28 abril 2010

Español para españoles (14)

¡La imaginación al poder! Eso parecen pensar quienes aparentan estar encerrados todo el día en un laboratorio ideando frases con chispa y esa legión de seguidores que aguarda ilusionados el nuevo invento, listo para ser empleado una y otra vez, venga o no a cuento.

No sé si pueden imaginarse esos chaparrones intensos que comienzan con apenas unas gotas y que, progresivamente, van incrementando su intensidad hasta terminar en un diluvio. Al comienzo ni nos parece que vaya a requerir el uso del paraguas y al final dan ganas de procurarse una zódiac. Algo parecido sucede con las frases y metáforas que algún creativo pone en circulación; la oigo un día y simplemente me pasa casi desapercibida e, inocentemente, me creo que será flor de un día, que nadie más volverá a repetirla y que seguiremos hablando como siempre, incorporando tan solo aquellas expresiones que de verdad aportan algo al lenguaje o aquellas que se nos ocurran sobre la marcha.

Ha pasado algún tiempo desde que oí por primera vez eso de “negro sobre blanco” para referirse a algo publicado en algún tipo de medio impreso. Volví a escucharla al cabo de algún tiempo y me temí lo peor. Ahora compruebo que ese peor ya ha tenido lugar: se ha vuelto imprescindible para muchos periodistas de prensa y televisión y el pueblo llano no le hace ascos, pues también lo he podido oír en boca de una amiga.

No hay rueda de prensa en la que algún corresponsal pretencioso y enterado no le pregunte al político de turno cuándo vamos a ver “negro sobre blanco” lo que está prometiendo o que le recuerde que eso de lo que habla ya se ha visto “negro sobre blanco”, etc.; el éxito de la expresión es ya una realidad.

Es quizás unos de los últimos descubrimientos lingüísticos, pues otros que también me llaman la atención son ya moneda más que corriente, y es difícil no tropezar con él cada día. Hablo de ese hoja de ruta que, con seguridad todos tenemos ya incorporado a nuestro repertorio.

Desde que en 2002 se elaboró un plan de paz –otro más- para el conflicto palestino-israelí y alguien tuvo la feliz ocurrencia de llamar hoja de ruta al calendario que establecía los pasos a seguir para la consecución de esa paz imposible, ya nadie pierde el tiempo en hacer una lista de tareas o de planes, fijar un calendario, establecer plazos, etc. Hasta la tarea más nimia a realizar en un espacio de tiempo, requiere una hoja de ruta. Ya no tiene excusa para perder el tiempo con tibiezas: cuando la señora de la limpieza llegue a su casa, nada de darle instrucciones de lo que hay que hacer y limpiar, simplemente le elabora una hoja de ruta y todos quedarán encantados por tanta modernidad, erudición y frescura de lenguaje.

25 abril 2010

Piada brasileira

A continuación transcribo un chiste (piada) brasileño. Lo pongo en versión original porque me parece que tiene más gracia, pero añado la traducción al español para quien encuentre alguna dificultad en la comprensión. La traducción es mía, así que pido disculpas por los fallos que pueda tener.

O AMANTE

O céu estava ficando muito lotado, então São Pedro resolveu baixar um decreto: "Para entrar no céu, a pessoa deveria ter passado por um dia terrível na hora da sua morte". O decreto entrou em vigor imediatamente.

Então, quando a primeira pessoa chegou, São Pedro perguntou:

- Como foi seu dia, como você morreu?

- Já fazia muito tempo que eu estava desconfiando que minha mulher estava me traindo... então, resolvi voltar para casa mais cedo e pegá-la em flagrante. Quando cheguei em meu apartamento, que fica no 25º andar, minha mulher estava enrolada numa toalha, muito nervosa, e agindo de uma forma suspeita.

- Comecei a procurar em todos os cantos da casa, debaixo da cama, dentro do guarda-roupa, etc., mas não encontrei ninguém. Eu já estava desistindo de procurar, quando olhei para a sacada e vi o safado pendurado no corrimão. Transtornado, peguei a vassoura e comecei a bater na mão dele, até que ele se soltou e caiu do 25º andar. Mas por infelicidade minha, ele caiu sobre um toldo que amorteceu a queda e não morreu. Fiquei com tanta raiva que peguei o que tinha de mais pesado dentro de casa, que era a geladeira, e joguei em cima dele. Só que eu me emocionei tanto que tive um ataque do coração e morri.

- Realmente seu dia foi terrível! disse São Pedro. Pode entrar.

Cinco minutos depois chegou o segundo candidato à entrada ao céu. E São Pedro perguntou:

- Como foi seu dia, como você morreu?

- Bem, eu estava fazendo meus exercícios diários na varanda do meu apartamento no 26º andar, quando escorreguei e caí. Por sorte, consegui me segurar no corrimão do apartamento abaixo do meu, no 25º andar. Já estava quase conseguindo me levantar, quando apareceu uma mulher enrolada em uma toalha e um maluco começou a bater nas minhas mãos com um cabo de vassoura, então caí. Mas como um toldo amorteceu minha queda, não morri. E lá estava eu todo dolorido tentando me levantar, quando o mesmo maluco jogou uma geladeira em cima de mim.

São Pedro começou a rir e disse:

- Já entendi tudo. Pode entrar!

Depois de mais cinco minutos, chegou o terceiro candidato. E como de costume, São Pedro lhe perguntou:

- Como foi seu dia, como você morreu?

E o rapaz, meio tonto, respondeu:

- Olha, o senhor não vai acreditar... mas eu estava pelado dentro de uma geladeira, e até agora não entendi o que aconteceu.

********************

EL AMANTE

El cielo estaba quedando demasiado lleno, así que San Pedro decidió publicar un decreto: “Para entrar en el cielo, la persona debería haber pasado un día terrible al llegar la hora de su muerte”. El decreto entró en vigor de inmediato.

Cuando la primera persona llegó, San Pedro le preguntó:
-¿Cómo fue su día, cómo murió usted?

-Ya hacía tiempo que yo presentía que mi mujer me estaba traicionando… así que decidí volver a casa más temprano y pillarla in fraganti. Cuando llegué a mi piso, que queda en la planta 25, mi mujer estaba envuelta en una toalla, muy nerviosa, actuando de una manera sospechosa.

-Comencé a buscar en todos los rincones de la casa, debajo de la cama, dentro del armario, etc., pero no encontré a nadie. Ya iba a desistir en mi búsqueda, cuando miré para la terraza y vi al sinvergüenza colgado de la barandilla por fuera. Trastornado, cogí la escoba y comencé a golpear las manos del tipo, hasta que se soltó y cayó desde la planta 25 a la calle. Mas para mi desgracia, cayó sobre un toldo que amortiguó la caída y por eso no murió. Quedé con tanta rabia que cogí lo más pesado que encontré en la casa, que era el frigorífico, y lo arrojé encima de él. Sin embargo, me alteré tanto que tuve un ataque de corazón y morí.

-Realmente su día fue terrible –dijo San Pedro- Puede entrar.

Cinco minutos después llegó el segundo candidato a la entrada del cielo. San Pedro preguntó:

-¿Cómo fue su día, cómo murió?

Pues, resulta que estaba haciendo mis ejercicios diarios en la terraza de mi piso, en la planta 26, cuando me escurrí y caí por fuera. Por suerte, conseguí sujetarme en la barandilla de la terraza del piso de abajo del mío, en la planta 25. Ya estaba casi consiguiendo auparme, cuando aparecen una mujer envuelta en una toalla y un chalado que comenzó a golpearme las manos con el palo de una escoba, entonces me caí. Sucedió que un toldo amortiguó mi caída, no morí. Estaba allí todo dolorido intentando levantarme, cuando el mismo chalado arrojó un frigorífico sobre mí.

San Pedro comenzó a reír y dijo:

-Ya lo entendí todo. ¡Puede entrar!

Después de otros cinco minutos, llegó el tercer candidato. Como de costumbre, San Pedro le preguntó:

¿Cómo fue su día, cómo murió?

El chaval, medio atontado, respondió:

-Oiga, usted no me va a creer… yo estaba desnudo dentro de un frigorífico, y todavía ahora sigo sin entender lo que ocurrió después.

20 abril 2010

Dichosos incrédulos...

¿Han visto alguna vez esos apretones que tienen lugar a la salida de unos de esos espectáculos de grandes masas? Piensen en las puertas de un estadio tras uno de esos partidos del siglo que tienen lugar cada poco, todos quieren salir al tiempo y esa salida se torna un forcejeo de unos con otros para salir antes. Algo así me ocurre con las palabras cuando pienso en las razones para el escepticismo en materia religiosa, y no porque sea un experto ni considere que sé algo de teología o filosofía. ¿Acaso beber agua para apagar la sed, requiere conocer sus componentes químicos o su peso molecular?

Todo viene a propósito de uno de esos correos que envían los amigos “reenviadores” y que trae la imagen que sirve de ilustración a esta entrada. El texto dice “Voy a crear un hombre y una mujer con pecado original. Después voy a dejar una mujer embarazada de mí mismo como su hijo y así podré nacer. Cuando esté vivo, me mataré a mí mismo como sacrificio a mí mismo. Para salvaros así a todos del pecado original al que yo mismo os condené. ¡¡¡Tachán!!!”.

Está claro que el redactor no ganará el Nobel de literatura –posiblemente el Planeta-, pero tiene el mérito de expresar de manera condensada el estupor que siente el que, sin prejuicios, dedica unos minutos a meditar sobre los grandes misterios del cristianismo, porque lo que el texto dice forma parte fundamental de todo aquello que los cristianos digieren sin plantearse mayores dudas ni sentir la más mínima acidez estomacal. 

Con escasa habilidad, todo hay que decirlo, el autor relata una serie de hechos ciertos… o al menos hechos que la iglesia cristiana hace pasar como tales. Seguro que los teólogos tienen respuesta para todo, pero yo creo que es bueno que repasemos bajo la luz de la razón del ciudadano normal ese relato. Me parece una buena opción, salvo para aquellos que pertenecen a la misma escuela de fe que el famoso carbonero.

Eso de nacer con un pecado sin haber tenido arte ni parte, de verdad que tiene que sonar chocante a cualquiera. A ver, ¿cómo es posible que alguien que llega al mundo, sin siquiera haber abierto los ojos, pueda haber pecado ya?, ¿cómo puede ofender a dios el que ni siquiera sabe controlar sus esfínteres? Para cualquiera, debería tener toda la apariencia de un invento cuyo fin es poder extorsionar a los creyentes desde el primer momento y hacerles sentir culpables, que es sin lugar a dudas lo que la religión cristiana busca conseguir en cada uno desde que nos situamos bajo su dominio. Ése es el secreto del control, el sentimiento de culpa.

Se relata después un episodio altamente extraño y casi inédito (parece que hay similitudes en otras religiones). Dios deja embarazada a una virgen para tener un hijo que es él mismo. Aparte de lo alambicado del hecho, no cabe duda de que se trata de una especie de super-incesto, pues no de otra forma cabe calificar a quien mantiene relaciones con la que va a ser su propia madre. Puede argumentarse que esas "relaciones" son metafísicas, así que el incesto pasaría a ser también de orden metafísico.

Claro que el fruto de ese embarazo lo explica todo: se trata de alguien cuya venida a la tierra está justificada por la posibilidad de redimirnos y librarnos de aquel nefando pecado en cuya comisión no hemos tomado parte. La idea viene a ser “yo te lo pongo y yo te lo quito, pero me debes una”. A mí toda esa cantinela de “he venido a redimiros etc. etc.” me resulta cargante, ¿quién ha dicho que yo necesito ser redimido por alguien que ni siquiera me ha sido presentado?, ¿y de qué?

Entre el nacimiento y la muerte, el creyente cristiano debe arrastrar el sentimiento de una culpa y el agradecimiento por el perdón, sin olvidar que este último lleva emparejada la inscripción como miembro de esa iglesia, cuya baja resulta mucho más complicada –por no decir inalcanzable- de lo que muchos creen.

13 abril 2010

Deportes

No, no voy a tratar de los deportes sino de eso que en los noticiarios o periódicos llaman noticias deportivas o, sencillamente, lo enuncian como “deportes” aunque todos sepan que no va precisamente de eso. Las noticias deportivas son al deporte lo que las películas porno son a la relaciones sexuales.

Tras ver el telediario de hoy, en la cadena de televisión en la que me parecen más interesantes y veraces (esto descarta a Telemadrid), me he quedado pensando sobre el contenido de estas noticias e inevitablemente lo he comparado con el de las noticias referentes a un asunto que me interesa mucho más: la música.

No voy a negar que soy parcial, pero no obstante me gustaría que quien leyera esto reflexionara sobre si lo que voy a decir es exagerado o falso y tenga en cuenta el hecho de que al no ser apasionado por el deporte ni tampoco su enemigo, algo de frialdad en el análisis puede que yo posea.

El deporte o, mejor dicho, el espectáculo deportivo, ha resultado ser una auténtica mina para los que viven de él, hablo no solo de los “practicantes”; también y principalmente de todos los que se mueven en su órbita y sacan una importante tajada a costa de ello. Como decía antes, a lo largo del tiempo he tenido que oír en el noticiario infinidad de declaraciones de entrenadores, seleccionadores, managers y directores técnicos que, en el caso de muchos deportes, de verdad que no sé bien a qué tareas se encuentran entregados.

Ahí se han contado cosas que incluso nada tenían que ver con el deporte o los deportistas, pero debido a que se celebra una competición internacional de motociclismo, se han prodigado las descripciones sobre tipos de neumáticos, motores, vehículos, curvas del circuito y todo lo que quepa imaginarse. Me pregunto, ¿de verdad hay un número importante de aficionados que se interesan por esos detalles? No dudo de que, como hay gente para todo, en algunos lugares hay gente bebiendo cada una de las palabras que describen esos extremos, pero ¿son tantos como para justificar su emisión en el noticiario de las tres de la tarde?, ¿no sería más lógico reservar su difusión a un programa especializado, en otro momento?

Por establecer un paralelo, me pongo a pensar en el mundo de la música, en la que hay apasionados e incluso algún fanático que otro; recuerdo que alguna vez en un concierto se ha sentado a mi lado alguien que llevaba la partitura de la composición y la iba siguiendo según se interpretaba. ¿Alguno de ellos siente interés por cómo es o cómo se llama la esposa del director de la sinfónica de turno?, ¿sabe alguien si esa esposa mantiene relaciones adúlteras con el primer violín o el contrafagot? Hablando del primer violín, ¿alguien conoce a su madre o a su hermana por algún anuncio de esos que salen en la tele?, ¿cuántas personas conocen el nombre o aspecto de las esposas de Plácido Domingo o Daniel Barenboim?

Para qué hablar del hardware de la música. Por ejemplo, ¿alguna vez alguien ha oído en la retransmisión de un concierto algo así como “el saxofonista barítono, que utiliza un instrumento dorado de la marca Selmer…”? Podría ser también algo como “el clarinetista que utiliza un instrumento con afinación en Si bemol…” ¿Alguna vez el director de una orquesta ha aparecido vestido como un payaso, con todo el traje cubierto de marcas comerciales?

Sé que esto resulta aburrido, pero ¿pueden suponer el hastío que representa toda esa pornoinformación deportiva para el que no siente mayor interés por el tema? Y no me digan que se puede apagar el televisor al llegar a esa sección. Desde hace algunos años, todos los noticiarios de televisión presentan en el avance del comienzo un amplio adelanto de las apasionantes noticias deportivas que nos servirán, aún con más detalle, cuando llegue su momento.

El lado positivo de todo esto es que esta saturación de noticias y retransmisiones deportivas, me ha alejado de la televisión hasta el punto de que actualmente es para mí, casi de modo exclusivo, una pantalla para el cine que veo en casa.

11 abril 2010

¡Policía!, ¡esto no es jazz!

El pasado diciembre tuvo lugar un incidente que para la gran mayoría, en la que me incluyo, pasó completamente desapercibido. Algo completamente normal, pese a su repercusión en bastantes periódicos nacionales y extranjeros, teniendo en cuenta que no fue más allá de una simple anécdota y que, para mayor escarnio, no había ninguna pelota o bola de por medio, que es lo que en nuestro país otorga trascendencia histórica a un acontecimiento.

En esa fecha se celebraba en Sigüenza un festival de Jazz –nada menos que en su quinta ocurrencia- del que yo hasta la fecha no tenía noticia y que, según declaraciones de los munícipes organizadores, busca intencionadamente la vanguardia musical.

El caso es que ese día era el turno de un tal Larry Ochs, del que se dice que es un músico con muchísima experiencia, más de 30 años en el tajo, y a poco del comienzo un espectador llamó a la policía (eso dice alguna prensa, en realidad se trataba de la guardia civil) porque consideraba que “aquello” que estaba sonando no tenía nada que ver con el jazz, sino que era lo que se denomina “música contemporánea”, algo que tenía médicamente contraindicado el denunciante. Acudió una pareja de agentes y uno de ellos -que se declaró aficionado al jazz- opinó que, a su entender, aquello no era lo que pretendía ser. Y se lió una buena.

Por partes. De entrada, a mi juicio, ya es meritorio que alguien llegue a apasionarse de esa manera por algo de tan escasa valoración general como la música, hasta el punto de llamar a los agentes del orden, sabiendo que en España esos profesionales no soportan ningún tipo de bromas, y la verdad, este incidente aparenta ser más una indignada humorada que un acontecimiento serio.

En contra de la opinión expresada en casi todos los comentarios que he leído sobre la noticia, quiero decir que me parece un signo esperanzador que un guardia civil se atreva a emitir un dictamen –por supuesto que sin consecuencias- sobre un tipo de música como ésta; hasta ahora, se suponía que la casi totalidad de la guardia civil no sabe ni cómo se escribe la palabra jazz. Y permítaseme unirme al dictamen de la benemérita, porque he podido escuchar un fragmento del dichoso concierto y aquello parecía más un guirigay que la música que me es tan familiar. Yo mismo me he sentido tentado por esa posibilidad de llamar a la policía en más de un concierto, sobre el último de los cuales trato en otra entrada de este blog. Me gusta aclarar -fundamentalmente para quienes sean aficionados al jazz- que la idea que Larry Ochs tiene de un quinteto es la de un pianista en estado catatónico, un trompeta y un saxo enzarzados en una bronca, cada cual tratando de superar en nivel sonoro al otro y dos baterías aporreando a destajo. Puede contemplarse en YouTube.

Por encima de toda la historia planea, a mi entender, el asunto de las vanguardias artísticas y su etiquetado. ¿Quién no se ha sentido indeciso entre la risa o el llanto, al contemplar cierto tipo de "obra de arte" en una exposición o museo? Tengo la certeza de que para Arnold Schönberg y sus composiciones dodecafónicas la cosa no debió resultar fácil. Y ya ha llovido desde entonces…

Mantengo la idea de que un arte para cuyo goce es preciso ser profesional de ese arte y poseer amplios conocimientos de filosofía, no es precisamente una manifestación artística que me interese, aunque creo –faltaría más- que todo “artista” tiene el derecho a expresarse como le venga en gana. Lo que no admito –y no es que eso signifique mucho- es que con una alegría irresponsable, se clasifique a esa manifestación como le parezca al autor. Estoy conforme en que no es posible definir lo que es jazz, pero no hay que aprovecharse de esa imposibilidad para encuadrar una obra en ese género con total impunidad.

Afirmaba alguien con quien mantuve una controversia sobre este suceso, que ahora la palabra jazz no es más que un paraguas bajo el que pueden refugiarse muchos tipos de música. Estoy en total desacuerdo, y pensar que llevo más de 50 años dedicando bastante tiempo a escuchar algo que termina siendo considerado un paraguas, no entra dentro de mis -limitadas- capacidades. Por descontado, dudo mucho de que los espectadores que en Sigüenza asistían al concierto de Larry Ochs –nada menos que casi 200- disfrutasen de lo que escuchaban o entendiesen mínimamente de qué iba la cosa (¿hay muchos aficionados capaces de disfrutar la armonía atonal?). No abundan los entusiastas de la buena música, pero son legión los que consumen modernidad como si fuese agua mineral. Comprendo que ser o sentirse actual puede producir satisfacción, pero si el precio a pagar es aguantar ese estruendo desagradable, que no cuenten conmigo.

He tenido la curiosidad de seguir el rastro de esta noticia en Internet y son infinidad los comentarios sobre ella. El denominador común de todos ellos es la descalificación del guardia civil por atreverse a opinar siendo su profesión la que es, la petición de un espíritu más abierto en los oyentes y la adjetivación de quienes como yo piensan como casposos, reaccionarios, intolerantes e ignorantes. Es significativo que nadie se haya planteado si el guardia civil y los discrepantes también merecen esa tolerancia que se reclama para otras partes.

También es significativo que en casi todos los comentarios de los supuestos expertos en lo que es jazz, se omita un hecho importante: Wynton Marsalis, quizás uno de los mejores trompetistas de jazz -y de música clásica- de los últimos 20 ó 25 años y defensor de las esencias de este género, ha tenido noticia del incidente de Sigüenza, tras lo cual ha enviado su discografía completa dedicada al autor de la denuncia y protagonista del caso. ¿Incluimos también a este intérprete entre los casposos, ignorantes, etc.?, ¡¡Venga ya...!!

08 abril 2010

Español para españoles (13)

Cuando hago alguna crítica acerca del vocabulario o modismos de los hispano-hablantes americanos, un buen amigo mío salta enseguida protestando y argumentando que la lengua española, el castellano, es patrimonio de todos. Tengo que aclararle enseguida que estoy de acuerdo con él y que incluso entiendo que ellos no van a tener puesta la oreja a ver cómo optamos en España sobre las aportaciones que la lengua va requiriendo para su adaptación a los tiempos, pero entiendo que cierta homogeneidad sería deseable y que, lamentablemente, ellos están todavía más presionados por la omnipresencia del inglés de lo que aquí ya lo estamos, que no es poco, gracias fundamentalmente a esos periodistas incapaces de aportar nada, pero ávidos de falsa modernidad.

Sospecho, por comprobaciones que he podido hacer en alguna ocasión, que muchos de los barbarismos procedentes del inglés, no son importados por nosotros directamente desde EE.UU. (Gran Bretaña no cuenta para nada en el inglés que nos llega), sino a través de los países hispanos y, posiblemente, algunos de los vicios extranjerizantes que por allí han sentado plaza han sido re-exportados desde esta tierra de Cervantes, en donde previamente les hemos dado acogida.

La verdad, no sé quién es el responsable primero de la expresión “violencia de género”, pero aunque puedo equivocarme, veo muy probable que puesto que el asunto es actualidad periodística y social en España, haya sido aquí donde se ha optado por el barbarismo.

Es inútil que expertos en léxico y académicos hayan insistido mil veces en que las personas no tienen género, sólo las cosas, y que por tanto debe emplearse en su lugar “violencia de sexo”, pero quizás la inflamada imaginación de muchos les ha hecho pensar que esta expresión, la correcta, parece aludir más bien a violencia ejercida utilizando el miembro viril, algo realmente pintoresco.

Sea cual sea la razón, lo de “violencia de género” ha venido para quedarse y es la expresión que, sin excepción, se emplea en los medios de comunicación, en el gobierno y hasta en los procesos judiciales consecuencia de los casos que casi a diario se producen y hacen público. Otro caso más de “violencia lingüística” que queda impune, porque no cuenta con una abogada defensora como la llamada Bibiana Aído, que más bien pertenece al grupo de los asesinos lingüísticos en serie.

Es lamentable, pero al desconocimiento y atropello del idioma no sólo no se le otorga ninguna importancia, sino que quien comete esos atropellos se contonea, porque considera que esa falta de preocupación por la gramática le acredita como un espíritu libre e independiente.

04 abril 2010

Refundación

Creo que fue en 2008 (aunque parezca que hace 10 años) cuando saltó estrepitosamente todo este asunto de la crisis mundial, y al año siguiente se hizo parte de la realidad de todos, aunque pienso que aquel nombre es poco explícito y más bien debería denominarse "crisis bancaria mundial y sus consecuencias pagadas por todos, menos –precisamente- los que la habían provocado".

Puede parecer de un atrevimiento supino que alguien que no tiene ni idea de economía se atreva a escribir una línea enjuiciando un acontecimiento de una complejidad terrorífica, pero entiendo que el asunto ha trascendido lo meramente financiero para anidar, como los piojos, en las costuras de nuestra propia estructura social.

A estas alturas, todos sabemos o deberíamos saber que la crisis se originó en EE.UU. y que fue la falta de moralidad y escrúpulos de los actores bancarios lo que provocó su extensión hasta el último rincón del planeta. Sabemos cuál fue la causa y cuáles sus consecuencias inmediatas, pero quizás por hartazgo no sabemos o no nos ocupamos de sus consecuencias últimas o de lo que deberían haberlo sido.

Cuando estalló la crisis todos los dirigentes mundiales se apresuraron a denunciar vivamente a los causantes. Como segundo paso, corrieron a tapar de una u otra forma los agujeros que se habían abierto en los sistemas bancarios y para justificar la utilización de medios que eran públicos, se llenaron la boca de vocablos como “refundación capitalista”, “control del movimiento de capitales”, “eliminación de los paraísos fiscales”, etc. etc. ¿En qué ha quedado todo esto?

Es triste, pero previsible: en nada, lo que se dice en nada de nada. Y el caso es que estaba claro, imaginemos una crisis en la Mafia por excesivo número de cadáveres o por escasez de beneficios. Si se hablase entonces de “refundación mafiosa”, ¿alguien consideraría posible que ese término se estuviera refiriendo a la desaparición de una organización tan dañina como la Mafia?, ¿iba esa Mafia a autoinmolarse para mejorar el mundo? Desde luego que no. De igual manera, es inconcebible que la crisis capitalista trajese como consecuencia la reorganización de la economía mundial, con la desaparición de aquellos que una y otra vez llevan al mundo al desastre, exclusivamente por buscar no ya un lucro aceptable, sino por practicar la rapiña compulsiva sin importarles las seguras consecuencias (para los demás).

En el mundo de hace un par de siglos, por ejemplo, la justicia o la ciudadanía habría degollado a los causantes y, al menos por unos años, el miedo a lo ocurrido habría paralizado a los aficionados a lo ajeno. También, puede que se le hubiera declarado la guerra al país culpable -los EE.UU.-, exigido indemnizaciones y dictado un embargo comercial extremo, manteniendo a ese país apartado como si estuviera apestado.

Ahora no, ahora estamos mucho más civilizados y por lo tanto salvo un par de personajes casi pintorescos que han ido a la cárcel para que pensemos que se hace justicia, los demás se han quedado de rositas y continúan robando como si nada hubiese ocurrido. Este jueves pasado, publicaba el New York Times la noticia de que las personas responsables de la crisis (apenas una decena, con nombres y apellidos) se han embolsado en 2009 -en pleno caos financiero- unos beneficios de 25.300 millones de dólares, ¿más claro?

Quedó en nada eso de la refundación capitalista, salvo algún tirón de orejas a los altos ejecutivos bancarios, más que nada para que actúen con cierta discreción. Quedó en nada el prometido control del movimiento de capitales. Hasta los paraísos fiscales permanecieron impunes porque, al fin y al cabo, son imprescindibles para quienes roban a manos llenas en los infiernos fiscales.

Poco a poco se va restableciendo el “orden”, aunque eso sí, con un aumento del número de parados que asegura la mansedumbre de los que sí tienen un puesto de trabajo. Y ni siquiera cambiaron algo -por aquello del disimulo- para permitir que todo continuara igual.

Aquí en España estamos de puente, que es lo que importa. Ah, ¿y cuándo dices que es el próximo partido del siglo?

Ya se sabe, todo es perfecto en el mejor de los mundos posibles.

01 abril 2010

Ante las elecciones

Parece un poco anticipado el título, pero pienso que ni mucho menos; por varias razones. En primer lugar, ocurre que en estos sistemas democráticos normalizados, a los ciudadanos se nos pregunta una vez cada cuatro años qué gobierno queremos para la nación y, pasado el momento de depositar la papeleta de voto, ninguno de los que acceden al poder vuelve a preocuparse por el sentir ciudadano, si no es mediante esas encuestas, en las que con preguntar a unas mil personas sobre su intención de voto u opinión sobre la situación del momento, los gobernantes ya dicen saber lo que pensamos y lo que esperamos de ellos el conjunto de la ciudadanía.

Con todos los respetos para los profesionales de la estadística, y aunque insistan en que el muestreo es realmente representativo del sentir popular -dicen que con un ±1,2% de posible error- a mí me parece un solemne timo.

Estamos en este momento en lo que llaman “el ecuador de la legislatura” y decía que dada la escasez de consultas, y al igual que los niños están atentos todo el año a la próxima venida de los reyes magos, hay quienes, yo entre ellos, esperamos impacientes la oportunidad de expresar nuestra opinión con repercusiones visibles. Claro que con una ilusión bastante disminuida a la vista de las opciones posibles y las reglas del juego. No puedo negar que me reduce enormemente el entusiasmo saber que los partidos a los que puedo votar son, a la postre, tan solo dos (salvo nacionalistas, donde sea posible). Si cometo el dislate de prestar mi apoyo a otro partido que no sea uno de los mayoritarios, debo asumir que mi voto tiene un valor que es apenas una fracción -más o menos, un séptimo- del valor del voto del que, con una fe de carbonero (o realmente satisfecho del estado de las cosas), sigue apoyando sin dudar a los dos partidos principales.

Con el advenimiento de la democracia, tras la muerte del dictador, todos teníamos miedo a que la cosa terminara mal, pues no cayó en saco roto esa insistencia de muchos años sobre la propensión de los españoles a la dispersión política y a la resolución de enfrentamientos mediante la violencia. De esta manera, aceptamos sin rechistar esa argucia antidemocrática llamada ley d’Hondt, que con toda desvergüenza distorsiona el sentir de los ciudadanos. Lo que a duras penas podía ser aceptable en un momento de incertidumbre, resulta ahora llamativamente inmoral y propiciador de partidos populistas como ése que acaudilla la “trepa” por excelencia.

Que nadie me diga tampoco que es justo que el voto de un habitante de Soria –por ejemplo- tenga un peso específico muy superior al mío. Eso forma parte también del repertorio de trucos para falsear esta democracia que tanto tardó en llegarnos.

No hay que olvidar que España es un país en el que, ya en el siglo XIX, Cánovas del Castillo junto con Sagasta, instauraron aquello del “turno de partidos” acordado en el Pacto de El Pardo, que consistía fundamentalmente en repartirse el pastel en el tiempo, de manera que tras una temporadita en el poder, el partido gobernante cedía los trastos –disimuladamente- al partido rival, en la seguridad de que de esta manera nada cambiaría y que serían los únicos en repartirse el botín. ¿Les suena de algo ese funcionamiento?

No me hago ilusiones de que quienes se benefician de este estado de cosas, los dos partidos mayoritarios, cambien la ley electoral como muchos demandan y deje de confundirse la estabilidad con el falseamiento de la voluntad popular. ¿Llegaremos a ver un cambio de esa ley? Lo dudo. De hecho, y tras dos años de estudios sobre el asunto, llevados a cabo por una subcomisión del Congreso, han llegado el pasado marzo a dos conclusiones: una, certificar lo que todos sabemos, lo mismo que ya digo más arriba sobre el diferente valor del voto. Dos, que eso va a seguir así. ¿Por qué iba a ser de otra forma si eso conviene a los dos partidos de los que depende la resolución final? Practiquemos el JuanPalomismo -se dicen-, que esto nos va muy bien.

Una pena, porque ya me planteo -como muchísimos otros- que, llegado ese día de las elecciones, quizás lo mejor que puedo hacer es quedarme en casa. No merecen más ni nosotros menos.

25 marzo 2010

Español para españoles (12)

Seamos guays también en el habla y no nos limitemos a comprar y vestir ropa actual, utilicemos también las palabras y expresiones de quienes están al día y saben lo que se lleva en el lenguaje oral y escrito, aunque mejor sin extralimitarse. No caigamos en el lenguaje SMS –al escribir- al que tan aficionados son los esclavos de la modernidad ni tampoco en frases del tipo “mola mazo” reservado más bien a esa franja etaria de humanoides a la que todos pertenecimos alguna vez. No, yo me estoy refiriendo al lenguaje que puede oírse en la calle a cualquier adulto debidamente informado.

Por ejemplo, si queremos comunicar algo a nuestro interlocutor, no empecemos directamente con el asunto, primero hay que iniciarse con un "¿sabes qué?", imprescindible para despertar interés por nuestra próxima revelación. Combinado con algún que otro “o sea” intercalado, deja bien claro lo actual de su habla.

Si tratamos de expresar la fatal inevitabilidad de alguna opción, ni se nos ocurra hacerlo empleando las manidas expresiones de toda la vida; usted debe indicar que tal o cual actitud o acción es del tipo “sí o sí” y mediante esa sutil eliminación de la negativa, la cuestión queda tan clara como el agua.

Si lo que desea por el contrario es eliminar una posibilidad, no se debe emplear la simple negación “no” o, más rotundamente, “en absoluto”, “ni hablar”, etc. Hay que decir “para nada”, que es una expresión ligeramente absurda, pero de triunfo incuestionable.

Hay una variante muy ocurrente para manifestar cualquiera de las dos posibilidades, afirmación y negación según el caso, ante cualquier propuesta. Diga eso de “va a ser que sí” o “va a ser que no” y con esta fórmula tendrá asegurado el éxito de su locución, al tiempo que demuestra que no es ni mucho menos ajeno a las innovaciones lingüísticas aportadas por la publicidad televisiva. 

Cuando lo que quiera transmitir sea que la ocasión no es propicia para lo que se está proponiendo, no cometa el disparate de usar vulgaridades como “no es el mejor momento”, “creo que sería poco oportuno”, etc. En un rasgo de ingenio que todos van a valorar, debe exclamar “con la que está cayendo…”,  referido al momento económico en el que nos encontramos, pero también al ambiente de trabajo o cualquier entorno adverso.

Por último, y aunque ya aviso que no es de rabiosa actualidad, añada un toque intelectual a su discurso introduciendo donde sea (ni se imagina lo versátil de la expresión) eso que tan bonito queda: “de alguna manera…”, que junto con lo que ya mencioné otro día de “lo que es…”, hará que los demás dejen lo que estén haciendo para escucharle, sea cual sea el mensaje que transmita, porque percibirán que se hallan ante un auténtico intelectual.

21 marzo 2010

Sindicatos y sindicalistas (2 de 2)

Recuerdo un suceso de aquella época, a poco de legalizarse los llamados sindicatos “de clase”, que da una idea clara sobre lo que la gente espera de un sindicato y su entrega desinteresada. Me encontraba en mi puesto de trabajo cuando un vigilante de seguridad apareció con un par de tipos que andaban buscando a “alguien de esos sindicatos”; no se le había ocurrido nada mejor que traérmelos. Se trataba de dos trabajadores de una empresa de la misma zona donde se encontraba la mía y, según me explicaron, venían a ver qué podían hacer para afiliarse, porque la semana próxima tenían huelga del sector –gasolineras– y “querían que algún sindicato les pagara el salario que perderían por esos días de huelga”. Vamos, algo así como ir a contratar un seguro de incendios cuando la casa está ardiendo por los cuatro costados.

¿Por qué ese distanciamiento e ignorancia hacia la acción sindical? Pues se me ocurre que cualquier régimen político reconoce que el papel de los sindicatos es imprescindible, pero en algunos de ellos –y el franquismo no fue una excepción– se domestica a esos sindicatos y se les reserva una tarea meramente decorativa. Recordemos aquellas “demostraciones” sindicales del primero de mayo (día de San José Obrero, ¡ejem!) en el Bernabeu, auténtico alarde… reducido a trajes y bailes regionales.

Puede que de ahí provenga la sensación de que un sindicato es más prescindible que un botijo en Laponia. Sin embargo, salvo desde el desconocimiento empecinado de la historia, nadie puede negar el papel activo que los sindicatos han desempeñado como aglutinantes en la consecución de mejoras de las condiciones laborales y derechos de los trabajadores, con la notable excepción de personajes como Adolfo Domínguez, el hombre sin arrugas ni fisuras en su falta de escrúpulos, que días pasados lanzaba una andanada contra todo lo que sonase a sindicato. Es lógico, considerando que la parte de su producción realizada en España, lo es en talleres clandestinos de Galicia donde no existe ningún tipo de derecho, jornadas de 10 horas y unos salarios más propios de Bangla-Desh. De la producción que encarga al exterior, mejor no hablar.

Recuerdo también un caballerete al que El País Semanal dedicó un amplio reportaje hace unos años, alabándolo como empresario ejemplar. Se trataba del propietario de la marca MxOnda de chismes electrónicos (no me acuerdo del nombre de aquel energúmeno) que en el reportaje se jactaba de que en su empresa –en la que por cierto no se fabrica nada, todo viene de países orientales– no consentía la afiliación sindical y la simple sospecha de coqueteo de algún trabajador con un sindicato, suponía el despido fulminante.

Tampoco hay presencia sindical en las empresas llamadas “maquiladoras” situadas en Méjico, preferentemente cerca de la línea fronteriza con los EE.UU. Allí los trabajadores son explotados de manera bestial por salarios de miseria, sufren amputaciones en accidentes laborales como consecuencia de los cuales simplemente son despedidos, e incluso mueren sin más consecuencias que su sustitución por otro que está a la espera de una vacante.

Hay una película, premiada en varios festivales, donde se retrata la situación en estas factorías, concretamente en mataderos de ganado vacuno para restaurantes americanos de comida rápida. Su nombre es “Fast Food Nation” y aunque su argumento versa fundamentalmente sobre la comida basura, trata de pasada la situación de la mano de obra esclava. La recomiendo a quien tenga interés en saber de qué van esas cosas y lo que significa la desprotección laboral absoluta. De camino, sentirán ganas de hacerse vegetariano.

No pretendo que nadie que no lo haya hecho antes, se lea a estas alturas textos como “El movimiento obrero en la historia de España” de Manuel Tuñón de Lara, porque entiendo que resulta mucho más fácil despreciar lo que no se conoce, más aún si la obra aparenta ser árida –cuando la leí me pareció amena–, pero al menos respetemos a los que se dejaron la piel y hasta la vida en la lucha por conquistas sociales de las que ahora todos obtenemos o hemos obtenido provecho.

18 marzo 2010

Español para españoles (11)

Percibo, a través de estas entradas que voy escribiendo y de las que la presente hace el número once que, aparte de palabras claramente incorrectas y expresiones que atropellan señaladamente la lengua española, lo que más me encocora es la estupidez y vulgaridad en el habla, y cuando digo vulgaridad, no me refiero a esas palabras que salpican el vocabulario del 99 por ciento de los españoles y que suelen ser de referencia sexual, sino a esas frases hechas, a esas etiquetas que alguien suelta un día de inspiración y que inmediatamente son adoptadas por esos cazadores de palabras que parecen incapaces de expresarse por su propia cuenta.

Una expresión me solivianta cada vez más, porque cuesta trabajo que pase un solo día sin escucharla de labios de algún mentecato que hable sobre cine en la televisión o prensa. Estoy pensando en eso tan citado de “actor fetiche”.

Hasta no hace mucho, para referirse al actor que gustaba elegir para sus películas a un director o productor, se empleaban los adjetivos que de manera natural venían a la mente, porque sencillamente expresaban lo que se quería expresar. Así, cualquiera podía decir que Scarlett Johansson ha sido la actriz escogida por Woody Allen para varias de sus películas o que Carmen Maura era una de las preferidas de Almodóvar y por eso protagonizó varios de sus filmes. Ahora no, ahora a ambas se las cita como las “actrices fetiche” de sus respectivos directores, olvidando quizás que ambos disfrutan -según eso- de varios fetiches, en el caso del primero Diane Keaton y Mia Farrow, en el del segundo, la omnipresente Penélope Cruz.

Pero vamos a ver, ¿se han molestado en buscar el significado de la palabra fetiche en el diccionario? En el de la Real Academia se define como “Ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos”. En sentido figurado y de manera más amplia, podría interpretarse como la persona o cosa que pueda aportar cierta dosis de buena suerte a quien se sienta necesitada de ella, digamos que a modo de amuleto, caso de la típica patita de conejo. ¿Es éste el caso de esos directores, la búsqueda de la buena suerte o la adoración sacrílega de seres de carne y hueso? No creo que sea así, sino sencillamente que a la hora de escoger los actores que han de interpretar a los personajes ideados por ellos, consideran que responden a las características requeridas o, incluso, puede ocurrir que el papel haya sido escrito precisamente a la medida de tal actor.

Sin duda, el hablante no trata de achacar a un director de cine su debilidad por la superstición o veneración idólatra, sino que quien que utiliza esa memez de “actor fetiche” se siente poseedor de un vocabulario lujoso, de un derroche de ingenio cuando suelta esa patochada. No es por lo tanto un delito en sí el empleo de la expresión y sí desde luego una muestra evidente de falta de vocabulario, así como de la afición a hablar empleando lo que ya llamé en otra ocasión el “Lego lingüístico”.

15 marzo 2010

Mártires

Señor, cuánto cuesta permanecer en silencio con una jerarquía eclesiástica que se levanta cada mañana estudiando cómo provocar enfrentamientos entre los ciudadanos y bilis en quienes no vemos con buenos ojos ese permanente esfuerzo por imponer su presencia y sus prédicas a la totalidad de la sociedad.

Leo en el periódico de hoy que el papa Benedicto XVI quiere presidir “una gran beatificación de mártires de la Guerra Civil” en su prevista visita a España en 2011. Estamos hablando de una cifra que ronda los 800 nuevos beatos y, según el periodista Jesús Bastante, experto en estos temas, esos procesos son “ejemplos de reconciliación”. Nada menos.

Soy partidario de que la Iglesia haga lo que le parezca con sus fieles y con sus mártires, pero tengo derecho a opinar sobre todo esto porque se trata de una clara intromisión en la vida civil del país y sucede que los millones que esa visita va a costar, son sufragados con los impuestos que todos, creyentes y no creyentes, pagamos.

No entiendo tampoco la boba pasividad y colaboración del gobierno en la organización y financiación del evento, porque es cierto que sigue habiendo un elevado número de españoles que profesan –es un decir- la religión de la que ese señor es representante, pero no es menos cierto que también es elevado el número de los que han dado la espalda a ese club y que ese número sería más visible si el gobierno articulara un método, a escala nacional, que permitiera y encauzara la apostasía que muchos desean ejercer, un propósito casi inviable en la actualidad.

Resulta que ahora se están investigando –también está en la prensa de hoy- a nada menos que 3.000 sacerdotes por acciones de efebofilia -así lo denominan en el Vaticano- y pederastia. ¿No sería más lógico que el santo padre dedicara su tiempo a investigar, castigar y evitar en lo sucesivo toda estas perversiones del clero y dejara en paz a esos supuestos mártires que, en su mayoría, se limitaron a ser víctimas de unos bárbaros que no comprendían que la solución a los abusos de la Iglesia debía venir de mano de las leyes y no de la ejecución de sus fieles?, ¿no sería más justo que pasaran a ser considerados mártires todos esos menores, muchos miles, víctimas del desenfreno del clero?, ¿qué tal simultanear las 800 beatificaciones con 3.000 excomuniones, condenas públicas y expulsiones de esos degenerados?

Nunca la Iglesia ha sido demasiado escrupulosa a la hora de elevar a los altares a sus miembros y ahí están como ejemplos las beatificaciones masivas de los últimos años y las individuales del tipo del fundador del Opus Dei, pero creo que va siendo hora de que desde España se le recuerde que los grandes montajes deben llevarse a cabo en su territorio, el Vaticano, y que debe dejar de alterar la vida diaria de este país, uno de los pocos de Europa donde continúan campando por sus respetos, deseo y espero que no por mucho tiempo.

11 marzo 2010

Español para españoles (10)

No soy, ni me considero, un patriota en el sentido tremendo de la palabra. A mí casi me sucede aquello que creo que dijo Cánovas, «soy español porque no puedo ser otra cosa» o, más matizadamente, porque no me dieron a elegir. Si me hubieran presentado esa opción, hay muchas probabilidades de que optase por una naturalización diferente. El caso es que no soy patriota y por lo tanto paso bastante de todo eso de las banderas e himnos.

Hay sin embargo otras cosas para las que soy y me siento valedor de mi propia entidad, porque sería estúpido tirar contra lo que me sostiene. Como pieza fundamental de ese sentir está mi idioma, que para bien o para mal es el español o castellano, al parecer un producto bastante bien construido, teniendo en cuenta que procede del que dicen que era el idioma mejor estructurado de la antigüedad: el latín.

Por eso me fastidia –más bien me cabrea- esa indiferencia y ese maltrato al que lo someten buena parte de sus usuarios. Tengo la suerte o desgracia de verme obligado a repasar en ocasiones textos que mi mujer traduce a su idioma –el portugués- y que proceden de Hispanoamérica. Bueno, no me cabe duda de que allí hay quienes hablan y escriben sin cometer vilezas con la lengua, pero lamentablemente no parece que sea así en su generalidad, a la vista de las expresiones que construyen, muchas veces amalgamando con un inglés prostituido, lo que deviene algo de verdad escalofriante. Pero hay que tener en cuenta que el español no es su lengua natural, que llevan pocos siglos usándolo, y por lo tanto esos atropellos me duelen menos que los que cometen los habitantes de este país, mis paisanos.

Vengo criticando palabras, expresiones y usos que me parecen erróneos, pero hay algo que me llama la atención por su extensión entre los hablantes y, casi diría, por su aparente irreversibilidad. Me refiero a la omisión del signo de apertura en las exclamaciones e interrogaciones. Por suerte, esa falta no se aprecia en el lenguaje hablado, pero si se observa lo que la gente escribe, podrá comprobarse que el desastre es general. Nadie parece saber que es obligatorio desde 1870.

Lo llamo desastre porque, según me explicaron mis profesores en su día, la utilización de ese signo de apertura, (hasta donde yo sé no existente en otras lenguas), no es un capricho de ningún lingüista, sino una exigencia de “la música” de nuestro idioma. En francés o inglés, la interrogación en el habla se inicia como el despegue de un aeroplano, suavemente, hasta llegar al máximo de la entonación. No es posible –teóricamente- establecer claramente dónde comienza el tono interrogativo. Así intentaban enseñármelo con firmeza mis profesores de esos idiomas. En español, por el contrario, el cambio del tono empleado se inicia de manera brusca precisamente allí, donde debería colocarse el signo de comienzo.

¿Por qué esa pandemia de la omisión del signo? Pues yo diría que, en primer lugar, porque ya se sabe que todo el mundo está ahora cansado y tratan de ahorrar lo que deben considerar un malgasto de energía. En segundo lugar… por lo de siempre, la influencia del inglés. Tiene su gracia que esto suceda en un país donde los hablantes de este idioma son extraordinariamente escasos, hasta el punto de que todavía no hemos disfrutado de un presidente de gobierno que hablara de verdad esa lengua (hablo del inglés, no del texano). Creo que estoy cometiendo una injusticia con el ex presidente Leopoldo Calvo Sotelo, que según dicen hablaba inglés, francés, italiano, alemán y portugués, pero fue tan breve…

08 marzo 2010

Sindicatos y sindicalistas (1 de 2)

¿Hay algo en nuestra sociedad que reciba más denuestos que los sindicatos? Yo diría que sí, pero no se trata de otro organismo, sino de quienes componen y dirigen esa organización: los sindicalistas. Son quienes aguantan los mayores insultos y desprecios generalizados. No es unánime, pero son bastantes los que adoptan esa actitud y quizás les eleven a un inmerecido primer lugar en impopularidad, dejando atrás a los políticos, jueces, clero, periodistas, empresarios, etc. que sólo sufren ese rechazo desde sectores concretos más o menos amplios y muchas veces de manera temporal.

¿A qué puede ser debido este odio africano? Pues yo diría que no tengo más recurso que especular sobre esas razones, puesto que es asunto que no se trata en los medios, quizás porque se quiera evitar dejar en evidencia lo que todos sabemos. Mientras, recordemos las críticas a aquellos que componían el sindicato vertical; se me olvidaba, entonces no se permitían las críticas…

Puede que el rechazo se deba a que no producen nada palpable, no poseen ningún glamour, no hay ningún parlamento donde se sepa que se reúnen regularmente, ni siquiera sus puestos dirigentes son elegidos mediante sufragio universal así que, aparentemente, sus cabezas visibles podrían vivir en China y sólo visitar España para alguna que otra rueda de prensa o una divertida manifestación por las calles. Más o menos como la CEOE, pero en pobre.

Frecuentemente ese odio se concentra en los llamados “liberados” y no sin motivo. Más veces de las deseables son individuos sin ningún interés por los demás y tan solo prófugos de un trabajo que detestan. La cuestión es la misma que se plantea con respecto a los políticos, ¿alguno de los que leen esto se ha ofrecido alguna vez para tareas sindicales?, ¿alguien tiene una brillante solución que no sea prescindir de ellos y dejar vacía la estructura sindical? Está claro que hay gente con pocos escrúpulos, pero no más que entre los fontaneros, concejales, taxistas o abogados; vivimos una época de material de saldo y no sabemos si mejorará alguna vez ni cuándo será esa mejora.

Tengo que confesar que en 1975, cuando al dictador apenas le quedaban unos meses, me afilié a uno de los actuales sindicatos, aunque nuestra actividad era más de tertulia que de verdadera acción laboral y en mi memoria de aquellos tiempos sólo queda alguna reunión que realizábamos en locales escondidos y muy cutres. Cuando pasado un tiempo fueron consentidos y más tarde legalizados, pasamos a actuar, mal que bien, en nuestro entorno laboral.

En el sindicato permanecí hasta 1978 ó 1979, en que decidí que aquello no era lo que yo pensaba y que mejor dejar que otros dieran la cara. Cierto que me marché porque me di cuenta de que yo no tenía aquella “vocación de servicio” a la que se refería años antes el señor Solís, pero aparte de esto, fue la actitud de la gente, de los propios trabajadores, la que me echó fuera. Todo el mundo pedía, exigía, y muy pocos eran los que se ofrecían a echar una mano. Algo parecido a esos gitanos que exigen costosas prestaciones sociales, sin haber pagado en su vida ni un céntimo en impuestos.

Incluso en aquel periodo de máxima politización de los españoles, como eran muy pocos los que arrimaban el hombro, no había posibilidad de escoger entre los más idóneos para ocupar los puestos de una mínima responsabilidad, sino que había que resignarse a que cualquiera quisiera hacerse cargo de una tarea, aunque fuera un zopenco o un trepa descarado. Era algo así como lo que le ocurre ahora a la iglesia con las vocaciones sacerdotales, tiene que acoger lo que llega y no hacer ascos a nada.

04 marzo 2010

Español para españoles (9)

Muchas veces, o al menos esa es mi intención, mis críticas en estas entradas van más dirigidas contra el abuso o la pereza mental al hablar, que al uso de tal o cual palabra o expresión, porque en general, hasta una incorrección gramatical no lo es tanto cuando se trata de un empleo ocasional o poco frecuente.

Pensemos, por ejemplo, en el adjetivo “importante”. Es perfectamente aceptable su utilización para calificar lo que se desee, el problema es que actualmente todo va adjetivado con esa palabra aunque existan otras más adecuadas para el caso concreto. Ahora todo es “importante”: un incendio, una investigación policial, una nueva ley, un temporal de lluvia, un nuevo modelo de coche, etc.

Puede que quienes lean esto no padezcan la misma alergia que yo a los vicios voluntarios en el lenguaje, pero a poco que presten atención al habla de los demás -y no digamos a los benditos telediarios- pueden darse cuenta de que el uso de “importante” es claramente constante y abusivo. ¿Por qué sucede eso? Pues para mí está claro que, dentro de esa pereza que ha invadido la vida actual, de ese hedonismo sin límite, resulta muy cómodo emplear siempre un adjetivo-comodín que evite tener que escoger el que resultaría más adecuado a la frase que pronunciamos. Han quedado relegados e incluso suenan algo cursi, adjetivos como tremendo, pavoroso, innovador, trascendente, enorme… y mil más, pues si algo es abundante y gratuito en nuestra lengua son los adjetivos. No es ajeno a este apartamiento la inseguridad en el uso de las palabras, consecuencia directa de la ausencia de hábito de lectura, que lógicamente empuja al empleo de un vocabulario reducido con el que poder desenvolverse sin tanta inseguridad, mejor aún si el hablante está convencido de que ese habla que utiliza esparce un cierto aire de intelectualidad (creencia muy extendida). De ahí el abuso de fórmulas como “lo que es…”, “como muy…”, etc.

Los periódicos actuales no me refiero a los columnistas, ahí sigue habiendo gente preparada- emplean un lenguaje que hubiera ruborizado a los periodistas de hace 30 años. Esa prensa es la que lee la gente y ésa es su única entrada en letra impresa, ¿qué podemos esperar?

Hace años leí que un pastor sin formación tenía un vocabulario de entre 800 y 1.000 palabras, un niño de 10 años (me refiero al vocabulario de reconocimiento) parece ser que entre 5.000 y 6.000. ¿Cuántas creen que forman ahora el vocabulario de cualquier joven de entre 16 y 25 años? (hablo ahora de vocabulario de uso y de reconocimiento). Pues mejor no averiguarlo, pero si los expertos afirman que el fracaso escolar es atribuible en buena parte a la falta de vocabulario y a la incapacidad para entender un texto, el dato podría ser estremecedor. Eso sí, las autoridades de educación están empeñadas en que todos sean zoquetes semi-analfabetos en más de un idioma, pues sin dominar el propio los lanzan al aprendizaje de un idioma extranjero, ¿no habría que dar prioridad al conocimiento de la lengua materna?, ¿este conocimiento no ayudaría al aprendizaje correcto de esa segunda lengua?

28 febrero 2010

Fama

Cuando yo era niño, se utilizaba con frecuencia el refrán “cría fama y échate a dormir”, lo que me hacía pensar que la fama era algo que decididamente producía sueño, como esas pastillas que algunos nos vemos obligados a consumir para poder dormir. De bastante mayor me di cuenta de que, si acaso, es la fama de algunos la que produce sueño.

Aquí en nuestro país –me refiero a España- somos aficionados a la creación de famas apoyadas en la nada más absoluta y a adjudicar atributos que ni de lejos poseen los beneficiados. Ignoro si ya se perdió este hábito, pero recuerdo que las revistas del corazón proclamaban como integrantes de la jetset a quienes no eran más que unos peludos que, como mucho, volaban en reactores de EasyJet y por descontado en clase turista, faltaría más.

Antes, me refiero a antes de eso de la jetset, la fama se la ganaban a pulso quienes llevaban a cabo alguna acción destacada o si por medio de su arte o un trabajo continuado alcanzaban la popularidad. Por eso eran famosos Conchita Piquer, Sir Edmund Hillary y Manuel Fraga Iribarne por poner sólo tres ejemplos. Este último vistiendo un Meyba, a ser posible. Vamos, la fama era una consecuencia natural de “algo” y se podía presumir de haberla ganado tras hacer “algo”.

Ahora no, ahora una persona gana la fama en primera instancia sin necesidad de acto meritorio alguno o, si acaso, por el mérito de algún otro. Es el caso de Belén Esteban, José María Aznar (versión ex presidente) y esa joya apodada John Cobra. Y que quienes leen esto me perdonen la vulgaridad de conocer a estos personajes, pero es que se me ha hecho imposible evitarlo.

La primera alcanzó la notoriedad gracias a contraer nupcias con un torero que, por cierto, no alcanzó la fama por la calidad de sus maniobras ante el toro, sino porque el público femenino solía arrojarle nada menos que sus bragas y sostenes en los ruedos, ignoro con qué intención o significado. Para mí, que soy escrupuloso en lo relativo a la ropa interior ajena, aquello lo habría valorado como un agravio de juzgado de guardia, pero parece que al mozo le gustaba ese comportamiento y lo cierto es que sirvió para alzarle a la cumbre del arte de Cúchares. Más o menos.

Pues decía que esta 'tal' despuntó con su matrimonio, pero a pesar de la escasa duración de la pareja, ella se ocupó de que nadie la olvidara y ha conseguido ser imprescindible en tertulias televisivas de alto nivel, y cuando amainaba la admiración de sus incondicionales, hizo que los cirujanos metieran el bisturí a fondo en sus facciones, convencida de que cualquier cambio sería para mejorar, y efectivamente ha conseguido lo que se proponía: una renovación de su popularidad.

El conocido como José María Aznar, se hizo algo famoso gracias a su permanencia como presidente del gobierno durante nada menos que ocho años, pero más aún por la admiración que sentía por sí mismo y, residualmente, por un presidente americano de funesta memoria, tan repulsivo como él, pero más alto.

Decía que el tal Aznar, que llegó a gastar dos millones de euros del erario público para conseguir –sin éxito- la medalla del Congreso de EE.UU., llegó a la verdadera fama, cuando ya era 'ex', por sus salidas extemporáneas del tipo promoción del alcoholismo o sembrando el rechazo a España en sus viajes al extranjero. Últimamente, se ha superado a sí mismo haciendo en una universidad ese gesto, llamado 'peineta' por unos y 'peseta' por otros, con lo cual ha ocupado las portadas de los periódicos en las que, por otros méritos, no aparecería.

Para terminar, ese grotesco espécimen llamado John Cobra, de la misma escuela gestual que el personaje anterior,  temo que va a disfrutar una fama menos que efímera, salvo que Telecinco lo contrate para alguno de sus memorables programas culturales. Este energúmeno ha conseguido encumbrarse mediante el procedimiento de agitar ostentosamente su paquete (sus partes, vamos) con ambas manos, mientras empleaba a gritos un vocabulario digno de doña Esperanza, durante la selección del representante en ese triste evento llamado Eurovision Song Contest. Me consta que ha sido así porque he visto el vídeo.

Creo que queda claro que no exagero si afirmo que actualmente no es la fama algo que acompaña necesariamente a la excepcionalidad y sí algo que, a veces, nace desde lo más profundo de la vulgaridad. De manera sobresaliente en España, el país que me tocó en suerte.

26 febrero 2010

El nudista en la ciudad (a vueltas con lo de siempre)

Sé que puedo pagar cara esta insistencia y que amigos míos pueden llegar incluso a negarme el saludo, pero confío en el buen juicio de todos para que eso no suceda e interpreten este texto como lo que es: el deseo de que otros compartan estas páginas de manera activa.

Me estoy refiriendo a la opción de participar  aportando el fruto de sus neuronas como yo lo hago de manera más o menos regular o afortunada, realizando también un esfuerzo para poner en palabras las ideas que con seguridad les pasan por la cabeza a propósito de lo que voy publicando o los acontecimientos diarios, porque desde aquí ofrezco la posibilidad de incluir una entrada con nueva aportación o para rebatirme en lo que sea.

Es ahora cuando entiendo las quejas de los autores de otros blogs que yo leía (y leo), en los que incluso brindan enlaces a programas o músicas que muchos aprovechan, pero sin que casi ningún lector deje una mínima huella de su paso. Ya antes del nacimiento de este blog comencé a dejar mis comentarios en aquellos y sigo haciéndolo. Apoyando lo que se dice o mostrando mi desacuerdo.

No creo que sea sólo la pereza lo que les inmoviliza a la hora de incluir un comentario. Podría tratarse de un pudor o timidez inapropiados y, sobre todo, injusto con los que sí escribimos. Ya sé que escribir es inevitablemente desnudarse un poco, de ahí que el que publica algo, aunque sea en un rincón íntimo como éste, se sienta un poco como ese nudista que al parecer callejea por Barcelona, entre gente debidamente vestida y cubierta, exponiendo sus vergüenzas a los demás que, desde su rincón, pueden optar por disfrutar o mofarse de lo ajeno (o no mirar).

También puede ser que se consideren incapaces de escribir nada o que prefieran contenerse para evitar quedar en evidencia como yo puedo estar quedando ahora mismo. No me vale, estoy convencido de que, mejor o peor, todo el mundo puede escribir sobre lo que se le antoje, y no hablo de posibilidad permisiva, sino de posibilidad intelectual.

Nada justifica el silencio y el apartamiento. Si yo escribo, puede hacerlo también cualquiera con mayor o menor frecuencia, aunque sean dos palabras de crítica. Pero por favor, nada de “clamorosos silencios”, porque me hacen sentir todos estos textos tan inútiles como un strip-tease en mitad del Sahara.

25 febrero 2010

Español para españoles (8)

Encendamos unos cirios y lloremos, si lo consideramos oportuno, por la irrevocable muerte, en nuestro idioma, de los numerales ordinales. No descarto que pronto en vez de decir “segundo piso” digamos sólo “piso dos” y en vez de “sexto curso” tan solo “curso seis”. Es cierto que, de momento, el numeral ordinal se sigue utilizando nada menos que hasta “décimo”. Aquel gesto que Dominguín  hacía en referencia a sí mismo –el índice alzado, soy el "uno"- no era más que una premonición.

Estamos ya habituados a que todos los medios, radio, televisión, prensa, y cualquiera de los que nos rodean digan “el 33 (treinta y tres) aniversario”, “el 18 (dieciocho) cumpleaños” o “el 25 (veinticinco) festival de cine”. ¿A qué se debe esa desaparición, cuando hasta para escribirlo teníamos esa facilidad de la “o” pequeñita con la raya debajo? Pues me duele decirlo, pero en este caso es el idioma el que, hasta cierto punto, se lo ha buscado o, por delegación, la responsabilidad cabe atribuirla a quienes tienen a su cargo eso de "limpiar, pulir, etc.": la RAE. Sin descartar, desde luego, el habitual desinterés del paisanaje por el buen hablar y el idioma de sus antepasados.

Si no me equivoco (y si lo hago, que me corrijan), el francés, el inglés e incluso el alemán solucionan el problema añadiendo siempre las mismas dos o tres letritas al numeral cardinal, y con eso tienen solucionada la cuestión hasta casi el infinito. Pero el idioma español –y el portugués, por cierto- tenían que complicarse la vida, y sucede que para expresar oralmente el lugar que corresponde a un número elevado (digamos el 1.648º) hay que ser casi un profesional –competente del idioma, porque la cosa se enreda hasta conseguir que se nos haga un nudo en la lengua.

Durante algún tiempo, quienes no se complican la vida decidieron añadir la terminación “avo” al número del que se tratase y de esta manera se conseguía algo que “sonaba”, pero lógicamente se alzaron voces de expertos que reprimieron ese uso porque la terminación empleada servía para expresar partes y no orden. Para asombro y pasmo de todos, se atendió la reclamación, ese sufijo dejó de utilizarse y pasamos directamente al horror actual. ¿No hubiera sido mejor permitir ese uso o inventar otra terminación que nos pusiera las cosas tan fáciles como a los hablantes franceses, ingleses y alemanes? Pues parece que no, que los mismos académicos que tuvieron brillantes ideas como eso de “güisqui” o “yaz” (para esa música que me gusta, llamada jazz), no han tenido tiempo para eso, y mucho me temo que la cosa ya no tenga solución.

Hay además una posible amenaza: podría ocurrir, si es que no ha ocurrido ya que alguien, en algún país, tuviera una idea de bombero para solucionar la cuestión y como ahora la RAE anda aceptando lo que las "academias de la lengua" de otros países le solicita, por aquello de contentar a todos, nos encontremos con un remedio bastante peor que la enfermedad.

23 febrero 2010

Algo cambia y todo sigue igual

Creé este blog un día en que me hallaba repleto de santa indignación y santa era por lo tanto la voluntad que pretendía expresar más o menos regularmente en este medio. Ahora ese título me parece demasiado rotundo y brusco y tras el gesto clamoroso del bigotudo personajillo no quiero mantener ese título, pese a que se supone que un nombre lo es para siempre.

Soy más modesto en mi expresión, pido disculpas a los dos o tres lectores que pueda tener y expongo mis puntos de vista bajo un rótulo más sosegado.

22 febrero 2010

Privatizaciones

Se inició en el Reino Unido con pequeños golpes de efecto y, hasta donde yo recuerdo, con aquel azote de los ciudadanos que se llamó –se llama aún- Margaret Thatcher. Como gente miserable hay en todas partes, se le unió de inmediato el flamante presidente de EE.UU., Ronald Reagan, un actor semianalfabeto utilizado como mascarón de proa por los lobbies de aquel país. Poco a poco, se privatizaron empresas y organismos que nunca se nos hubiera pasado por la cabeza que fueran susceptibles de privatización. En el Reino Unido, la etapa de gobierno de aquella mal llamada “dama de hierro” destruyó en pocos años lo que el esfuerzo de años había conseguido para el estado del bienestar. Dejaron de funcionar correctamente los servicios públicos y las protestas fueron arreciando.

Discípulos surgieron alrededor de todo el mundo, pues con la coartada proporcionada por aquellos líderes, todos los que podían hacer negocios muy privados se atrevieron a iniciar aquellos procesos y gradualmente fueron pasando a manos privadas lo inimaginable pocos años antes.

España no fue una excepción. Daba igual qué partido gobernara el país –sólo cambiaba el grado de osadía- fueron pasando a manos privadas empresas energéticas, ferroviarias, automovilísticas, telefónicas, líneas aéreas…

En los EE.UU. se llegó a privatizar parcialmente el ejército en operaciones exteriores. Todo el mundo sabe que en Iraq han intervenido tropas “privadas” con efectivos de miles de soldados, en su mayoría pertenecientes a las empresas Blackwater, Triple Canopy o Combat Support, de cuya propiedad formaban parte en ocasiones, de manera más o menos oculta, quienes componían el propio gobierno del país.

Es sabido y público que la “reconstrucción“ de Iraq fue adjudicada -a dedo- a las privadísimas manos de la empresa Halliburton, durante el reinado del presidente Bush, y que dicha empresa de la que era accionista y directivo el entonces vicepresidente, había recibido del gobierno de ese país, ya en 2006,  la modesta cifra de 16.000 millones de dólares, según una auditoría federal.

En España tratamos de estar en vanguardia al menos en lo peor y por eso se va privatizando todo lo que se puede, aunque apenas queden ya grandes botines. Es conocida la recomendación de algún anterior gobernante de que quien quisiera disponer de seguridad se la pagara con medios privados. Estos días ha podido verse en la televisión cómo se manifestaban, protestando, los bomberos privatizados de algunas poblaciones.

Queda no obstante algún gran negocio por engullir y a por ellos van los tiburones de la política y sus amigos. Se habla ya de la privatización de los aeropuertos. La sanidad pública está siendo acosada en ciertas comunidades autónomas donde la iniciativa privada ya se ha hecho con buenas parcelas del negocio, con la correspondiente pérdida de calidad en el servicio.

Frente a todo, los ciudadanos no deberían adoptar por sistema el criterio-consigna del partido político del que son adictos o votantes y sí pensar por su propia cuenta. La cosa es sencilla: si algo es privado, el móvil legítimo de la empresa será la obtención de beneficios económicos y no el servicio a la comunidad y esos beneficios van a bolsillos privados y no a las arcas del estado, ¿es que no está claro?