiene cierta lógica porque es la rendija por la que se nos escapan bastantes euros. Otra cosa es que los consejos que se dan –hoy mismo hay una batería de ellos en El País– sean tan sorprendentemente astutos como no mantener las ventanas abiertas mucho tiempo –nunca se me hubiera ocurrido–, poner burletes si las ventanas no ajustan bien –tecnología puntera– o cambiar la caldera –unos 1.500 euros– por otra moderna con lo que ahorraremos entre 50 y 100 euros al año.

La verdad, si la gente se cree todas estas memeces que les cuentan, cómo no se van a creer las cifras de Rajoy sobre la mejora del paro o las promesas de un mundo mejor para después del 20 de diciembre. Le lloverán votos, ya lo aviso.

26 noviembre 2015

Violencia contra humanos

Hoy he leído en el periódico que una mujer ha matado a su marido a martillazos y después se ha suicidado. No es la primera vez que ocurre algo parecido, ni será la última. Puede que le resulte increíble –o puede que no– pero este crimen no sería juzgado aplicando lo que ha dado en llamarse "ley de violencia de género", que sólo vale para crímenes inversos. La cosa viene a ser: hombre mata mujer, crimen abominable; mujer mata hombre, incorrección reprobable.

Quien lee esto ya está saltando de impaciencia por atacarme, lo sé: se dan muchísimos más casos de lo contrario, hombre mata mujer y después se suicida (o no). Por supuesto, no es ningún secreto que por lo general el hombre tiene mayor fortaleza física que la mujer. Por lo general.

Cuando la conclusión que todos sacan de que el hombre es mucho más violento que la mujer y que hay que perseguirlo a muerte con todos los medios legales, materiales y económicos posibles, yo modestamente lo que entiendo es que hay que perseguir la violencia, la cometa un hombre, la cometa una mujer o la cometa un bosquimano transexual. No se debería exigir igualdad sólo para lo que nos conviene.

Leí en la prensa hace pocos días algo que me dejó pensativo: el hombre que es violento con su pareja femenina (hay que aclarar lo de femenina, tal y como están las cosas), es violento frecuentemente con los hijos, propios o de su pareja y es violento también con otros hombres sobre los que sienta una manifiesta superioridad física. Lo escribía un hombre y me pareció la reflexión más certera que había leído en los últimos tiempos sobre el tema. En los colegios, me cuentan que chicos y chicas más corpulentos abusan habitualmente de los compañeros más débiles, ¿lo llamamos violencia machista? Por otra parte, ¿creen que el hombre que trata con sadismo a los animales es cariñoso en casa con los suyos y con sus "semejantes" en general?

El mundo ha sido desde sus orígenes violento y violento sigue siendo, la fuerza es el argumento definitivo –pese a lo que digan los filósofos– en las relaciones persona-persona y hasta las de país-país, ¿a qué viene hacerse el tonto o ignorante sobre eso? Por eso me hacen gracia los que preconizan la desaparición de los ejércitos y creen que cualquier conflicto se resolverá dialogando, ¿en qué mundo viven?; o esos ilusos que piden parlamentar con el Daesh, ¿se han dado un golpe en la cabeza o es su forma de discurrir en circunstancias normales?

Hay que luchar para reducir esa superioridad indiscutible de la fuerza y a los niveles de nuestra vida diaria hay que acabar con eso que se mal-llama violencia de género y con toda la violencia ejercida por alguien con el único argumento de su mayor fuerza o medios para ejercerla. Por cierto que al que inventó la expresión me gustaría preguntarle de dónde se sacó esa forma tan desafortunada –en realidad lo sé: del inglés–, repitiendo lo que tantas veces se ha señalado como erróneo sin ningún efecto o cambio en la expresión. Género tienen las cosas –una silla, un bolígrafo, una bicicleta–, las personas tienen sexo y si no que miren cualquiera de esos formularios que a veces tenemos que rellenar: ¿se nos pregunta el género o el sexo?

No es éste, el de la violencia familiar, un asunto que me parezca leve o gracioso. He vivido de cerca hace muchísimos años las hazañas de un matón al que le entusiasmaba agredir a su mujer, a sus hijos pequeños… y a quienes estaban en situación de inferioridad. Por eso y porque era militar llegaba a pegar a los soldados a sus órdenes, supongo que eso le proporcionaba la sensación de fuerza y superioridad que su ego exigía y que por otros medios no estaban a su alcance, ¿era eso violencia de género? Conste, no me parece inapropiada la expresión violencia machista.

Insisto: si esas enfurecidas feministas persiguen de verdad acabar con la violencia familiar, que luchen contra la violencia ejercida por cualquiera del sexo que sea contra otra persona. Si siguen así, conseguirán simplemente incrementar atropellos de otro signo y hasta en otros ámbitos. Violencia directa o soterrada, hay que implantar en la mente de todos que la violencia no puede ser una opción a la que recurrir. Con nadie.
(eche un vistazo aquí)